martes, agosto 28, 2007

Álter Ego


Reconozco que como lector tengo una serie de debilidades a las que me resisto con gran dificultad (por no decir que, generalmente, me rindo ante ellas sin contemplaciones): me gustan los autores más clásicos (de entre 1750-1950), me gustan los relatos y me encantan como hacen las cosas editoriales como Valdemar o Siruela (tanto a la hora de elegir los títulos como de editarlos).
Por todo ello, cuando me enteré de la aparición de este “Álter Ego. Cuentos de Dobles” tardé poquito en hacerme con él y en devorarlo. Que Juan Antonio Molina Foix fuese el antologista fue otra debilidad más contra la que nada pude hacer.
Y los resultados son plenamente satisfactorios. Un libro que, dentro de los parámetros señalados, se puede definir sin problemas como una gozada. El tema del doble es tremendamente atractivo para la literatura fantástica y ha sido utilizado profusamente por las diferentes corrientes estéticas de los dos últimos siglos. El Romanticismo alemán, por ejemplo, casi lo convierte en un monopolio y llegó a obsesionarse con él (de ahí surge el famosos término de doppeltgänger). Pero lo mismo puede decirse del decadentismo francés finisecular o de la moderna ciencia ficción.
De todo esto hay en este libro, donde es casi imposible encontrar un relato malo y donde se explora a la perfección todas las posibilidades que el doble ofrece.
Dentro del Romanticismo alemán tenemos “La historia del reflejo perdido” del gran E.T.A. Hoffmann, un cuento perfecto y precioso de pacto fáustico e inspirado en Chamisso, y “El príncipe Ganzgott y el cantante Halbgott” de Achin von Arnim, una historia que se adelante mas de cincuenta años a “El prisionero del Zenda” de Hope y que bebe de la antigüedad clásica. Sin atisbos fantásticos (el parecido entre los protagonistas se debe a un parentesco que desconocen), la historia del cantante que se hace pasar por el príncipe, enamora a la aburrida princesa y trastoca la corte, se enfoca más bien desde un punto de vista cómico ya que, su muy conservador autor, soslaya cualquier atisbo revolucionario sin contemplaciones (al final, el cantante no consigue acostarse con la princesa, el príncipe aparece antes). A pesar de todo, Arnim escribe muy bien y la historia es bastante divertida, lo que hace que merezca la pena a pesar de su escasa trascendencia.
De E.E.U.U. tenemos una inusual historia patriótica obra de Nathaniel Hawthorne, “La mascarada de Howe”, que a pesar de todo consigue llevar un ligero hálito de terror al lector demostrando que el autor de “La letra escarlata” es uno de los grandes dentro del género de miedo.
Le acompañan otros dos buenas historias pero tremendamente diferentes. Por un lado, “La esquina alegre” de Henry James, quizá el cuento mejor escrito de todo el libro y el de mayor densidad. James hace un complejo ejercicio de introspección psicológica que, reconozco, a más de uno se le puede atragantar aunque hay que sucumbir ante la maestría del estadounidense a la hora de analizar de forma exhaustiva el carácter de sus personajes. La historia del neoyorkino que abandona su ciudad por Europa y vuelve a ella 20 años después para encontrarse con su otro yo, aquel que sería si se hubiese quedado en su ciudad natal, no deja de resultar tan agotadora como fascinante.
Como contraste ahí está “Uno de los mellizos” de Ambrose Bierce, un perfecto ejemplo del genuino humor negro y cruel del más amargo escritor que ha parido Norteamérica.
Inglaterra, la mayor cantera de autores fantásticos de los dos últimos siglos, presenta también obras de enjundia. “Markheim” de Robert Louis Stevenson es un relato que ha fascinado a muchos (Borges incluido) pero que a mí me deja un tanto frío al ser, en esencia, una alegoría cristiana sobre la redención (y las alegorías y el cristianismo no están entre mis aficiones).
Mucho mejores son los dos siguientes relatos. “La historia del difunto Elvesham” de H. G. Wells es una perfecta historia de ciencia ficción sobre transferencia de personalidad como sólo Wells sabe hacerlas. Aunque recuerda al cuento de Arthur Conan Doyle “El gran experimento Keinplatz”, es superior por que donde el creador de Sherlock Holmes sólo busca hacernos reír, su colega consigue estremecernos de terror de una forma tremendamente realista, sin olvidar ese delicioso retruécano final digno del mejor humor negro.
“El coparticipe secreto” de Joseph Conrad no tiene tampoco ningún atisbo fantástico pero no deja de ser una magistral obra de arte, uno de los mejores relatos de Conrad, o, lo que es lo mismo, uno de los mejores de la historia de la literatura.
De Francia, llegan tres piezas, a su manera, inimitables e imprescindibles. Abre la terna otra de las cimas del volumen: “El caballero doble” de Téophile Gautier. A pesar de su origen sureño, Gautier sigue siendo el mejor seguidor de Hoffmann que ha habido y este precioso cuento de ambientación medieval y escandinava sobre la eterna lucha entre nuestro lado bueno y nuestro lado malo posee una belleza y una poesía fascinantes.
Igual de impactante es “¿Él?” de Guy de Mauppassant, otro ejemplo perfecto de la locura como fuente de inspiración que es la marca de la casa de este escritor.
Sorprendente, en cambio, es el mejor adjetivo que cuadra para “El hombre doble” de Marcel Schwob. Este cuento debería haber sido firmado por Kafka, si el checo hubiese nacido francés y vivido a finales del XIX en París. Inquietante y original.
Por último, la contribución en lengua española que, por desgracia y salvo excepciones (y este tomo no la es), suele ser la parte más floja de estas antologías. En este caso se reduce a dos cuentos. “Mirtho” del peruano César Vallejo que, como buen poeta, más que un cuento hace un poema en prosa. Y “La muerte de mi doble” de José María Salavería, un autor secundario de la Generación del 98 que aquí no pasa de correcto.
En fin, que a veces da gusto eso de rendirse a las debilidades de cada uno.

