miércoles, febrero 28, 2007

Cosas mías por ahí

Por si a alguien le interesa, además de mis reseñas habituales en C, hay un par de artículos nuevos míos por la red. Uno está en la página de la AsturCon y trata sobre un aspecto menor (pero a mi juicio poco tratado) de la película "La Guerra de las Galaxias". El otro es una amplia reseña del libro "Una Extraordinaria Aventura en las Sombras" de Mangan que aparece en Hélice, una estupenda iniciativa que ha decidido contar conmigo (ellos sabran).
Pues eso, cliquear por esos mundos si os interesa lo que mi enfermizo cerebro destila.

martes, febrero 27, 2007

LF25

Vaya por delante que no soy muy aficionado a esto de los memes, pero, como en todo, siempre hay excepciones y, sin ir más lejos, hace unos meses yo inicie algo parecido a ese invento y dos amiguetes contestaron así que, en cierta forma, les debo una. De momento paso a saldar mis cuentas con Yarhel y ahí van mis contestaciones a su encuesta sobre Literatura Fantástica en 25 preguntas:

1) Cita tres buenos libros de ciencia ficción

La Guerra Interminable de Joe Haldeman
Los Desposeídos de Ursula K. Leguen
La Serie de la Cultura de Iain Banks

2) Cita tres buenos libros de fantasía

El Señor de los Anillos de J.R.R.Tolkien
La Serie de Canción de Hielo y Fuego de George R. R. Martin
La Serie de Geralt de Rivia de Andrzj Sapkowski

3) Cita tres buenos libros de terror

Luna Sangrienta de Ramsey Campbell
La Semilla del Diablo de Ira Levin
Esposa Hechicera de Fritz Leiber

4) Cita tres escritores de literatura fantástica

J. R. R. Tolkien
Isaac Asimov
Stephen King

Por poner uno de cada.

5) Cita tres escritoras de literatura fantástica

Ursula K. Leguin
Anne Rice
James Tiptree Jr.

Lo mismo que antes aunuqe LeGuin juega igual de bien a Fantasía que a CF.

6) Cuál crees tú que fue la mejor década del género

Los 50. Toda la CF clásica y Tolkien, imposible de superar aunque quizás en Terror no fuese la mejor época.

7) Cuál es el último libro de género que has leído

Artifex 4. Y sí, lo reseñaré en algñu sitio.

8) Cuál es el próximo libro de género que leerás

Paura 3. Idem.

9) El peor libro de género que has leído

La Legión del Espacio de Jack Williamson. Aunuqe no soy del todo justo, en su época debió de ser la bomba pero ha envejecido de mala manera.

10) Un autor del que no piensas leer nada más y el motivo

A bote pronto se me ocurre Michel Houellebecq por que La Posibilidad de una Isla me tocó bastante las narices pero nunca digas de este agua no beberé.

11) Qué libro del género regalarías a un adolescente

El Señor de los Anillos de Tolkien

12) Qué libro del género regalarías a tu madre/padre

La Mujer del Viajero del Tiempo de Audrey Niffeneger a mi madre, aunque no sé si se lo leería, los libros no es una de sus mayores aficiones / cualquiera de Michael Crichton a mi padre (de hecho le he regalado varios).

13) Quién fue tu primer amor en el género

Asimov y Tolkien (fui bigamo). De Asimov se me acabó pasando la fiebre pero con Tolkien aún sigo.

14) Cita tres relatos del género que te hayan gustado

No tengo boca y debo gritar de Harlan Ellison
Nave de Sombras de Fritz Leiber
La muchacha que estaba conectada de James Tiptree Jr.

15) Cita una buena recopilación de relatos

Visiones Peligrosas recopilada por Harlan Ellison. Y aprovecho para comentar que a ver quien tiene huevos para publicar la segunda parte More Dangerous Visions. Puede que sea un suicido pero cosas más raras se han visto y si cuela, cuela.

16) Cita tres personajes fascinantes del género

Aragorn
El telépata de Muero por Dentro de Silverberg
Alien (si, el octavo pasajero)

17) Tres lugares del género que te gustaría visitar

La Tierra Media
Terramar
El Mundo del Río

18) Si pudieses elegir tu pareja, con qué personaje del género te quedarías

Con Eowyn, me enamoré de ella con 12 años y hasta hoy.

19) Cita tres series televisivas del fantástico

Galáctica
La Fuga de Logan
Espacio 1999

Como se puede observar hace mucho que no veo la tele.

