"El Último Hombre" de Mary Shelley: Una Reflexión Sobre la Crítica
¿Para qué sirve la crítica? En ocasiones, leyendo algunos ejemplos sacados de internet, sección fandom, sencillamente para tirarnos los trastos a la cabeza e insultarnos un poquito, que eso desahoga. La crítica como excusa para la agresividad del macho dominante que intenta mantener a raya a los jóvenes turcos.
Otras veces para que el crítico demuestre lo listo que es, lo bien que escribe y la mala leche que puede llegar a gastar, eso sí, plena de ingenio y de gracia, para que la peña se eche unas risas y la cosa quede en plan guay, te estoy destrozando el libro pero como lo estoy haciendo tan bien y soy tan gracioso no te lo puedes tomar a mal, no nos agües la fiesta chaval. La crítica como sustitución del psiquiatra, si no puedo escribir un libro, por lo menos demostraré que nadie puede y que en 300 líneas soy más molón que un autor en 300 páginas.
Es posible que todos los que alguna vez hemos hecho pública la crítica de una obra hayamos jugado a esto, puede que no de forma consciente, pero seguramente lo hemos hecho. Claro, que, personalmente, prefiero suponer que cuando alguien critica un libro, humildemente, está intentando servir de guía, arrojar una luz sobre una camino oscuro y transitado. Hay tantos libros que leer y tan poco tiempo que es de agradecer que alguien te eche un cable, te diga este sí, este no, este según y como. De la misma manera el cable puede lanzarse también al sufrido autor, en forma de aliento, de colleja si viene al caso, pero, por lo menos, para que sea consciente que alguien le lee atentamente, aunque sea para ponerle a parir. En este caso la crítica como presunción, como orgullo desmedido de los que quieren demostrar lo mucho que saben y lo enmascaran bajo un falso altruismo.
Dios escribe recto con renglones torcidos, dice la sabiduría popular. Es posible que de todas las razones para ser crítico, está última sea la menos dañina.
Lo malo es que muy a menudo me pregunto si esto, realmente, vale para algo. Tiene sentido. Me explico. Simplificando mucho las cosas, en esencia, una crítica debe responder a la pregunta de si merece o no la pena leer un libro, y presentar las razones que justifican su respuesta, tanto si es afirmativa como si es negativa.
Si el crítico cree que el libro es bueno, en cierta forma, está asegurando que será una obra que perdurará, que es bueno ahora y que probablemente lo será dentro de veinte, cincuenta o cien años. Vale, es raro, no todas las obras perduran pero que levante la mano el primero que al leer un libro que le ha encantado no ha pensado: “es un clásico”, y se ha quedado admirado de su capacidad de presciencia.
Lo malo es que, a veces ni yo mismo me creo todo esto, y, muy a menudo, me planteo hasta que punto un crítico sabe realmente lo que está haciendo. ¿Cuántas de las supuestas obras maestras de hoy habrán pasado la prueba del tiempo, ese destructor de famas? Me temo que pocas, muy pocas. Y si no, tomemos por ejemplo un libro escrito hace casi doscientos años.
Se trata de una de las primeras novelas de ciencia ficción, “El último hombre” de Mary Shelley, publicado originalmente en 1826. A priori lo tiene todo para convertirse en un clásico, o, por lo menos, para gozar de la misma fama que “Frankenstein”. Una autora de prestigio, un estilo literario cuidado, personajes potentes, algunos avances tecnológicos interesantes, una hábil proyección política desde su época y un tema, la destrucción de la humanidad, que puede dar mucho juego. Repito, lo tiene todo para triunfar. Y de hecho lo hizo, no de forma abrumadora, es cierto, pero si fue un discreto éxito cuando salió a la luz.
Entonces ¿es bueno? ¿hay que leerlo? Seamos sinceros, me temo que la respuesta es un no bastante rotundo. A día de hoy, pocos lectores disfrutarán de esta lectura, ni siquiera los que gusten de “Frankenstein” o de los clásicos de la literatura gótica. El tiempo, en este caso concreto, ha sido inmisericorde.
Empecemos por este curioso 2070 que se ha imaginado Mary Shelley: los barcos se siguen moviendo a vapor, existen globos que permiten hacer el viaje entre Londres y Escocia en tan solo un día o dos (depende del viento). Inglaterra es una república, pero sigue existiendo una división social cercana al Antiguo Régimen, en el continente sigue primando el absolutismo, y griegos y turcos continúan luchando encarnizadamente desde los tiempos de Byron. Por cierto, la caballería y la infantería de línea siguen siendo las armas dominantes.
