Reconozco que este es el primer libro que me he leído de Houellebecq. Si, ya sé, es la gran sensación de la literatura europea de este cambio de siglo pero, a estas alturas del partido, servidor ya no está para seguir modas, ni siquiera literarias.
Al final me anime por tres razones básicas: un conocido mío, del que me fío, con gran cultura en esto del leer es fan suyo, Houellebecq se ha declarado partidario de la ciencia ficción sin complejos y este libro es ciencia ficción.
Total, que me lancé a la piscina y, al final, el resultado ha sido triste (por cierto, mi amigo coincide conmigo, dice que es su peor libro). Vamos a ver, no es que el libro este mal escrito, al contrario, se lee con una facilidad pasmosa y te lo cepillas rapidito, un auténtico pasapáginas. Una cosa es lo que luego te encuentras entre las páginas.
Bien, a riesgo de destripar la trama (el que no quiera saber muchos detalles sinópticos que deje de leer) estamos, básicamente, ante una historia de clonación e inmortalidad. El libro transcurre a dos niveles que se alternan por capítulos. Uno está ambientado en nuestros días (o en un near future bastante near) el otro en un lejano futuro.
En nuestro presente se nos narra en primera persona la vida de Daniel, un humorista francés que se ha forrado a costa de utilizar un sentido del humor que, siendo flojos, podíamos considerar poco dado a lo políticamente correcto (uno de sus números de más éxito se titula “Cómeme la Franja de Gaza”). Daniel está hastiado de la vida e intenta buscarle sentido mediante el amor y su alistamiento en una secta, los elohimitas, que promete la vida eterna (y que se parece mucho a los raelianos, algo reconocido por el propio autor).
La trama del futuro está protagonizada por Daniel24 y 25, los clones neohumanos descendientes de este primer Daniel que nos cuentan como es el mundo unos siglos después de la historia principal, cuando las ideas elohimitas, en cierta forma, han triunfado.
Ya se sabe como son los resúmenes, con lo que acabo de contar se puede escribir una mierda o una obra maestra. Houellebecq optó por la mierda, que le vamos a hacer.
Se supone que este escritor es el colmo de la trasgresión, que sus libros son tremendamente críticos y ácidos con la sociedad actual y que el lector debe de sentirse escandalizado con lo que cuenta. En fin, desde que los surrealistas hacían de las suyas en los años 20, cada poco hay alguien que los intenta imitar y logra sus 5 minutos de fama, Houellebecq es el último de esta triste estirpe. Personalmente, lo único que me escandaliza es que la gente aún se pueda escandalizar y más aún con las tonterías que escribe este señor.
En líneas generales, Daniel (que parece un alter ego del autor) es un sujeto egoísta, patético, obsesionado con la juventud y las mujeres macizorras y de un mal gusto estruendoso. Su monologo continuo es una mezcla de clasismo (los ricos molan, los pobres que se jodan), racismo (el único árabe bueno es el árabe muerto), etnocentrismo (la cultura europea, francesa para ser exactos, es la única que merece la pena, el resto es barbarie), machismo (las mujeres para follar y poco más) e intelectualismo mal entendido (yo soy muy listo y el resto del mundo es idiota).
Claro, así es muy sencillo escandalizar, hasta el mas tarugo puede hacerlo, así que si ese es el mérito de este escritor, bien pobre me parece.
Y la historia, en si, bastante tonta. Por decirlo sencillo, Daniel se hace viejo, ve que ya no puede ligarse a chicas jóvenes, se deprime y decide que el mundo es una porquería. Sinceramente, más visto que el tebeo. Lo que si que puede llegar a ser molesto es su manía por generalizar, todo el mundo piensa así y el que no lo hace es retrasado mental (palabras textuales). Un buen ejercicio de tolerancia, aunque me temo que ese no es un fuerte de Houellebecq. Por poner un ejemplo, Daniel no soporta a los niños, por lo tanto los niños son detestables y esa es la razón por la que gente ya no tiene hijos. Los que aún tienen descendencia son una especie de fósiles andantes camino de la extinción y con un coeficiente intelectual bastante bajo.