domingo, agosto 26, 2007

Sanguinarius


Aparentemente podría parecer que el tema vampírico está más que agotado. Han pasado ya cerca de dos siglos desde que John Polidori publicó, basándose en la figura de Lord Byron, “El vampiro” en 1819. Desde entonces se han publicado miles de relatos, cientos de libros y un número incalculable de antologías sobre el tema.
Y, aún así, uno todavía puede sorprenderse. No sólo gracias a los nuevos autores que siguen tocando el tema (hace poco he leído “Dorada” de Lucius Shepard un gran libro que demuestra que todavía se pueden decir muchas cosas sobre las criaturas de la noche), sino, también, respecto a relatos clásicos que dormían la noche de los justos y que reaparecen de la mano de editoriales como Valdemar para deleite de los aficionados al terror.
“Sanguinarius” es una gran antología que recomiendo encarecidamente a todo aquel que disfrute leyendo historias de chupasangres. Antonio José Navarro ha conseguido reunir un buen puñado de cuentos poco conocidos por el lector español pero plenamente satisfactorios, y en la que resulta interesante la amplitud cronológica de la muestra, desde 1820 hasta 1967. De las brumas del género gótico, al terror profesionalizado de nuestros días. De esta manera, el lector puede estudiar, en cierta forma, la evolución de la figura del vampiro a través de los años.
Quizás lo único criticable sea que algunas de estas historias, aunque de terror, poco tienen que ver con el vampiro (caso de los cuentos de Cholmondeley, Meyrink, Sturgeon, Matheson o Russell), lo que no evita que sean plenamente disfrutables.
Entre los mejores relatos destacan “El extraño misteriosos”, un cuento anónimo de 1860, que a pesar de su marcado aire gótico ha resistido bien el paso del tiempo.
Igual puede decirse de “La tumba de Ethelind Fiounguala” (1887) de Julian Hawthorne, hijo de Nathaniel Hawthorne. El norteamericano es otro autor desconocido hoy en día, oculto por la larga sombra de su padre. Curiosamente, este estupendo relato resulta más cercano al universo del irlandés Sheridan Le Fanu que al puritanismo del autor de “La letra escarlata”.
Otra joya escondida es “Concesión de libertad” (1890) de la británica Mary Cholmondeley, una autora poco conocida pero que consigue una obra cercana al espíritu de M. R. James y que poco tiene que envidiar al gran maestro, hasta el punto de convertirse, en mi opinión, en la mejor de toda la antología.
A pesar de lo vulgar del título, “Historia verdadera de un vampiro” (1894) es un relato sutil y poético capaz de poner los pelos de punta no tanto por lo que se cuenta como por lo que se insinúa. En el género del terror, la premisa de menos es más suele ser muy efectiva. Su autor, Eric Stenbock, es otro ilustre desconocido de los muchos que pueblan estas páginas.
Peculiar y muy atractivo resulta “Grettir en la granja de Thorhall” (1903) obra de Frank Norris, el autor norteamericano naturalista por excelencia (se le conoció en su época como el Zola de E.E.U.U.). Norris decide olvidarse momentáneamente del realismo más pedestre y traza una potente y evocadora historia de vampiros islandeses en la época vikinga digna de las mejores sagas nórdicas.
Finalmente, no puedo dejar de mencionar una pequeña obra maestra, “Primer aniversario” de Richard Matheson (1960), un cuento pavoroso que narra en clave de terror los desengaños del matrimonio de una forma que difícilmente se borrará de la memoria del lector.
El resto de los cuentos, aunque de nivel inferior, no dejan de tener su interés. En algunos casos se les nota mucho el paso del tiempo, como es el caso de “La novia de las islas” (1820), un delirante pastiche de Charles Nodier basado en las obras previas de Byron y Polidori, o de la muy gótica (y muy absurda) “El esqueleto del conde” (1824) de Elizabeth Grey.
En otros casos se nota que el autor todavía no acaba de controlar las artes de su oficio como sucede en el sorprendente “Yo, el vampiro” (1937) de Henry Kuttner, digo sorprendente por que a Kuttner se le tiene conceptualizado como un autor clásico de ciencia ficción cuando resulta que su primeros pinitos los hizo en el terror. En este cuento moderniza el mito del vampiro y lo sitúa, de forma muy apropiada, en Hollywood pero falla un tanto en la estructuración de la historia excesivamente brusca y acelerada.
“Tan cerca de la oscuridad” (1955) de Theodore Sturgeon es un relato magistralmente escrito y muy imaginativo pero al que le pesa un final demasiado críptico.
“El muerto viviente” (1967) de Robert Bloch no es un relato de terror si no una muy buena muestra de hasta que punto el autor de “Psicosis” poseía un humor de lo más negro.
Por último, debo mencionar un par de relatos que, simplemente, no me han gustado. “El país del tiempo de las sanguijuelas” (1920) de Gustav Meyrink es demasiado esotérico para mi gusto y “Sanguinarius” (1962) de Ray Russell es un revisitación del caso de la condesa Bathory, algo que ya ha sido hecho muchas veces y a la que esta versión aporta muy poco, excepto la idea de que Bathory era, en cierta forma, inocente (algo bastante complicado de creer a nada que se haya leído sobre el tema) y un suave erotismo sadomasoquista que en época debió ser la bomba (no en vano se publicó en Playboy) pero que hoy sólo nos hace sonreír.
En fin, como decía, una estupenda antología de vampiros editada con el buen gusto habitual de Valdemar y que hará las delicias de cualquier aficionado a este subgénero de terror.