20) Cita tres películas de cine fantástico

La Guerra de las Galaxias
Blade Runner
Alien el 8º Pasajero
Ya sé que son obvios pero todas las grandes verdades lo son.

21) ¿Irulán o Arwen?

Arwen, pero que conste que las dos me parecen bastante sositas (a mí es que lo de la sumisa esposa...)

22) ¿La Fundación o La Cultura?

La Cultura

23) ¿Wells o Verne?

Wells

24) ¿Lovecraft o Poe?

Poe y Lovercraft estaría de acuerdo conmigo.

25) ¿Gandalf o Merlín?

Gandalf.

jueves, febrero 22, 2007

La Imposibilidad de Ser Profesional de la Ciencia Ficción en España (y V)

Hasta ahora, en esta serie de entradas, he seguido un esquema más o menos socioeconómico y más o menos cronológico. Bien, en esta última las cosas cambian y tenemos que dar un poco marcha atrás y volver al crucial momento en que la Edad Media dejaba paso a la Edad Moderna.
Como dije anteriormente, y entrando de nuevo en el terreno de la perogrullada, para que haya ciencia ficción tiene qiue haber ciencia. En la Edad Media mucha ciencia no hubo, hay que esperar al siglo XVI para que, de la mano de la astronomía (una rama del saber muy cienciaficcionera), gente como Copérnico, Galileo, Bruno o Kepler vayan poniendo las bases de la ciencia moderna. Es curioso como, por ejemplo, Kepler escribe en el siglo XVII una novela de ciencia ficción (o proto-ciencia ficción, por ponernos puristas) titulada “Somnium” en la que sus protagonistas viajan a la Luna (eso sí, de una forma poco científica, mediante el sueño). Puede que no se consigan grandes obras literarias pero la motivación didáctica como fuerza creativa de algunos autores no es nada desdeñable a la hora de hablar de la literatura de ciencia ficción (ahí está Verne o, más en nuestros días, Forward).
Sin embargo, esta Revolución Científica (y su modesta consecuencia: la ciencia ficción) tuvo lugar más en países nórdicos como Alemania e Inglaterra que en la sureña España ¿Por qué? “Con la iglesia hemos topado, Sancho”.
Como ya comenté en su momento, el siglo XVI fue la época de la Reforma Protestante, un momento bastante crucial en la historia de la lectura. Antes de Lutero, la religión mayoritaria en Europa era el catolicismo romano, una religión poco dada al cientifismo y a la lectura. ¿Razones? La iglesia era un organismo de poder y, como ya hemos comentado, poco dada a compartir sus conocimientos. De hecho, el libro “oficial” de esta religión, la “Biblia”, no estaba al alcance de los fieles. Escrita originalmente en arameo, hebreo y griego, la “Biblia” había sido traducida al más asequible latín por San Jeronimo al inicio de la Edad Media (la conocida “Vulgata”). Esta “Vulgata”, para el año 1500 era totalmene initeligible para el común de los mortales, sólo las clases dirigentes (que tenían el latín como lengua de estudio) podía acceder a ella.
La propia iglesia no fomentaba su lectura. No estaba bien vista su tradución a las lenguas vernáculas e incluso llegó a perseguirse. Famoso fue el caso de Fray Luis de León que sufrió un proceso inquisitorial por traducir parte del “Cantar de los Cantares”, que fuese catedrático en Salamanca y la traducción estuviese destinada al uso privado de una monja familia suya poco importó de cara a su juicio.
La iglesia desaba que la “Biblia” siguiese siendo un libro oscuro y poco accesible por que uno de los dogmas del catolicismo es que su interpretación es privilegio del clero. Un simple creyente no puede “entender” la “Biblia” le tiene que ser explicada por un religioso. Con esta teoría, no es extraño que el catolicismo no tuviese mucho interés en mejorar el nivel lector de sus feligreses, para entender la “Biblia” no hacía falta saber leer, ahí estaba el parroco de turno para explicársela a los fieles.
Y por eso Lutero fue revolucionario, por que una de las bases de su Reforma consistía en la libre interpretación de la “Biblia”. Cualquiera puede y debe leer este libro y acercarse más a Dios. Como primera consecuencia de sus ideas se produjo la traducción de la “Biblia” a las lenguas modernas (el propio Lutero al alemán pero esfuerzos similares se hicieron en Inglatera y Francia) no con fines académicos (como ocurría en Alcalá de Henares por estas fechas de la mano de Cisneros) si no con la idea de que llegase al gran público de una forma fácil y masiva. Claro, como segunda consecuencia, en las zonas protestantes se inició en fechas tan tempranas un esfuerzo educativo enorme por conseguir una mayor alfabetización de la población para que de esta forma accediese al mensaje religioso. Que luego la gente utilizase esta nueva habilidad para otros fines probablemente no estaba en la mente de Lutero. Que en estas zonas con una mayor nivel educativo fuese donde prendió con fuerza la Revolución Industrial no creo que sea tampoco casual.
Si pensamos que en amplias zonas de Escandinavia, Holanda, Gran Bretaña, Alemania y Francia a lo largo del XVII se hizo una labor educativa que en España sólo se pudo realizar a partir de finales del XIX quizás nos sea más fácil comprender por que en unos sitios se lee más que en otros.
