Más de lo Mismo
Todos los años, más o menos a finales de diciembre, los periódicos suelen sacar sus listas de lo mejor del año. Y, como no, esa práctica incluye los mejores libros. Confieso que leo esas listas con curiosidad malsana. No tanto por ver la cantidad de escritores de los que no sé nada de nada, sino también por observar que la literatura fantástica suele estar totalmente ausente de estos listados. Con sus consabidas excepciones, pero, en general, se la suele hacer bastante poco caso. No ocurre lo mismo con la novela negra, de la que siempre cae algún título, algo que siempre me ha parecido peculiar, a que negarlo.
Este año, el dominical del diario “El Mundo” decidió rizar el rizo y sacar lo mejor de la década. Ahí es nada, 10 años de literatura condensados en 100 libros. El jurado estuvo compuesto por diez escritores, periodistas, críticos, editores y libreros y sus resultados son tan discutibles como era de esperar. Sólo hay 10 libros que hayan conseguido más de un voto, lo que significa que los otros 90 fueron elegidos únicamente por una persona. Esto sólo se puede definir de una forma: dispersión. Se publica mucho y, quizá, aparentemente muy bueno (o por lo menos que a los lectores nos gusta mucho, que no es lo mismo que sea bueno) y nadie es capaz de alcanzar un consenso claro sobre quien merece formar parte de un supuesto canon.
Esta realidad es la que siempre me ha hecho disculpar el que la literatura fantástica brille por su ausencia en semejantes listas. La gente de determinada generación (la mía, sin ir más lejos) se crió dentro del paradigma de que los libros buenos o eran realistas o no eran buenos. Por supuesto que muchos nos rebelamos contra semejante idea pero a costa de pasar por excéntricos o simplemente imbéciles. Y eso duró muchos años, demasiados.
Ahora queda de muy buen tono decir que bueno era Stanislaw Lem y sacar “Solaris” a colación cada dos por tres. Pero cuando en los 80 yo leía periódicos nadie parecía acordarse del bueno del polaco, y eso que de aquella estaba vivo.
Ese lastre justifica el que las personas de determinada edad (que, hoy por hoy, forman el núcleo de los críticos, escritores y editores de cierta fama y, por decirlo de alguna forma, poder) sigan ignorando pertinazmente todo lo que no huela a costumbrismo puro y duro.
Afortunadamente, las cosas están cambiando, por ejemplo, cuando murió Lem fue grato observar como una pléyade de jóvenes articulistas reivindicaron su figura sin complejos. Y estos cambios se empiezan anotar también en estas listas.
Y así, el libro número uno, o sea, el mejor de la década corresponde a “La fiesta del chivo” de Mario Vargas Llosa, el dos a “Tu rostro mañana” de Javier Marías y el tres a “La carretera” de Cormac McCarthy. Así que la ciencia ficción se lleva una más que honrosa medalla de bronce. No está mal, nada mal. Sinceramente, nunca pensé vivir este momento. Como dije en la entrada anterior, los tiempos están cambiando y mucho.
El resto del top ten no incluye más literatura fantástica (a menos que “Brooklyn Follies” de Paul Auster, en 9º puesto, entre en este campo, cosa que no puede afirmar por que no he leído el libro) pero si miramos los otros 90 títulos siguen apareciendo algunas sorpresas, nombres como, Palahniuk (“Error humano”), Murakami (“Kafka en la orilla”, “Sauce ciego mujer dormida”), Houellebecq (“La posibilidad de una isla”), Ishiguro (“Nunca me abandones”), Cristina Fernández Cubas (“Parientes pobres del diablo”) y Carrere (“Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos”).
No es una mala selección, hay fantástico clásico, terror, ciencia ficción, slipstream e, incluso, la biografía de Philip K. Dick. Son 8 libros, que a mí me parece poco pero que, indudablemente, es mucho en comparación con una lista similar que se hubiese hecho en 1989 o, incluso, en 1999 (me apresuro a aclarar que es posible que se me haya escapado algún título del que no tengo muchas referencias como, por ejemplo, David Foster Wallace con “Cosas supuestamente divertidas que nunca más volveré a hacer” o “Hell” de Tsutsui que está sin traducir, como se ve yo tampoco leo todo).
Y, sin embargo, aún me queda un cierto resquemor, un amargo regusto de boca. Por supuesto que no soy tan ingenuo como para esperar que aparezcan aquí autores plenamente de ghetto, los que son publicados en Nova, Gigamesh, Minotauro, Bibliopolis, AJEC o La Factoría de Ideas. No esperaba encontrarme a China Mieville, Thomas Disch, William Gibson, George R. R. Martin, Ian McLeod, Neal Stephenson, Ian McDonald, John M. Harrison, IainBanks o similares. Raro que no aparezca un Ballard o un Lem pero es posible que en esta década no se hayan publicado sus mejores obras.
