"Hugo el Lobo y Otros Relatos de Terror" de Erckmann-Chatrian
Hace 50 años, cualquier lector medianamente culto conocía a la perfección a Emile Erckmann (1822-1899) y Alexandre Chatrian (1826-1890), más conocidos por su seudónimo (bastante revelador) Erckmann-Chatrian. Libros como “Historia de un quinto de 1813” (1864), “Waterloo” (1865), “El amigo Fritz” (1864) o sus “Cuentos del Rhin” (1862) fueron publicados de forma continua en formatos populares por Sopena, Bruguera, Austral y otros sellos parecidos. Gozaron, por tanto, de bastante éxito por parte del público hispano durante tres cuartos del siglo XX, un éxito pálido reflejo del que también gozaban en su país natal.
Hoy en día Erckmann-Chatrian son otra firma más que pasa a engrosar la legión de escritores al que el tiempo (ese gran destructor) condena al más oscuro de los olvidos. Sinceramente, creo que es bastante injusta la suerte corrida por estos dos alsacianos, personalmente, encuentro que sus libros ambientados en las guerras napoleónicas todavía tienen algo de la garra que las hizo célebres en su momento. Quizá con una nueva traducción más acorde a nuestros tiempos, estas novelas volviesen a contar con el favor del público pero, a día de hoy, no deja de resultar peculiar que Erckmann-Chatrian sólo sean reconocidos por un puñado de frikis aficionados al cuento de terror decimonónico, otro de los campos que cultivaron, una secta pequeña en número pero poderosa en afán lector y que cuenta con la editorial Valdemar como principal paladín de su causa.
Así, uno puede disfrutar de una edición tan lujosa y bien hecha como esta “Hugo el Lobo y otros relatos de terror”, dentro de la imprescindible colección Gótica (Nº 30), editada en 1999 (y, me imagino, aún posible de encontrar, gracias al cuidado con que Valdemar mima su fondo editorial).
En total, recoge este volumen, la novela corta que le da título (editada originalmente en 1859) y otros diez cuentos sacados de antologías originales como “Histoires y contes fantastiques” (1844), “L’Illustre Docteur Mathéus” (1859), y “Contes fantastiques” (1860). Y aquí surge la única pega que se le puede poner a Valdemar: su falta de ambición. Por qué, ya puestos, la editorial podría haber realizado una edición integra de todos los cuentos fantásticos de Erckmann-Chatrian, recogidos en las antologías ya citadas, y en otras de temática más variada como la ya comentada “Cuentos del Rhin” o “Contes de la montagne” (1860), “Mâitre Daniel Roch” (1861), etc. Más que nada, por qué existen ediciones de otros cuentos diferentes a estos de tipo fantástico de la pareja en varias antologías antiguas de Bruguera y Martínez Roca (si la memoria no me falla), con una calidad similar a los que recoge este libro que, además, no es especialmente grueso (230 páginas).
Sueños de friki, evidentemente, que los editores de Valdemar tendrán sus razones para hacer las cosas como las hacen, pero es que, una vez leído el libro (magníficamente traducido por Adalberto Aguilar) uno tiene ganas de más, de mucho más, por qué Erckmann-Chatrian, autores de tipo popular, que duda cabe, poseen una gran calidad literaria a pesar de todo y una inventiva malsana y retorcida, más alemana que francesa, nada raro tratándose de dos alsacianos, que hace que a pesar del siglo y medio transcurrido desde su escritura, estos cuentos sigan teniendo una fuerza y encanto que les hacen perdurar en la memoria del aficionado.
De todo el libro, la mejor pieza es la novela corta que le da título, excelente como historia fantástica claramente orientada al terror, y excelente también por recoger los rasgos más definitorios de estos autores. En efecto, “Hugo el Lobo” recuerda de forma poderosa a “El mayorazgo”, una de las novelas cortas más celebradas de E. T.A. Hoffmann, en ambos relatos existe una terrible maldición que azota a una familia de la nobleza debido a oscuros pecados del pasado más remoto, en ambos casos la presencia de un extraño al círculo familiar es el desencadenante de la solución al conflicto, igualmente, hay un animado retrato de personajes secundarios pintorescos cercano al costumbrismo que sirve como forma de describir el modo de vida nobiliario y, por último, el paisaje se convierte en un personaje más de la narración, un paisaje invernal, frío hasta lo inimaginable, donde el blanco deslumbrante de la nieve se convierte en un símbolo del mal que acecha a los Nideck y enmarcado en una orografía entre lo boscoso y lo escarpado (la acción transcurre en la Selva Negra) y que se convierte de nuevo en una potente metáfora del salvajismo que acecha a las puertas de la civilización, del siniestro mal medieval que aún penetra en el científico y positivista siglo XIX.
