domingo, febrero 24, 2008

Memoria Recuperada: "Carne" de Ian Watson


Traducción justita y un tanto pedante de Rafael Lasaletta, pero reconozco que tanto juego de palabras debe ser exasperante para cualquier traductor. En la portada una ilustración horrible. En general, la edición es la típica de esta colección de Edaf: anticuada y chillona. Además de la novela hay una introducción anodina de Alberto Santos Castillo.
Ian Watson es un magnífico escritor inglés de ciencia ficción, profundo y experimental, el nuevo Aldiss. Que se haya pasado al Terror es toda una sorpresa pero decidí seguirle en el viaje. Y aunque continúo pensando que su obra importante es la de ciencia ficción no puedo menos que reconocer que esta es una buena novela. Quizás Watson sea menos experimental, a fin de cuentas el Terror es un género más comercial, pero sigue teniendo un estilo pirotécnico y unas historias muy buenas.
La idea principal en sí es original, el espíritu de todas las atrocidades que el hombre ha cometido contra los animales empieza a vengarse. Por desgracia, elige como objetivo a un simpático matrimonio ecologista y a los miembros del Frente de Liberación Animal. Por supuesto, hay sangre a borbotones, muertes, sustos y todo eso, pero destaca el terror psicológico, la disección de cómo se derrumba un matrimonio, las relaciones agobiantes con unos vecinos odiosos, etc. Especialmente terrorífico es observar lo fácil que es destruir la vida de una persona (en este caso la del protagonista). También hay una cierta misoginia (los personajes femeninos son bastante cargantes aunque los masculinos tampoco destacan especialmente). En esencia, da la sensación de que Watson nos está mostrando un buen retrato de gente pequeña y falta de personalidad. Por supuesto, la novela acaba mal (aunque hay un pequeño respiro para algunos de los secundarios) y eso si que es una novedad. El Terror debe ser el único género comercial donde que las cosas acaben fatal no sólo es norma si no obligación.

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“Empotrados” fue la novela que me deslumbró de Watson. Sigo pensando que es uno de los grandes libros que la ciencia ficción ha dado al mundo. Por desgracia, mi idea de que Watson era el Aldiss de hoy fue un tanto prematura. Nunca volvió a alcanzar las cotas de su primera novela y, en ocasiones, cayó a niveles bochornosos (sólo hay que leer “El jardín de las delicias” para comprobarlo”). Su paso al Terror es, en el fondo, una confesión de su derrota como autor de ciencia ficción. O, puede, que de la derrota de este género frente al más pujante del Terror. En cualquier caso, “Carne” es una buena novela de Terror aunque no tan buena como “Empotrados”, pero, claro, alcanzar ese nivel debe ser harto difícil.

