Me temo que Rudyard Kipling no es un autor muy apreciado en nuestros días. Es cierto que algunos de sus libros se han convertido en clásicos (erróneamente atribuidos a la literatura infantil) que se reeditan sin cesar, caso de “Kim” o “El libro de las tierras vírgenes”, pero teniendo en cuenta que ganó un Premio Nobel y fue el autor “oficial” de Gran Bretaña, hay que reconocer que su figura ha palidecido un tanto.
Frente al prestigio de autores consagrados de su misma época (desde un Henry James a un James Joyce, de una Virginia Woolfe a un D. H. Lawrence), Kipling parece haber quedado relegado a una incomoda nota a pie de página dentro el campo de la literatra de evasión, de aventuras, juvenil, en resumen, de género. Pero, incluso en este campo hay voces que tienden a ningunearlo y señalan al gran Joseph Conrad como un autor mucho más competente, interesante y “literario”.
Tampoco ha debido de ayudarle mucho ese sambenito que se le colgó de “poeta del imperio” y que en estos tiempos de progresía bienintencionada, pero vacua y un tanto ágrafa, no es una buena tarjeta de visita. De nuevo la comparación con Conrad le hace salir malparado, si recordamos que el anglo-polaco fue un feroz crítico del colonialismo (ahí está “El corazón de las tinieblas”). Me imagino que, además, en nuestro país, que alguien como Aznar tuviese enmarcado en su despacho el célebre poema “If” tampoco ha debido de ser la mejor de las propagandas posibles.
Huelga decir que, personalmente, considero a Kipling uno de mis autores fetiche y creo que se comete con él una cierta injusticia fruto de la ignorancia o/y de una lectura poco profunda y apresurada.
Afortunadamente no estoy sólo en el empeño, da gusto saber que alguien como Borges consideraba al anglo-indio como un notable escritor, destacando sus últimos cuentos dignos de un Kafka anglosajón. O Henry James, el exquisito Henry James de “Retrato de una dama” que elogió públicamente a Kipling y prologó algunos de sus libros.
Por supuesto, Kipling no es un autor cómodo y hay que encuadrarlo dentro del espíritu de su época. Su tendencia política natural es el conservadurismo y las críticas a lo podríamos definir como “izquierdismo” son constantes en su obra. Sin embargo, Kipling no es alguien fácil de encajar, canta la gloria del Imperio pero crea también el concepto de “carga del hombre blanco”. Describe la gloria de la India inglesa pero se deja fascinar por los nativos más que por los blancos. Critica despectivamente la acción sindical pero, al mismo tiempo, la mayoría de sus protagonistas pertenecen a la clase trabajadora cuando no son despreciables indígenas.
Incluso la sensación de tener un estilo fácil y lineal (de ahí su adscripción al campo de la literatura juvenil) es engañosa. Nuestro hombre se formó como periodista, de ahí su tendencia a un lenguaje limpio y directo pero, al mismo tiempo, algunos de sus cuentos (en especial los de sus últimos años), como bien dijo Borges, son de una complejidad y sutileza dignas de cualquiera de los escritores de vanguardia de su generación.
Quizás el gran pecado de Kipling es el ser uno de los autores más amenos de la historia. Su capacidad de enganche es impresionante, su habilidad para llevar al lector sin altibajos a lo largo de complejas y divertidas historias no tiene parangón, su capacidad de evocación de paisajes exóticos y caracteres especiales no tiene igual. Frente a la dificultad de tantos autores consagrados, Kipling posee la mirada limpia de un niño y la engañosa facilidad de hacer sencillo lo complejo.
Parte de la explicación a su peculiar forma de ser y actuar viene de su propia biografía afín a la de muchos de sus compatriotas. Nacido en la India, educado en Inglaterra lejos de sus padres, vuelto a la India en su juventud. Kipling siempre se sintió más fascinado por su país de nacimiento que por su país de origen, por la India que por Inglaterra. El conservadurismo y la sensación de superioridad blanca que le fue inculcada por su educación inglesa chocaba con la fascinación y el respeto que sentía por la cultura y la civilización hindú. De ahí que en toda su obra se notase el respeto por lo indígena presentado como antítesis de lo occidental pero a su vez complementario.
