La Imposibilidad de Ser Profesional de la CF en España (II)
Aunque parezca una perogrullada no conviene olvidar que para que existan escritores debe de haber, además, lectores. Escritores que han creado únicamente para su propio placer, y que jamás publicaron en vida, ha habido hay y habrá infinidad, y algunos de gran calidad, sólo basta recordar nombres como Montaigne o Kafka pero, como bien dijo Harlan Ellison, la diferencia entre escribir para uno mismo y para el público es la misma que hay entre masturbarse y hacer el amor.
Así pues, y como iba diciendo, para que haya escritores debe de existir un núcleo importante de lectores y esto, desgraciadamente, no fue así durante un buen puñado de siglos. Básicamente, todas las grandes civilizaciones y culturas hasta la Edad Moderna (grosso modo hasta el siglo XVI) se han caracterizado por el monopolio de la cultura escrita en manos de una casta minoritaria y poderosa, autores y lectores ocupaban un porcentaje ridículo respecto al total de la población. Con semejante situación las consecuencias eran claras: inexistencia de autores profesionales (el escribir se considera una afición culta) y cierta monotonía temática al encontrarnos con un público homogéneo tanto en sus gustos como en su origen social.
El monopolio de la lectoescritura por parte de una clase social determinada tiene su explicación. Básicamente, el conocimiento es poder y los poderosos suelen ser muy reacios a compartir su poder con otros, de ahí que en las sociedades más antiguas de Mesopotamia y Egipto, las habilidades con las letras tuviesen un carácter mágico y religioso, una buena forma de apartarlas del pueblo dado que magia y religión eran prerrogativas de una casta hereditaria de sacerdotes. Esta situación se mantuvo tanto en la civilización grecolatina como en la Edad Media. Es cierto que en momentos puntuales pudo existir una capa de lectores y escritores más abundante de lo normal (Atenas, Roma) pero siempre un porcentaje mínimo comparado con la masa iletrada de esclavos y trabajadores.
Pero, desde un punto de vista práctico, hay otra buena razón para mantener esas habilidades contenidas: su utilidad. La escritura no nace para crear literatura (para eso ya existía la tradición oral), la escritura nace, fundamentalmente, como un sistema de contabilidad y archivos en manos de incipientes estados centralizados como las primeras ciudades mesopotámicas. Tiene una finalidad económica clara y sólo se entrena en este arte a aquellos que van a necesitarla en el desempeño de sus funciones (las clases dirigentes). Los demás grupos sociales deberán de entrenarse en aquellos trabajos necesarios para el mantenimiento de la estructura económica de estos pueblos. De ahí que enseñar a leer y escribir a un campesino, un artesano o un esclavo no sólo no tenía sentido si no que, además, era una total perdida de tiempo. La literatura escrita, por tanto, nace como una especie de efecto secundario que, en ningún caso, se había buscado al “inventar” la escritura.
Por supuesto, hay excepciones a todo esto pero, me temo, escasas. Es cierto que en Atenas, el teatro se convirtió en un fenómeno de masas tan abrumador que durante unos siglos aparecieron una serie de autores profesionales que trabajaban para un público relativamente amplio (Sófocles, Esquilo, Eurípides, Aristófanes). Por desgracia, la decadencia del teatro en época romana en detrimento de espectáculos más del gusto del público (como las peleas de gladiadores o las carreras de cuadrigas) acabó con estwe tipo de escritores.
También es verdad que de vez en cuando aparecía un mecenas que protegía las letras y reunía a su alrededor a una serie de autores (Augusto con Virgilio, Tito Livio, Horacio, Ovidio) pero muerta la fuente de alimentación era dudoso de que apareciera un sucesor con idénticos gustos y, por tanto, la continuidad se tornaba imposible.
Las cosas empezaron a cambiar en los siglos XV-XVII por una serie de cuestiones diversas. En primer lugar se produjo un abaratamiento en la producción de libros de manos de la invención de la imprenta por Gutenberg. Por otro lado, se vivió un importante renacimiento económico que hizo que la base social de lectores se ampliase apreciablemente, ya no sólo incluía a nobleza y clero si no también a una pujante burguesía con un poder creciente. Evidentemente, estos burgueses adquirieron la habilidad de la escritura por una cuestión eminentemente práctica (era imprescindible para sus negocios) pero no dejó de suponer el acceso a una posible fuente de diversión, quizás de forma secundaria pero también de manera inevitable. Y, lo que es muy importante, estos burgueses tenían unos gustos distintos y diferentes de los que durante siglos habían alimentado nobles y clérigos.
Además, se viven los años del Renacimiento, el volver la mirada al pasado grecolatino y olvidarse de los oscuros siglos medievales, la cultura se pone de moda, por así decirlo, y el leer obras literarias se considera de buen gusto.
No podemos olvidar tampoco la apertura de las nuevas rutas oceánicas, el descubrimiento de nuevos continentes (América, Asia, África) y culturas, el fin del aislamiento europeo. Esto genera una gran curiosidad entre el público europeo y provoca un gusto ávido por escribir y leer libros de viajes que expliquen esos nuevos mundos que se están descubriendo.