“Hugo el lobo” se alza como uno de las mejores narraciones fantásticas de la Francia del XIX pero, no queda más remedio que reconocer, que es muy poco francesa. El carácter alsaciano de sus autores juega en este sentido a su favor, aunque a lo largo de su obra se puede ver la influencia de autores galos como Dumas (cierto aire folletinesco de algunas de sus tramas) o Gautier (el gusto por lo onírico, y el influjo del orientalismo), no es menos cierto que Hoffmann sigue siendo la principal de sus referencias y, me atrevería a decir, Erckmann-Chatrian son, hasta cierto punto, un Hoffmann de segunda fila afrancesado (se acercan al maestro pero, lógicamente, nunca le igualan).
Claro está, Erckmann-Chatrian también pueden ser caracterizados como románticos, un tanto tardíos, pero muy en la línea de otros autores de esos mismos años, y es que, el Realismo, no se implantó con tanta rapidez como uno podría suponer a tenor de determinados libros de texto. La fuerza de los sentimientos más extremados, la presencia del paisaje como un personaje más, el culto a lo pintoresco, lo extraño, lo bizarro, los coqueteos con la locura, el interés por lo exótico, y, no podía ser de otra forma, la intención fantástica, son algunos de los rasgos que delimitan el trabajo de Erckmann-Chatrian y que los sitúan claramente en esta línea de romanticismo tardío.
El resto de los cuentos son igualmente notables e, incluso, sorprendentes, y, en muchos caso, adelantados para su época. Por ejemplo, “Las tres almas”, cuento angustioso donde los haya, ha sido mencionado como uno de los primeros en mostrar la figura del científico loco, tan cara luego a los pulp de ciencia ficción, sin embargo, a mi me parece más bien un antecedente directo de las historias de psicópatas y asesinos en serie, en parte por qué el supuesto científico es un profesor de filosofía loco que intenta demostrar una oscura tesis metafísica, y en parte por el sadismo con el que liquida a los desventurados que caen en sus manos y que, muy lejanamente, me ha recordado un poco, a películas como “Seven” o “El silencio de los corderos”. El hecho de que la historia esté narrada en primera persona por una de las víctimas, acentúa la sensación de horror que emana de todo el cuento.
Lovercraft elogió “El ojo invisible (además de “Hugo el Lobo”), por su capacidad para crear una atmósfera estremecedora y nocturna. Coincido con la opinión del solitario de Providence. La historia de la vieja maligna que consigue sugestionar a los huéspedes de una habitación para que acaben ahorcándose es otro de los grandes cuentos del libro, perfecto como pieza de horror e intriga hasta extremos absorbentes.
“La araña cangrejo” suena hoy un tanto tópico, pero destila el encanto de las antigüedades que han sabido envejecer bien y de forma digna. Por supuesto, a los que les gusten las historias de arañas gigantes, el cuento les parecerá maravilloso, a pesar de su escasa ambientación tropical (la acción se sitúa en Centroeuropa), aunque, claro está, hay truco (muy inteligente, sea todo dicho de paso).
“El boceto misterioso”, “Requiem para un cuervo”, y “El violín del ahorcado”, son los relatos más cercanos a Hoffmann de todo el libro, destacan por la presencia del arte como elemento fundamental de la trama (la pintura en el primero, la música en los otros dos), una idea muy hoffmanniana y en ellos lo fantástico surge como desencadenante final del misterio que envuelve toda la historia. Resultan excelentes si uno acepta de base su carácter de homenaje al autor de “El hombre de arena”.
Algo parecido ocurre con “El Burgomaeste embotellado” si no fuera por qué la historia está envuelta de un humor un tanto grotesco y vulgar (en especial en su desenlace) que no acaba de encajar con el espíritu de las otras historias del libro.
“Maese Tempus” es una alegoría sobre el paso del tiempo sin mayor enjundia y “Hans Wieland el cabalista” recuerda un tanto al Gautier enamorado de Oriente y sus misterios pero envuelto en un aura de venganza y crueldad muy alejada del espíritu del autor de “La pipa de opio”.