La iglesia católica reaccionó contra la Reforma protestante de forma virulenta, los siglos XVI y XVII son la época de la inquisición y las guerras de religión. En aquellos países católicos por excelencia las consecuencias fueron claras. Leer era peligroso, por que leyendo uno accedía a conocimientos prohibidos, cosa que no gustaba a la iglesia ni a los gobiernos que la sustentaban. Así pues, a determinados lectores se les persigue y esta asociación (lectura = peligro) va calando en el inconsciente colectivo Se produce un control mediante la inquisición de la publicación de libros (censura) y un sentimiento general de rechazo entre la población al peligroso y perjudicial hábito de la lectura.
España fue, probablemente, el país donde todo esto alcanzó cotas mayores. No en vano eramos la nación donde la inquisición tenía más fuerza (debido a su lucha contra judíos y moriscos) y donde sus gobernantes más se involucraron en la lucha contra el protestantismo (probablemente por que el muy católico Carlos I era emperador de Alemanía cuando Lutero inició su revuelta).
Si analizamos la mayoría de las guerras en las que los Austrias de Madrid se involucraron veremos que casi todas tenían una raíz religiosa: Flandes, Inglaterra, la Guerra de los 30 Años...
Eramos martillo de herejes, nos gobernaban reyes que, como Felipe II dijo, preferían reinar sobre muertos antes que sobre heréticos. En fin, que todo esto crea un carácter que, me atrevo a afirmar, ha perdurado durante siglos a pesar de que las cosas hayan cambiado un tanto desde el XVI. Un carácter basado en una religiosidad acrítica, un desprecio hacia la lectura, un cierto fanatismo e intolerancia a la hora de defender las ideas propias y combatir la ajenas, y una falta total y absoluta de un mínimo de cultura científica e, incluso respeto por la ciencia (una reciente encuesta situa a nuestro país como uno de los que más rechaza la ciencia en todo el mundo).
¿Ciencia y religión enfrentadas? Por supuesto, así ha sido siempre y así será por que la ciencia demuele de una forma total y sistemática todas las baes de las creencias religiosas. La Reforma trajo también una eficaz separacióin entre iglesia y estado y, por tanto, consiguió que cuando el poder religisoso se pusiese nervioso el político no tuviese que secundarlo. En los países católicos (con España de nuevo a la cabeza) poder político y religiosos eran los mismo, si alguien hacía algo contra la religión el estado se encargaba de castigarle.
Un pequeño vistazo a la situación de los científicos en esta época nos ayudarán a entender las cosas. Copérnico, en un momento de catolicismo casi hegemónico, decidió no publicar sus teorías heliocéntricas hasta después de muerto para evitarse problemas. Los italianos Galileo y Giordano Bruno fueron perseguidos por la inquisición por su ideas (Galileo fue condenado a arresto domiciliario pero Bruno fue quemado en la hoguera por defender la myh cienciaficcionera idea de la “pluralidad de los mundos”). Kepler, en cambio, en la muy preotestante Alemania pudo hacer su trabajo sin más problemas que los monetarios y Newton en Inglaterr alcanzó un status social envidiable.
En pleno siglo XIX se alcanzaron las mayores cotas de enfrentamiento enre religión y ciencia con la aparición de las teorias de Darwin y Lyell sobre la evolución y la geología de nuestro planeta. En Inglaterra, patria de ambos científicos, aunque el debate fue durísimo (destacando la confronación entre T. E. Huxley y el obispo Wilberforce) jamás se la pasó a nadie por la cabeza prohibir o perseguir a ninguno de sus autores (al contrario, fueron ensalzados). Unos pocos años después, H. G. Wells (que había estudiado con Huxley) fascinado por las nuevas teorías geológicas y biológicas escribió “La máquina del tiempo” (mucho más tarde, otro miembro de la familia Huxley, de nombre Aldous, publicaría “Un mundo feliz”).
La iglesia, por supuesto, condenó a Darwin y en España, como no podía ser de otra manera, su obra sufrió los rigores de la censura, así, en vez de un Wells o un Huxley, tuvimos al Anacronopete y a Nilo María Fabrá.
Por otro lado, el auge de la ciencia permitió la creación de una base tecnológica favorable a la Revolución Industrial, y es curioso como está se desarrolló sobre todo en aquellos países donde la Reforma incidió con fuerza. La fascinación por lo tecnológico dio lugar a otra rama de la incipiente ciencia ficción digamos más “dura” y encarnada en Jules Verne.
En un país como España, donde la Revolución industrial había fracasado, la ciencia estaba prohibida y la tecnología se importaba (“que inventen ellos”), la aparición de un autor con los conocimientos enciclopédicos de Verne y su habilidad divulgadora era un total utopía.
En fin, y por acabar con otra frase tópica, de aquellos polvos estos lodos.

