¡Dios mío, que libro! Es, sencillamente, una puta obra maestra y lo demás son cuentos chinos. Los adjetivos calificativos elogiosos se me acabarían antes que las cosas que hay que elogiar. Y es que son tantas...
Susanne Clarke ha conseguido lo que parecía imposible: lograr algo realmente original y único en el muy trillado campo de la Fantasía, y, auguro, en el futuro se hablará de “Jonathan Strange y el Señor Norrell” con la misma reverencia con la que hablamos de Tolkien o Martin, como un jalón, un hito a partir del cual las cosas ya no van a ser como antes.
Y eso que, inicialmente, el libro no parece especialmente novedosos. Una Fantasía Histórica ambientada a principios del XIX y que transcurre casi íntegramente en Inglaterra (con incursiones breves y jugosas a Waterloo, la Venecia de Lord Byron o la Península Ibérica de la Guerra de la Independencia). Ahora bien, esta Inglaterra es y no es como la que conocemos. La idea básica de toda la novela es la siguiente: en el pasado (para ser más precisos, en la Edad Media) la magia era algo común y habitual, los magos eran personajes poderosos que ayudaban a gobernar a los reyes y se veían envueltos en todo tipo de peripecias, incluso, alguno de ellos, como el legendario Rey Cuervo, llegaban a gobernar partes del país. Por supuesto, existían caminos que conectaban Inglaterra con la Tierra de las Hadas, y los seres feéricos deambulaban de una dimensión a otra sin mayores problemas. Pero todo eso cambió hacia finales del XVII, la magia desapareció de Inglaterra sin causas aparentes y los magos se convirtieron en una especie de historiadores eruditos sin ningún poder real. Hasta que aparece el Señor Norrell, el cual consigue que la magia vuelva a Inglaterra, en un momento muy oportuno ya que Napoleón acecha al otro lado del Canal.
El Señor Norrell es un personajes realmente odioso, pretenciosos, vulgar y egoísta, su único interés es el de ser el único mago de toda Inglaterra, hasta que aparece el atolondrado Jonathan Strange, un noble diletante, ingenuo y un tanto fatuo que consigue practicar magia casi sin proponérselo. A partir de este momento, el libro consistirá en los encuentros y desencuentros de ambos personajes y en su enfrentamiento con un poder insidioso y tenebroso que parece perseguirlos sin que sen den mucha cuenta de tal amenaza.
Pero, obviamente, este libro es mucho más. En primer lugar, la ambientación es sencillamente perfecta, en la contraportada se dice que estamos ante un libro que se sitúa “Entre la fina comedia social de Jane Austen y el sombrío universo de Tolkien”. Bueno, lo siento pero el editor ha patinado un pelín, no se si sombrío es el mejor adjetivo aplicable a Tolkien pero si tengo claro que la única conexión entre este y Clarke es que ambos estudiaron en Oxford, el espíritu del Tolkien no aparece por ningún lado nos pongamos como nos pongamos. Otra cosa es Jane Austen y ahí si que la comparación es totalmente certera. Si no fuera por el componente fantástico, el libro sería una perfecta imitación de las comedias costumbristas que Austen escribió con tanta gracia y acierto (no se si se notará que dicha señora me gusta bastante) y entre las que destacan “Orgullo y prejuicio”, “Sentido y sensibilidad”, “Emma” o “La abadía de Northanger”. Así pues, la sensación de estar situados en la Inglaterra de 1806-1817 está plenamente conseguida.
Por supuesto, los libros de Austen son famosos por que en ellos, en cierta forma, nunca pasa nada y son más bien apreciados por la fina descripción de los personajes y su psicología así como del entramado social de la Inglaterra de aquellos años. Y en este aspecto, Clarke es tan hábil como su antecesora. Todos los personajes que aparecen en este libro, desde los que le dan título hasta el más insignificante secundario, están creados con un mimo tal que parecen cobrar vida ante nuestros ojos. Ninguno de ellos es de cartón piedra, ni plano, ni tópico o manido, todos ellos están hechos con carne y sangre, con múltiples aristas y varias dimensiones y, por que no decirlo, son, en general, un poco estrafalarios y extravagantes lo que, curiosamente, les da mayor enjundia. Pero, sobre todo, casi todos se convierten en entrañables, la línea divisoria entre buenos y malos es aquí más fina que nunca. Es cierto, Norrell se nos hace antipático y Strange mucho más cercano pero ¡Cuán a menudo uno entiende muy bien por que Norrell hace lo que hace, por mezquino que sea, y lo exasperante que puede llegar a ser Strange en su inocencia! Todos los protagonistas que deambulan por las páginas del libro tienen una razón para hacer lo que hacen, buena o mala, mejor o peor pero una razón que los acaba convirtiendo en seres casi reales y que evita que la trama degenere en un burdo maniqueísmo, lo que no quita para que, al final, la amenaza de las fuerzas de la oscuridad sea lo suficientemente ominosa como para que deseemos que Strange y Norrell acaben con ella. Mención aparte merece el Rey Cuervo, probablemente, el personaje ausente más perfectamente descrito y más importante de todo el género fantástico.
Por otro lado, la imaginación de Clarke es, sencillamente, deslumbrante. Mucho se ha hablado del sentido de la maravilla dentro de la ciencia ficción, de los “momentos atiza” como diría Julian Díez pero no hay mejor obra que esta novela de Fantasía para sentir como la maravilla fluye por sus páginas, para volver a sentirnos como niños y abrir la boca y los ojos de par en par página tras página. ¿Dónde señalar un hito dentro de tanto logro? ¿Las estatuas parlantes de la Catedral de York? ¿Los caminos del Rey? ¿El torbellino de oscuridad de Venecia? ¿Las batallas mágicas de la Guerra de la Independencia? ¿La flota fantasma en frente de las costas francesas? ¿La necromancia de los diecisiete napolitanos muertos? ¿La locura del rey Jorge? Es difícil quedarse con un momento dentro de tanta magia narrativa.
La acumulación de portentos es, paradójicamente, la mejor arma de Clarke para convencernos de que la magia es real, de que existe y su brillante idea de trufar toda la novela con notas a pie de página abunda en esta idea. Todas juntas, dichas notas, son como un segundo libro donde se nos explica la historia de la magia inglesa y donde abundan hermosos cuentos cortos totalmente al margen de la trama principal pero que, a la larga, arrojan sobre ella una luz muchas veces necesaria para entender lo que está pasando.
Realmente, mucho se podría decir sobre el libro y sus inacabables ramificaciones políticas, históricas, sociales, etc pero, como ya se dijo de “El Señor de los Anillos”, esto es realmente secundario, la ideología aquí aparece tan tamizada que podemos pasar de largo sin pararnos mucho en ella, “Jonathan Strange y el Señor Norrell” es narración pura y dura, es una novela cuya autora se deja envolver por el gozo de contarnos una historia, una aventura sin igual, algo que el lector aprehende en las primeras páginas del libro y que convierte su lectura en una experiencia inigualable.
En fin, que mucho más se podría decir, así a bote pronto, es muy de destacar toda la parte de relato de terror que tiene la novela que hace que más de una vez nos corra un escalofrío por la espalda, pero, en resumen, “Jonathan Strange y el Señor Norrell” es una de esas experiencias literarias que más vale disfrutar por uno mismo y que empalidece al contarla, así que, a pesar de su tamaño (unas 800 páginas) que nadie se asuste y vaya zumbando a comprárselo, al final, se os hará corta.