Por último, “La reina de las abejas”, roza la ciencia ficción y presenta una historia original y llena de sensibilidad, una de tantas joyas desconocidas de las que habitan este libro.
Siempre me ha maravillado la capacidad de algunos escritores para la colaboración, en el caso de Erckmann-Chatrian la situación alcanza la categoría de simbiosis dado que casi toda su obra se realizó de esta manera. No sé como se las apañan aquellos que eligen el camino del trabajo en equipo, personalmente, las pocas veces que lo he intentado el fracaso ha sido la nota dominante.
Esa pregunta también se la hicieron los contemporáneos de nuestra pareja, y la polémica llegó hasta extremos bastante violentos. Hubo rumores malintencionados sobre que Erckmann era el que hacía realmente el trabajo sucio y Chatrian, prácticamente, sólo cobraba los cheques. El secretario de este último publicó en la prensa varias declaraciones en esta dirección, Erckmann lo demandó y el escándalo fue mayúsculo, especialmente por qué durante el juicio las declaraciones del secretario de marras gozaron de amplia credibilidad.
Hay una lógica detrás de esto, Chatrian (el más mayor), era profesor en su ciudad natal y poseía algo de prestigio cuando decidió unirse a Erckmann, un completo desconocido que empezaba su carrera literaria. Si las cosas fueron como realmente se afirmó en aquel juicio, cabe preguntarse el por qué de continuar con la farsa. Hay muchas respuestas posibles: amistad, fama, comodidad, interés económico, es difícil saberlo, probablemente una mezcla de todas ellas, pero, creo, lo pecuniario no jugó un papel primordial.
Especialmente por que Erckmann-Chatrian no lo tuvieron fácil durante su carrera literaria. Fueron tachados de antimilitaristas y germanófilos, especialmente por sus obras sobre las guerras napoleónicas. La primera acusación es cierta, ambos polemizaron en la prensa defendiendo posturas no violentas, y aunque, a día de hoy, el mensaje de sus novelas ha quedado un tanto diluido, frente a obras más modernas y explícitas, en su época sonó alto y fuerte.
La germanofilia es más sencilla de ver, y se nota, sin ir más lejos, en los textos de este libro, cuajados de nombres y paisajes alemanes (la influencia de Hoffmann no es tan determinante, Gautier también la tenía pero él ambientó la mayor parte de sus historias en Francia). En cualquier caso, un comportamiento plenamente justificado por los orígenes alsacianos de ambos autores.
Inicialmente, estas actitudes sólo podían molestar a unos pocos fanáticos, Edmond About (nacido en Lorena), otro conocido autor popular de aquellos años, también escribió obras alabando el proceso de unificación de Alemania. Desgraciadamente, a partir de 1870 la opinión pública dio un giro radical, la derrota en la Guerra Franco-prusiana y la pérdida de Alsacia y Lorena, no sólo precipitó la llegada al poder de la III República, si no que desencadenó un clima de revanchismo, militarismo y nacionalismo de tal visceralidad que desembocó, finalmente, en la Primera Guerra Mundial.
Como no podía ser de otra forma, esta situación acabó repercutiendo en el ámbito de las letras, ahí están los cuentos de guerra de Maupassant, maravillosamente escritos, pero plenos del propagandismo anti-alemán más burdo, o el affaire Dreyfus y la implicación de Zola al respecto. Un Edmond About, por ejemplo, fijó definitivamente su residencia en París y escribió violentos panfletos en contra de la nación germana.
Erckmann-Chatrian eligieron un camino más difícil, siguieron viviendo en Alsacia y publicaron varias obras que desentonaban claramente de la línea oficial revanchista, buscando más bien la reconciliación con Alemania. Lo que en los años 50-60 podía entenderse como una simpática excentricidad, en los 70-80 se convirtió en auténtico crimen. De ahí la acritud con que la prensa y la opinión pública siguió el famosos juicio entre Erckmann y el secretario de Chatrian.
En cualquier caso, los últimos años de los dos autores fueron amargos, la polémica se zanjó, en cierta forma, con la trágica muerte de Chatrian a consecuencia de una intervención quirúrgica aparentemente inofensiva. Erckmann continuó escribiendo en solitario, pero su éxito fue mucho menor y sus últimas creaciones sólo sirvieron para alentar las críticas de aquellos que menospreciaban la participación de Chatrian en su obra conjunta.
