"Viajes a la Luna"
Cuando uno lee un libro como este, en el que todos los relatos son anteriores al siglo XIX, es cuando surge rápidamente el peliagudo caso de la proto-ciencia ficción.
Y es que, es este un concepto problemático. A grandes rasgos sería algo así como la ciencia ficción escrita antes de la ciencia ficción. Vale, no me he explicado si no que he liado más las cosas. Probemos de nuevo, cosas parecidas a la ciencia ficción pero que no eran realmente ciencia ficción.
Y aquí es cuando me surge la duda, ¿por qué sin son parecidos a la ciencia ficción no son ciencia ficción? ¿Acaso por un mero criterio cronológico? Ya se sabe, la ciencia ficción nace en 1818 con el “Frankenstein” de Mary Shelly, lo escrito anteriormente no es ciencia ficción aunque se le parezca, debe ser otra cosa.
Lo siento, no me convence. Probablemente por deformación profesional, cuando uno ha estudiado Historia y vive de enseñarla es consciente de hasta que punto los hitos y jalones que la periodizan son artificiales y porosos.
Sí hubiese un algo similar a Frankenstein escrito en 1815 pero menos famoso que la obra de Shelly se le definiría como proto-ciencia ficción lo que, se reconocerá, no deja de ser absurdo.
Personalmente prefiero profundizar algo más en la propia definición del término ciencia ficción para intentar resolver el problema. Lo malo es que no existe una definición consensuada de este género literario y sí un debate tan estéril como, a la larga, tedioso.
Intentemos simplificarlo, ciencia ficción consta de dos palabras y, resumiéndolo mucho, podríamos decir que es un tipo de literatura donde las especulaciones científicas juega un papel importante. Pueden ser el eje de la trama o un simple decorado, tratarse de ciencia real o seudociencias, ser ciencias dura o disciplinas cuyo status está en discusión, pero lo científico tiene que aparecer de alguna manera.
Y ahora es cuando llegamos a la base de mi argumentación, que no deja de ser una perogrullada. Por definición, sin ciencia no es posible que haya ciencia ficción. Pero claro, eso que llamamos ciencia ha tenido un largo y complejo proceso de gestación. Los griegos fueron los primeros en tener algo parecido a la ciencia, los romanos también (aunque lo suyo se centró más en lo tecnológico). La Edad Media, en cambio, fue un páramo científico y la ciencia no volvería a imponerse si no tras un largo proceso de lucha que abarca los siglos XV a XVIII. El XIX es el primero de los siglos científicos, de ahí que una obra como “Frankenstein” tenga ese carácter de hito, aunque sólo sea por una cuestión cronológica.
Pero igual de científicos fueron Galileo, Kepler o Newton que sus colegas decimonónicos. Así que resulta un tanto extraño el descartar las obras escritas en el XVII o el XVIII como proto-ciencia ficción y dejar para las del XIX la gloria de incluirlas en el canon de la auténtica ciencia ficción. La propia evolución histórica de la visión científica del mundo, desde los albores del XV, perseguida y discutida, hasta su éxito en el XIX, explica el por qué las primeras obras de ciencia ficción son más escasas y fantásticas que, por ejemplo, las del siglo XX.
Fantasía, por otra parte, utilizada como argumento para excluirlas del santuario de la ciencia ficción. Así se ha señalado que los métodos para viajar a la Luna que aparecen en estos relatos son tan absurdos e irreales, tan poco científicos, que no pueden incluirse en la ciencia ficción. Claro, Luciano de Samosata hace que sus protagonistas lleguen a nuestro satélite en barco gracias a una tormenta, Godwin que sea mediante un carro tirado por gansos y Cyrano de Bergerac mediante vasijas llenas de rocío atadas a una persona cuya evaporación provoca su elevación.
De acuerdo, suena ridículo, y los propios autores sabían que lo era. Pero, con todo, no es menos ridículo que otros sistemas para viajar a la Luna ideados por los supuestos auténticos autores de ciencia ficción. Por ejemplo, Julio Verne y su famoso cañón, lástima que el francés no hiciese bien los cálculos y el cañón que aparece en su obra sea demasiado corto (y por tanto su proyectil no llegaría nunca a la Luna). Por no hablar de un tema llamado aceleración que convertiría en pulpa a los ocupantes del proyectil. El viaje a la Luna de Verne es tan absurdo como el de Godwin y él lo sabía (sus conocimientos matemáticos no eran precisamente escasos).
