Juan G. Atienza (1930-2011)
Hay un juego que he practicado un par de veces que consiste en identificar a un autor de CF español con un colega de similares características pero anglosajón. Así, Domingo Santo podría ser nuestro John W. Campbell Jr. y Saiz Cidoncha nuestro particular Asimov. En ese juego, Juan G. Atienza sería un L. Ron Hubbard a la española. Ya se sabe, prometedor escritor de CF que lo deja todo por el más lucrativo negocio del pufo seudocientífico de aire esotérico.
Pero, claro, como tantos juegos y afirmaciones rotundas las cosas no son exactamente lo que parecen.
Atienza tuvo la mala suerte de nacer en España en 1930. Y digo mala suerte por qué, hasta los cuarenta y tantos no logró encontrar un cierto éxito laboral.
Si Atienza hubiese nacido en E.E.U.U. podría haber sido un solvente director de cine, o un afortunado guionista, o un eficaz realizador de TV, o, incluso, un buen escritor de CF. Pero como le tocó vivir en la España franquista todo ese abanico de posibilidades, como para tantos otros, se fue al garete.
Cierto que hizo una película, pero que los distribuidores masacraron y nadie fue a ver, lo que con el tamaño de la “industria” cinematográfica nacional significaba una sentencia de muerte laboral segura.
Y no es menos cierto que escribió un buen número de guiones, alguno hasta ganador de algún premio, pero casi nadie quiso o puedo realizarlos. Igualmente consiguió trabajo en TV y logró algunos éxitos, pero los sempiternos problemas con la censura y la orientación de cartón piedra de la tele del momento le acabaron espantando hacia otros lares.
Y Atienza recaló en la CF nacional, lo que, realmente, era otro bonito callejón sin salida. Estuvo activo como autor entre 1966 y 1975 y, realmente, aquí si tuvo bastante suerte. Publicó 43 relatos y tres novelas cortas, unos pocos en los fanzines de la época (como “Cuenta Atrás”) pero la mayoría en los medios más prestigiosos del momento, como la revista Nueva Dimensión (que incluso le dedicó un número monográfico, el 43), y las diversas antologías de Acervo, Castellote, Edhasa y demás. De hecho, desde un principio partió con buen pie ya que logró publicar dos libros en la prestigiosa colección Nebular (la antología de relatos “La máquina de matar” y dos novelas cortas reunidas en el volumen “Los viajeros de las gafas azules”).
Éxito editorial que también se tradujo en éxito de crítica. Atienza, a diferencia de muchos de sus coetáneos, no se había curtido en el terreno de los bolsilibros, ni era un autodidacta voluntarioso, había estudiado filología románica en la Complutense, algunos cursos en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas y disfrutado de una beca en el Instituto de Filmología de la Sorbona, si a ello unimos sus experiencias como guionista, ayudante de dirección y director, no es de extrañar que sus historias tuviesen una solidez de la que carecían muchos de sus colegas. De hecho, alguno de sus primeros títulos (como “La máquina de matar”) eran antiguos guiones reconvertidos.
Pero, además, Atienza, junto a otros contemporáneos suyos como Carlos Buiza y José Luis Garci (autor de CF antes de dedicarse plenamente al cine), fue responsable de iniciar, siquiera tímidamente, un nuevo tipo de CF española, más original, más literaria y, sobre todo, más española. Muchas de sus argumentos transcurrían en el presente y en nuestro país, y en ellos se podía vislumbrar algunos de los rasgos socioculturales de la España del desarrollismo, tan alejada de los E.E.U.U. que semi-plagiaban otros autores como Antonio Ribera, Valverde Torné o el propio Domingo Santos (cuya principal aportación consistía en colocar algún protagonista español que lo mismo podía haber sido de Kentucky, para lo que importaba ese dato…). A título personal, recuerdo como descubrir que “Los alegres rayos de sol” estaba ambientado en el madrileño pueblo de Torrelodones (donde servidor estudió la secundaria), me hizo especialmente feliz, aunque el Torrelodones de mediados de los 60 que describía Atienza estaba tan alejado del de mediados de los 80 que yo conocí, como Nueva York de Madrid.
