“La espada de fuego” fue una muy digna novela de fantasía épica que colocó a este sub-género en el mapa del fantástico español. En efecto, antes de la obra de Javier Negrete, este tipo de títulos era uno de los grandes ausentes en el panorama narrativo nacional. Además, el libro estaba lo suficientemente bien hecho como para soportar las comparaciones con sus homólogos escritos en anglosajonia y, lo que fue más sorprendente, se vendió muy bien. Tanto que su autor decidió seguir una vieja tradición no escrita y convertir ese primer volumen en el inicio de una serie que se promete tan larga como satisfactoria.
Dicho esto, debo reconocer que no fui uno de los más seducidos por esta novela. Me explico, gustarme, me gustó pero siempre le encontré un toque raro, un algo extraño que hacia que no me acabase de convencer del todo. Después de mucho reflexionar creo que la razón real de esta sensación tiene más que ver con su estructura narrativa que no con el estilo de Negrete ni con la historia en sí (ambos magníficos).
En efecto, “La espada de fuego” es realmente la re-escritura y re-estructuración de una antigua novela y eso se nota. Las piezas encajan mal. La primera parte es refrescante, original y llena de interés, el tramo final parece obra de alguien más primerizo y mucho más monótono y rutinario. Las aventuras en busca de la espada de fuego no alcanzan la brillantez de la presentación de personajes y de la elaboración de Tramorea que son la esencia de esa primera parte. En resumen, un peculiar puzzle cuyas piezas no acaban de casar del todo.
En cualquier caso, el libro me gustó lo suficiente como para comprarme su continuación: “El espíritu del mago” y he de decir que esta novela si que está mucho más conseguida. De hecho, su calidad es casi similar a la de autores tan famosos y consagrados como Sapkowski o Martin.
Lo primero que llama la atención de este volumen es que es mucho más grueso que su antecesor pero pronto lo asumimos más como una bendición que como una carga dado lo absorbente de la trama que hay en su interior. Una trama compleja y con numerosos personajes, ramificaciones y sorpresas que harán las delicias de cualquier buen aficionado a este tipo de libros. La historia que se narra aquí es, hasta cierto punto, clásica. Un ejercito de las fuerzas del mal dispuesto a arrasar Tramorea, un personaje joven y carismático que emprende una búsqueda de proporciones épicas, y otro personaje más viejo y desencantado que se convierte en el único paladín frente al señor oscuro de turno. Entre medias, por supuesto, hay mucho más. Intrigas políticas dignas de Maquiavelo, ciudades gobernadas por semidiosas, magia negra pero que muy negra, ciudades arrasadas por la más espantosa de las guerras, personajes adolescentes que maduran a una velocidad de vértigo, amor, sexo, un mago más que peculiar, una batalla final de las que ponen los pelos como escarpias y un despliegue de razas, criaturas y demás parafernalia más que abrumador.
A bote pronto señalaría dos cuestiones que creo que son lo mejor del libro. La principal es su suave derrape hacia la ciencia ficción estilo Jack Vance o Gene Wolfe, ya se sabe, un Tierra en decadencia que ha olvidado su antigua tecnología y ciencia y las confunde con una poderosa magia. El truco está más visto que el tebeo pero Negrete lo hace tan bien que se lo perdonamos todo y lo disfrutamos sin complejos.
Un inciso, dada la crisis que vive la ciencia ficción en detrimento de la fantasía quizás este sistema haya sido la única forma que ha encontrado Negrete para “colar” a su público potencial una buen historia de cf haciéndoles creer que estaban leyendo fantasía. Sí, ya lo sé, suena paranoico y lo código Da Vinci pero conspiraciones más raras se han visto.