Un final triste y patético pero que, personalmente, ha acentuado mi simpatía hacia esta singular pareja, lo cual no tiene, a día de hoy, mayor importancia, por qué lo que hay que destacar es ambos son dueños de una obra fantástica digna y fascinante que merece mucha más fama de la que, por desgracia, tiene.
Hoy en día Erckmann-Chatrian son otra firma más que pasa a engrosar la legión de escritores al que el tiempo (ese gran destructor) condena al más oscuro de los olvidos. Sinceramente, creo que es bastante injusta la suerte corrida por estos dos alsacianos, personalmente, encuentro que sus libros ambientados en las guerras napoleónicas todavía tienen algo de la garra que las hizo célebres en su momento. Quizá con una nueva traducción más acorde a nuestros tiempos, estas novelas volviesen a contar con el favor del público pero, a día de hoy, no deja de resultar peculiar que Erckmann-Chatrian sólo sean reconocidos por un puñado de frikis aficionados al cuento de terror decimonónico, otro de los campos que cultivaron, una secta pequeña en número pero poderosa en afán lector y que cuenta con la editorial Valdemar como principal paladín de su causa.
Así, uno puede disfrutar de una edición tan lujosa y bien hecha como esta “Hugo el Lobo y otros relatos de terror”, dentro de la imprescindible colección Gótica (Nº 30), editada en 1999 (y, me imagino, aún posible de encontrar, gracias al cuidado con que Valdemar mima su fondo editorial).
En total, recoge este volumen, la novela corta que le da título (editada originalmente en 1859) y otros diez cuentos sacados de antologías originales como “Histoires y contes fantastiques” (1844), “L’Illustre Docteur Mathéus” (1859), y “Contes fantastiques” (1860). Y aquí surge la única pega que se le puede poner a Valdemar: su falta de ambición. Por qué, ya puestos, la editorial podría haber realizado una edición integra de todos los cuentos fantásticos de Erckmann-Chatrian, recogidos en las antologías ya citadas, y en otras de temática más variada como la ya comentada “Cuentos del Rhin” o “Contes de la montagne” (1860), “Mâitre Daniel Roch” (1861), etc. Más que nada, por qué existen ediciones de otros cuentos diferentes a estos de tipo fantástico de la pareja en varias antologías antiguas de Bruguera y Martínez Roca (si la memoria no me falla), con una calidad similar a los que recoge este libro que, además, no es especialmente grueso (230 páginas).
Sueños de friki, evidentemente, que los editores de Valdemar tendrán sus razones para hacer las cosas como las hacen, pero es que, una vez leído el libro (magníficamente traducido por Adalberto Aguilar) uno tiene ganas de más, de mucho más, por qué Erckmann-Chatrian, autores de tipo popular, que duda cabe, poseen una gran calidad literaria a pesar de todo y una inventiva malsana y retorcida, más alemana que francesa, nada raro tratándose de dos alsacianos, que hace que a pesar del siglo y medio transcurrido desde su escritura, estos cuentos sigan teniendo una fuerza y encanto que les hacen perdurar en la memoria del aficionado.
De todo el libro, la mejor pieza es la novela corta que le da título, excelente como historia fantástica claramente orientada al terror, y excelente también por recoger los rasgos más definitorios de estos autores. En efecto, “Hugo el Lobo” recuerda de forma poderosa a “El mayorazgo”, una de las novelas cortas más celebradas de E. T.A. Hoffmann, en ambos relatos existe una terrible maldición que azota a una familia de la nobleza debido a oscuros pecados del pasado más remoto, en ambos casos la presencia de un extraño al círculo familiar es el desencadenante de la solución al conflicto, igualmente, hay un animado retrato de personajes secundarios pintorescos cercano al costumbrismo que sirve como forma de describir el modo de vida nobiliario y, por último, el paisaje se convierte en un personaje más de la narración, un paisaje invernal, frío hasta lo inimaginable, donde el blanco deslumbrante de la nieve se convierte en un símbolo del mal que acecha a los Nideck y enmarcado en una orografía entre lo boscoso y lo escarpado (la acción transcurre en la Selva Negra) y que se convierte de nuevo en una potente metáfora del salvajismo que acecha a las puertas de la civilización, del siniestro mal medieval que aún penetra en el científico y positivista siglo XIX.