Y, como no, la crisis religiosa. El paso a la Edad Moderna se gesta en medio de un clima de religiosidad extrema. El milenarismo se hace fuerte y las múltiples guerras, epidemias y catástrofes hacen que la gente se vuelque en la religión como única salida a sus angustias. Es la época de la Reforma Protestante, de la duda y crítica ante la vieja iglesia de Roma y de la necesidad de leer y buscar en los muchos libros teológicos escritos en aquellos años una respuesta a los males del mundo.
Por otra parte, y volviendo a las perogrulladas, para que haya ciencia ficción hace falta que, además de literatura, exista ciencia. Y aunque los griegos hicieron sus pinitos al respecto (y tuvieron su propio autor de algo parecido a la ciencia ficción, Luciano de Samosata), hay que esperar a los siglos XVI y XVII para que se inicie la llamada Revolución Científica que ponga fin al oscurantismo medieval. Copérnico, Kepler, Galileo, Newton y otos muchos pusieron los cimientos y las bases para el gran desarrollo científico de los posteriores siglos XIX y XX que sirvió de caldo de cultivo para el nacimiento de la moderna ciencia ficción.
En este sentido, España parte en pie de igualdad con el resto de Europa. Aparecen pronto imprentas por las grandes ciudades y centros de estudio (Salamanca, Alcalá de Henares). Hay una burguesía pujante en las ciudades castellanas dedicada al comercio de la lana. El Renacimiento nacido en Italia se expande pronto por nuestro país debido a nuestro dominio del Nápoles y Sicilia (ahí están Boscán, Juan de la Encina, Garcilaso o los hermanos Vives). ¿Qué decir del descubrimiento y conquista de América que produjo una pléyade de autores (los cronistas de Indias como Bernal Díaz del Castillo leídos con fruición en toda la península) que narraron todo lo que allí estaba aconteciendo? Y en cuanto a la religiosidad, pensemos en figuras como Cisneros, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz o Fray Luis de León y seremos conscientes de que en este terreno estábamos a la cabeza de Europa. Por último, no podemos olvidar que en el terreno científico figuras como Servet nos situaban en la primera línea investigadora.
En este sentido, Inglaterra mucho tenía que envidiarnos. Un país bastante más pobre y atrasado, donde el Renacimiento no acababa de prender y el gusto por lo literario seguía mayoritariamente en manos de la nobleza. Un lugar donde no había, todavía, una galería de humanistas y científicos del nivel español. Y un país que, además, se había quedado bastante rezagado en la carrera de los descubrimientos.
Y, sin embargo, pronto las cosas empezarían a torcerse de una forma espectacular.
Así pues, y como iba diciendo, para que haya escritores debe de existir un núcleo importante de lectores y esto, desgraciadamente, no fue así durante un buen puñado de siglos. Básicamente, todas las grandes civilizaciones y culturas hasta la Edad Moderna (grosso modo hasta el siglo XVI) se han caracterizado por el monopolio de la cultura escrita en manos de una casta minoritaria y poderosa, autores y lectores ocupaban un porcentaje ridículo respecto al total de la población. Con semejante situación las consecuencias eran claras: inexistencia de autores profesionales (el escribir se considera una afición culta) y cierta monotonía temática al encontrarnos con un público homogéneo tanto en sus gustos como en su origen social.
El monopolio de la lectoescritura por parte de una clase social determinada tiene su explicación. Básicamente, el conocimiento es poder y los poderosos suelen ser muy reacios a compartir su poder con otros, de ahí que en las sociedades más antiguas de Mesopotamia y Egipto, las habilidades con las letras tuviesen un carácter mágico y religioso, una buena forma de apartarlas del pueblo dado que magia y religión eran prerrogativas de una casta hereditaria de sacerdotes. Esta situación se mantuvo tanto en la civilización grecolatina como en la Edad Media. Es cierto que en momentos puntuales pudo existir una capa de lectores y escritores más abundante de lo normal (Atenas, Roma) pero siempre un porcentaje mínimo comparado con la masa iletrada de esclavos y trabajadores.
Pero, desde un punto de vista práctico, hay otra buena razón para mantener esas habilidades contenidas: su utilidad. La escritura no nace para crear literatura (para eso ya existía la tradición oral), la escritura nace, fundamentalmente, como un sistema de contabilidad y archivos en manos de incipientes estados centralizados como las primeras ciudades mesopotámicas. Tiene una finalidad económica clara y sólo se entrena en este arte a aquellos que van a necesitarla en el desempeño de sus funciones (las clases dirigentes). Los demás grupos sociales deberán de entrenarse en aquellos trabajos necesarios para el mantenimiento de la estructura económica de estos pueblos. De ahí que enseñar a leer y escribir a un campesino, un artesano o un esclavo no sólo no tenía sentido si no que, además, era una total perdida de tiempo. La literatura escrita, por tanto, nace como una especie de efecto secundario que, en ningún caso, se había buscado al “inventar” la escritura.