Pero ahí no acaban los fallos de este libro. En el terreno de los personajes, estos rozan lo arquetípico y, en algunos casos, caen en la fantasía adolescente más absurda. Me refiero, en concreto, al personaje de Esther, esta chica, de la que Daniel, se enamora es muy joven (la seudopederastia es otra de las cuestiones que el francés defiende para epatar a sus lectores), su belleza es deslumbrante y sus habilidades sexuales harían palidecer a una actriz porno: siempre tiene ganas (una de las razones por las que suele ir sin bragas por la vida), se lo hace con todo el mundo sin distinción de edad ni género y le encanta el sexo oral y el anal. En fin, cuando tenía 15 años y estaba un poco salido soñaba con chicas así, o he tenido muy mala suerte en la vida o van a ser que estas muchachas son un poquitín escasas. Bueno, además he madurado y descubierto que las mujeres sirven para algo más que para 15 minutos de gloria, pero esa es otra historia.
Por otro lado, su técnica narrativa también hace aguas por todas partes, hay un nudo argumental bastante importante (la muerte del líder de la secta y la elección de su sucesor) que está resuelto con una torpeza que te hace palidecer. En otro momento, decide que los elohimitas deben de convertirse en la religión dominante del mundo y resuelve el tema en dos páginas apresuradas de un ingenuo abrumador: prometen la vida eterna, la gente se lo cree y deja de lado el catolicismo, islamismo y demás sandeces, como diría Jezulín: im presionante.
Por otro lado, el contenido de ciencia ficción de esta novela tampoco es tan novedoso ni está muy conseguido. Houellebecq ha leído mucha ciencia ficción pero, me temo, se ha quedado un tanto anticuado. Para ser exactos, juraría que Robert Heinlein (en su última época) es su autor fetiche. Las similitudes entre ambos son notables: los dos son maestros a la hora de contar algo y que se convierta en absorbente por alucinante que sea, ambos se obsesionan con las mujeres de moral laxa, los dos sostienen teorías políticas moralmente reprobables y a los dos les encanta el tema de la inmortalidad.
Pero, lo que es más triste, es la pobreza con la que es recogida la idea de la vida eterna. Cuando uno piensa en Egan, Varley, Cotrina y los cyberpunk no pude menos que pensar que Houellebecque se quedó en los 60. La idea de clonar y mejorar al ser humano para que sobreviva al futuro de forma indefinida es vieja, el problema no es la parte física si no la mental. En nuestros días conceptos como los de copiar el cerebro como si fuese un programa informático son de lo más habitual pero eso parece que a nuestro autor no se le ha ocurrido.
A fin de cuentas, la memoria es nuestra identidad y sin memoria no somos nadie. La solución de Houellebecq es, cuando menos, increíble. Cada versión de Daniel (y en el libro se va por la 25, ya que los clones no son inmortales) escribe un relato de vida que es leído por sus sucesores como forma de aprehender su identidad. Vamos, que si me leo el diario de Ana Frank me convierto en Ana Frank, una idea tan ridícula como estúpida. Daniel 25 ya no es Daniel1 y el proyecto elohimita ha fracasado de modo lamentable.
Por otro lado, la tan cacareada inmortalidad se convierte en una situación harto tediosa. Los neohumanos han renunciado al sexo, la comida y demás placeres carnales, viven aislados y solos en fortalezas impenetrables y solo se comunican entre si a través de internet (como en “El Sol Desnudo” de Asimov pero a lo bruto), comunicaciones, por otra parte, bastante escasas. No se vosotros pero a mí esto me parece un coñazo soberano, si la inmortalidad es eso prefiero morirme a los 70 años.
¿No hay nada atrayente en el libro? Bueno, lo que no se puede negar es que el francesito impertinente escribe de una forma fluida y la narración te atrapa, lo he comentado antes pero no me cansaré de repetirlo, es un libro muy ameno, vacío pero ameno. Además, gran parte de la trama transcurre en España y se nota que el autor se ha documentado bien. Describe un par de sitios poco conocidos en los que he estado que son tal cual. Y dado que los neohumanos habitan un mundo post-apocalíptico me ha resultado muy grato esas descripciones de una España arrasada por las guerra nuclear y como la naturaleza se va volviendo a hacer dueña de ella.
Pero, vamos, aparte de eso, el resto de lo más decepcionante. Conclusión. No creo que vaya a ir corriendo a una tiendas a buscar el resto de la obra de este señor.