En fin, que con esto acabo que ya me he puesto suficientemente pesado estos días. Prometo que en el futuro haré alguna entrada más light y las reseñas habituales.

viernes, febrero 16, 2007

La Imposibilidad de Ser Profesional de la CF en España (IV)

El XIX y la Revolución Industrial fueron otro momento fundamental para entender el camino que llevaba a la ciencia ficción. La necesidad de una mano de obra bien formada necesaria para determinados procesos industriales trajo la aparición de los primeros sistemas educativos más o menos masivos y baratos. Por primera vez surge la necesidad económica de que la formación no quede circunscrita a una minoría gobernante si no que alcance a grandes capas de la población, cosas de la complejidad tecnológica más que de la bondad humana pero, en cualquier caso, a lo largo del XIX el sistema educativo inglés fue, poco a poco, acabando con el analfabetismo y logrando que la mayoría de la población supiesen, al menos, leer, escribir y algo de números.
Labor en la que también jugó un papel destacable el movimiento obrero. Los teóricos del socialismo tenían claro que una clase obrera preparada podría luchar mejor contra la burguesía que una clase obrera ignorante. En este sentido, sindicatos e intelectuales socialistas hicieron un auténtico esfuerzo para lograr una sensible mejora en la educación de las clases trabajadoras británicas.
Por supuesto, y como era inevitable, surge de nuevo un efecto secundario ya conocido. La gente utiliza la habilidad de leer para formarse, conseguir mejores trabajos y luchar contra las injusticias pero unos cuantos, además, la utilizan para divertirse, pasar el rato, evadirse.
Estos nuevos lectores son poco sofisticados, carecen de la cultura y sensibilidad de nobles y alta burguesía, gustan de sensaciones crudas y sencillas, ajenas a discusiones artísticas. En resumen, buscan diversión, buscan literatura de género. Y ahí está la vieja novela gótica para echarles una mano. De esta forma nacen los actuales sub-géneros literarios: el terror, la fantasía, el policiaco, la novela histórica, la sentimental y, como no, la ciencia ficción. Puede que los lectores cultos prefieran las delicias del realismo y el naturalismo pero la gran masa de lectores prefieren extasiarse con los delirios de Le Fanu, Wilkie Collins, Bulwer Lytton, Conan Doyle, Stevenson y compañía.
Y, curiosamente, algunos autores cultos vinculados al socialismo descubren que esa proto-ciencia ficción que se está escribiendo puede serles útil a la hora de exponer algunas de sus teorías más descabelladas, ucronías disparatadas en las que Napoleón gana la batalla de Waterloo, utopías socialistas, distopías capitalistas y otras maravillas El camino hacia H. G. Wells, las futuras revistas pulp y la moderna literatura de ciencia ficción está trazado, es sólo cuestión de tiempo.
¿Y España? Bien, si no hay Revolución Industrial es muy difícil que surja una burguesía potente o una clase obrera bien formada, por tanto es harto difícil que la literatura de género alce el vuelo. Por supuesto, a lo largo del siglo la burguesía y las clases medias poco a poco van aumento de número y poder y, como no, imitan descaradamente los modos y usos de la literatura culta de la época. Así, frente a un raquítico Romanticismo tenemos un más que decente Realismo, Galdos o Clarín poco tiene que envidiar a Balzac o Dickens pero ¿dónde está nuestro Poe, nuestro Hoffmann? No existe, Bécquer aparece con 30 años de retraso, tiempo de sobra para convertirse más en una figura aislada que en el creador de una corriente. No hay clases populares cultas, por tanto es casi imposible que haya literatura de ciencia ficción, de terror o de fantasía más allá de lo que pueda ser una imitación pobre de lo que se recibe en otros países.
Mientras entre 1900 y 1930 en E.E.U.U. e Inglaterra se desarrollan las revistas Pulp para un público poco educado de clase trabajadora, aquí todavía en tiempos de la II República se está luchando por construir un sistema educativo medianamente digno. Por supuesto, el fracaso está garantizado, si apenas hay industria ¿para qué narices hace falta gastarse el dinero en formar a la masa de jornaleros que trabajan los latifundios andaluces? Con que sepan varear la oliva sobra.
Es curioso que la ciencia ficción pulp española (las novelas de a duro o bolsillibros) vivan su edad de oro entre 1955-70, justo los mismos años en que Franco empieza a crear un sistema educativo que realmente alcance a todos los españoles, y justo también cuando gracias a los planes de desarrollo, al dinero de los emigrantes y a la ayuda norteamericana se empiece a crear la actual red industrial nacional que, obviamente, necesita unos trabajadores con un mínimo de formación.
Sin embargo, para la ciencia ficción española es demasiado tarde por que estos son también los años en que nace la televisión, el deporte de masas y tantas otras competencias que hacen que leer sólo sea una de las muchas posibles opciones de ocio. Como en tantas cosas hemos llegado tarde, lo suficientemente tarde como para no poder crear ni un mercado ni una nomina de escritores de calidad capaces de hacer remontar el vuelo a este nuestro género.
Quizás por todo eso, por que aquí la tradición de escribir ciencia ficción apenas tiene 50 años cuando en otros sitios tiene dos siglos, sea imposible hoy ser profesional de esta género cuando si que lo es en Inglaterra.

