Minotauro
Desde mi juventud, Minotauro fue una colección con un carácter mítico. Eran, simplemente, los libros que no me podía comprar debido a su alto precio y eran, también, los únicos libros de ciencia ficción que no parecían de ciencia ficción. Frente a las baratas ediciones de bolsillo de delatoras cubiertas pulp chillonas y llamativas de Ultramar, Martínez Roca, Bruguera o Edhasa, Minotauro contaba con unos libros de empaque, tapa dura y un diseño moderno y sencillo en las ilustraciones de portada que engañaban al lector más avezado.
Por si fuera poco, Minotauro era la editorial que se había encargado de editar en España la obra de J. R. R. Tolkien, sólo por eso yo ya estaba predispuesto a colocarla en lo más hondo de mi joven corazoncito friki.
A medida que crecí me fui dando cuenta de que los meritos de Minotauro iban más allá del Tolkienismo, del precio (si eso es un mérito) o del aspecto estético. Me di cuenta de que su director, Francisco Porrua, tenía un gran interés por determinados autores, digamos, más literarios de lo normal. Y eso era algo a tener en cuenta, por que si bien las demás editoriales también publicaban obras de fuste todas, absolutamente todas, metían con bastante frecuencia cada truño que válgame.
Luego, con esta editorial ocurría una cosa muy curiosa, sus libros siempre estaban disponibles. Daba lo mismo el título, el autor o el año, un 80 % de su fondo estaba de forma rutinaria al alcance del comprador, jamás desaparecían de las estanterías y eso no se podía decir de sus competidores por que para conseguir los 20 primeros números de Super Ficción o Nebulae 2ª Época he tenido que sudar tinta y dejarme una pasta en las librerías de segunda mano.
Pero, lo más sorprendente de todo, es que Minotauro nunca, nunca saldaba. Es cierto, Edhasa tampoco lo hizo pero el resto si, y de que manera. Martínez Roca, Bruguera y, especialmente, Ultramar (eso si que fueron unos megasaldos) y luego siguieron otras colecciones más recientes y de poco éxito (Destino, Miraguano) e incluso otras que se suponen líderes (Nova de Ediciones B). Pero Minotauro no, nunca vi sus libros en el Corte Inglés, la Casa del Libro sección ofertas, la librería Miraguano o los puestos de Moyano. Los años pasaban, las colecciones también pero Minotauro era un elemento inamovible dentro del paisaje editorial del fantástico nacional y, a que negarlo, el mantenimiento de esta política me hacia sentir más tranquilo, puede que el péndulo se agitase incontroladamente, que la ciencia ficción estuviese de capa caída pero siempre podía recurrir a la fiel Minotauro para mantener mis necesidades más o menos cubiertas (más o menos por que, realmente, su publicación de novedades tenía un ritmo digamos que cansino).
Como consecuencia de todo esto, es cierto que, comparativamente, poseo menos libros de Minotauro que del resto de las colecciones de las que, modestia aparte, tengo casi todo lo que deseaba. Es lógico, parte del dinero que me podía haber gastado en Minotauro me lo fundí en los saldos correspondientes (y rapidito que volaban) y también es cierto (mea culpa) que la seguridad de que siempre iba a disponer de esos libros hacia que, con demasiada frecuencia, los colocase en la cola de mis listas de la compra.
Pero también es verdad que Minotauro es prácticamente la única editorial de la que me he leído todo lo que tengo no como mis ultramares o novas que muchos de ellos llevan más de diez años esperando que les ponga los ojos encima.
En fin, como decía, Minotauro tenía un carácter mítico pero esto ya no es así. Como todo el mundo sabe, Planeta compró la editorial años ha y las cosas, poco a poco, han cambiado para peor. No, no me estoy poniendo nostálgico, creo que es una realidad que está a la vista de todos. Es verdad que cuando esta operación financiera se llevó adelante hubo muchas voces optimistas. Y algo de verdad había en lo que decían, se creo un premio que ha servido como acicate en el panorama fantástico nacional, se aumentó el número de novedades a un ritmo insospechado hasta entonces y se empezó a publicar a autores españoles, una faceta que Porrua siempre había dejado de lado.
Eso fueron cosas positivas, que duda cabe, pero yo siempre desconfié. Entre otras cosas por que recuerdo perfectamente cuando Planeta compró Martínez Roca y de un plumazo se cargó su división fantástica que convirtió en la sede española de la franquicia Star Wars (y que, como era lógico, se fue al garete al poco). Y, especialmente, por que siempre tuve claro que el principal interés de Planeta era Tolkien (las películas acababan de estrenarse) y bien que han exprimido la vaca: colecciones de fascículos y ediciones de bolsillo veraniego-cutres a cinco euros mediante.