sábado, febrero 23, 2008

Requetesaldos

Los saldos de las editoriales de ciencia ficción son tan inevitables como peculiares y, a veces, previsibles. Aunque suelen aparecer en determinadas fechas (como las actuales), a veces van por libre y, sobre todo, nunca se sabe que autores y libros van a sufrir esa suerte. Aunque, en otras ocasiones, la cosa está cantada.
Ahora mismo andan por el mercado disponibles varios títulos de Minotauro y otros de Ediciones B. Ambos tiene su lógica y me llevan a una serie de reflexiones.
Ediciones B ha saldado los ejemplares correspondientes a las ediciones del 2001, 2002 y 2003 de los Premios UPC (atentos al de 2001, una joya con Negrete y Cotrina dando lo mejor de si mismos). Hasta el momento, lo obvio, todos los premios UPC se han saldado más tarde o más temprano. Y ahora el pensamiento: el premio UPC es uno de los más jugosos (en dinero) y de los más importantes (sólo hay que ver a alguno de los ganadores, aunque la irregularidad es también sorprendente) galardones de ciencia ficción de nuestro país. Y, sin embargo, nunca consigue rentabilizar su inversión. El público no responde, pilas y pilas de UPC se amontonan en las librerías de saldos. ¿Tiene sentido seguir manteniendo un premio literario que muy pocos leen? ¿Tan poca gente es aficionada a la ciencia ficción como para que esos libros pasen sin pena ni gloria? Son preguntas retóricas, no creo que sea necesario responderlas. Lo único llamativo de este saldo de B es que no haya afectado a otros títulos de su colección al margen del UPC.
El otro saldo, más jugoso, afecta a Minotauro y también tiene sus piezas de interés (Crowley, Aguilera, la antología de Franco). Tampoco llama mucho la atención ya que es la tendencia habitual de esta editorial en los últimos años. Minotauro ha tenido una evolución fácil de resumir, con Porrua se editaba a autores de calidad y se mantenían los títulos en las librerías durante años, nunca se saldaba y el fenómeno Tolkien era el motor económico de la casa. Cuando Planeta compró el sello, su nuevo director, Lorenzana, intentó seguir una política similar con algunos cambios interesantes: la aparición de autores españoles y sudamericanos y la creación de un premio importante de literatura fantástica. Se le criticó con un poco de acritud (y yo el primero) pero, tras su destitución, hay que reconocer que se le echa de menos. Los actuales dirigentes de Minotauro han decidido darle un cambio radical a la editorial: se salda a tutiplén todo tipo de autores que no cumplen un mínimo de ventas, la calidad es lo de menos y hay prisa por demostrar la rentabilidad de determinados títulos (si a los tres meses el libro no funciona, al saldo). Además, la nueva política de ediciones es, cuando menos, muy diferente a la habitual, con un marcado predominio del terror y de autores, por ser delicados, no de primera fila.
Cuando uno ve como se saldan libros de Crowley (uno de los estilistas más finos de la literatura fantástica actual) o de Aguilera (quizá el autor español con una trayectoria más firme e interesante) para dejar sitio a cosas como las obras de Tabitha King (principal mérito: ser la mujer de Stephen King) o de Shaun Hutson (uno de los peores escritores de terror de la historia, un título en disputa pero que se lleva con creces) uno no puede menos que suspirar y desear, únicamente, que le cambien el nombre a la editorial. Por aquello de que Minotauro fue lo que fue que bien poco tiene que ver con lo que ahora es.

viernes, febrero 15, 2008

Memoria Recuperada: "Hierba" de Sheri Tepper


La traducción, buena, es de Albert Solé, la portada presenta un acertado dibujo impresionista de hierba. Estamos ante una autora desconocida en España y bastante novel en Estados Unidos pero que ya empieza a sonar. Y ante una novela que fue finalista del Hugo en 1989. En fin, todo muy prometedor y, afortunadamente, las promesas se cumplieron. Tepper es una magnífica escritora de tipo feminista muy en la línea de Russ pero, estilísticamente, más cercana a LeGuin, aunque posee una cualidad para reflejar el desasosiego difícil de comparar con nadie.
La historia en sí es bastante inverosímil y extravagante y hay que reconocer la habilidad de Tepper para hacerla creíble y engancharte. Un futuro lejano y bastante deprimente, la Tierra controlada por una increíble y ridícula tiranía religiosa (ridícula para Europa, vista la idiosincrasia estadounidense bastante factible), la mujer ha vuelto a ser colocada como objeto decorativo y sólo los católicos parecen ser aceptados como tímida oposición. Y aquí tenemos una agradable e incisiva crítica sobre el machismo tradicional (no hay un solo personaje masculino aceptable), la estupidez de la religión en general y el cinismo del catolicismo en particular. Pero esto es únicamente el cascarón, hay una plaga horrible y sin cura (¡Ay! los tiempos del SIDA) que amenaza con destruir a toda la humanidad y la única solución a ella está en el planeta Hierba, un lugar extraño y surrealista (muy buena la ambientación) en el cual extrañas razas alienígenas parecen controlar y manipular a los humanos dentro de un juego mortal llamado cacería.
Obviamente, la novela es mucho más compleja que todo esto y destaca sobre todo el personaje de Marjorie, la protagonista, que, como en “Casa de muñecas” soluciona todos los problemas y rompe con el machismo dominante.