El segundo gran acierto del libro es el complejo popurrí histórico en que está basado. Como historiador reconozco que esta parte es la que me parece más fascinante y mejor elaborada. Toda la historia de la humanidad aparece aquí pasada por la batidora y re-elaborada para que encaje a la perfección en la historia que se nos cuenta. Por ejemplo, tenemos una ciudad-estado que vive un enfrentamiento político entre nobleza y pueblo, que es una gran potencia naval y comercial, donde las prostitutas de alto standing alcanzan una posición social de lo más aparente y que tiene una moneda cuyo emblema es la lechuza. No, no es Atenas en el siglo V a. de C. es Narak la ciudad donde se refugia Derguin Gorion.
También hay un ejercito de mercenarios casi invencible que parte hacia lejanas tierras orientales donde sus jefes son masacrados en un banquete-trampa por aquellos que les habían contratado pero que aún así no solo consiguen sobrevivir sino que gana una batalla casi imposible y se vengan cruelmente de sus enemigos. ¿Los catalanes en Grecia? Pues no, no son los temible almogavares de Roger de Flor en la Grecia del siglo XIV es la Horda Roja de Kratos May.
Grupo de mercenarios que, por cierto, basan su poder en una fuerza de infantería pesada fuertemente disciplinada y armada con largas picas y, repito, no son ni la falange hoplita espartana, ni la macedónica son la Horda Roja de Kratos May (otro inciso, en ninguna novela histórica sobre la antigua Grecia he leído una descripción tan precisa y lograda del funcionamiento de una falange hoplita y de lo que se siente dentro de ella como en este libro).
Y que decir de una ciudad muy, muy antigua y muy, muy malvada, gobernada por una todopoderosa semidiosa del amor voraz cual mantis religiosa, que recurre a mercenarios para protegerse, con zigurats por todos lados, un pueblo fanatizado y una riquezas obscenas. Podría ser una Babilonia re-inventada por un autor pulp como Abraham Merrit pero es más bien la ciudad de Malib.
Y, por supuesto, está esa expansión militar-religosa que viene del desértico sur, esos jinetes nómadas que al fin se han reorganizado y que van a pasar a cuchillo a todo aquel que no se convierta a su peculiar credo monoteísta y que son frenados contra todo pronóstico en una batalla decisiva. Y no, no son los musulmanes embarcados en una sangrienta Yihad hasta su debacle en Poitiers en el 732. Son los fascinantes Aifolu.
Y, también, hay amazonas, un auténtico genocidio que ríete de los nazis y (deberes para casa, chicos) otro pueblo que sale de refilón y se parece sospechosamente a los romanos. En fin, aunque mezclar pueblos y épocas tan diferentes suene a herejía, Negrete ha hecho los deberes y todo va como la seda, sin chirridos ni estridencias. Vamos, una gozada.
En el debe, una sola cosa que hace que a veces uno frunza un poco el ceño y es el abuso de la casualidad. Y es que el libro está lleno de demasiadas casualidades que hacen que la trama avance, demasiadas situaciones en las que fulanito va por un bosque se encuentra con menganito, y, ¡Oh, maravilla!, ambos son dos protagonistas necesarios para que todo salga bien y, por lo tanto, se hacen colegas y emprenden camino hacia, casualidad de casualidades, un lugar ignoto donde está zutanito que los necesitaba urgentemente para solucionar un par de entuertos.
Vale, puede que ese no deje de ser un cliché usado desde siempre por los autores de novela popular y folletinesca pero, bajo mi punto de vista, aquí se utiliza de una forma demasiado obvia y, a veces, incluso burda y, sinceramente, vistas sus otras virtudes, creo que Negrete puede hacer las cosas mucho mejor en ese aspecto.
Sin ir más lejos, el toque lovercraftiano que le da a las fuerzas oscuras de turno resulta de los más original de cara a evitar un cliché más a la hora de caracterizar a los “malos”.
En cualquier caso, un pecado pequeñito que le perdono de todo corazón porque el resto del libro me ha hecho disfrutar como nunca y que hace que coloque a esta saga, junto a las de Martin y Sapkowski en el apartado de “libros urgentes a comprar el día que salen aunque haya que empeñarse hasta las cejas”.