Y para cualquiera que estuviese un poco despierto, las pistas empezaban a ser de lo más delatoras. Se estaba publicando mucho, es cierto pero a costa de acabar con la calidad literaria que era la marca de la casa. Determinados proyectos muy apetecibles se ralentizaban de mala manera (como la edición de las obras completas de Dick) y, de repente, la tapa dura desaparecía a favor de la tapa blanda como el resto de las colecciones. Ahora mismo, un Minotauro tiene el mismo aspecto que un Bibliopolis, un Solaris o un Nova (lo peor es que a algunas trilogías les pilló a medias y me quedan en las estanterías pelín raras). Y, por supuesto, las portadas empezaban a tener unos colorines de lo más falleros.
Y luego me paso una cosa curiosísima en el trabajo que me dejó un poco alucinado. Como es de esperar, un instituto es una presa que las editoriales rondan con harta frecuencia. No sólo por los libros de texto si no por que se suele destinar una parte del presupuesto a la compra de libros para la biblioteca, generalmente tipo enciclopedia mastodóntica y ahí la Planeta de toda al vida es la reina de la fiesta.
Y, como no, de vez en cuando nos hacen algún regalito para que sigamos gastándonos los dineros en ellos. Poca cosa, unas comisiones ridículas. Por ejemplo, te vienen un día y te regalan una novela a elegir entre tres o cuatro títulos (obviamente los fondos de los que quieren desprenderse). Cual sería mi sorpresa cuando hace un año me encontré con que uno de los regalitos era “Luz virtual” de Gibson (que aquí a mi ladito está, por cierto).
Así que personalmente ya estaba con la mosca tras la oreja y, por tanto, este saldo veraniego no me ha cogido de sorpresa. Me ha entristecido, eso sí, pero no me ha sorprendido.
Seamos realistas, no es por volver al debate del péndulo de marras pero el mercado está saturado, hay demasiados libros para tan poco aficionado y por algún lado tiene que petar. Ahí está B, liquidando cada dos años existencias o de a poco a poco o Robel cayéndose con todo el equipo. Es pura lógica de mercado. Lo malo es que antaño, cuando estas cosas pasaban, uno tenía la seguridad de que Minotauro siempre iba a salvarse de la quema. Y hete aquí que, por primera vez, las cosas ya no son así, que Minotauro va a la cabeza del mercado saldístico.
¿Es eso bueno? ¿Malo? No lo sé, es, evidentemente, distinto, diferente. Pero, lo que para mí es más importante, es el final de un sueño, de una leyenda, de un mito. Por que hoy por hoy Minotauro ya no es excepcional, diferente, rara. Sus libros cuestan lo mismo, tienen el mismo aspecto y las mismas portadas que sus competidores y, lo que es más definitorio, saldan como cualquier otro sello editorial. Son una editorial más, del montón, como todas. Con sus cosas buenas y sus cosas malas pero sin un toque de distinción como antaño. Y eso si que tengo claro que es algo malo.
Por si fuera poco, Minotauro era la editorial que se había encargado de editar en España la obra de J. R. R. Tolkien, sólo por eso yo ya estaba predispuesto a colocarla en lo más hondo de mi joven corazoncito friki.
A medida que crecí me fui dando cuenta de que los meritos de Minotauro iban más allá del Tolkienismo, del precio (si eso es un mérito) o del aspecto estético. Me di cuenta de que su director, Francisco Porrua, tenía un gran interés por determinados autores, digamos, más literarios de lo normal. Y eso era algo a tener en cuenta, por que si bien las demás editoriales también publicaban obras de fuste todas, absolutamente todas, metían con bastante frecuencia cada truño que válgame.
Luego, con esta editorial ocurría una cosa muy curiosa, sus libros siempre estaban disponibles. Daba lo mismo el título, el autor o el año, un 80 % de su fondo estaba de forma rutinaria al alcance del comprador, jamás desaparecían de las estanterías y eso no se podía decir de sus competidores por que para conseguir los 20 primeros números de Super Ficción o Nebulae 2ª Época he tenido que sudar tinta y dejarme una pasta en las librerías de segunda mano.
Pero, lo más sorprendente de todo, es que Minotauro nunca, nunca saldaba. Es cierto, Edhasa tampoco lo hizo pero el resto si, y de que manera. Martínez Roca, Bruguera y, especialmente, Ultramar (eso si que fueron unos megasaldos) y luego siguieron otras colecciones más recientes y de poco éxito (Destino, Miraguano) e incluso otras que se suponen líderes (Nova de Ediciones B). Pero Minotauro no, nunca vi sus libros en el Corte Inglés, la Casa del Libro sección ofertas, la librería Miraguano o los puestos de Moyano. Los años pasaban, las colecciones también pero Minotauro era un elemento inamovible dentro del paisaje editorial del fantástico nacional y, a que negarlo, el mantenimiento de esta política me hacia sentir más tranquilo, puede que el péndulo se agitase incontroladamente, que la ciencia ficción estuviese de capa caída pero siempre podía recurrir a la fiel Minotauro para mantener mis necesidades más o menos cubiertas (más o menos por que, realmente, su publicación de novedades tenía un ritmo digamos que cansino).