“Hugo el lobo” se alza como uno de las mejores narraciones fantásticas de la Francia del XIX pero, no queda más remedio que reconocer, que es muy poco francesa. El carácter alsaciano de sus autores juega en este sentido a su favor, aunque a lo largo de su obra se puede ver la influencia de autores galos como Dumas (cierto aire folletinesco de algunas de sus tramas) o Gautier (el gusto por lo onírico, y el influjo del orientalismo), no es menos cierto que Hoffmann sigue siendo la principal de sus referencias y, me atrevería a decir, Erckmann-Chatrian son, hasta cierto punto, un Hoffmann de segunda fila afrancesado (se acercan al maestro pero, lógicamente, nunca le igualan).
Claro está, Erckmann-Chatrian también pueden ser caracterizados como románticos, un tanto tardíos, pero muy en la línea de otros autores de esos mismos años, y es que, el Realismo, no se implantó con tanta rapidez como uno podría suponer a tenor de determinados libros de texto. La fuerza de los sentimientos más extremados, la presencia del paisaje como un personaje más, el culto a lo pintoresco, lo extraño, lo bizarro, los coqueteos con la locura, el interés por lo exótico, y, no podía ser de otra forma, la intención fantástica, son algunos de los rasgos que delimitan el trabajo de Erckmann-Chatrian y que los sitúan claramente en esta línea de romanticismo tardío.
El resto de los cuentos son igualmente notables e, incluso, sorprendentes, y, en muchos caso, adelantados para su época. Por ejemplo, “Las tres almas”, cuento angustioso donde los haya, ha sido mencionado como uno de los primeros en mostrar la figura del científico loco, tan cara luego a los pulp de ciencia ficción, sin embargo, a mi me parece más bien un antecedente directo de las historias de psicópatas y asesinos en serie, en parte por qué el supuesto científico es un profesor de filosofía loco que intenta demostrar una oscura tesis metafísica, y en parte por el sadismo con el que liquida a los desventurados que caen en sus manos y que, muy lejanamente, me ha recordado un poco, a películas como “Seven” o “El silencio de los corderos”. El hecho de que la historia esté narrada en primera persona por una de las víctimas, acentúa la sensación de horror que emana de todo el cuento.
Lovercraft elogió “El ojo invisible (además de “Hugo el Lobo”), por su capacidad para crear una atmósfera estremecedora y nocturna. Coincido con la opinión del solitario de Providence. La historia de la vieja maligna que consigue sugestionar a los huéspedes de una habitación para que acaben ahorcándose es otro de los grandes cuentos del libro, perfecto como pieza de horror e intriga hasta extremos absorbentes.
“La araña cangrejo” suena hoy un tanto tópico, pero destila el encanto de las antigüedades que han sabido envejecer bien y de forma digna. Por supuesto, a los que les gusten las historias de arañas gigantes, el cuento les parecerá maravilloso, a pesar de su escasa ambientación tropical (la acción se sitúa en Centroeuropa), aunque, claro está, hay truco (muy inteligente, sea todo dicho de paso).
“El boceto misterioso”, “Requiem para un cuervo”, y “El violín del ahorcado”, son los relatos más cercanos a Hoffmann de todo el libro, destacan por la presencia del arte como elemento fundamental de la trama (la pintura en el primero, la música en los otros dos), una idea muy hoffmanniana y en ellos lo fantástico surge como desencadenante final del misterio que envuelve toda la historia. Resultan excelentes si uno acepta de base su carácter de homenaje al autor de “El hombre de arena”.
Algo parecido ocurre con “El Burgomaeste embotellado” si no fuera por qué la historia está envuelta de un humor un tanto grotesco y vulgar (en especial en su desenlace) que no acaba de encajar con el espíritu de las otras historias del libro.
“Maese Tempus” es una alegoría sobre el paso del tiempo sin mayor enjundia y “Hans Wieland el cabalista” recuerda un tanto al Gautier enamorado de Oriente y sus misterios pero envuelto en un aura de venganza y crueldad muy alejada del espíritu del autor de “La pipa de opio”.
Por último, “La reina de las abejas”, roza la ciencia ficción y presenta una historia original y llena de sensibilidad, una de tantas joyas desconocidas de las que habitan este libro.