O si no Wells que ni corto ni perezoso se inventa una especie de mineral antigravitatorio (la cavorita) para elevar su nave hasta la Luna y que posee el mismo rigor científico que el rocío de Cyrano, que, curiosamente, si acertó al describir los cohetes como el mejor sistema para salir de nuestro planeta.
En fin, que los árboles no nos están dejando ver el bosque. Lo importante es que Verne y Wells sabían que la Luna era un satélite y que podía contar con un ecosistema similar a la Tierra (luego no fue así, pero eso no invalida la especulación). No creían que la Luna fuese una diosa, un espejo, un fanal. Y eso lo sabían gracias a los avances astronómicos (o sea, científicos) de su época. Lo mismo ocurre con Godwin o Cyrano, especulan sobre la Luna y la pluralidad de los mundos por qué esas son las modas científicas de su época.
Además, hay otra similitud muy curiosa entre viejos y nuevos autores. El viaje a la Luna no deja de ser una excusa para mostrar otra cosa. Cyrano crea toda una sociedad selenita a modo utópico para criticar la sociedad de su época, algo de eso hay en la obra de Godwin pero este, al igual que Luciano, prefiere centrarse en la aventura pura y dura.
Y lo mismo puede decirse de Wells y Verne, sus libros no son únicamente libros sobre como ir a la Luna (bueno, el de Verne casi sí). Son libros de aventuras y con objetivos mayores, en el caso del francés la glorificación de la ciencia y la tecnología moderna capaces de todo, hasta de llegar a la Luna. En el caso del británico, incluye una poderosa crítica social al mostrarnos una sociedad tipo colmena, rígida y mecanicista como, en cierta forma, lo era la muy clasista sociedad inglesa de la época.
Por tanto, los relatos de este libro no son proto-ciencia ficción, son ciencia ficción antigua, rara, extraña, incluso caduca, pero tan ciencia ficción como Wells, Verne o Heinlein que también especuló sobre como llegar a nuestro satélite (y en su caso para glorificar la libre empresa).
¿Y cómo son estos relatos? Pues, realmente, fascinantes. Especialmente por lo distintos que son en estilo y tono en comparación con lo que se escribe ahora. Luciano de Samosata y su “Historia Verdadera” es un prodigio de imaginación y sentido del humor, si me quisiera poner pedantito podría emparentarlo con Vance pero creo que sería estirar demasiado la cuerda.
Godwin ha sido todo un descubrimiento, su obra “Aventuras de Domingo González en su viaje lunar” es un perfecto equilibrio entre la burla y la aventura, la imaginación desaforada y la crítica social. Paradójicamente, el más moderno de todos.
En cambio, no puedo decir lo mismo de Cyrano de Bergerac. Su “Historia cómica de los estados e imperios de la Luna” está bien escrita y presenta planteamientos muy interesantes dentro de la utopía y la crítica social (por ejemplo al describir a los selenitas como bestias, un antecedente de Swift), pero está lastrada por un exceso de discusión teórica sobre las disputas filosóficas de su época que se hace demasiada farragosa y compleja para el no iniciado.
La obra de Wilkins, “El descubrimiento de un nuevo mundo en la Luna”, es quizá un ejemplo de cómo el “hard” envejece pavorosamente. No es narrativa si no un ensayo científico que especula sobre la Luna, sus habitantes y como llegar hasta ella. No deja de ser una curiosidad arqueológica sin mayor interés.
Por último, “Micromegas” de Voltaire, probablemente el mejor cuento del volumen, una burla cruel sobre el papel del hombre en el universo. Un gran relato pero que no encaja del todo en un volumen sobre viajes a la Luna (su protagonista viene de Sirio).
Igualmente interesantes y reveladores son los textos de Carlos García Gual, el editor de esta pequeña joya.
La edición de “Viajes a la Luna” es un ejemplo de profesionalidad, ilustraciones de época, buen gusto en la maquetación, excelente traducción, abundante aparato crítico…
La única pega es que algunos textos son fragmentos de obras mayores (Luciano, Wilkins) una práctica que no me acaba de convencer. Es una pena que la editorial ELR no haya tenido suerte en el reñido mundo del libro y que títulos como este se hayan saldado, tenía un catálogo original e interesante. Aunque es posible que el buen precio anime a más gente a descubrir sus obras.