La única pega es que triunfar en la CF española de los 60-70 era lo mismo que ser campeón de chito en tu pueblo, muy bonito de cara a los amigos y aficionados pero poco provechoso en cuanto a eso tan prosaico de ganarse las lentejas. De hecho, si analizamos, la trayectoria de Atienza como autor observamos dos cosas curiosas, la primera es que frente a la gran cantidad de relatos escritos entre 1966-69, el periodo 1970-75 es mucho más pobre (con años en que sólo publica un cuento o dos). Segundo, que aunque Atienza ya había publicado algún cuento de terror (como “Balada por la luz perdida”), estos se empiezan a hacer más habituales hacia el final de su carrera, como si estuviese buscando un mercado alternativo. También fracasó, claro, triunfar como autor de terror no era mucho mejor que como autor de CF.
No es raro, por tanto, que 1975 fuese el último año que Atienza publicó un cuento fantástico. Jamás volvió a ese campo, y no le culpo. Mas duro que el fracaso es el éxito sin recompensa.
En cualquier caso, Atienza supo re-inventarse como autor y a partir de este momento inicio una exitosa carrera como autor esotérico, especializado en templarios, ovnis, alquimistas, historia secretas, España mágica y demás parafernalia (quizá esas historias de terror fuesen un campo de pruebas para esta nueva carrera suya).
Aquí si que fue un auténtico crack. Más de 40 libros publicados en Martínez Roca pero también en Planeta, ventas escandalosas, reediciones, traducciones a otras lenguas, reconocimiento dentro y fuera de nuestras fronteras y, me imagino, una estabilidad económica más que envidiable.
Dicen que Atienza era un buen tipo (eso afirma Domingo Santos, amigo suyo de sus años como escritor de CF) y que los libros esotéricos que escribía se los creía de verdad, que lo suyo no era trabajo mercenario ni vivir del cuento, si no las investigaciones de un auténtico creyente.
A efectos prácticos, a mi me da igual. Atienza podría haber sido un buen director de cine, o guionista, o realizador televisivo o, incluso, escritor de CF, pero le tocó vivir en un país de mierda en una época en que la susodicha mierda llegó a máximos históricos. Podría haber triunfado como creador en un buen número de campos (los probó todos y demostró su habilidad en cada uno de ellos), pero, al final le condenamos a ser un simple vendedor de humo, de chorradillas templarias antes de que Dan Brown descubriese el chollo que podían llegar a ser. Triste y patético.
Pero la amargura de esta historia aún continúa. Atienza falleció este verano y no ha sido hasta ahora que la noticia ha trascendido en nuestro pequeño círculo y, en cierta forma, de manera fortuita (una llamada telefónica de su viejo amigo Domingo Santos). Fuera de él, la nada. No estoy diciendo que haya que abrir el telediario con el tema, pero, un tío que vendió miles de libros (aunque fuesen de lo que eran), y que en su campo había logrado un gran prestigio, se merecía un poco más de atención. Un breve obituario en algún periódico al menos, entre viejas glorias futbolísticas de los 50, escritores yanquis cuya obra no se ha traducido, actores famosos por un papel secundario en el año 40, u olvidados héroes de guerra. Ni eso, apenas un par de comentarios en algún blog friki como este. Atienza no se merecía eso, realmente no se merecía muchas de las cosas que le pasaron, es posible que algunas conciencias se calmen pensando, las cosas del franquismo, pero no sé hasta que punto le habría ido diferentes en nuestra maravillosa democracia. Sí podría haber triunfado en un cine canijo como el nuestro, donde la mayoría de los directores sólo hacen una película en toda su vida, donde acumular guiones sin realizar en un cajón es habitual, donde la TV suele ser una basura que ríete del NODO, y donde triunfar como escritor de CF sigue siendo, en muchos casos, quimérico. Es posible que, al final, a Atienza le hubiese dado lo mismo haber nacido en 1930 que en 1970, puede que su trayectoria vital hubiese sido similar, quizá, en vez de acabar como autor de expedientes X, hoy sería contertulio de la Noria. Gran avance, a fe mía.
