"El Oficinista" de Guillermo Saccomanno
Existe un debate enconado sobre como definir la ciencia ficción, ese género bastardo donde los haya. Debe de tener casi un siglo de existencia y no parece remitir en lo más mínimo. Si no, vean el lío montado aquí, en nuestro país, con la propuesta de literatura prospectiva como sustituto de ciencia ficción.
Aparte de lo mal que algunos tienen la azotea, el debate en sí tiene algo de lógica. Todo buen aficionado a este género se ha encontrado alguna vez con alguna obra, supuestamente de ciencia ficción, que a él, personalmente, no le acababa de encajar. Para solucionar ese problemilla surge la idea de definir que narices es realmente la ciencia ficción, a partir de ahí el delirio.
Personalmente me siento incapaz de dar una definición de este tipo de literatura, por lo menos a día de hoy, pero si creo ser capaz de mostrar un ejemplo negativo. No tanto que es la ciencia ficción como que no es.
Y en este sentido “El oficinista” de Guillermo Saccomanno me viene al pelo. Un libro ganador del Premio Biblioteca Breve 2010, uno de los más prestigiosos de nuestro país, y que ha despertado una cierta ilusión entre los aficionados por ser, aparentemente, ciencia ficción. Lo siento pero, personalmente, no lo tengo tan claro.
Saccomanno utiliza algunos de los recursos habituales del género para crear su distopía pero, en mi opinión, no lo suficientemente bien. Aparentemente su obra está ambientada en un futuro cercano (no hay ninguna referencia temporal), transcurre en una megalópolis desproporcionada e inhumana, azotada por devastadores atentados terroristas y gobernada de una forma despiadada en aras de la seguridad (los helicópteros artillados patrullan por el cielo, feroces perros clonados deambulan por sus calles al caer la noche). Vale, suena mucho a cyberpunk pero, realmente, no lo es.
Vayamos por partes. La ciudad es la repera de grande, caótica, inhumana y desproporcionada pero no deja de ser un paisaje que ya existe. Hace unos años pasé unos pocos días en El Cairo y sé de lo que hablo. Por referencias me da la sensación de que otras ciudades de países en vías de desarrollo son por un estilo (por ejemplo, Buenos Aires, y no es un ejemplo inocente, Saccomanno es argentino).
Luego el tema de los atentados terroristas y la pérdida de libertad para luchar contra ellos. No es que sea fácil poner ejemplos actuales (el más obvio: E.E.U.U. tras el 11-S), es que este proceso data de hace lo menos 40 años (por ejemplo, la dictadura argentina, y, lógicamente, sigue sin ser un ejemplo inocente). Lo que significa que la ambientación de “El oficinista” no es especialmente muy de ciencia ficción si no más bien realista y, posiblemente, basada en la experiencia personal del autor (en la historia los opositores al régimen pueden “desaparecer” y es mejor no preguntar por ellos). En cuanto a los helicópteros artillados, si alguien estuvo en Madrid durante la reciente visita del Papa, sabrá que lo de los helicópteros sobrevolando una ciudad no es precisamente nuevo (no están artillados pero podrían estarlo…).
Nos quedan los perros clonados, pero, sinceramente, un par de palabras que aparecen media docena de veces en la novela no me parecen suficiente excusa como para incluirla dentro de la ciencia ficción.
Se me dirá que, a fin de cuentas, la mayoría de los autores que escriben este tipo de literatura se basan en su presente (o su pasado más reciente) para extrapolarlo hacia el futuro y poder hablar de él con gran libertad. Y es cierto, pero Saccomanno no hace exactamente eso. En este sentido, la prueba del nueve viene cuando uno se hace la pregunta ¿realmente esta historia funcionaría con otra ambientación, digamos, más realista? Si la respuesta es sí es que no estamos ante ciencia ficción (por lo menos buena ciencia ficción).
Fijémonos, por ejemplo, en “Campo de concentración” de Disch, una dura crítica contra el entramado armamentístico político-económico que metió a E.E.U.U. en Vietnam y que se enfrentó duramente a la contracultura de finales de los 60. Si Disch hubiese transplantado directamente esos hechos a un futuro cercano sin más, añadiéndole un poco de atrezzo, se hubiese conseguido algo parecido a “El oficinista”, pero el autor norteamericano creo genuina ciencia ficción al introducir el experimento sobre la sífilis y sus posibilidades para incrementar la inteligencia. Ese punto (tan rico en referencias e interpretaciones) fue el que convirtió el libro en pura ciencia ficción de la buena.