jueves, febrero 15, 2007

La Imposibilidad de Ser Profesional de la CF en España (III)

Para España, el cambio que empezó a alejarnos de Europa y convertirnos en un país donde leer y escribir ciencia ficción se convirtiese en algo imposible, empezó a fraguarse en los años finales del reinado de Carlos I y bajo el gobierno de su hijo Felipe II.
Pasaron demasiadas cosas y no todas buenas. España se convirtió en el Imperio, en la mayor potencia mundial de la época, en el país más rico y poderoso. Pero lo hicimos de una forma curiosa. En esencia, el principal origen de nuestra riqueza fue América y sus inagotables minas de oro y plata. Nada había más sencillo que extraer el mineral en Perú y México, transportarlo a Sevilla e inundar Europa de metales preciosos.
Nos volvimos ricos, codiciosos y holgazanes. ¿Para qué dedicarse al comercio o la industria si el oro caía en nuestras manos con una sencillez pasmosa? La burguesía comercial castellana murió poco a poco, era más fácil buscar la gloria en América que dedicarse al trabajo sucio del día a día. Murió conquistando un Imperio en costas extrañas pero también ante la pérdida de los tradicionales mercados del norte de Europa por las guerras con Flandes e Inglaterra y por el monopolio de Sevilla que impidió a otros puertos españoles dedicarse al lucrativo negocio americano.
Monopolio que, por otra parte, bien poco aprovecharon los españoles ya que el comercio indiano quedó rápidamente en manos de comerciantes extranjeros (italianos en su mayor parte).
En cuanto a construir una industria ¿para qué? Somos tan ricos que resulta más sencillo y cómodo comprar lo que necesitamos fuera, en Inglaterra, Flandes, Francia...
La burguesía española se deshace como un helado al sol.
La cosa llega a extremos realmente desdichados. El trabajo se convierte en deshonra y todos nos convertimos en nobles, hidalgos y cristianos viejos para los que trabajar es poco menos de locura y deshonor. Nace la picaresca, la huida a América, el enrolamiento en los Tercios. Lo que sea en vez de trabajar.
Por otro lado, la burguesía pierde su futuro político con la derrota de los Comuneros al inicio del reinado de Carlos I. Es, por tanto, un grupo social condenado a convertirse en algo tan pequeño como poco importante, tan muerto en lo económico como respecto al ejercicio del poder.
En Inglaterra las cosas son muy diferentes. Es cierto que hasta el siglo XVII no se inicia el imperio británico y que este no llegó a su máximo desarrollo hasta el XVIII pero desde el XVI, y gracias a la guerra en el norte (Flandes, siempre Flandes), la burguesía inglesa ha empezado a hacerse con el control de las rutas del Mar del Norte y el Báltico. Su posterior expansión hacia las costas americanas, africanas y asiáticas la convertirán en un grupo social poderoso donde los haya que aumenta en número y no tiene empacho en mezclarse con la nobleza. Además, a mediados del XVII, la Guerra Civil que sufre la isla la convierte en la garante del poder político en detrimento de monarquía y nobles.
Pero los males de España no acaban aquí, están las guerras por cuestiones dinásticas e imperiales, guerras continuas y agotadoras, guerras donde se gasta todo el oro de América y que desangran a varias generaciones. Guerras, en suma, futiles y estúpidas ¿Qué se nos había perdido en Flandes, en Silesia, Bohemia o el Palatinado? ¿En Grecia y los Balcanes? Bastante poco pero eso no fue óbice para que allí el Imperio acabase destrozado.
Inglaterra fue más inteligente, a ser posible las guerras exteriores y baratas (sólo la flota, un ejército es muy caro) y siempre con intereses comerciales, primero con la España de los Austrias pero también con Holanda y la Francia de Luis XIV. Para el siglo XVIII estas guerras limitadas e inteligentes han permitido a los británicos desarrollar un imperio poderoso, extenso y muy rico, en los mismos años en que el nuestro podía darse por muerto y enterrado. La burguesía inglesa tenía donde medrar, la española agonizaba sin ni siquiera tierra para su tumba.