Pero, claro, como tantos juegos y afirmaciones rotundas las cosas no son exactamente lo que parecen.
Atienza tuvo la mala suerte de nacer en España en 1930. Y digo mala suerte por qué, hasta los cuarenta y tantos no logró encontrar un cierto éxito laboral.
Si Atienza hubiese nacido en E.E.U.U. podría haber sido un solvente director de cine, o un afortunado guionista, o un eficaz realizador de TV, o, incluso, un buen escritor de CF. Pero como le tocó vivir en la España franquista todo ese abanico de posibilidades, como para tantos otros, se fue al garete.
Cierto que hizo una película, pero que los distribuidores masacraron y nadie fue a ver, lo que con el tamaño de la “industria” cinematográfica nacional significaba una sentencia de muerte laboral segura.
Y no es menos cierto que escribió un buen número de guiones, alguno hasta ganador de algún premio, pero casi nadie quiso o puedo realizarlos. Igualmente consiguió trabajo en TV y logró algunos éxitos, pero los sempiternos problemas con la censura y la orientación de cartón piedra de la tele del momento le acabaron espantando hacia otros lares.
Y Atienza recaló en la CF nacional, lo que, realmente, era otro bonito callejón sin salida. Estuvo activo como autor entre 1966 y 1975 y, realmente, aquí si tuvo bastante suerte. Publicó 43 relatos y tres novelas cortas, unos pocos en los fanzines de la época (como “Cuenta Atrás”) pero la mayoría en los medios más prestigiosos del momento, como la revista Nueva Dimensión (que incluso le dedicó un número monográfico, el 43), y las diversas antologías de Acervo, Castellote, Edhasa y demás. De hecho, desde un principio partió con buen pie ya que logró publicar dos libros en la prestigiosa colección Nebular (la antología de relatos “La máquina de matar” y dos novelas cortas reunidas en el volumen “Los viajeros de las gafas azules”).
Éxito editorial que también se tradujo en éxito de crítica. Atienza, a diferencia de muchos de sus coetáneos, no se había curtido en el terreno de los bolsilibros, ni era un autodidacta voluntarioso, había estudiado filología románica en la Complutense, algunos cursos en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas y disfrutado de una beca en el Instituto de Filmología de la Sorbona, si a ello unimos sus experiencias como guionista, ayudante de dirección y director, no es de extrañar que sus historias tuviesen una solidez de la que carecían muchos de sus colegas. De hecho, alguno de sus primeros títulos (como “La máquina de matar”) eran antiguos guiones reconvertidos.
Pero, además, Atienza, junto a otros contemporáneos suyos como Carlos Buiza y José Luis Garci (autor de CF antes de dedicarse plenamente al cine), fue responsable de iniciar, siquiera tímidamente, un nuevo tipo de CF española, más original, más literaria y, sobre todo, más española. Muchas de sus argumentos transcurrían en el presente y en nuestro país, y en ellos se podía vislumbrar algunos de los rasgos socioculturales de la España del desarrollismo, tan alejada de los E.E.U.U. que semi-plagiaban otros autores como Antonio Ribera, Valverde Torné o el propio Domingo Santos (cuya principal aportación consistía en colocar algún protagonista español que lo mismo podía haber sido de Kentucky, para lo que importaba ese dato…). A título personal, recuerdo como descubrir que “Los alegres rayos de sol” estaba ambientado en el madrileño pueblo de Torrelodones (donde servidor estudió la secundaria), me hizo especialmente feliz, aunque el Torrelodones de mediados de los 60 que describía Atienza estaba tan alejado del de mediados de los 80 que yo conocí, como Nueva York de Madrid.