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No he vuelto a leer nada de Tepper, otra de tantas asignaturas pendientes, pero por lo visto y leído nunca volvió a alcanzar el nivel de “Hierba”. Es bastante cierto que me pasé un tanto al compararla con autoras como Russ y LeGuin, aunque temáticamente este en esta línea, quizás Kress sea una referencia más correcta. En cualquier caso “Hierba” fue un libro que me gustó mucho y que es bastante impactante. Creo recordar que se montó un pequeño escándalo por que el traductor echó pestes del libro públicamente, mi memoria no es muy buena así que si alguien se sabe mejor la historia que nos la cuente a todos.
Si la historia es así no acabo de entender el por que de tanto lío. “Hierba” es un libro bastante inverosímil, es cierto, alambicado y con una historia que, analizada fríamente, es rara de naricee. Pero creo que Tepper lo hizo bastante bien, creo unos extraterrestres complejos y convincentes y una sociedad futura convenientemente desagradable (aunque bastante menos original). En esta ocasión su escritura posee la suficiente fuerza como para hacer creíble la historia mientras uno se la va leyendo y sólo al final, una vez cerrado el libro, somos conscientes de la sarta de alucinaciones que nos hemos tragado. Esto no es una crítica sino una alabanza por que, a la larga, es una de las bases de la ciencia ficción: escribir historias absurdas y anormales pero hacerlo de tal forma que parezcan reales. Sólo los muy buenos lo consiguen más de una vez, Tepper, al menos, en esta ocasión lo consiguió. Merece nuestro reconocimiento por ello, en mi modesta opinión.

