Adios Nobel, Adios
Ante todo sinceridad. J. G. Ballard es, probablemente, uno de los mejores escritores que ha dado la ciencia ficción y, sin embargo, es un autor del que prácticamente no he leído nada. Ningún libro, desde luego, sólo algún relato suelto. Vale, lo sé, lo mío es de juzgado de guardia pero las cosas son como son.
Una cierta explicación hay. De joven, cuando el dinero apretaba, la mayoría de mis compras se centraban en editoriales baratas, tipo Martínez Roca, Nebulae 2ª Época, Ultramar o Bruguera. Ya se sabe, libros de bolsillo no especialmente bien editados pero asequibles. Ballard pertenecía a la antigua Minotauro y eso eran palabras mayores. Con lo que costaba un libro suyo me compraba tres de los otros. Una lamentable decisión pero, me temo, soy de los que se fijan más en la cantidad que en la calidad, carne de saldos, ya se sabe.
Cuando me hice independiente, económicamente hablando, la cosa no mejoró. Minotauro nunca saldaba, Minotauro siempre estaba allí, era tan eterna como el mundo. Así que me relaje y, a día de hoy, aún me arrepiento de semejante decisión, el cambió de dueños me ha pillado a contrapie y me he encontrado con serias carencias en mi biblioteca, para que te fíes.
Bien, esa es la lamentable historia de Ballard y yo. Tampoco es tan grave, tengo confianza en que más tarde o más temprano me decida a caer sobre él. Creo que da un poco lo mismo disfrutar de un buen autor con 20, 40 o 50 años. cuando toque tocará.
Sin embargo, soy consciente de que Ballard es uno de los grandes, pocos hay que se le puedan comparar. Y eso me lleva a la siguiente reflexión.
Cuando era un crío leía mucha ciencia ficción, pero mucha, estaba poseído, infectado. Asimov, Clarke, Simak, Dick, Heinlein, Aldiss, Farmer… corrían por mis neuronas desbocados. Y tenía un sueño, absurdo e infantil, como suelen ser los sueños que uno tiene con 10-12 años. Soñaba con el día en que uno de mis escritores favoritos ganase el Nobel de literatura. Como ya dije era absurdo y estúpido pero era mi sueño.
Luego uno crece, madura (o no) y se da cuenta de que un Nobel para Asimov es, digamos, improbable. Uno lee más cosas y entiende por que García Márquez sí y Clarke no, por que Vargas Llosa puede que algún día pero Farmer ni de broma.
Pero, más tarde, uno se da cuenta que la ciencia ficción también tiene sus opciones, pocas, es cierto, pero las tiene. Hay autores que por estilo, temática o lo que sea no tienen nada que envidiar a los grandes. Son un puñado selecto pero están ahí. Así que mi sueño de juventud evolucionó y se convirtió en otra cosa. No en un sueño, que uno ya es muy mayor para soñar, pero sí en una pequeña ilusión o esperanza.
Con el tiempo, y descartando a ilustres fallecidos como Tiptree o Dick, reduje la posibilidad del Nobel a cinco autores: Ursula K. LeGuin, Thomas M. Disch, Stanislaw Lem, Kurt Vonnegut Jr. y, como no, J. G. Ballard. Un auténtico repoker de ases.
El tiempo, el muy puñetero, va dejando las cosas en su sitio. Disch y LeGuin siempre me parecieron las opciones con menos posibilidades. Demasiado fandom, demasiado frikis (y en el caso de Disch con una obra, probablemente, demasiado dispersa y escasa). La muerte de Disch le dejó fuera de las quinielas, pero la parca hizo lo mismo con mi apuesta más fuerte y querida, Stanislaw Lem, y con el que era más conocido fuera del mundillo, y que había renegado públicamente de él, Kurt Vonnegut Jr.
Quedaba, por tanto, Ballard, no lo había leído pero sabía que era “uno de los nuestros” y no dudaba de su calidad leídos los comentarios positivos de gente tan capaz y de la que me fío tanto como Capanna, Pringle, Nacho, Juanma Santiago o Julián Díez. (o, para el caso, los comentarios negativos de Barceló que también ayudan lo suyo). Bien Ballard murió hace unos días como todo el mundo sabe. Mi sueño se aleja, sólo queda LeGuin pero, como ya dije, veo improbable y remota su candidatura, además, es ya muy mayor, por desgracia tampoco le debe de quedar mucho en esta fiesta.
Bien, uno de los muchos sueños de niñez, juventud que se desvanecen. Me imagino que eso es parte del proceso de maduración de las personas, asumir que los sueños, sueños son, como diría el amigo.