Sé de sobra que adivinar el futuro no es una labor de la CF, por supuesto, pero no vamos a negar que cuando se proyecta hacia adelante y luego el futuro se convierte en presente, e incluso en pasado, el lector se puede sentir totalmente descolocado cuando se da cuenta de que el autor está hablando realmente de su época, no de los años por venir. De 1826, no de 2070. Y ese choque entre el futuro soñado (y Shelley lo soñó de una forma muy poco ambiciosa) y nuestro presente real puede ser catastrófico.
Muchos de nosotros, cuando empezamos a leer CF, no nos dimos cuenta de este problema por que, a fin de cuentas, éramos contemporáneos de lo que se estaba escribiendo, el futuro que se escribía en 1970-80 (incluso en 1950-60) era nuestro presente, y todos tan contentos. Claro, ahora cuando releo esas historias y veo un 2020 donde soviéticos y estadounidenses andan a la gresca a menudo se me cae el libro de las manos. Para que hablar si eso ocurre con 1826.
Pero bueno, si su capacidad prospectiva ha caducado, por lo menos nos quedarán otros valores, digamos, más literarios, ya se sabe, si la novela está bien escrita se le pueden perdonar esos defectillos. Bueno, el libro son más de 500 páginas, la enfermedad que arrasa el mundo no aparece hasta la página 250, y la matanza como Dios manda, hasta la 350. El tempo narrativo ha variado algo en doscientos años. Y entre tanto, ¿de qué habla el libro? Pues entre tanto tenemos una novela sentimental, que cuenta los azares amorosos de cuatro personajes (dos hombre y dos mujeres) sospechosamente similares a Lord Byron y a alguna de sus amantes, y a Percy y Mary Shelley. Sí, Villa Diodati de nuevo. Y, además, unas cuantas intrigas absurdas para saber si la monarquía vuelve o no a Inglaterra, o si los griegos arrebatan de una vez a los turcos Constantinopla.
¿Y el estilo? Me temo que no hay nada que envejezca más que el estilo, esa alambicada, farragosa y declamatoria prosa romántica no es, precisamente, muy del gusto de nuestro acelerado y sincopado siglo XXI.
¿No se salva nada? Bueno, el final, las 150 últimas páginas tienen momentos interesantes, con una humanidad que poco a poco va desapareciendo del planeta hasta que, como indica el título, sólo que el último hombre. Salvando las distancias, tiene apuntes de la muy alabada “La carretera” de McCarthy, pero sólo son bocetos, las distancias entre McCarthy y Shelley, 1826 y 2006 son insalvables.
Así pues un libro que parecía tenerlo todo para triunfar y perdurar y ni una cosa ni la otra. Una víctima más del mortífero paso del tiempo. Algunos sobreviven a su siega, Shelley de hecho lo consiguió con “Frankenstein”, pero muy pocos lo consiguen, muy, muy pocos.
Por tanto, vuelvo a la pregunta del principio. ¿Para qué sirve la crítica? Y, me temo, no tengo una respuesta fácil ni sencilla. Para lucirse, para insultar, para demostrar lo estupendos que somos, para guiar e iluminar. De acuerdo, para todo eso, pero, también, por que al crítico le gusta escribir críticas, valga la perogrullada, polemizar, aconsejar, mostrare superior. Y allá cada uno con sus gustos y aficiones pero, un poco de humildad, y seamos conscientes que, quizá, acertar, lo que se dice acertar, tampoco tiene que ser un cometido de la crítica.
Otras veces para que el crítico demuestre lo listo que es, lo bien que escribe y la mala leche que puede llegar a gastar, eso sí, plena de ingenio y de gracia, para que la peña se eche unas risas y la cosa quede en plan guay, te estoy destrozando el libro pero como lo estoy haciendo tan bien y soy tan gracioso no te lo puedes tomar a mal, no nos agües la fiesta chaval. La crítica como sustitución del psiquiatra, si no puedo escribir un libro, por lo menos demostraré que nadie puede y que en 300 líneas soy más molón que un autor en 300 páginas.
Es posible que todos los que alguna vez hemos hecho pública la crítica de una obra hayamos jugado a esto, puede que no de forma consciente, pero seguramente lo hemos hecho. Claro, que, personalmente, prefiero suponer que cuando alguien critica un libro, humildemente, está intentando servir de guía, arrojar una luz sobre una camino oscuro y transitado. Hay tantos libros que leer y tan poco tiempo que es de agradecer que alguien te eche un cable, te diga este sí, este no, este según y como. De la misma manera el cable puede lanzarse también al sufrido autor, en forma de aliento, de colleja si viene al caso, pero, por lo menos, para que sea consciente que alguien le lee atentamente, aunque sea para ponerle a parir. En este caso la crítica como presunción, como orgullo desmedido de los que quieren demostrar lo mucho que saben y lo enmascaran bajo un falso altruismo.
