Este libro se ha publicado en tres volúmenes con un total de 1.214 páginas. La portada, un buen dibujo un tanto erotiquillo, es la misma para los tres tomos. La traducción, no muy buena, es de Marga Auerbach. La novela ganó los premios Locus (1988) y Hugo (1989).
Barceló lleva años comiéndonos el tarro sobre lo buenísima que es Cherryh (el Asimov de nuestros días) y uno se lo medio cree (inocente que soy), sobre todo cuando la señora se lleva premios y más premios. Total, que la empiezo a leer y no me impresiona mucho, pero me compro “Cyteen” por que se supone que es lo mejor de lo mejor, y vaya cagada. Si esto va a ser una de
las obras imprescindibles del género (Barceló dixit) Dios nos pille confesados. En primer lugar, el estilo es torpe y anodino (aunque la triste traducción puede tener algo que ver). En segundo lugar, la trama es trivial y enrevesada, ya se sabe, las luchas de poder y politiqueos con traiciones continuas. Algo que si ya es un coñazo en el mundo real, para que hablar de un universo de ficción. Jode bastante que se nos prometa mucho (la educación de un genio en un futuro lejano) y nos encontremos con Falcon Crest.
Por último, el universo que se describe es similar a “Un Mundo Feliz” pero presentado como algo deseable. Un mundo con un gobierno semi-fascista (la idea de democracia de Cherryh da risa… o miedo) y una sociedad basada en la creación de clones con determinadas características y habilidades (los alfa y beta de Huxley) sometidos a un constante lavado de cerebro ¡Y esto se nos presenta como deseable! Y para rematar, la protagonista, Ari, es un zorrón corruptor de menores que sólo desea perpetuarse en el poder de forma dictatorial. Y todo durante más de 1.000 páginas. La leche, vamos. Me ahorro más detalles sobre el argumento por que ni merece la pena.
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Sobre Cherryh ya hablaré otro día por que en el 95 me leí unos cuantos libros suyos (aunque ya se adivina mi opinión al respecto). Pero “Cyteen” (a pesar de lo malo que es) fue un libro importante en mi vida por que sirvió para abrirme los ojos a ciertas realidades. Hay dos datos de mi vida importantes para entender lo que me ocurrió al terminar de leer este libraco. El primero es que soy de naturaleza ingenua y confiada, puede que sea un rasgo más de mi infantilismo pero soy de los que se creen casi todo. Uno aprende, claro, a base de bofetones, pero cuando, por ejemplo, veo en la portada de un libro que es lo mejor desde la invención del chupa chups, pues me despierta curiosidad y, antes, me lo creía a pies juntillas.
La otra cuestión es mi soledad como lector de ciencia ficción. No es que me quiera poner como un abuelo pesado a contar batallitas pero, de verdad, las nuevas generaciones internautas no pueden ni imaginarse lo sólo que podía llegar a estar uno con su vicio por la ciencia ficción, sin nadie con quien compartirlo y visto como un bicho raro por los demás.
Eso provocó que mi gusto como lector se desarrollase de una forma autodidacta. Ahora es relativamente fácil saber quienes son los grandes autores y las grandes novelas de este campo, hay páginas de Internet, libros de consulta, de todo. Pero en los 70-80 no había nada de eso, y uno debía de guiarse por la intuición. Y la intuición se basaba en elegir a ciegas en función de las portadas y las sinopsis de los libros.
Por eso, cuando en los 90 se publicaron los libros de Pringle y Barceló, aquello fue una bendición, por lo menos para mí. Una guía que me sirvió para lanzarme con determinados autores que siempre había puesto en cuarentena. Lo malo es que tanto Pringle como, especialmente, Barceló no fueron, precisamente, los mejores gurus para iniciar a nadie en esto de la ciencia ficción.
Barceló, en concreto, se dedicó a hacer publicidad de una serie de autores por la sencilla razón de que iba a editarlos en su colección (puede que, además, le gustasen, vete tu a saber). Hubo alguno que me gustó (como Benford o Card) pero casi todos los demás (Brin, Bear, Cherryh, Tepper) me decepcionaron.
Y “Cyteen” fue una tremenda decepción, y una decepción costosa, no tanto por el dinero (por que fue un saldo que me salió por 1.185 pesetas, si lo hubiese comprado en su momento otro gallo me hubiese cantado: 4.600 pesetas, para ser exactos), como por la perdida de tiempo, que 1.200 páginas no se leen en dos días.
Así pues, poco a poco, aprendí a ser menos confiado y, sobre todo, a fiarme menos de Barceló como mentor. Por supuesto, no fue algo que ocurrió de la noche a la mañana, y aún piqué muchas veces más, pero “Cyteen” fue un hito al respecto, uno de los mayores fiascos como lector de ciencia ficción que he tenido nunca. Y de los errores se aprende, tarde y mal, puede, pero se aprende.