En la novela de Saccomanno no ocurre nada de eso, podría transcurrir en la Argentina de los 70 con los Montoneros haciendo de las suyas y los militares jugando al fascismo, o en los E.E.U.U. con Al-Qaeda y la C.I.A. De hecho, los perros clonados de las narices funcionarían exactamente igual de bien como amenaza para no salir de casa de noche, si en vez del adjetivo clonado tuviesen el sustantivo rotwailler o doberman.
Así que “El oficinista” o no es ciencia ficción o es mala ciencia ficción que para el caso…
Ahora bien, hay vida más allá del género y, en este sentido, la novela de Saccomanno no es un mal libro. Breve (200 páginas de letra gordota y capítulos breves con numerosos encabezados y finales en blanco) pero de una concisión efectiva acorde con el quid de la historia. Despiadado y cruel, a veces rozando la caricatura, y con unos personajes antipáticos hasta extremos inimaginables. El libro no deja de tener una cierta coherencia interna que le permite funcionar sin que nos paremos a pensar los estereotipado o absurdo de muchas de las escenas, eso sí, constantemente bordea el peligro de que lo abandonemos por una falta total y absoluta de empatía para con los personajes, a cual más ruin y despreciable.
Quizá esa era la idea de su autor, mostrarnos lo realmente asquerosos que somos lo seres humanos pero, a mi personalmente, no me acaba de parecer creíble casi nada de la historia (amén de que me sobran determinados tópicos). La mujer del protagonista no es la típica esposa castrante, es una caricatura (igual que el jefe capullo). La femme fatal, pues lo mismo, su evolución de guapa angelical a más mala que la sarna no me acaba de convencer. De la misma forma que nunca me queda claro el por qué de que semejante pibón se líe con un tipo tan anodino como el protagonista del libro. Hasta las escenas de sexo guarro me han parecido un tanto forzadas y granguiñolescas (eso del fisting…).
En fin, un libro que se deja leer aunque tampoco sea para ganar un premio que, en tiempos, tuvo entre sus galardonados a Benet, Goytisolo, Hortelano, Caballero Bonald, Vargas Llosa, Marsé, Carlos Fuentes o Cabrera Infante. Eso sí, como novela de ciencia ficción mala o inexistente.
Aparte de lo mal que algunos tienen la azotea, el debate en sí tiene algo de lógica. Todo buen aficionado a este género se ha encontrado alguna vez con alguna obra, supuestamente de ciencia ficción, que a él, personalmente, no le acababa de encajar. Para solucionar ese problemilla surge la idea de definir que narices es realmente la ciencia ficción, a partir de ahí el delirio.
Personalmente me siento incapaz de dar una definición de este tipo de literatura, por lo menos a día de hoy, pero si creo ser capaz de mostrar un ejemplo negativo. No tanto que es la ciencia ficción como que no es.
Y en este sentido “El oficinista” de Guillermo Saccomanno me viene al pelo. Un libro ganador del Premio Biblioteca Breve 2010, uno de los más prestigiosos de nuestro país, y que ha despertado una cierta ilusión entre los aficionados por ser, aparentemente, ciencia ficción. Lo siento pero, personalmente, no lo tengo tan claro.
Saccomanno utiliza algunos de los recursos habituales del género para crear su distopía pero, en mi opinión, no lo suficientemente bien. Aparentemente su obra está ambientada en un futuro cercano (no hay ninguna referencia temporal), transcurre en una megalópolis desproporcionada e inhumana, azotada por devastadores atentados terroristas y gobernada de una forma despiadada en aras de la seguridad (los helicópteros artillados patrullan por el cielo, feroces perros clonados deambulan por sus calles al caer la noche). Vale, suena mucho a cyberpunk pero, realmente, no lo es.
Vayamos por partes. La ciudad es la repera de grande, caótica, inhumana y desproporcionada pero no deja de ser un paisaje que ya existe. Hace unos años pasé unos pocos días en El Cairo y sé de lo que hablo. Por referencias me da la sensación de que otras ciudades de países en vías de desarrollo son por un estilo (por ejemplo, Buenos Aires, y no es un ejemplo inocente, Saccomanno es argentino).