lunes, febrero 11, 2008

"La Princesa y Curdie" de George MacDonald


Es indudable que para el común de los lectores si hablamos de literatura infantil fantástica inglesa en el siglo XIX el primer (y seguro que a veces único) nombre que se viene a la cabeza será el de Lewis Carroll y sus novelas sobre Alicia. Es autor de fama universal, poseedor de una obra inmortal pero que, por desgracia, precisamente debido a todo eso, ha eclipsado a otros compañeros suyos también importantes. Es un poco esa manía que hay de buscar un único representante para cualquier campo del pasado y que lleva a que dejemos de lado a autores que en vida gozaron de reconocimiento y prestigio pero que hoy en día padecen el olvido bajo la tiranía del “representante único”.
Por supuesto que Carroll fue un gran autor de literatura infantil pero la época victoriana fue rica en este campo y muchos escritores hicieron aquí sus pinitos (como Oscar Wilde) o se dedicaron de lleno a este género.
Días atrás hable de uno de ellos, Charles Kingsley, pero, probablemente, el que gozó de mayor fama en vida, con el permiso de Carroll, fue George MacDonald.
A MacDonald se le sigue publicando aunque su nombre suena poco fuera de determinados círculos. Algunos le tienen en mente ya que ha sido citado muchas veces como una posible influencia de Tolkien (cosa que este rechazaba de lleno y llegó a atormentarle un poco en su vejez) y también por que es bastante conocida la admiración que le profesaba C. S. Lewis. MacDonald publicó complejas obras alegóricas de corte fantástico para adultos como “Fantasías” o “Llith”. Todas ellas son muy simbólicas, muy religiosas (de una forma extraña, Macdonald era pastor de una ignota y peculiar secta protestante inglesa) y un tanto difíciles.
Parte de estos mimbres también aparecen en muchas de sus libros infantiles (los que en vida le dieron más fama), en ocasiones de una forma un tanto excesiva que hace dudar al lector moderno sobre si los niños de finales del XIX podrían ser capaces de entender tales mensajes (algunos de ellos sobre el sentido de la vida y la muerte un tanto ominosos). Aunque no podemos olvidar que un autor tan diferente como Kingsley hace cosas similares. En cualquier caso, MacDonald siempre me ha recordado un tanto a Michel Ende, el conocido escritor alemán autor de “La historia interminable”, también en demasiadas ocasiones responsable de obras un tanto espesas para las mentes infantiles y con el mismo gusto por lo alegórico y lo simbólico.
Claro está que Ende también escribió “La historia interminable”, donde sus defectos quedan casi ocultos y sus virtudes brillan de forma cegadora. A MacDonald le pasa algo parcido con “La princesa y los trasgos”, una pequeña obra maestra y una de las mejores novelas fantásticas inglesas del XIX sin distinción de edad.
“La princesa y los trasgos” fue un gran éxito en vida de MacDonald y, hoy en día, es una de las principales pruebas presentadas sobre su influencia sobre Tolkien. En cualquier caso, MacDonald decidió continuar la historia, aparentemente cerrada, y escribió su continuación: “La princesa y Curdie”.
Por desgracia, la famosa frase de que nunca segundas partes fueron buenas cobra aquí su pleno significado. Si la primera novela es un brillante ejemplo de imaginación, simbolismos llenos de riqueza, y con un significado relativamente claro, y moraleja final bastante optimista, “La princesa y Curdie" es todo lo contrario: un libro torpe, demasiado oscuro en ocasiones y, sobre todo, con un mensaje final desolador y lleno de tristeza. Una vez más la sensación que queda es determinar hasta que punto este libro era una lectura apropiada para los niños de 1890, por que para los de ahora, definitivamente no.
Parte del problema de MacDonald es que decide olvidar a la gran protagonista de su primera novela, la princesa, y sustituirla por el secundario de lujo, Curdie, el hijo del minero. En el presente libro, Curdie es el único y absoluto personaje del libro pero, lo que gana en extensión lo pierde en fuerza. Los hilos con los que se teje un personaje secundario deben ser más finos que los usados para un principal pero si el secundario gana en estatura esos mismo finos hilos deberían fortalecerse en la misma proporción. Eso no ocurre en este caso y Curdie no deja de ser un personaje hecho de una sola pieza, casi sin s¡fisuras y, por lo tanto, demasiado rigido como para ser real.
Triste y lamentable es que la simpática princesa que protagonizaba el primer tomo de esta saga quede convertida en un pálido fantasma, tan nimio y absurdo como incoherente respecto al primer libro.
Sin embargo, ahí no acaban los problemas de “La princesa y Curdie”, otro escollo importante es que la filosofía oculta detrás del libro es, como poco, discutible. El panorama presentado es realmente desolador. En toda la novela sólo Curdie, su familia y la princesa son presentados de una forma atractiva, el resto de los personajes son intrínsecamente malvados, mezquinos y/o débiles. Hay una sensación continua de yo sólo contra el mundo que, a la larga, acaba resultando molesta y hasta preocupante. Que en la capital el reino, sólo un par de personas sean de fiar mientras el resto es, directamente, repugnante no sólo es irreal si no también esclarecedor sobre la forma de ver el mundo que poseía el autor. Sabiendo de los intereses religiosos de MacDonald uno no puede dejar de pensar en la parábola del sembrador y en la idea de que muy pocas de las semillas dieron realmente fruto.
Ideas religiosas igual de intransigentes y un tanto utópicas no dejan de aparecer en el libro: el pecado mayor cometido por los habitantes de la capital es la avaricia, el afán de comerciar y sacar los mayores beneficios posibles a costa de todo. Una crítica directa contra la muy mercantil Inglaterra pero, me temo, con poco sentido en nuestros días.
Lo mismo puede decirse de la defensa acérrima del trabajo duro y la crítica feroz a la holganza, vista como el segundo de los grandes pecados del mundo. Esta es una idea muy protestante y muy victoriana (Kingsley, por ejemplo, incide en lo mismo en “Los niños del agua”) pero, de nuevo, un mensaje totalmente demode es estos tiempos de apología del hedonismo.
En cualquier caso, la visión triste y desesperanzada de la vida que presenta MacDonald (probablemente fruto de la muerte de alguno de sus hijos cuando todavía eran niños) acaba culminando en las últimas páginas del libro. Es cierto que Curdie y la princesa triunfan y reinan felices sobre el país, pero mueren sin hijos y la nueva monarquía acaba cometiendo los mismos errores del pasado y, esta vez, es castigada con cruel e inusitada dureza.
En cuanto a la influencia sobre Tolkien, el viejo profesor me perdone pero es muy evidente. Hay una clara influencia de orden moral y religioso (el católico Tolkien se pondría de los nervios con esta afirmación) reflejada en la defensa a ultranza de la redención aunque esta cueste sudar sangre (ahí esta Gollum), y en la crítica absoluta hacia la avaricia (el destino de la capital del reino y su corrupto último monarca recuerda un tanto a la destrucción de la ciudad del lago y la muerte de su gobernador en el “Hobbit”, en el mismo sentido está la figura de Smaug y Thorin “Escudo de Roble” muertos por la avaricia).
Luego hay una serie de escenas y episodios que recuerdan a otros de la obra de Tolkien. Curdie escondido en la bodega del palacio del rey, invisible a todos, recuerda a Bilbo en las bodegas del reino élfico del Bosque Negro. El rey envenenado por sus sirvientes más fieles que se recupera y vence a sus enemigos en una última batalla recuerda bastante el drama de Theoden y Grima, "Lengua de Serpiente". La figura de la dama mágica intemporal, sabia e indescifrable nos lleva directamente a Galadriel. Igual que en el caso de “La princesa y los trasgos”, de donde se podrían sacar ejemplos parecido, Tolkien usó, consciente o inconscientemente, mucho de la obra de MacDonald, lo que en si mismo no es malo ni bueno, simplemente recordemos que ningún escritor actúa sólo si no que todos cabalgan “a hombros de gigantes”.
En cualquier caso, igual que recomiendo encarecidamente “La princesa y los trasgos” como un gran libro sin paliativos no puedo menos que hacer lo contrario con “La princesa y Curdie” una obra totalmente decepcionante.

