A simple vista, Wilhelm Hauff podría ser considerado el ejemplo perfecto de escritor romántico. Muerto con sólo 25 años, cuando su carrera como literato acababa de empezar, un tanto incomprendido en su época y sólo reivindicado por críticos y lectores post-mortem. Y, sin embargo, no hay nada más engañoso que esta supuesta afiliación. Hauff únicamente puede ser considerado como romántico por una simple cuestión cronológica, ni por su vida ni por su obra podemos identificarlo con otros autores de muerte prematura y consideración social dudosa, Hauff no fue un Shelley, ni un Byron, un Kleist o un Larra, fue, más bien, un sólido y tranquilo autor burgués con unos intereses un tanto alejados del de muchos de sus coetáneos.
Su vida, por ejemplo, es de un anodino que pasma. Huérfano relativamente joven, es acogido por uno de esos abuelos con biblioteca mítica donde se despierta su pasión por los libros. Cursó la carrera de Filosofía y Teología en su Württemberg natal, donde a pesar de coincidir con otros famosos futuros escritores suabos (como Mörike o los menos conocidos en España Bauer o Waiblinger) apenas los trató. Rechazó la posibilidad de convertirse en un pastor protestante y pasó a trabajar como profesor particular de los hijos de uno de los más poderosos nobles locales, viajó un poco por Francia, Alemania y Suiza (no mucho), conoció ,se enamoró y casó con una prima suya (con la discreta oposición de su familia), inició una prometedora carrera literaria y falleció de unas “fiebres cerebrales” (o sea, de cualquier cosa que la medicina de la época aún no sabía diagnosticar) a edad temprana para nuestros parámetros pero no tan rara para inicios del XIX. En fin, como puede verse una vida muy poco excepcional y, probablemente, muy similar a la de muchos de sus contemporaneos.
Su breve obra ha sido, por desgracia, muy poco traducida al castellano. Algunos libros de viajes, poemas populares ( y en esto si siguió la moda romántica), una parodia de las novelas sentimentales de su tiempo (“El hombre en la Luna”), una imitación de Walter Scott que aún goza de fama y prestigio (“Lichtenstein”), una incompleta aunque, dicen, fascinante novela fantástica (“Memorias de Satán”), una serie de cuentos infantiles y seis brillantes novelas cortas. De todo ello muy poco está traducido al español. Existe una reciente (2001) y magnífica edición de sus “Cuentos Completos” (los infantiles) en la Colección Tus Libros Nº 161 de Anaya (colección que se merece más de una reivindicación como una de las mejores del panorama nacional). De sus novelas cortas hay dos traducidas, “Othello” (2000, Editorial Astri) y “La Cantante” en una edición inencontrable de principios del siglo XX (por lo menos yo no le he podido echar el ojo encima).
Visto lo visto, uno podría ponerse a pensar si merece la pena una entrada para un autor que aquí conocemos fundamentalmente por su producción infantil. Y la respuesta es un si rotundo por que la obra de Hauff, aparte de fantástica, es un prodigio de esos que hacen disfrutar por igual a grandes y chicos.
Es obvio que el grueso de su producción son sus “Cuentos Completos”, recogen un total de 14 piezas agrupadas en tres volúmenes todos ellos titulados “Almanaque de cuentos para hijos e hijas de clases cultas” y que aparecieron sucesivamente en 1826, 1827 y 1828. El propio Hauff daba poca importancia a estas obritas y las consideraba como meramente alimenticias pero se han convertido en clásicos ineludibles de la literatura infantil de todos los tiempos.
Además, Hauff introduce en ellas no pocas novedades. Por ejemplo, y con los preclaros precedentes de Chaucer y Bocaccio presentes, los tres tomos de cuentos se presentan mediante un interesante fix-up de relatos. Hay una historia marco que sirve de pretexto para que una serie de personajes cuenten una serie de relatos, algunos de ellos se relacionan entre si o se conectan con los propios cuentos narrados hasta llegar a la solución de un enigma planteado en las primeras páginas del libro.
En el almanaque de 1826 nos encontramos con una caravana de mercaderes árabes amenazada por bandidos del desierto, en el de 1827 con un jeque que todos los años libera a diez esclavos debido a que su propio hijo sufre este destino (este es el almanaque más irregular ya que sólo 4 cuentos son de Hauff los otros 6 fueron añadidos por otros autores entre los que destacan los hermanos Grimm), finalmente, en el tomo de 1828 (que apareció de forma póstuma) el relato marco engloba a unos viajeros que deben de pasar una noche en vela mientras esperan en una posada el posible asalto de unos bandidos.
A bote pronto hay un par de cosas que quedan claras una vez leídos estos relatos. La primera, que Hauff era un devoto lector de “Las Mil y Una Noches”, recientemente traducidas al alemán. Dos de los tres almanaques tienen ambientación árabe y lo mismo se puede decir de 9 de los 14 cuentos. Para rematar, en uno de ellos aparece el mismo Harum Al Rashid como protagonista secundario. La segunda cuestión es que, como es habitual en este género, Hauff saquea sin contemplaciones todo lo que tiene a mano para escribir sus cuentos, desde leyendas clásicas alemanas o escocesas, hasta las propias “Mil y Una Noches”, Voltaire o la historia del Holandés Errante.