Las Revolución Industrial fue ya el último clavo en el ataúd. Mientras la Inglaterra decimonónica se convertía en el taller del mundo y, por consiguiente, en la mayor potencia mundial, España pasaba poco menos que a convertirse en un país subdesarrollado, África empieza en los Pirineos, se decía en aquellos años para referirse a nosotros, y no es menos curiosos que uno de los principales estudios sobre la industrialización española se titule “El fracaso de la Revolución Industrial en España”.
Pero, todo esto ¿qué tiene que ver con las letras? Mucho, es cierto que durante los siglos XVI y XVII nuestro país vivió su “Siglo de Oro” de la literatura y que apareció la figura del escritor profesional, gracias a la existencia de un público culto que, como ya hemos visto, se había ido formando por una serie de múltiples causas. Cervantes, Quevedo, Lope de Vega, Calderón de la Barca son autores que escriben buscando el éxito profesional pero, a pesar del Quijote y de la novela Picaresca, el público sigue siendo mayoritariamente analfabeto, así que el triunfo y el dinero sólo pueden estar en el teatro. Y eso explica por que Lope y Calderón fueron los grandes triunfadores de la época, por que Cervantes siempre rozó, ante sus fracasos teatrales y a pesar del éxito del Quijote que poco dinero le dio, la ruina, por que Góngora murió en la pobreza y por que Quevedo siempre buscó la corte como sustento y fuente de mecenazgo. La profesionalización sólo podía conseguirse en las tablas ante la falta de un público lector.
Y lo mismo pasaba en otras latitudes, no sólo esta fue la época del Siglo de Oro español, fue también el momento de grandes obras y autores en Francia e Inglaterra pero, curiosamente, con un denominador común a lo español, el éxito monetario venía de la mano del teatro, no de la novela. Fueron los años de Corneille, Moliere, Shakespeare y todos los autores isabelinos.
Las cosas, lógicamente, cambiaron en el XVIII-XIX y aquí fue donde España perdió el rumbo de forma definitiva. El XVIII es el siglo en que la burguesía salta el poder político, económico y cultural sin complejos. En los libros, los burgueses dan mayor importancia a la novela que a la poesía o el teatro (géneros más del gusto de la nobleza y del pueblo). Así pues, es ahora cuando la novela, el gran artefacto literario de nuestros días, inicia su andadura, y la inicia con paso firme en aquellos países donde la burguesía es potente tanto en número como en dinero. Ya no se puede vivir únicamente del teatro, hay un público para la novela y, además, en Inglaterra se empieza a poner de moda educar a las mujeres (las grandes ausentes de la historia de las letras hasta ese momento), de esta forma, el público potencial se duplica y, por primera vez, el gusto se diversifica, ya no sólo entre nobles y burgueses si no principalmente entre mujeres y hombres. Algunos nombres nos pueden ayudar a entender la pujanza de estas primeras novelas: Defoe, Swift, Sterne, Fielding, Richardson, Cleland, Smollet, Jhonson, Walpole, Goldsmith, Mackensey, Burney, Beckford, Godwin, Radcliffe, Lewis (Inglaterra), Voltaire, Rousseau, Laclos, Sade, Diderot (Francia), Goethe, Holderlin, Kleist, Moritz (Alemania).
Frente a esto ¿qué hay de España? Nuestro XVIII es patético, a esta avalancha de nombres sólo me atrevo a presentar a José Cadalso (que encima fue un ejemplo de autor que escribía para sí mismo no para el público) o Torres Villarroel, nombres como Feijoo, Mayans, Jovellanos o Moratín dan vergüenza ajena por lo insulso, aburrido, ñoño, pasado de moda o poco originales de sus producciones. En España no hay burguesía y, por tanto, es imposible que haya novela.
Además, y como algún lector se habrá dado cuenta vista la lista de nombres, el XVIII es el momento en que aparece uno de los primeros géneros populares donde se sitúan las raíces de la ciencia ficción actual: el gótico, inicialmente, cosa de mujeres. Como en España las mujeres seguían teniendo el status de animal de compañía más que de ser humano era evidente que este tipo de libros tardarían bastante en aparecer.