Por supuesto, hay excepciones a todo esto pero, me temo, escasas. Es cierto que en Atenas, el teatro se convirtió en un fenómeno de masas tan abrumador que durante unos siglos aparecieron una serie de autores profesionales que trabajaban para un público relativamente amplio (Sófocles, Esquilo, Eurípides, Aristófanes). Por desgracia, la decadencia del teatro en época romana en detrimento de espectáculos más del gusto del público (como las peleas de gladiadores o las carreras de cuadrigas) acabó con estwe tipo de escritores.
También es verdad que de vez en cuando aparecía un mecenas que protegía las letras y reunía a su alrededor a una serie de autores (Augusto con Virgilio, Tito Livio, Horacio, Ovidio) pero muerta la fuente de alimentación era dudoso de que apareciera un sucesor con idénticos gustos y, por tanto, la continuidad se tornaba imposible.
Las cosas empezaron a cambiar en los siglos XV-XVII por una serie de cuestiones diversas. En primer lugar se produjo un abaratamiento en la producción de libros de manos de la invención de la imprenta por Gutenberg. Por otro lado, se vivió un importante renacimiento económico que hizo que la base social de lectores se ampliase apreciablemente, ya no sólo incluía a nobleza y clero si no también a una pujante burguesía con un poder creciente. Evidentemente, estos burgueses adquirieron la habilidad de la escritura por una cuestión eminentemente práctica (era imprescindible para sus negocios) pero no dejó de suponer el acceso a una posible fuente de diversión, quizás de forma secundaria pero también de manera inevitable. Y, lo que es muy importante, estos burgueses tenían unos gustos distintos y diferentes de los que durante siglos habían alimentado nobles y clérigos.
Además, se viven los años del Renacimiento, el volver la mirada al pasado grecolatino y olvidarse de los oscuros siglos medievales, la cultura se pone de moda, por así decirlo, y el leer obras literarias se considera de buen gusto.
No podemos olvidar tampoco la apertura de las nuevas rutas oceánicas, el descubrimiento de nuevos continentes (América, Asia, África) y culturas, el fin del aislamiento europeo. Esto genera una gran curiosidad entre el público europeo y provoca un gusto ávido por escribir y leer libros de viajes que expliquen esos nuevos mundos que se están descubriendo.
Y, como no, la crisis religiosa. El paso a la Edad Moderna se gesta en medio de un clima de religiosidad extrema. El milenarismo se hace fuerte y las múltiples guerras, epidemias y catástrofes hacen que la gente se vuelque en la religión como única salida a sus angustias. Es la época de la Reforma Protestante, de la duda y crítica ante la vieja iglesia de Roma y de la necesidad de leer y buscar en los muchos libros teológicos escritos en aquellos años una respuesta a los males del mundo.
Por otra parte, y volviendo a las perogrulladas, para que haya ciencia ficción hace falta que, además de literatura, exista ciencia. Y aunque los griegos hicieron sus pinitos al respecto (y tuvieron su propio autor de algo parecido a la ciencia ficción, Luciano de Samosata), hay que esperar a los siglos XVI y XVII para que se inicie la llamada Revolución Científica que ponga fin al oscurantismo medieval. Copérnico, Kepler, Galileo, Newton y otos muchos pusieron los cimientos y las bases para el gran desarrollo científico de los posteriores siglos XIX y XX que sirvió de caldo de cultivo para el nacimiento de la moderna ciencia ficción.
En este sentido, España parte en pie de igualdad con el resto de Europa. Aparecen pronto imprentas por las grandes ciudades y centros de estudio (Salamanca, Alcalá de Henares). Hay una burguesía pujante en las ciudades castellanas dedicada al comercio de la lana. El Renacimiento nacido en Italia se expande pronto por nuestro país debido a nuestro dominio del Nápoles y Sicilia (ahí están Boscán, Juan de la Encina, Garcilaso o los hermanos Vives). ¿Qué decir del descubrimiento y conquista de América que produjo una pléyade de autores (los cronistas de Indias como Bernal Díaz del Castillo leídos con fruición en toda la península) que narraron todo lo que allí estaba aconteciendo? Y en cuanto a la religiosidad, pensemos en figuras como Cisneros, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz o Fray Luis de León y seremos conscientes de que en este terreno estábamos a la cabeza de Europa. Por último, no podemos olvidar que en el terreno científico figuras como Servet nos situaban en la primera línea investigadora.
En este sentido, Inglaterra mucho tenía que envidiarnos. Un país bastante más pobre y atrasado, donde el Renacimiento no acababa de prender y el gusto por lo literario seguía mayoritariamente en manos de la nobleza. Un lugar donde no había, todavía, una galería de humanistas y científicos del nivel español. Y un país que, además, se había quedado bastante rezagado en la carrera de los descubrimientos.
Y, sin embargo, pronto las cosas empezarían a torcerse de una forma espectacular.
2 Comments:
Iván, tu página es extraordinaria. Te he descubierto hace poco, pero no sabes lo mucho que nos ayuda tu trabajo a los que buscamos alternativas de lectura. Un abrazo, y enhorabuena por tu inteligente lectura.
IRENE Z.
Pues... ¡Gracias!
Aunque creo que tanto elogio es excesivo, tampoco es para tanto.
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