Como consecuencia de todo esto, es cierto que, comparativamente, poseo menos libros de Minotauro que del resto de las colecciones de las que, modestia aparte, tengo casi todo lo que deseaba. Es lógico, parte del dinero que me podía haber gastado en Minotauro me lo fundí en los saldos correspondientes (y rapidito que volaban) y también es cierto (mea culpa) que la seguridad de que siempre iba a disponer de esos libros hacia que, con demasiada frecuencia, los colocase en la cola de mis listas de la compra.
Pero también es verdad que Minotauro es prácticamente la única editorial de la que me he leído todo lo que tengo no como mis ultramares o novas que muchos de ellos llevan más de diez años esperando que les ponga los ojos encima.
En fin, como decía, Minotauro tenía un carácter mítico pero esto ya no es así. Como todo el mundo sabe, Planeta compró la editorial años ha y las cosas, poco a poco, han cambiado para peor. No, no me estoy poniendo nostálgico, creo que es una realidad que está a la vista de todos. Es verdad que cuando esta operación financiera se llevó adelante hubo muchas voces optimistas. Y algo de verdad había en lo que decían, se creo un premio que ha servido como acicate en el panorama fantástico nacional, se aumentó el número de novedades a un ritmo insospechado hasta entonces y se empezó a publicar a autores españoles, una faceta que Porrua siempre había dejado de lado.
Eso fueron cosas positivas, que duda cabe, pero yo siempre desconfié. Entre otras cosas por que recuerdo perfectamente cuando Planeta compró Martínez Roca y de un plumazo se cargó su división fantástica que convirtió en la sede española de la franquicia Star Wars (y que, como era lógico, se fue al garete al poco). Y, especialmente, por que siempre tuve claro que el principal interés de Planeta era Tolkien (las películas acababan de estrenarse) y bien que han exprimido la vaca: colecciones de fascículos y ediciones de bolsillo veraniego-cutres a cinco euros mediante.
Y para cualquiera que estuviese un poco despierto, las pistas empezaban a ser de lo más delatoras. Se estaba publicando mucho, es cierto pero a costa de acabar con la calidad literaria que era la marca de la casa. Determinados proyectos muy apetecibles se ralentizaban de mala manera (como la edición de las obras completas de Dick) y, de repente, la tapa dura desaparecía a favor de la tapa blanda como el resto de las colecciones. Ahora mismo, un Minotauro tiene el mismo aspecto que un Bibliopolis, un Solaris o un Nova (lo peor es que a algunas trilogías les pilló a medias y me quedan en las estanterías pelín raras). Y, por supuesto, las portadas empezaban a tener unos colorines de lo más falleros.
Y luego me paso una cosa curiosísima en el trabajo que me dejó un poco alucinado. Como es de esperar, un instituto es una presa que las editoriales rondan con harta frecuencia. No sólo por los libros de texto si no por que se suele destinar una parte del presupuesto a la compra de libros para la biblioteca, generalmente tipo enciclopedia mastodóntica y ahí la Planeta de toda al vida es la reina de la fiesta.
Y, como no, de vez en cuando nos hacen algún regalito para que sigamos gastándonos los dineros en ellos. Poca cosa, unas comisiones ridículas. Por ejemplo, te vienen un día y te regalan una novela a elegir entre tres o cuatro títulos (obviamente los fondos de los que quieren desprenderse). Cual sería mi sorpresa cuando hace un año me encontré con que uno de los regalitos era “Luz virtual” de Gibson (que aquí a mi ladito está, por cierto).
Así que personalmente ya estaba con la mosca tras la oreja y, por tanto, este saldo veraniego no me ha cogido de sorpresa. Me ha entristecido, eso sí, pero no me ha sorprendido.
Seamos realistas, no es por volver al debate del péndulo de marras pero el mercado está saturado, hay demasiados libros para tan poco aficionado y por algún lado tiene que petar. Ahí está B, liquidando cada dos años existencias o de a poco a poco o Robel cayéndose con todo el equipo. Es pura lógica de mercado. Lo malo es que antaño, cuando estas cosas pasaban, uno tenía la seguridad de que Minotauro siempre iba a salvarse de la quema. Y hete aquí que, por primera vez, las cosas ya no son así, que Minotauro va a la cabeza del mercado saldístico.
¿Es eso bueno? ¿Malo? No lo sé, es, evidentemente, distinto, diferente. Pero, lo que para mí es más importante, es el final de un sueño, de una leyenda, de un mito. Por que hoy por hoy Minotauro ya no es excepcional, diferente, rara. Sus libros cuestan lo mismo, tienen el mismo aspecto y las mismas portadas que sus competidores y, lo que es más definitorio, saldan como cualquier otro sello editorial. Son una editorial más, del montón, como todas. Con sus cosas buenas y sus cosas malas pero sin un toque de distinción como antaño. Y eso si que tengo claro que es algo malo.