Y es que, es este un concepto problemático. A grandes rasgos sería algo así como la ciencia ficción escrita antes de la ciencia ficción. Vale, no me he explicado si no que he liado más las cosas. Probemos de nuevo, cosas parecidas a la ciencia ficción pero que no eran realmente ciencia ficción.
Y aquí es cuando me surge la duda, ¿por qué sin son parecidos a la ciencia ficción no son ciencia ficción? ¿Acaso por un mero criterio cronológico? Ya se sabe, la ciencia ficción nace en 1818 con el “Frankenstein” de Mary Shelly, lo escrito anteriormente no es ciencia ficción aunque se le parezca, debe ser otra cosa.
Lo siento, no me convence. Probablemente por deformación profesional, cuando uno ha estudiado Historia y vive de enseñarla es consciente de hasta que punto los hitos y jalones que la periodizan son artificiales y porosos.
Sí hubiese un algo similar a Frankenstein escrito en 1815 pero menos famoso que la obra de Shelly se le definiría como proto-ciencia ficción lo que, se reconocerá, no deja de ser absurdo.
Personalmente prefiero profundizar algo más en la propia definición del término ciencia ficción para intentar resolver el problema. Lo malo es que no existe una definición consensuada de este género literario y sí un debate tan estéril como, a la larga, tedioso.
Intentemos simplificarlo, ciencia ficción consta de dos palabras y, resumiéndolo mucho, podríamos decir que es un tipo de literatura donde las especulaciones científicas juega un papel importante. Pueden ser el eje de la trama o un simple decorado, tratarse de ciencia real o seudociencias, ser ciencias dura o disciplinas cuyo status está en discusión, pero lo científico tiene que aparecer de alguna manera.
Y ahora es cuando llegamos a la base de mi argumentación, que no deja de ser una perogrullada. Por definición, sin ciencia no es posible que haya ciencia ficción. Pero claro, eso que llamamos ciencia ha tenido un largo y complejo proceso de gestación. Los griegos fueron los primeros en tener algo parecido a la ciencia, los romanos también (aunque lo suyo se centró más en lo tecnológico). La Edad Media, en cambio, fue un páramo científico y la ciencia no volvería a imponerse si no tras un largo proceso de lucha que abarca los siglos XV a XVIII. El XIX es el primero de los siglos científicos, de ahí que una obra como “Frankenstein” tenga ese carácter de hito, aunque sólo sea por una cuestión cronológica.
Pero igual de científicos fueron Galileo, Kepler o Newton que sus colegas decimonónicos. Así que resulta un tanto extraño el descartar las obras escritas en el XVII o el XVIII como proto-ciencia ficción y dejar para las del XIX la gloria de incluirlas en el canon de la auténtica ciencia ficción. La propia evolución histórica de la visión científica del mundo, desde los albores del XV, perseguida y discutida, hasta su éxito en el XIX, explica el por qué las primeras obras de ciencia ficción son más escasas y fantásticas que, por ejemplo, las del siglo XX.
Fantasía, por otra parte, utilizada como argumento para excluirlas del santuario de la ciencia ficción. Así se ha señalado que los métodos para viajar a la Luna que aparecen en estos relatos son tan absurdos e irreales, tan poco científicos, que no pueden incluirse en la ciencia ficción. Claro, Luciano de Samosata hace que sus protagonistas lleguen a nuestro satélite en barco gracias a una tormenta, Godwin que sea mediante un carro tirado por gansos y Cyrano de Bergerac mediante vasijas llenas de rocío atadas a una persona cuya evaporación provoca su elevación.
De acuerdo, suena ridículo, y los propios autores sabían que lo era. Pero, con todo, no es menos ridículo que otros sistemas para viajar a la Luna ideados por los supuestos auténticos autores de ciencia ficción. Por ejemplo, Julio Verne y su famoso cañón, lástima que el francés no hiciese bien los cálculos y el cañón que aparece en su obra sea demasiado corto (y por tanto su proyectil no llegaría nunca a la Luna). Por no hablar de un tema llamado aceleración que convertiría en pulpa a los ocupantes del proyectil. El viaje a la Luna de Verne es tan absurdo como el de Godwin y él lo sabía (sus conocimientos matemáticos no eran precisamente escasos).