Luego el tema de los atentados terroristas y la pérdida de libertad para luchar contra ellos. No es que sea fácil poner ejemplos actuales (el más obvio: E.E.U.U. tras el 11-S), es que este proceso data de hace lo menos 40 años (por ejemplo, la dictadura argentina, y, lógicamente, sigue sin ser un ejemplo inocente). Lo que significa que la ambientación de “El oficinista” no es especialmente muy de ciencia ficción si no más bien realista y, posiblemente, basada en la experiencia personal del autor (en la historia los opositores al régimen pueden “desaparecer” y es mejor no preguntar por ellos). En cuanto a los helicópteros artillados, si alguien estuvo en Madrid durante la reciente visita del Papa, sabrá que lo de los helicópteros sobrevolando una ciudad no es precisamente nuevo (no están artillados pero podrían estarlo…).
Nos quedan los perros clonados, pero, sinceramente, un par de palabras que aparecen media docena de veces en la novela no me parecen suficiente excusa como para incluirla dentro de la ciencia ficción.
Se me dirá que, a fin de cuentas, la mayoría de los autores que escriben este tipo de literatura se basan en su presente (o su pasado más reciente) para extrapolarlo hacia el futuro y poder hablar de él con gran libertad. Y es cierto, pero Saccomanno no hace exactamente eso. En este sentido, la prueba del nueve viene cuando uno se hace la pregunta ¿realmente esta historia funcionaría con otra ambientación, digamos, más realista? Si la respuesta es sí es que no estamos ante ciencia ficción (por lo menos buena ciencia ficción).
Fijémonos, por ejemplo, en “Campo de concentración” de Disch, una dura crítica contra el entramado armamentístico político-económico que metió a E.E.U.U. en Vietnam y que se enfrentó duramente a la contracultura de finales de los 60. Si Disch hubiese transplantado directamente esos hechos a un futuro cercano sin más, añadiéndole un poco de atrezzo, se hubiese conseguido algo parecido a “El oficinista”, pero el autor norteamericano creo genuina ciencia ficción al introducir el experimento sobre la sífilis y sus posibilidades para incrementar la inteligencia. Ese punto (tan rico en referencias e interpretaciones) fue el que convirtió el libro en pura ciencia ficción de la buena.
En la novela de Saccomanno no ocurre nada de eso, podría transcurrir en la Argentina de los 70 con los Montoneros haciendo de las suyas y los militares jugando al fascismo, o en los E.E.U.U. con Al-Qaeda y la C.I.A. De hecho, los perros clonados de las narices funcionarían exactamente igual de bien como amenaza para no salir de casa de noche, si en vez del adjetivo clonado tuviesen el sustantivo rotwailler o doberman.
Así que “El oficinista” o no es ciencia ficción o es mala ciencia ficción que para el caso…
Ahora bien, hay vida más allá del género y, en este sentido, la novela de Saccomanno no es un mal libro. Breve (200 páginas de letra gordota y capítulos breves con numerosos encabezados y finales en blanco) pero de una concisión efectiva acorde con el quid de la historia. Despiadado y cruel, a veces rozando la caricatura, y con unos personajes antipáticos hasta extremos inimaginables. El libro no deja de tener una cierta coherencia interna que le permite funcionar sin que nos paremos a pensar los estereotipado o absurdo de muchas de las escenas, eso sí, constantemente bordea el peligro de que lo abandonemos por una falta total y absoluta de empatía para con los personajes, a cual más ruin y despreciable.
Quizá esa era la idea de su autor, mostrarnos lo realmente asquerosos que somos lo seres humanos pero, a mi personalmente, no me acaba de parecer creíble casi nada de la historia (amén de que me sobran determinados tópicos). La mujer del protagonista no es la típica esposa castrante, es una caricatura (igual que el jefe capullo). La femme fatal, pues lo mismo, su evolución de guapa angelical a más mala que la sarna no me acaba de convencer. De la misma forma que nunca me queda claro el por qué de que semejante pibón se líe con un tipo tan anodino como el protagonista del libro. Hasta las escenas de sexo guarro me han parecido un tanto forzadas y granguiñolescas (eso del fisting…).
En fin, un libro que se deja leer aunque tampoco sea para ganar un premio que, en tiempos, tuvo entre sus galardonados a Benet, Goytisolo, Hortelano, Caballero Bonald, Vargas Llosa, Marsé, Carlos Fuentes o Cabrera Infante. Eso sí, como novela de ciencia ficción mala o inexistente.