Ahora lo que resulta imperdonable es que nadie se haya fijado en esa pequeña joya que es “Jonathan Strange y el señor Norrell” de Susanna Clarke y que en cambio si haya lugar para bodrios bestselleros como “La Biblia de barro” de Julia Navarro (por lo menos no está Matilde Asensi…).
En fin, los tiempos están cambiando pero aún debería de cambiar un poco más.
Este año, el dominical del diario “El Mundo” decidió rizar el rizo y sacar lo mejor de la década. Ahí es nada, 10 años de literatura condensados en 100 libros. El jurado estuvo compuesto por diez escritores, periodistas, críticos, editores y libreros y sus resultados son tan discutibles como era de esperar. Sólo hay 10 libros que hayan conseguido más de un voto, lo que significa que los otros 90 fueron elegidos únicamente por una persona. Esto sólo se puede definir de una forma: dispersión. Se publica mucho y, quizá, aparentemente muy bueno (o por lo menos que a los lectores nos gusta mucho, que no es lo mismo que sea bueno) y nadie es capaz de alcanzar un consenso claro sobre quien merece formar parte de un supuesto canon.
Esta realidad es la que siempre me ha hecho disculpar el que la literatura fantástica brille por su ausencia en semejantes listas. La gente de determinada generación (la mía, sin ir más lejos) se crió dentro del paradigma de que los libros buenos o eran realistas o no eran buenos. Por supuesto que muchos nos rebelamos contra semejante idea pero a costa de pasar por excéntricos o simplemente imbéciles. Y eso duró muchos años, demasiados.
Ahora queda de muy buen tono decir que bueno era Stanislaw Lem y sacar “Solaris” a colación cada dos por tres. Pero cuando en los 80 yo leía periódicos nadie parecía acordarse del bueno del polaco, y eso que de aquella estaba vivo.
Ese lastre justifica el que las personas de determinada edad (que, hoy por hoy, forman el núcleo de los críticos, escritores y editores de cierta fama y, por decirlo de alguna forma, poder) sigan ignorando pertinazmente todo lo que no huela a costumbrismo puro y duro.
Afortunadamente, las cosas están cambiando, por ejemplo, cuando murió Lem fue grato observar como una pléyade de jóvenes articulistas reivindicaron su figura sin complejos. Y estos cambios se empiezan anotar también en estas listas.
Y así, el libro número uno, o sea, el mejor de la década corresponde a “La fiesta del chivo” de Mario Vargas Llosa, el dos a “Tu rostro mañana” de Javier Marías y el tres a “La carretera” de Cormac McCarthy. Así que la ciencia ficción se lleva una más que honrosa medalla de bronce. No está mal, nada mal. Sinceramente, nunca pensé vivir este momento. Como dije en la entrada anterior, los tiempos están cambiando y mucho.
El resto del top ten no incluye más literatura fantástica (a menos que “Brooklyn Follies” de Paul Auster, en 9º puesto, entre en este campo, cosa que no puede afirmar por que no he leído el libro) pero si miramos los otros 90 títulos siguen apareciendo algunas sorpresas, nombres como, Palahniuk (“Error humano”), Murakami (“Kafka en la orilla”, “Sauce ciego mujer dormida”), Houellebecq (“La posibilidad de una isla”), Ishiguro (“Nunca me abandones”), Cristina Fernández Cubas (“Parientes pobres del diablo”) y Carrere (“Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos”).
No es una mala selección, hay fantástico clásico, terror, ciencia ficción, slipstream e, incluso, la biografía de Philip K. Dick. Son 8 libros, que a mí me parece poco pero que, indudablemente, es mucho en comparación con una lista similar que se hubiese hecho en 1989 o, incluso, en 1999 (me apresuro a aclarar que es posible que se me haya escapado algún título del que no tengo muchas referencias como, por ejemplo, David Foster Wallace con “Cosas supuestamente divertidas que nunca más volveré a hacer” o “Hell” de Tsutsui que está sin traducir, como se ve yo tampoco leo todo).
Y, sin embargo, aún me queda un cierto resquemor, un amargo regusto de boca. Por supuesto que no soy tan ingenuo como para esperar que aparezcan aquí autores plenamente de ghetto, los que son publicados en Nova, Gigamesh, Minotauro, Bibliopolis, AJEC o La Factoría de Ideas. No esperaba encontrarme a China Mieville, Thomas Disch, William Gibson, George R. R. Martin, Ian McLeod, Neal Stephenson, Ian McDonald, John M. Harrison, IainBanks o similares. Raro que no aparezca un Ballard o un Lem pero es posible que en esta década no se hayan publicado sus mejores obras.
Ahora lo que resulta imperdonable es que nadie se haya fijado en esa pequeña joya que es “Jonathan Strange y el señor Norrell” de Susanna Clarke y que en cambio si haya lugar para bodrios bestselleros como “La Biblia de barro” de Julia Navarro (por lo menos no está Matilde Asensi…).
En fin, los tiempos están cambiando pero aún debería de cambiar un poco más.