viernes, febrero 08, 2008

Memoria Recuperada: "Terror" de Frederick Polh


La traducción, aceptable, es de Domingo Santos. En la portada un dibujo esotérico (y poco afortunado) referente a la obra. Una novela de ciencia ficción de uno de los maestros clásicos que están entre mis favoritos (a pesar de su tendencia a escribir libros como churros), y, curiosamente, un libro atípico en él. Realmente, es ciencia ficción de un futuro muy, muy cercano y casi encaja mejor en la novela de espionaje. El único elemento de ciencia ficción del libro (y sobre el que gira toda la trama) es la existencia de una nueva arma estadounidense, una bomba de hidrógeno situada sobre un volcán de Hawai, su explosión provocaría un efecto climático devastador que empujaría a la U.R.S.S. a la catástrofe. Grupos terroristas y la K.G.B. intentan por todos los medios apoderarse de esta devastadora arma. Polh asegura que esta loca idea es factible… y cuando lo lee te lo crees a pies juntillas. Con todo, ciencia ficción, poquita, además, la ambientación en plena Guerra Fría, hoy por hoy, queda un poco obsoleta.
Sin embargo no deja de ser un tanto interesante, especialmente por las tesis que defiende el autor, bastante radicales para el yanki prototípico. Los personajes quedan un tanto descoloridos ante idea central de la obra: el equilibrio del terror entre las superpotencias y la existencia de grupos terroristas sin escrúpulos. La sensación de horro que generan estos grupos cuando actúan queda muy bien reflejada en la novela. Aquí los “malos” son independentistas hawaianos (original), situación que Polh aprovecha para criticar despiadadamente la política colonialista de E.E.U.U. en el Pacífico. Lo más fuerte es la equiparación final entre el terror de estos grupúsculos armados, con el terror generado por la carrera armamentística de las superpotencias. Polh señala, muy acertadamente, que sólo varía la escala, armas nucleares en vez de pistolas, y el mundo como rehén en vez de un avión de pasajeros. Duro pero incontestable.