Sin embargo, Hauff introduce una serie de cambios muy interesantes en la estructura del cuento infantil. Así, sus obras deben más a su propia imaginación o a la influencia de escritores de su tiempo (como Hoffmann) más que a las tradiciones populares de su tierra. Los cuentos de Hauff no proceden de un acervo popular donde yacen enterrado mitos ancestrales (como sería el caso de los de Perraul o los Grimm) son una clara obra de su imaginación y, en concreto, de, en cierta forma, una moda de la época (la ambientación árabe). Esto, por supuesto, no les hace ser menos valiosos como obra literaria pero si marcan una pauta luego seguida por autores posteriores como Collodi, Andersen o Wilde.
Además, sus historias son un poco más “blandas” que las anteriores, por supuesto que sigue existiendo una fuerte dosis de crueldad que a más de un adulto puede sorprender pero muy poca en comparación con D’Aulnoy, Perrault, Basile o los Grimm. De hecho, otro rasgo interesante de la obra de Hauff (y que lo aleja totalmente del espíritu romántico) es la condición burguesa de sus historias. Puede que por convicción del propio autor o por intentar acercarse a su público potencial pero los héroes de Hauff son un dechado de virtudes burguesas (honradez, fidelidad, tenacidad, devoción, esfuerzo) que al final siempre consiguen triunfar por muy difíciles que estén las cosas.
También resulta interesante observar el aire de cuento de terror de algunas de estas historias, un cuento de terror de lo más efectivo y con detalles sangrientos y morbosos de los que dejan huella en el lector y que nuevamente hacen que uno se plantee hasta que punto estamos ante una lectura realmente infantil (para lo que se entiende por tal en nuestro siglo XXI).
En cuanto a las mejores piezas destacan “El Califa Cigüeña”, “El Pequeño Muck” y “El Enano Narizotas” como las más típicamente infantiles en el buen sentido del término, como cuentos son sencillamente deliciosos. La vena de terror aparece con fuerza en “El Barco Fantasma”, “La Mano Cortada” o “La Gruta de Steenfoll”, en todos ellos los detalles sangrientos, las apariciones y la dureza de algunas historias realmente aún pueden sobrecoger casi 200 años después. Hauff incluso roza la ciencia ficción en “El Mono Hombre” una historia humorística de científico loco que consigue hacer pasar a un orangután por un joven de la alta sociedad gracias a un peculiar artilugio y un exhaustivo entrenamiento, un cuento que, para mí, ha sido todo un descubrimiento. Pero no todo es humor en la obra de Hauff su “Leyenda del Florín del Ciervo” recoge una tal crueldad sobre la condición humana que de nuevo nos encontramos ante la duda de si es un cuento realmente destinado a los niños. Por último no se puede dejar de mencionar “El corazón Frío”, su pieza más famosa y según algunos críticos el mejor cuento fantástico de toda la literatura alemana. Una obra ambientada en la Selva Negra y que si parece partir de tradiciones populares pero que no deja de ser una terrible y sincera fábula sobre el egoísmo y los deseos humanos. “La Suerte de Said” y “El Falso Príncipe” son, probablemente, los cuentos fantásticos menos logrados de toda la colección mientras que “El Rescate de Fátima” y “La Historia de Almanzor” no cuentan con rasgos fantásticos.
Mención aparte merece “Abner, el judío que no había visto nada” un relato de un antisemitismo tan vulgar como atroz. A pesar de ser entendible dado el contexto histórico de la época (Arnim hacia algo parecido en su “Isabela de Egipto” por las mismas fechas) personalmente me parece repulsivo y, me temo, no fue el único pecado de Hauff al respecto, una de sus novelas cortas, sin traducir, se titula “El Judío Süss” e inspiró a una conocida película nazi de propaganda en los años 30.
Duele esta postura de Hauff visto el buen ánimo que demuestra hacia otra minoría tradicionalmente enemiga de la Europa cristiana como es la árabe y resulta doblemente dolorosa si pensamos que está destinada a la educación de la infancia alemana de aquellos años, bajo su apariencia cómica y banal, “Abner...” despide el mismo fétido olor que los hornos crematorios de Auschwitz.
La única obra para adultos que podemos disfrutar del autor alemán es su novela corta “Othello”. En sus apenas 100 páginas, Hauff despliega una serie de habilidades que nos hacen suspirar por todos esos libros suyos todavía inéditos en nuestro país. La brevedad del relato no evita una cierta complejidad, por un lado tenemos una historia de amor imposible entre una princesa de uno de esos estado alemanes minúsculos de opereta y por otro una terrible maldición que afecta a su familia en relación con la opera de Rossinni que da nombre al libro. Hauff consigue entrelazar ambas historias de una forma tan verosímil como brillante y consigue que el amargo desenlace final posea una lógica tan aplastante como desoladora. El azar parece ser la única guía que dirige nuestras vidas, un azar tan siniestro como ominoso. La agobiante atmósfera que impregna toda la historia, la sensación de que algo terrible va a ocurrir de una forma totalmente ineludible nos recuerda, lejanamente, a un Lovercraft capaz de crear ambientaciones similares, pesadas, inexorables, ineludibles...
En fin, Wilhelm Hauff un romántico muy poco romántico, un autor para niños muy poco infantil y un gran escritor fantástico y de terror, en cualquier caso, alguien que merece la pena redescubrir.