"Alejandro Magno y las Águilas de Roma" de Javier Negrete
Vaya por delante que esto no es un comentario crítico ni hecho con mala leche pero, a veces, los aficionados al fantástico somos de un infantil que aturde. Y servidor el primero. Mucho debatir sobre el carácter prospectivo de la ciencia ficción, o como el fantástico es un espejo deformado del mundo real y, a la hora de la verdad, nos mola más una buena batallita que a un tonto un cucurucho de pipas. Y si la batallita es rara e inverosímil y entra ya en el terreno de ¿Quién es más fuerte, Superman o Hulk?, para que vamos a hablar.
Todo esto viene a cuento por que “Alejandro Magno y las águilas de Roma” no deja de ser la fantasía enfebrecida de más de un friki, en este caso, de la historia militar sección Mundo Antiguo. Por qué, los que pertenecemos a ese selecto club, llevamos años planteándonos las mismas dudas que, al parecer, Javier Negrete tiene en este libro: ¿Cómo podría la falange hoplita haber derrotado a las legiones romanas?
Una pregunta retórica y con respuesta obvia: de ninguna de las maneras; por que, a la hora de la verdad, las legiones romanas hicieron polvo a las falanges griegas en Pidna y Rinoscéfalos sin mayores problemas. Pero uno no es friki por que sí, y la visión de una masa compacta de hoplitas hombro con hombro cargando a paso lento como un erizo con sus picas de varios metros y arrollando todo lo que se ponía a su paso no deja de ser algo que nos pone los pelos como escarpias. Vale, que sí, que somos raritos, pero, cada uno con lo suyo, otros disfrutan viendo broncas de verduleras en la TV sobre quien es el padre de según que hijos y la mayoría babea viendo a 22 millonarios en pantalón corto haciendo cosas raras con el pie y una pelota. Los de nuestra secta flipamos imaginando a fornidos hoplitas recibiendo una lluvia de pilum sobre sus escudos y aguantando a pie firme la embestida de los legionarios y sus gladium. Para gustos los colores.
Con todo esto queda claro que, en el fondo, toda la novela de Negrete es una excusa que desemboca en la mayor batalla de todos los tiempos. Que no es que no de disfrute de las aventurillas de sus personajes pero uno pasa páginas rapidito diciéndose: ¿Empiezan ya las hostias o qué?
Y alguno a estas alturas dirá, si los romanos dieron a los griegos sopas con hondas ¿a qué este alboroto? Fácil respuesta, cuando los romanos se toparon con los griegos, estos andaban ya en decadencia y con generales al mando más que mediocres, los romanos, en cambio, estaban cerca del cenit de su poderío militar. A más de uno le ha quedado la duda de que hubiese ocurrido si las cosas hubiesen estado más igualadas, por ejemplo, con unos griegos más en forma, unos romanos menos curtidos y algún general competente dirigiendo a los helenos, Alejandro Magno, por ejemplo.
Y de eso va esta bonita ucronía, de un Alejandro Magno que no muere a los 33 años en Babilonia (por cierto, según Negrete no de enfermedad si no de asesinato) y que, por tanto, decide echar un vistazo a Occidente y darse una vuelta por Italia para, de paso, conquistar Roma. A lo largo de la novela, Negrete nos regala todo su saber sobre el mundo antiguo (no en vano es profesor de lenguas clásicas) y, en este sentido, el libro funciona a la perfección como un texto divulgativo sobre cultura clásica.
Igualmente, es una perfecta novela histórica por qué, en principio, su único elemento fantástico es la ucronía creada por la supervivencia de Alejandro. Minotauro en este sentido hizo un poco de trampa y presentó la novela más en su vertiente histórica que en la ucrónica. En cierta forma, puedo entender esta postura, los frikis de la CF conocemos de sobra a Negrete e íbamos a comprar su libro con total seguridad, en cambio, los fans de la novela histórica no, y este truquillo les ha servido para conocer a un escritor más que competente (el éxito de “Salamina”, la siguiente novela totalmente histórica de Negrete parece demostrarlo).
Y, por supuesto, la historia es tremendamente adictiva. Personajes tópicos, de acuerdo, pero muy bien hechos y con una narración extremadamente fluida. A destacar un juego habitual en Negrete, la mezcla entre personajes pertenecientes a las esferas de poder (Alejandro, su familia y sus generales), junto a otros totalmente populares (en este caso, mayoritariamente, soldados). Esta técnica (tan vieja como la literatura) permite al madrileño dar una visión total de los acontecimientos, tanto al nivel de la alta política como la mirada a ras de tierra del soldado de infantería que muerde el polvo en medio del combate.