En fin, menos mal que, en algún universo alternativo, todos ellos habrán acudido a Estocolmo a recoger su premio y yo, emocionado, habré leído en el periódico tan grata noticia. Es lo que tiene ser aficionado a la ciencia ficción, que sabes que cualquier sueño, por absurdo e improbable que sea, se puede convertir en realidad.
Una cierta explicación hay. De joven, cuando el dinero apretaba, la mayoría de mis compras se centraban en editoriales baratas, tipo Martínez Roca, Nebulae 2ª Época, Ultramar o Bruguera. Ya se sabe, libros de bolsillo no especialmente bien editados pero asequibles. Ballard pertenecía a la antigua Minotauro y eso eran palabras mayores. Con lo que costaba un libro suyo me compraba tres de los otros. Una lamentable decisión pero, me temo, soy de los que se fijan más en la cantidad que en la calidad, carne de saldos, ya se sabe.
Cuando me hice independiente, económicamente hablando, la cosa no mejoró. Minotauro nunca saldaba, Minotauro siempre estaba allí, era tan eterna como el mundo. Así que me relaje y, a día de hoy, aún me arrepiento de semejante decisión, el cambió de dueños me ha pillado a contrapie y me he encontrado con serias carencias en mi biblioteca, para que te fíes.
Bien, esa es la lamentable historia de Ballard y yo. Tampoco es tan grave, tengo confianza en que más tarde o más temprano me decida a caer sobre él. Creo que da un poco lo mismo disfrutar de un buen autor con 20, 40 o 50 años. cuando toque tocará.
Sin embargo, soy consciente de que Ballard es uno de los grandes, pocos hay que se le puedan comparar. Y eso me lleva a la siguiente reflexión.
Cuando era un crío leía mucha ciencia ficción, pero mucha, estaba poseído, infectado. Asimov, Clarke, Simak, Dick, Heinlein, Aldiss, Farmer… corrían por mis neuronas desbocados. Y tenía un sueño, absurdo e infantil, como suelen ser los sueños que uno tiene con 10-12 años. Soñaba con el día en que uno de mis escritores favoritos ganase el Nobel de literatura. Como ya dije era absurdo y estúpido pero era mi sueño.
Luego uno crece, madura (o no) y se da cuenta de que un Nobel para Asimov es, digamos, improbable. Uno lee más cosas y entiende por que García Márquez sí y Clarke no, por que Vargas Llosa puede que algún día pero Farmer ni de broma.
Pero, más tarde, uno se da cuenta que la ciencia ficción también tiene sus opciones, pocas, es cierto, pero las tiene. Hay autores que por estilo, temática o lo que sea no tienen nada que envidiar a los grandes. Son un puñado selecto pero están ahí. Así que mi sueño de juventud evolucionó y se convirtió en otra cosa. No en un sueño, que uno ya es muy mayor para soñar, pero sí en una pequeña ilusión o esperanza.
Con el tiempo, y descartando a ilustres fallecidos como Tiptree o Dick, reduje la posibilidad del Nobel a cinco autores: Ursula K. LeGuin, Thomas M. Disch, Stanislaw Lem, Kurt Vonnegut Jr. y, como no, J. G. Ballard. Un auténtico repoker de ases.
El tiempo, el muy puñetero, va dejando las cosas en su sitio. Disch y LeGuin siempre me parecieron las opciones con menos posibilidades. Demasiado fandom, demasiado frikis (y en el caso de Disch con una obra, probablemente, demasiado dispersa y escasa). La muerte de Disch le dejó fuera de las quinielas, pero la parca hizo lo mismo con mi apuesta más fuerte y querida, Stanislaw Lem, y con el que era más conocido fuera del mundillo, y que había renegado públicamente de él, Kurt Vonnegut Jr.
Quedaba, por tanto, Ballard, no lo había leído pero sabía que era “uno de los nuestros” y no dudaba de su calidad leídos los comentarios positivos de gente tan capaz y de la que me fío tanto como Capanna, Pringle, Nacho, Juanma Santiago o Julián Díez. (o, para el caso, los comentarios negativos de Barceló que también ayudan lo suyo). Bien Ballard murió hace unos días como todo el mundo sabe. Mi sueño se aleja, sólo queda LeGuin pero, como ya dije, veo improbable y remota su candidatura, además, es ya muy mayor, por desgracia tampoco le debe de quedar mucho en esta fiesta.
Bien, uno de los muchos sueños de niñez, juventud que se desvanecen. Me imagino que eso es parte del proceso de maduración de las personas, asumir que los sueños, sueños son, como diría el amigo.
En fin, menos mal que, en algún universo alternativo, todos ellos habrán acudido a Estocolmo a recoger su premio y yo, emocionado, habré leído en el periódico tan grata noticia. Es lo que tiene ser aficionado a la ciencia ficción, que sabes que cualquier sueño, por absurdo e improbable que sea, se puede convertir en realidad.