Dios escribe recto con renglones torcidos, dice la sabiduría popular. Es posible que de todas las razones para ser crítico, está última sea la menos dañina.
Lo malo es que muy a menudo me pregunto si esto, realmente, vale para algo. Tiene sentido. Me explico. Simplificando mucho las cosas, en esencia, una crítica debe responder a la pregunta de si merece o no la pena leer un libro, y presentar las razones que justifican su respuesta, tanto si es afirmativa como si es negativa.
Si el crítico cree que el libro es bueno, en cierta forma, está asegurando que será una obra que perdurará, que es bueno ahora y que probablemente lo será dentro de veinte, cincuenta o cien años. Vale, es raro, no todas las obras perduran pero que levante la mano el primero que al leer un libro que le ha encantado no ha pensado: “es un clásico”, y se ha quedado admirado de su capacidad de presciencia.
Lo malo es que, a veces ni yo mismo me creo todo esto, y, muy a menudo, me planteo hasta que punto un crítico sabe realmente lo que está haciendo. ¿Cuántas de las supuestas obras maestras de hoy habrán pasado la prueba del tiempo, ese destructor de famas? Me temo que pocas, muy pocas. Y si no, tomemos por ejemplo un libro escrito hace casi doscientos años.
Se trata de una de las primeras novelas de ciencia ficción, “El último hombre” de Mary Shelley, publicado originalmente en 1826. A priori lo tiene todo para convertirse en un clásico, o, por lo menos, para gozar de la misma fama que “Frankenstein”. Una autora de prestigio, un estilo literario cuidado, personajes potentes, algunos avances tecnológicos interesantes, una hábil proyección política desde su época y un tema, la destrucción de la humanidad, que puede dar mucho juego. Repito, lo tiene todo para triunfar. Y de hecho lo hizo, no de forma abrumadora, es cierto, pero si fue un discreto éxito cuando salió a la luz.
Entonces ¿es bueno? ¿hay que leerlo? Seamos sinceros, me temo que la respuesta es un no bastante rotundo. A día de hoy, pocos lectores disfrutarán de esta lectura, ni siquiera los que gusten de “Frankenstein” o de los clásicos de la literatura gótica. El tiempo, en este caso concreto, ha sido inmisericorde.
Empecemos por este curioso 2070 que se ha imaginado Mary Shelley: los barcos se siguen moviendo a vapor, existen globos que permiten hacer el viaje entre Londres y Escocia en tan solo un día o dos (depende del viento). Inglaterra es una república, pero sigue existiendo una división social cercana al Antiguo Régimen, en el continente sigue primando el absolutismo, y griegos y turcos continúan luchando encarnizadamente desde los tiempos de Byron. Por cierto, la caballería y la infantería de línea siguen siendo las armas dominantes.
Sé de sobra que adivinar el futuro no es una labor de la CF, por supuesto, pero no vamos a negar que cuando se proyecta hacia adelante y luego el futuro se convierte en presente, e incluso en pasado, el lector se puede sentir totalmente descolocado cuando se da cuenta de que el autor está hablando realmente de su época, no de los años por venir. De 1826, no de 2070. Y ese choque entre el futuro soñado (y Shelley lo soñó de una forma muy poco ambiciosa) y nuestro presente real puede ser catastrófico.
Muchos de nosotros, cuando empezamos a leer CF, no nos dimos cuenta de este problema por que, a fin de cuentas, éramos contemporáneos de lo que se estaba escribiendo, el futuro que se escribía en 1970-80 (incluso en 1950-60) era nuestro presente, y todos tan contentos. Claro, ahora cuando releo esas historias y veo un 2020 donde soviéticos y estadounidenses andan a la gresca a menudo se me cae el libro de las manos. Para que hablar si eso ocurre con 1826.