Eso sí, al final, la cabra tira al monte, y la querencia por el fantástico de Negrete acaba aflorando quieras o no. Hay elementos a lo largo del libro que a cualquier lector veterano le van dando pistas: ese meteorito que va a destruir el mundo, ese médico sin memoria y tan oportuno, el platónico mito de Er, … Sí, efectivamente, aquí hay tomate.
Lo malo es que ese tomate parece que va a demorarse, y es que, el principal hándicap de la narración es su carácter inconcluso, queda mucha historia por contar y Negrete lo promete en las últimas páginas: la aventura continuará en un hipotético libro titulado “El último viaje de Alejandro Magno”. Habrá que tener paciencia y esperar, aunque visto como anda el escritor afincado en Plasencia de liado con sus muchos proyectos, la cosa va para largo.
(Claro que si alguien tiene mucha prisa puede echarle un vistazo al relato “El mito de Er”, finalista del UPC 2001 y ganador del Ignotus 2003, la historia seminal de donde parte todo. Publicado en “Premios UPC 2001”. Ediciones B, Colección Nova Nº 149. Barcelona 2002)
Un par de detallitos para acabar. Lo más flojo del libro es, paradójicamente, el propio Alejandro Magno que queda demasiado desdibujado y etéreo, es posible que reflejar la psicología de semejante elemento sea muy difícil pero para alguien tan hábil en la construcción de personajes como Negrete no deja de ser un peculiar fallo, ¿quizá el peso de la leyenda pudo con el autor?
En cambio, los homenajes a Aristóteles (repentina y sorprendente estrella invitada) y a Tito Livio (el creador de la primera ucronía al preguntarse, sí, efectivamente, que hubiera ocurrido si Roma y Alejandro se hubiesen topado) me han parecido encantadores.
¡Ah! ¿Y la batalla? Como Dios manda, épica, salvaje y con sangre hasta los tobillos. Disfruté más que un cerdo en una era. Eso sí, Negrete, grecófilo declarado, hace un poquito de trampa, la victoria de la falange contra todo pronóstico se debe a que Alejandro se saca un par de ases de la manga en forma de engaños, espionajes y contraespionajes, un recurso pelín alambicado. En cambio, la premisa de que la caballería de Alejandro podría haber roto la retaguardia romana como al macedonio más le gustaba hacer resulta de lo más creíble. Eso sí, el general romano, como no, anda un poco obtuso de más y, en esencia, el combate final me recuerda bastante a la batalla de Cannas. Lo que no deja de tener su lógica, si Alejandro fue grande, Anibal no se quedaba atrás (y sí, uno es punicófilo ¿qué pasa?).
Todo esto viene a cuento por que “Alejandro Magno y las águilas de Roma” no deja de ser la fantasía enfebrecida de más de un friki, en este caso, de la historia militar sección Mundo Antiguo. Por qué, los que pertenecemos a ese selecto club, llevamos años planteándonos las mismas dudas que, al parecer, Javier Negrete tiene en este libro: ¿Cómo podría la falange hoplita haber derrotado a las legiones romanas?
Una pregunta retórica y con respuesta obvia: de ninguna de las maneras; por que, a la hora de la verdad, las legiones romanas hicieron polvo a las falanges griegas en Pidna y Rinoscéfalos sin mayores problemas. Pero uno no es friki por que sí, y la visión de una masa compacta de hoplitas hombro con hombro cargando a paso lento como un erizo con sus picas de varios metros y arrollando todo lo que se ponía a su paso no deja de ser algo que nos pone los pelos como escarpias. Vale, que sí, que somos raritos, pero, cada uno con lo suyo, otros disfrutan viendo broncas de verduleras en la TV sobre quien es el padre de según que hijos y la mayoría babea viendo a 22 millonarios en pantalón corto haciendo cosas raras con el pie y una pelota. Los de nuestra secta flipamos imaginando a fornidos hoplitas recibiendo una lluvia de pilum sobre sus escudos y aguantando a pie firme la embestida de los legionarios y sus gladium. Para gustos los colores.
Con todo esto queda claro que, en el fondo, toda la novela de Negrete es una excusa que desemboca en la mayor batalla de todos los tiempos. Que no es que no de disfrute de las aventurillas de sus personajes pero uno pasa páginas rapidito diciéndose: ¿Empiezan ya las hostias o qué?
Y alguno a estas alturas dirá, si los romanos dieron a los griegos sopas con hondas ¿a qué este alboroto? Fácil respuesta, cuando los romanos se toparon con los griegos, estos andaban ya en decadencia y con generales al mando más que mediocres, los romanos, en cambio, estaban cerca del cenit de su poderío militar. A más de uno le ha quedado la duda de que hubiese ocurrido si las cosas hubiesen estado más igualadas, por ejemplo, con unos griegos más en forma, unos romanos menos curtidos y algún general competente dirigiendo a los helenos, Alejandro Magno, por ejemplo.