En cualquier caso, Kipling es un autor que me fascina y con el que disfruto enormemente pero que tampoco ha gozado de mucha suerte dentro del mundo editorial español. Si tenemos en cuento que lo mejor de su obra son los relatos hay que reconocer que pocos de estos se ha publicado en nuestro idioma y menos aún están disponibles en la actualidad. Mejor suerte han corrido sus novelas aunque no es menos cierto que en ellas se encuentran su peores páginas, especialmente cuando se dejaba llevar por la tónica de la época e intentaba escribir de una forma realista y centrada en Occidente.
Y aquí es donde está otra de las claves de este escritor, su condición de autor de literatura fantástica, algo que casi siempre se obvia. Kipling tocó muchas teclas a lo largo de su carrera pero siempre se dejó fascinar por el género fantástico y jugó lasd cartas que al respecto le brindó su época.
“Los cuentos de así fue como” son un perfecto ejemplo (estás vez sí) de literatura infantil fantástica. “El libro de las tierras vírgenes” es un perfecto ejemplo del sub-género de “animales parlantes”, aunque hay otros muchos relatos y narraciones que utilizan este recurso. De hecho Kipling lo llevó más allá y creo un sub-género nuevo: el de los objetos parlantes, y así en sus relatos aparecen locomotoras y barcos en animada conversación. Pero también fue autor de historias de “mundos perdidos” (“El hombre que pudo reinar”), de ensoñaciones féericas (“Pook el de la colina Puck”) e incluso de ciencia ficción (“Con el correo nocturno”).
Con todo, el género fantástico que más tocó fue el terror, donde alcanzó una maestría impecable. Es cierto que escribió cuentos “clásicos” de fantasmas, como “Ellos”, dignos de un M. R. James pero su principal contribución fue la creación de cuentos de miedo indios, donde el terror se centra en los misterios de oriente. Muchos de ellos aparecen recopìlados en la estupenda antología de Valdemar “La marca de la bestia”, pero otros muchos han quedado fuera de esta selección y hay que rastrearlos por sus muchas colecciones de relatos, donde siempre aparece el horror como uno de los grandes interese del autor. Aunque, probablemente, sea “El hándicap de la vida” (Siruela) su antología más india, con diferencia.
Con el tiempo, Kipling empezó a escribir historias más novedosas y crípticas y consiguió algunas piezas impecables y tremendamente originales, donde se mezclaban ambos mundos, el inglés y el indio, (“Una guerra de sahibs”, “La litera fantástica”) o se deslindaban nuevos caminos temáticos (“Arroyo amigo”).
Por supuesto, Kipling también tuvo una faceta de autor realista, aunque como ya dije, aquí es más fácil ver sus errores y fallos. “La luz que se apaga” fue su mayor intento por escribir al estilo realista de sus contemporáneos y, bajo mi punto de vista, su peor libro. A “El collar sagrado” le pasa lo mismo, las escenas ambientadas en Occidente aburren pero en la parte centrada en el Punjab consigue algunas de sus mejores páginas. “Kim” es, probablemente, su mejor novela, rozando lo fantástico en las partes protagonizadas por el monje tibetano que busca el místico “río de la vida”. “Stalky & Co.” Es la más perfecta historia de internados inglesas nunca escrita (y que me hizo maldecir toda mi adolescencia por tener que estudiar en uno de nuestros institutos públicos) y “Capitanes intrépidos”, ambientada entre los marineros de Nueva Inglaterra, la más notable excepción a la regla de que Kipling flaquea al escribir sobre Occidente: es una obra vibrante, llena de fuerza e intensidad y tremendamente evocador.
Kipling puede que esté olvidado, y hasta pasado de moda, si tenemos que hacer caso del pensamiento dominante actual, pero eso sólo es un ejemplo más de cuan fructífero es no hacer caso de dogmas y ordenes; y dejarse llevar por al aroma embriagador de la aventura, de la India y del escalofrío que recorre tu espalda cuando te enfrentas a lo incomprensible.