Pero bueno, si su capacidad prospectiva ha caducado, por lo menos nos quedarán otros valores, digamos, más literarios, ya se sabe, si la novela está bien escrita se le pueden perdonar esos defectillos. Bueno, el libro son más de 500 páginas, la enfermedad que arrasa el mundo no aparece hasta la página 250, y la matanza como Dios manda, hasta la 350. El tempo narrativo ha variado algo en doscientos años. Y entre tanto, ¿de qué habla el libro? Pues entre tanto tenemos una novela sentimental, que cuenta los azares amorosos de cuatro personajes (dos hombre y dos mujeres) sospechosamente similares a Lord Byron y a alguna de sus amantes, y a Percy y Mary Shelley. Sí, Villa Diodati de nuevo. Y, además, unas cuantas intrigas absurdas para saber si la monarquía vuelve o no a Inglaterra, o si los griegos arrebatan de una vez a los turcos Constantinopla.
¿Y el estilo? Me temo que no hay nada que envejezca más que el estilo, esa alambicada, farragosa y declamatoria prosa romántica no es, precisamente, muy del gusto de nuestro acelerado y sincopado siglo XXI.
¿No se salva nada? Bueno, el final, las 150 últimas páginas tienen momentos interesantes, con una humanidad que poco a poco va desapareciendo del planeta hasta que, como indica el título, sólo que el último hombre. Salvando las distancias, tiene apuntes de la muy alabada “La carretera” de McCarthy, pero sólo son bocetos, las distancias entre McCarthy y Shelley, 1826 y 2006 son insalvables.
Así pues un libro que parecía tenerlo todo para triunfar y perdurar y ni una cosa ni la otra. Una víctima más del mortífero paso del tiempo. Algunos sobreviven a su siega, Shelley de hecho lo consiguió con “Frankenstein”, pero muy pocos lo consiguen, muy, muy pocos.
Por tanto, vuelvo a la pregunta del principio. ¿Para qué sirve la crítica? Y, me temo, no tengo una respuesta fácil ni sencilla. Para lucirse, para insultar, para demostrar lo estupendos que somos, para guiar e iluminar. De acuerdo, para todo eso, pero, también, por que al crítico le gusta escribir críticas, valga la perogrullada, polemizar, aconsejar, mostrare superior. Y allá cada uno con sus gustos y aficiones pero, un poco de humildad, y seamos conscientes que, quizá, acertar, lo que se dice acertar, tampoco tiene que ser un cometido de la crítica.
3 Comments:
"Claro, ahora cuando releo esas historias y veo un 2020 donde soviéticos y estadounidenses andan a la gresca a menudo se me cae el libro de las manos."
Te he leído antes este prejuicio, y lo cierto es que no lo comparto.
Mi posición es que no es tan complicado entender que la cf se produce en un determinado contexto y siempre lo refleja. Y ojo, esto no quiere decir que reivindique el relativismo literario: opino que se puede (y se debe) enjuiciar la calidad de una novela antigua de cf desde los criterios de calidad actuales. Pero si que pienso que el fallo digamos "futurológico" de una buena novela es perfectamente obviable, mientras que el acierto futurológico de una mala novela no la salva de ser mala.
En resumen, la cuestión que te molesta no suele añadir ni perjudicar a mi disfrute de un libro; a mí me molestan otras cosas. Y como editor he publicado y publicaré novelas que considero buenas independientemente de que su contexto haya quedado anticuado... esperando que tu prejuicio no sea muy compartido :)
Bueno, en parte comparto tu opinión pero sólo en parte. Estoy de acuerdo en que una obra de CF no tiene que jugar a la futurología y que es muy importante encuadrar las obras en el contexto histórico correspondiente.
Sin embargo, también hay que tener en cuenta la perdurabilidad y, si parte del libro (o todo él) se basa en cuestiones muy, muy de su época, las generaciones posteriores no podrán apreciarlo en su justo valor y, como a mí, les puede llegar a chirriar.
Yo puedo disfrutar de un libro sobre soviéticos y estadounidenses en el año 2030 compitiendo por Marte por que viví la Guerra Fría ¿lo entenderá igual un lector del 2030 para el que la U.R.S.S. es algo parecido al Imperio Romano?
Eso pasa con la novela de Shelley, es tan Antiguo Régimen que no puedo evitar sentirla algo ridícula.
Al final, mucha CF se acaba convirtiendo involuntariamente en ucronía, no deja de tener su gracia pero es un chiste sólo apto para unos pocos.
Lo que no quita para que ese sea un problema que también afecta a novelas no de CF. Todas esas novelas decimonónicas basadas en el adulterio hoy, en estos días de libertad sexual, pueden resultarle a más de uno jeroglíficas. Posiblemente si La Regenta sobrevive es, en parte, por su estilo y sus personajes no únicamente por sus tema.
Obviamente opino que la novela de Shelley no da la talla en ese campo. Quizá eso podría haberla salvado, su parte literaria, por que su parte de CF, en fin, apesta a naftalina.
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