O si no Wells que ni corto ni perezoso se inventa una especie de mineral antigravitatorio (la cavorita) para elevar su nave hasta la Luna y que posee el mismo rigor científico que el rocío de Cyrano, que, curiosamente, si acertó al describir los cohetes como el mejor sistema para salir de nuestro planeta.
En fin, que los árboles no nos están dejando ver el bosque. Lo importante es que Verne y Wells sabían que la Luna era un satélite y que podía contar con un ecosistema similar a la Tierra (luego no fue así, pero eso no invalida la especulación). No creían que la Luna fuese una diosa, un espejo, un fanal. Y eso lo sabían gracias a los avances astronómicos (o sea, científicos) de su época. Lo mismo ocurre con Godwin o Cyrano, especulan sobre la Luna y la pluralidad de los mundos por qué esas son las modas científicas de su época.
Además, hay otra similitud muy curiosa entre viejos y nuevos autores. El viaje a la Luna no deja de ser una excusa para mostrar otra cosa. Cyrano crea toda una sociedad selenita a modo utópico para criticar la sociedad de su época, algo de eso hay en la obra de Godwin pero este, al igual que Luciano, prefiere centrarse en la aventura pura y dura.
Y lo mismo puede decirse de Wells y Verne, sus libros no son únicamente libros sobre como ir a la Luna (bueno, el de Verne casi sí). Son libros de aventuras y con objetivos mayores, en el caso del francés la glorificación de la ciencia y la tecnología moderna capaces de todo, hasta de llegar a la Luna. En el caso del británico, incluye una poderosa crítica social al mostrarnos una sociedad tipo colmena, rígida y mecanicista como, en cierta forma, lo era la muy clasista sociedad inglesa de la época.
Por tanto, los relatos de este libro no son proto-ciencia ficción, son ciencia ficción antigua, rara, extraña, incluso caduca, pero tan ciencia ficción como Wells, Verne o Heinlein que también especuló sobre como llegar a nuestro satélite (y en su caso para glorificar la libre empresa).
¿Y cómo son estos relatos? Pues, realmente, fascinantes. Especialmente por lo distintos que son en estilo y tono en comparación con lo que se escribe ahora. Luciano de Samosata y su “Historia Verdadera” es un prodigio de imaginación y sentido del humor, si me quisiera poner pedantito podría emparentarlo con Vance pero creo que sería estirar demasiado la cuerda.
Godwin ha sido todo un descubrimiento, su obra “Aventuras de Domingo González en su viaje lunar” es un perfecto equilibrio entre la burla y la aventura, la imaginación desaforada y la crítica social. Paradójicamente, el más moderno de todos.
En cambio, no puedo decir lo mismo de Cyrano de Bergerac. Su “Historia cómica de los estados e imperios de la Luna” está bien escrita y presenta planteamientos muy interesantes dentro de la utopía y la crítica social (por ejemplo al describir a los selenitas como bestias, un antecedente de Swift), pero está lastrada por un exceso de discusión teórica sobre las disputas filosóficas de su época que se hace demasiada farragosa y compleja para el no iniciado.
La obra de Wilkins, “El descubrimiento de un nuevo mundo en la Luna”, es quizá un ejemplo de cómo el “hard” envejece pavorosamente. No es narrativa si no un ensayo científico que especula sobre la Luna, sus habitantes y como llegar hasta ella. No deja de ser una curiosidad arqueológica sin mayor interés.
Por último, “Micromegas” de Voltaire, probablemente el mejor cuento del volumen, una burla cruel sobre el papel del hombre en el universo. Un gran relato pero que no encaja del todo en un volumen sobre viajes a la Luna (su protagonista viene de Sirio).
Igualmente interesantes y reveladores son los textos de Carlos García Gual, el editor de esta pequeña joya.
La edición de “Viajes a la Luna” es un ejemplo de profesionalidad, ilustraciones de época, buen gusto en la maquetación, excelente traducción, abundante aparato crítico…
La única pega es que algunos textos son fragmentos de obras mayores (Luciano, Wilkins) una práctica que no me acaba de convencer. Es una pena que la editorial ELR no haya tenido suerte en el reñido mundo del libro y que títulos como este se hayan saldado, tenía un catálogo original e interesante. Aunque es posible que el buen precio anime a más gente a descubrir sus obras.