Y de eso va esta bonita ucronía, de un Alejandro Magno que no muere a los 33 años en Babilonia (por cierto, según Negrete no de enfermedad si no de asesinato) y que, por tanto, decide echar un vistazo a Occidente y darse una vuelta por Italia para, de paso, conquistar Roma. A lo largo de la novela, Negrete nos regala todo su saber sobre el mundo antiguo (no en vano es profesor de lenguas clásicas) y, en este sentido, el libro funciona a la perfección como un texto divulgativo sobre cultura clásica.
Igualmente, es una perfecta novela histórica por qué, en principio, su único elemento fantástico es la ucronía creada por la supervivencia de Alejandro. Minotauro en este sentido hizo un poco de trampa y presentó la novela más en su vertiente histórica que en la ucrónica. En cierta forma, puedo entender esta postura, los frikis de la CF conocemos de sobra a Negrete e íbamos a comprar su libro con total seguridad, en cambio, los fans de la novela histórica no, y este truquillo les ha servido para conocer a un escritor más que competente (el éxito de “Salamina”, la siguiente novela totalmente histórica de Negrete parece demostrarlo).
Y, por supuesto, la historia es tremendamente adictiva. Personajes tópicos, de acuerdo, pero muy bien hechos y con una narración extremadamente fluida. A destacar un juego habitual en Negrete, la mezcla entre personajes pertenecientes a las esferas de poder (Alejandro, su familia y sus generales), junto a otros totalmente populares (en este caso, mayoritariamente, soldados). Esta técnica (tan vieja como la literatura) permite al madrileño dar una visión total de los acontecimientos, tanto al nivel de la alta política como la mirada a ras de tierra del soldado de infantería que muerde el polvo en medio del combate.
Eso sí, al final, la cabra tira al monte, y la querencia por el fantástico de Negrete acaba aflorando quieras o no. Hay elementos a lo largo del libro que a cualquier lector veterano le van dando pistas: ese meteorito que va a destruir el mundo, ese médico sin memoria y tan oportuno, el platónico mito de Er, … Sí, efectivamente, aquí hay tomate.
Lo malo es que ese tomate parece que va a demorarse, y es que, el principal hándicap de la narración es su carácter inconcluso, queda mucha historia por contar y Negrete lo promete en las últimas páginas: la aventura continuará en un hipotético libro titulado “El último viaje de Alejandro Magno”. Habrá que tener paciencia y esperar, aunque visto como anda el escritor afincado en Plasencia de liado con sus muchos proyectos, la cosa va para largo.
(Claro que si alguien tiene mucha prisa puede echarle un vistazo al relato “El mito de Er”, finalista del UPC 2001 y ganador del Ignotus 2003, la historia seminal de donde parte todo. Publicado en “Premios UPC 2001”. Ediciones B, Colección Nova Nº 149. Barcelona 2002)
Un par de detallitos para acabar. Lo más flojo del libro es, paradójicamente, el propio Alejandro Magno que queda demasiado desdibujado y etéreo, es posible que reflejar la psicología de semejante elemento sea muy difícil pero para alguien tan hábil en la construcción de personajes como Negrete no deja de ser un peculiar fallo, ¿quizá el peso de la leyenda pudo con el autor?
En cambio, los homenajes a Aristóteles (repentina y sorprendente estrella invitada) y a Tito Livio (el creador de la primera ucronía al preguntarse, sí, efectivamente, que hubiera ocurrido si Roma y Alejandro se hubiesen topado) me han parecido encantadores.
¡Ah! ¿Y la batalla? Como Dios manda, épica, salvaje y con sangre hasta los tobillos. Disfruté más que un cerdo en una era. Eso sí, Negrete, grecófilo declarado, hace un poquito de trampa, la victoria de la falange contra todo pronóstico se debe a que Alejandro se saca un par de ases de la manga en forma de engaños, espionajes y contraespionajes, un recurso pelín alambicado. En cambio, la premisa de que la caballería de Alejandro podría haber roto la retaguardia romana como al macedonio más le gustaba hacer resulta de lo más creíble. Eso sí, el general romano, como no, anda un poco obtuso de más y, en esencia, el combate final me recuerda bastante a la batalla de Cannas. Lo que no deja de tener su lógica, si Alejandro fue grande, Anibal no se quedaba atrás (y sí, uno es punicófilo ¿qué pasa?).