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Aunque Frederick Polh es uno de mis autores favoritos, reconozco que, a pesar de lo prolífico de su producción, pocas veces consigue acertar de lleno. A veces creo que su mejor época coincidió con las colaboraciones con C. M. Kornbluth y que tras la muerte de este se hundió en una cierta mediocridad. Por supuesto, hay una brillante excepción que es una de las diez obras maestras de la ciencia ficción, “Pórtico” pero, me temo, es más la excepción que la regla. Y es una pena, por que Polh es una voz audaz dentro del panorama político de E.E.U.U., una persona con unas ideas izquierdistas que le acerca más al modo de ver las cosas de un europeo que de uno de sus compatriotas.
“Terror” presenta unas tesis tremendas que cobran una nueva luz a raíz del 11-S, pero, por desgracia, la novela tiene unos protagonistas tan mediocres y un estilo tan soso que todas estas interesantes ideas se diluyen en el tedio que a veces invade al lector. Por otro lado, hay que reconocer que al haber tan poca ciencia ficción en la novela Polh se desliza en el terreno del thriller o la novela de espionaje (de aquella no existía el término tecno-thriller, que a este libro le va que ni pintado, de hecho, a veces parece más de Michael Chrichton que de Frederick Polh) y estos son unos campos donde se mueve con una evidente torpeza, cuando uno piensa en lo que podría haber hecho un John Le Carre, un Frederick Forsyth o, incluso, un Ken Follet, con esta idea y lo que realmente saca Polh de ella no deja de sentirse una cierta tristeza.

jueves, febrero 07, 2008

200

200 entradas, ahí es nada. Cierto es que últimamente actualizo más tarde que antaño pero no es una mala cifra. Veamos cuanto aguanto y si habrá un 300 (espero que un poco diferente al de la película). Ganas no faltan pero como narra Nacho en su propia bitácora, a veces cuesta un poco encontrar de que escribir, sin olvidar la vida que se empeña en no dejarnos tiempo para estas pequeñas tonterías nuestras. En fin, que gracias por estar ahí leyendo.

miércoles, febrero 06, 2008

Memoria Recuperada: "El País de los Sueños" de Charles de Lint


Buena traducción de Hernán Sabaté. Precioso dibujo en la portada alusivo a la historia obra de Brian Froud. De hecho, el libro cuenta con bastantes (y muy buenas) ilustraciones de este artista. Al igual que en su otra novela disponible en castellano (“El país pequeño”), esta novela también va de fantasía contemporánea. Una pequeña ciudad de U.S.A., dos primas muy distintas (una niña pija y una macarrilla seudo-heavy) que viven juntas y se odian (cosas de adolescentes), y, de repente, ¡Zas! Magia a borbotones. De nuevo estamos ante un libro sobre la amistad y los sentimientos, sobre gente que deja todo por ayudar a sus amigos (y no tan amigos) y de gente con terribles problemas que consigue solucionarlos a través de una mezcla de viaje iniciático y ayuda de los demás. Obviamente, un mensaje muy positivo y humano (no me extraña que a Card le chifle de Lint), pero, afortunadamente, no cae en excesos babosos como es tan común en el género. La ambientación contemporánea es genial (heavies, punks, niños pijos, padres medio hippies, líos de adolescentes) y el aspecto mágico novedoso (los indios americanos y sus “tierras de los espíritus”, deliciosamente evocadas). Por supuesto, no es fantasía Light si no un tanto terrorífica (las aventuras de Ash y Nina están más cerca de Stephen King que de Tolkien) y, quizás, el único defecto del libro sea su brevedad. Todo transcurre muy deprisa (lo que no es del todo malo) y algunas preguntas quedan sin resolver (esperemos que haya segunda parte).

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Bueno, no sé si hubo o no segunda parte, en cualquier caso no llegó a España y no creo que nunca lo haga. “El país de los sueños” es un libro del que guardo un recuerdo más grato que de “El país pequeño”. Hace 13 años pensaba que el handicap del libro era su brevedad, hoy más bien pienso que es su principal virtud. Por aquellos años aún no conocía el término fantasía oscura, si no lo hubiese utilizado sin dudarlo. Esta es una obra que se ajusta a la perfección a ese subgénero. También es una novela juvenil y un buen ejemplo de cómo la sombra de Stephen King es alargada. Si algo se le puede reprochar a de Lint en este libro es el convertirse en el apóstol del buenrrollismo, aunque reconozco que le sale lo suficientemente bien como para no resultar cargante. En cualquier caso, un libro menor y artesanal pero digno, sin pretensiones y que proporciona un buen rato de sana diversión sin trascendencia.