lunes, agosto 20, 2007

Los Tiempos Están Cambiando

La literatura de género ha conseguido ya, por decirlo de alguna manera, un lugar bajo el sol. Frente a épocas, no tan lejanas, en las que sólo se respetaba la literatura más “seria”, hoy en día para críticos, escritores, lectores y académicos (con sonadas excepciones, por supuesto) leer y apreciar libros de género no sólo está bien visto si no que empieza a considerarse como necesario para tener una visión lo más completa posible de lo que se escribe en un país, y/o momento concreto.
Ahora bien, no todos los géneros gozan de similar status. Tomemos, por ejemplo, los suplementos culturales de los periódicos. En ellos es fácil encontrar críticas y artículos sobre autores de novela histórica, policiaca o de espionaje, también de obras de terror (aunque menos) o que imiten el llamado “realismo mágico” sudamericano. Es mucho más difícil encontrar referencias a libros de ciencia ficción o de fantasía (ya puestos, también a libros eróticos, aunque el peor tratado es el género romántico, sin ninguna duda).
Y, sin embargo, hay un caso peculiar que demuestra que las viejas barreras han acabado cediendo. Desde hace un buen número de años, un diario tan prestigioso como “El País” tiene la sana costumbre de publicar en verano algún especial sobre género fantástico. Unas veces con mayor acierto que otras pero, en más de una ocasión, de forma brillante e incluso innovadora (que se hable de Dick resulta de esperar pero aún recuerdo con sorpresa un monográfico sobre Martin años antes del éxito de “Canción de hielo y fuego”).
Hoy ha tocado uno de eso especiales y ¡Sorpresa! Esta se vez se habla del fantástico patrio y de una forma bastante correcta y acertada. Aprovechando un curso de verano en Santander sobre el tema, (otro ejemplo de cómo están cambiando los tiempos) el periodista J. A. Aunión da un buen repaso a lo que es hoy en día la fantasía, ciencia ficción y terror españolas. De forma breve (era de esperar) se desgrana una larga retahíla de nombres de autores en los que están prácticamente todos los escritores de éxito del momento. Aunión parece centrarse especialmente en cuatro casos, los de más éxito, calidad o fama: Rodolfo Martínez y sus pastiches holmesianos (que ya dije yo que mi opinión sobre el tema es bastante minoritaria), Elia Barceló y su universo de Umbría, Javier Negrete y su saga de “La espada de fuego” (sin olvidar su reciente ucronía sobre Alejandro Magno) y José Antonio Cotrina y su mundo de Lilith (sorprendente teniendo en cuenta que no protagoniza ninguna novela ¿Una concesión a la ciencia ficción cada vez más escasa?).
También se hace una importante referencia a los muy olvidados autores hispanoamericanos, con especial detalle a Liliana Bodoc y su “Saga de los Confines”, que ha vendido una barbaridad al otro lado del charco pero que aquí ha pasado un tanto desapercibida.
También se menciona más brevemente el caso de la fantasía histórica de Juan Miguel Aguilera y Rafael Marín o el de la pujante fantasía juvenil de, como no, Laura Gallego.
Pero lo que, personalmente, más me ha llamado la atención es la aparición de otros nombres relacionados con el fandom y que no son escritores, como Juan Manuel Santiago, Julián Díez o Luis G. Prado, cuyas opiniones aparecen aquí con un cierto detalle.
En fin, uno de esos artículos que aunque al friki poco le va a descubrir no deja de darle un cierto gustito cuando descubre que, quizás, no es ya tan friki como pensaba.