La Imposibilidad de Ser Profesional de la CF en España (II)

Aunque parezca una perogrullada no conviene olvidar que para que existan escritores debe de haber, además, lectores. Escritores que han creado únicamente para su propio placer, y que jamás publicaron en vida, ha habido hay y habrá infinidad, y algunos de gran calidad, sólo basta recordar nombres como Montaigne o Kafka pero, como bien dijo Harlan Ellison, la diferencia entre escribir para uno mismo y para el público es la misma que hay entre masturbarse y hacer el amor.
Así pues, y como iba diciendo, para que haya escritores debe de existir un núcleo importante de lectores y esto, desgraciadamente, no fue así durante un buen puñado de siglos. Básicamente, todas las grandes civilizaciones y culturas hasta la Edad Moderna (grosso modo hasta el siglo XVI) se han caracterizado por el monopolio de la cultura escrita en manos de una casta minoritaria y poderosa, autores y lectores ocupaban un porcentaje ridículo respecto al total de la población. Con semejante situación las consecuencias eran claras: inexistencia de autores profesionales (el escribir se considera una afición culta) y cierta monotonía temática al encontrarnos con un público homogéneo tanto en sus gustos como en su origen social.
El monopolio de la lectoescritura por parte de una clase social determinada tiene su explicación. Básicamente, el conocimiento es poder y los poderosos suelen ser muy reacios a compartir su poder con otros, de ahí que en las sociedades más antiguas de Mesopotamia y Egipto, las habilidades con las letras tuviesen un carácter mágico y religioso, una buena forma de apartarlas del pueblo dado que magia y religión eran prerrogativas de una casta hereditaria de sacerdotes. Esta situación se mantuvo tanto en la civilización grecolatina como en la Edad Media. Es cierto que en momentos puntuales pudo existir una capa de lectores y escritores más abundante de lo normal (Atenas, Roma) pero siempre un porcentaje mínimo comparado con la masa iletrada de esclavos y trabajadores.
Pero, desde un punto de vista práctico, hay otra buena razón para mantener esas habilidades contenidas: su utilidad. La escritura no nace para crear literatura (para eso ya existía la tradición oral), la escritura nace, fundamentalmente, como un sistema de contabilidad y archivos en manos de incipientes estados centralizados como las primeras ciudades mesopotámicas. Tiene una finalidad económica clara y sólo se entrena en este arte a aquellos que van a necesitarla en el desempeño de sus funciones (las clases dirigentes). Los demás grupos sociales deberán de entrenarse en aquellos trabajos necesarios para el mantenimiento de la estructura económica de estos pueblos. De ahí que enseñar a leer y escribir a un campesino, un artesano o un esclavo no sólo no tenía sentido si no que, además, era una total perdida de tiempo. La literatura escrita, por tanto, nace como una especie de efecto secundario que, en ningún caso, se había buscado al “inventar” la escritura.
Por supuesto, hay excepciones a todo esto pero, me temo, escasas. Es cierto que en Atenas, el teatro se convirtió en un fenómeno de masas tan abrumador que durante unos siglos aparecieron una serie de autores profesionales que trabajaban para un público relativamente amplio (Sófocles, Esquilo, Eurípides, Aristófanes). Por desgracia, la decadencia del teatro en época romana en detrimento de espectáculos más del gusto del público (como las peleas de gladiadores o las carreras de cuadrigas) acabó con estwe tipo de escritores.
También es verdad que de vez en cuando aparecía un mecenas que protegía las letras y reunía a su alrededor a una serie de autores (Augusto con Virgilio, Tito Livio, Horacio, Ovidio) pero muerta la fuente de alimentación era dudoso de que apareciera un sucesor con idénticos gustos y, por tanto, la continuidad se tornaba imposible.