lunes, febrero 04, 2008

"El Crepúsculo de los Dioses" de Richard Garnett


Hace unos meses, comente que en una antología ignota de autores fantásticos ingleses del XIX había descubierto un divertidísimo cuento de un autor para mí desconocido: Richard Garnett. Azuzado por lo bien que me lo pasé con el cuento “El demonio Papa” investigué por ahí y descubrí este “El crepúsculo de los dioses”, una obra maestra sin paliativos que recoge el cuento ya comentado y otros más de similar espíritu hasta llegar a un total de 17.
Richard Garnett es un autor inglés hasta la médula, erudito de rara sabiduría, autor de múltiples obras académicas sobre historia y literatura, poeta, biógrafo, director de la Biblioteca del Museo Británico, traductor, editor de grandes clásicos. Un personaje de una pieza pero que, curiosamente, ha pasado a la historia gracias a este librito de 1880, probablemente escrito más como divertimento que como otra cosa. Personalidades como T. E. Lawrence, Swinburne o H. G. Wells alabaron esta obra y, después de leída y disfrutada hasta la saciedad, no puedo estar más de acuerdo.
Garnett posee el sentido del humor más británico, ácido, inteligente, descreído y divertido de todo el XIX. Cada uno de estos cuentos es una pequeña obra maestra de ironía y sabiduría a partes iguales difíciles de olvidar y que, aunque parezca mentira, me ha recordado enormemente (y salvando las distancias) a los Monty Pyton..
Muchas de estas historias transcurren en escenarios remotos (como el Cáucaso) y en un época confusa (la transición del Imperio Romano a la Edad Media), lo que da pie al autor para dejar correr su imaginación y trufar esta de una suave erudición totalmente alejada de la pedantería. Como bien dice el título, nos hallamos en el momento del crepúsculo de los dioses, de los antiguos dioses grecolatinos que poco a poco se van desvaneciendo y van dejando paso a las nuevas deidades cristianas.
El relato inicial que da título al libro nos sitúa a la perfección dentro del marco de la obra, al narrarnos la liberación de Prometeo como parte del final de los antiguos dioses. El tono del relato, en cambio, es totalmente diferente respecto a los demás. Adecuadamente se elige un aire melancólico, nostálgico, casi poético y con una cierta aura de tristeza. Un cuento bello pero que se aleja totalmente de la corrosiva ironía y de la despiadada (y divertida) disección de las miserias humanas que protagonizan el resto de los relatos.
Antes comenté en plural el advenimiento de las nuevas deidades cristianas y no me he equivocado. Garnett es muy crítico con la religión cristiana de su época (más con la católica que con la protestante, todo hay que decirlo) y su cohorte de santos y demonios en poco se diferencia de los antiguos dioses. Pero no pensemos que estamos ante un libro anti-cristiano. La pluma de Garnett da para mucho y por estas páginas se da un demoledor repaso a filósofos, budistas y musulmanes, sin ir más lejos, y se llega casi al ensañamiento a la hora de hablar de las clases dirigentes, sean estas monárquicas o republicanas..
Es difícil determinar cual cuento es mejor o quedarse con uno. Todos brillan a gran altura y son tremendos. “El demonio Papa” es un buen ejemplo de por qué Garnett es tan bueno y no me extraña que fuese elegido para participar en la ya mencionada antología. Pero igual de divertidos son “Abdalá el adista”, “La ciudad de los filósofos”, “La cabeza purpúrea” o “La campana de San Eusquemón”, por poner algunos ejemplos, aunque, prácticamente, cualquier cuento del libro valdría.
Es una pena que Garnett no escribiera más sobre estos santos envidiosos unos de otros, demonios que son Papas, filósofos poco coherentes con sus principios, reyes despóticos, cortesanos pelotas, y tantas otras maravillas llenas de humor que corren por estas páginas. Una pena, de verdad.