La única pega es que triunfar en la CF española de los 60-70 era lo mismo que ser campeón de chito en tu pueblo, muy bonito de cara a los amigos y aficionados pero poco provechoso en cuanto a eso tan prosaico de ganarse las lentejas. De hecho, si analizamos, la trayectoria de Atienza como autor observamos dos cosas curiosas, la primera es que frente a la gran cantidad de relatos escritos entre 1966-69, el periodo 1970-75 es mucho más pobre (con años en que sólo publica un cuento o dos). Segundo, que aunque Atienza ya había publicado algún cuento de terror (como “Balada por la luz perdida”), estos se empiezan a hacer más habituales hacia el final de su carrera, como si estuviese buscando un mercado alternativo. También fracasó, claro, triunfar como autor de terror no era mucho mejor que como autor de CF.
No es raro, por tanto, que 1975 fuese el último año que Atienza publicó un cuento fantástico. Jamás volvió a ese campo, y no le culpo. Mas duro que el fracaso es el éxito sin recompensa.
En cualquier caso, Atienza supo re-inventarse como autor y a partir de este momento inicio una exitosa carrera como autor esotérico, especializado en templarios, ovnis, alquimistas, historia secretas, España mágica y demás parafernalia (quizá esas historias de terror fuesen un campo de pruebas para esta nueva carrera suya).
Aquí si que fue un auténtico crack. Más de 40 libros publicados en Martínez Roca pero también en Planeta, ventas escandalosas, reediciones, traducciones a otras lenguas, reconocimiento dentro y fuera de nuestras fronteras y, me imagino, una estabilidad económica más que envidiable.
Dicen que Atienza era un buen tipo (eso afirma Domingo Santos, amigo suyo de sus años como escritor de CF) y que los libros esotéricos que escribía se los creía de verdad, que lo suyo no era trabajo mercenario ni vivir del cuento, si no las investigaciones de un auténtico creyente.
A efectos prácticos, a mi me da igual. Atienza podría haber sido un buen director de cine, o guionista, o realizador televisivo o, incluso, escritor de CF, pero le tocó vivir en un país de mierda en una época en que la susodicha mierda llegó a máximos históricos. Podría haber triunfado como creador en un buen número de campos (los probó todos y demostró su habilidad en cada uno de ellos), pero, al final le condenamos a ser un simple vendedor de humo, de chorradillas templarias antes de que Dan Brown descubriese el chollo que podían llegar a ser. Triste y patético.
Pero la amargura de esta historia aún continúa. Atienza falleció este verano y no ha sido hasta ahora que la noticia ha trascendido en nuestro pequeño círculo y, en cierta forma, de manera fortuita (una llamada telefónica de su viejo amigo Domingo Santos). Fuera de él, la nada. No estoy diciendo que haya que abrir el telediario con el tema, pero, un tío que vendió miles de libros (aunque fuesen de lo que eran), y que en su campo había logrado un gran prestigio, se merecía un poco más de atención. Un breve obituario en algún periódico al menos, entre viejas glorias futbolísticas de los 50, escritores yanquis cuya obra no se ha traducido, actores famosos por un papel secundario en el año 40, u olvidados héroes de guerra. Ni eso, apenas un par de comentarios en algún blog friki como este. Atienza no se merecía eso, realmente no se merecía muchas de las cosas que le pasaron, es posible que algunas conciencias se calmen pensando, las cosas del franquismo, pero no sé hasta que punto le habría ido diferentes en nuestra maravillosa democracia. Sí podría haber triunfado en un cine canijo como el nuestro, donde la mayoría de los directores sólo hacen una película en toda su vida, donde acumular guiones sin realizar en un cajón es habitual, donde la TV suele ser una basura que ríete del NODO, y donde triunfar como escritor de CF sigue siendo, en muchos casos, quimérico. Es posible que, al final, a Atienza le hubiese dado lo mismo haber nacido en 1930 que en 1970, puede que su trayectoria vital hubiese sido similar, quizá, en vez de acabar como autor de expedientes X, hoy sería contertulio de la Noria. Gran avance, a fe mía.
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