Las cosas empezaron a cambiar en los siglos XV-XVII por una serie de cuestiones diversas. En primer lugar se produjo un abaratamiento en la producción de libros de manos de la invención de la imprenta por Gutenberg. Por otro lado, se vivió un importante renacimiento económico que hizo que la base social de lectores se ampliase apreciablemente, ya no sólo incluía a nobleza y clero si no también a una pujante burguesía con un poder creciente. Evidentemente, estos burgueses adquirieron la habilidad de la escritura por una cuestión eminentemente práctica (era imprescindible para sus negocios) pero no dejó de suponer el acceso a una posible fuente de diversión, quizás de forma secundaria pero también de manera inevitable. Y, lo que es muy importante, estos burgueses tenían unos gustos distintos y diferentes de los que durante siglos habían alimentado nobles y clérigos.
Además, se viven los años del Renacimiento, el volver la mirada al pasado grecolatino y olvidarse de los oscuros siglos medievales, la cultura se pone de moda, por así decirlo, y el leer obras literarias se considera de buen gusto.
No podemos olvidar tampoco la apertura de las nuevas rutas oceánicas, el descubrimiento de nuevos continentes (América, Asia, África) y culturas, el fin del aislamiento europeo. Esto genera una gran curiosidad entre el público europeo y provoca un gusto ávido por escribir y leer libros de viajes que expliquen esos nuevos mundos que se están descubriendo.
Y, como no, la crisis religiosa. El paso a la Edad Moderna se gesta en medio de un clima de religiosidad extrema. El milenarismo se hace fuerte y las múltiples guerras, epidemias y catástrofes hacen que la gente se vuelque en la religión como única salida a sus angustias. Es la época de la Reforma Protestante, de la duda y crítica ante la vieja iglesia de Roma y de la necesidad de leer y buscar en los muchos libros teológicos escritos en aquellos años una respuesta a los males del mundo.
Por otra parte, y volviendo a las perogrulladas, para que haya ciencia ficción hace falta que, además de literatura, exista ciencia. Y aunque los griegos hicieron sus pinitos al respecto (y tuvieron su propio autor de algo parecido a la ciencia ficción, Luciano de Samosata), hay que esperar a los siglos XVI y XVII para que se inicie la llamada Revolución Científica que ponga fin al oscurantismo medieval. Copérnico, Kepler, Galileo, Newton y otos muchos pusieron los cimientos y las bases para el gran desarrollo científico de los posteriores siglos XIX y XX que sirvió de caldo de cultivo para el nacimiento de la moderna ciencia ficción.
En este sentido, España parte en pie de igualdad con el resto de Europa. Aparecen pronto imprentas por las grandes ciudades y centros de estudio (Salamanca, Alcalá de Henares). Hay una burguesía pujante en las ciudades castellanas dedicada al comercio de la lana. El Renacimiento nacido en Italia se expande pronto por nuestro país debido a nuestro dominio del Nápoles y Sicilia (ahí están Boscán, Juan de la Encina, Garcilaso o los hermanos Vives). ¿Qué decir del descubrimiento y conquista de América que produjo una pléyade de autores (los cronistas de Indias como Bernal Díaz del Castillo leídos con fruición en toda la península) que narraron todo lo que allí estaba aconteciendo? Y en cuanto a la religiosidad, pensemos en figuras como Cisneros, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz o Fray Luis de León y seremos conscientes de que en este terreno estábamos a la cabeza de Europa. Por último, no podemos olvidar que en el terreno científico figuras como Servet nos situaban en la primera línea investigadora.
En este sentido, Inglaterra mucho tenía que envidiarnos. Un país bastante más pobre y atrasado, donde el Renacimiento no acababa de prender y el gusto por lo literario seguía mayoritariamente en manos de la nobleza. Un lugar donde no había, todavía, una galería de humanistas y científicos del nivel español. Y un país que, además, se había quedado bastante rezagado en la carrera de los descubrimientos.
Y, sin embargo, pronto las cosas empezarían a torcerse de una forma espectacular.