domingo, agosto 19, 2007

El Troll

Cuando le echo un vistazo a las estadísticas del blog compruebo que la media de visitas no es extremadamente alta. Anda por las 27 diarias, lo que no está ni bien ni mal si no todo lo contrario.
Realmente nunca he tenido muchas expectativas sobre mi capacidad de convertirme en uno de los blogs más visitados en ninguna categoría posible. Escribo, en parte, para mí y, ya que el blog es público, para otros despistados como yo que tengan gustos e intereses similares a los mios y a los que no aburra en demasía. Así que gracias a esos 27 que todos los días se asoman por aquí.
Aunque, siendo sinceros, no tengo desarrollados los mismos sentimientos para todos los que pasan por esta página. De hecho, hay algunos visitantes que me tocan bastante las narices y que desaría que no asomasen sus hocios por aquí nunca más.
Los priemros fueron los creadores de spamm que me atosigaban con publicidad y me obligaron a colocar el filtro en los mensajes. Un coñazo y lo siento como el que más pero no quedó otro remedio.
El segundo bicho que me gustaría que dejase de rondar por aquí es el troll. Ese simpático usuario de internet cuyo único objetivo vital es repartir patadas en la entrepierna a todo el mundo e intentar sacar de quicio al prójimo.
Los conozco de sobra de mi época de Cyberdark cuando fueron los causantes de que dejase los foros harto de polémicas estériles (y hasta hoy).
Por desgracia los trolls también pululan por la blogsfera y pueden llegar a ser bastante irritantes, inclusdo entiendo a los que deciden dejar sus blogs hartos de tanta estupidez.
Eso sí, a ratos no dejan de tener su puntito risible y patético, que si no fuera por lo pesados que resultan los convertiría en entrañables. Me explico, ¿alguien se ha parado a pensar en lo frustrantes y alienantes que deben de ser la s vidas de semejante indidviduos para que dediquen tanto tiempo y esfuerzo en fastidiarles la vida a los demás? ¿qué extraños traumas de patio de colegio están purgando por estas páginas de Dios? ¿Cuántas horas de psiquiatras se están ahorrando gracias a internet?
En fin, cuando inicié el blog supe que cuando saliesen a relucir temas relacionados con la ciencia ficción actual (especalmente la de autores españoles y los temas fandomitas) se podía armar la de San Quintín, y así ha sido en algunas ocasiones.
Lo que me ha dejado más estupefacto han sido las reacciones al tratar de autores bien alejados del guetto como puede ser el caso de Saramago y Houellebecq, dos maestros de la literatura "de verdad".
Si alguien tiene paciencias y humor podría rastrear las reseñas que escribí sobre "La posibilidad de una isla" y "Las intermitencias de la muerte". Para mi sorpresa han sido las dos entradas de mayor éxito "histórico" del blog. Mientras otras tienen sus breves momentos de gloria o pasan totalmente desapercibidas, dos años después estas siguen dando guerra. Y de que manera...
Sí alguna vez he pensado que los frikis del famdom somos bichos raros, deje de hacerlo cuando vi las lindezas que me han lanzado los fans más irredentos del nobel portugués y, especialmente, del francés iconoclasta. Alucinante.
A veces he pensado en borrarlas por que rozan el delirio (y entran directamente en el insulto), pero de momento las dejo ahí por que son un buen retrato de como funciona la mente de algunos. Eso sí, el día que me levante de malas o se me hinchen en exceso las gonadas, a tomar por saco y que otro les ria las gracias.
¡Ah!, el ser humano, ese animal tan tolerante...