Siempre me ha maravillado la capacidad de algunos escritores para la colaboración, en el caso de Erckmann-Chatrian la situación alcanza la categoría de simbiosis dado que casi toda su obra se realizó de esta manera. No sé como se las apañan aquellos que eligen el camino del trabajo en equipo, personalmente, las pocas veces que lo he intentado el fracaso ha sido la nota dominante.
Esa pregunta también se la hicieron los contemporáneos de nuestra pareja, y la polémica llegó hasta extremos bastante violentos. Hubo rumores malintencionados sobre que Erckmann era el que hacía realmente el trabajo sucio y Chatrian, prácticamente, sólo cobraba los cheques. El secretario de este último publicó en la prensa varias declaraciones en esta dirección, Erckmann lo demandó y el escándalo fue mayúsculo, especialmente por qué durante el juicio las declaraciones del secretario de marras gozaron de amplia credibilidad.
Hay una lógica detrás de esto, Chatrian (el más mayor), era profesor en su ciudad natal y poseía algo de prestigio cuando decidió unirse a Erckmann, un completo desconocido que empezaba su carrera literaria. Si las cosas fueron como realmente se afirmó en aquel juicio, cabe preguntarse el por qué de continuar con la farsa. Hay muchas respuestas posibles: amistad, fama, comodidad, interés económico, es difícil saberlo, probablemente una mezcla de todas ellas, pero, creo, lo pecuniario no jugó un papel primordial.
Especialmente por que Erckmann-Chatrian no lo tuvieron fácil durante su carrera literaria. Fueron tachados de antimilitaristas y germanófilos, especialmente por sus obras sobre las guerras napoleónicas. La primera acusación es cierta, ambos polemizaron en la prensa defendiendo posturas no violentas, y aunque, a día de hoy, el mensaje de sus novelas ha quedado un tanto diluido, frente a obras más modernas y explícitas, en su época sonó alto y fuerte.
La germanofilia es más sencilla de ver, y se nota, sin ir más lejos, en los textos de este libro, cuajados de nombres y paisajes alemanes (la influencia de Hoffmann no es tan determinante, Gautier también la tenía pero él ambientó la mayor parte de sus historias en Francia). En cualquier caso, un comportamiento plenamente justificado por los orígenes alsacianos de ambos autores.
Inicialmente, estas actitudes sólo podían molestar a unos pocos fanáticos, Edmond About (nacido en Lorena), otro conocido autor popular de aquellos años, también escribió obras alabando el proceso de unificación de Alemania. Desgraciadamente, a partir de 1870 la opinión pública dio un giro radical, la derrota en la Guerra Franco-prusiana y la pérdida de Alsacia y Lorena, no sólo precipitó la llegada al poder de la III República, si no que desencadenó un clima de revanchismo, militarismo y nacionalismo de tal visceralidad que desembocó, finalmente, en la Primera Guerra Mundial.
Como no podía ser de otra forma, esta situación acabó repercutiendo en el ámbito de las letras, ahí están los cuentos de guerra de Maupassant, maravillosamente escritos, pero plenos del propagandismo anti-alemán más burdo, o el affaire Dreyfus y la implicación de Zola al respecto. Un Edmond About, por ejemplo, fijó definitivamente su residencia en París y escribió violentos panfletos en contra de la nación germana.
Erckmann-Chatrian eligieron un camino más difícil, siguieron viviendo en Alsacia y publicaron varias obras que desentonaban claramente de la línea oficial revanchista, buscando más bien la reconciliación con Alemania. Lo que en los años 50-60 podía entenderse como una simpática excentricidad, en los 70-80 se convirtió en auténtico crimen. De ahí la acritud con que la prensa y la opinión pública siguió el famosos juicio entre Erckmann y el secretario de Chatrian.
En cualquier caso, los últimos años de los dos autores fueron amargos, la polémica se zanjó, en cierta forma, con la trágica muerte de Chatrian a consecuencia de una intervención quirúrgica aparentemente inofensiva. Erckmann continuó escribiendo en solitario, pero su éxito fue mucho menor y sus últimas creaciones sólo sirvieron para alentar las críticas de aquellos que menospreciaban la participación de Chatrian en su obra conjunta.
Un final triste y patético pero que, personalmente, ha acentuado mi simpatía hacia esta singular pareja, lo cual no tiene, a día de hoy, mayor importancia, por qué lo que hay que destacar es ambos son dueños de una obra fantástica digna y fascinante que merece mucha más fama de la que, por desgracia, tiene.