Hablemos de Saldos
En muchas entradas de este blog he criticado acerbamente la maldita costumbre de casi todas las editoriales españolas de ciencia ficción, fantasía y terror por saldar sus títulos de mala manera. Por otro lado, también he reconocido públicamente que soy el primero en correr a la tienda de turno para hacerme con el grueso del saldo de marras. Pura contradicción, lo reconozco, aunque ya he explicado en otras entradas el por que de dicha forma de actuar.
Saco el tema a colación por que rebuscando en el diario de lecturas que medio escribí en 1995 he podido sacar a colación una serie de datos estadísticos que me parecen interesantes de cara a explicar algunas cuestiones de este fenómeno. En dicho diario, entre otros absurdos, apunte el precio de los libros, el lugar donde los compraba, si eran un saldo o no, etc, etc.
Aquel año leí y compré mucha ciencia ficción y fantasía, era una época en que prácticamente no pasaba tiempo entre la compra y la lectura. Todavía no había acumulado una pila descomunal como me pasa hoy en día. Además, como ya he dicho, aquellos eran los tiempos de los grandes saldos, así que compré de forma compulsiva y, probablemente, excesiva. En mi descargo he de presentar dos atenuantes (aparte del vicio, claro): era el primer año que trabajaba seguido y tenía un sueldo de verdad, mío y de nadie más, y no tenía proyectos de dejar la casa de mis padres (acogedora madriguera) a corto plazo, así que el ahorro no era una opción y mis gastos eran bastante mínimos, el sueño dorado de todo friki.
En fin, en aquel año compré y leí 63 libros de ciencia ficción y fantasía. Leí y releí unos pocos libros que ya tenía de antiguo (cinco) y un par que me dejaron. Por supuesto, es muy probable que comprase muchos más libros y que ese año no leí (y puede que aún estén esperando su oportunidad).De esos 63 libros a los que he seguido la pista, uno fue comprado en el mercado de segunda mano, y ocho a su precio normal. Los otros 54 libros fueron adquiridos en saldos, en porcentaje, un 85 %.
Se dice pronto, pero en el 95 un 85 % de mis compras de literatura de género fueron saldos. Ahí es nada. ¿Hace falta que alguien se imagine cuantos libros a precio normal, y, por tanto, rentables para sus editores, no compré debido a los saldos? Evidentemente no 54, pero si tenemos en cuenta que los saldos por aquella solían suponer entre dos tercios y la mitad del precio del libro, es más o menos asumible que en aquel año dejé de comprar entre 15 y 25 novedades. Y, como yo, me imagino que harían algo parecido el resto de los aficionados.
Las editoriales que nutrieron ese océano de ofertas fueron, básicamente, Ediciones B, Martínez Roca, Edaf, Ultramar y Timun Mas. De las cinco sólo sobreviven B y Timun Mas, y esta última liquidó de aquella muchas de sus colecciones (algunas más atractivas que lo que publican ahora).
Un colofón más triste aún a esta historia es que en 1996 o 1997 podría haber comprado, también de saldo, todas las novedades que adquirí en el 95.
Moraleja (por que esta es una historia con moraleja): los saldos son veneno, para nuestros bolsillos y para las editoriales, una lección que, visto lo visto, parece que hoy por hoy muy pocos han aprendido.
Saco el tema a colación por que rebuscando en el diario de lecturas que medio escribí en 1995 he podido sacar a colación una serie de datos estadísticos que me parecen interesantes de cara a explicar algunas cuestiones de este fenómeno. En dicho diario, entre otros absurdos, apunte el precio de los libros, el lugar donde los compraba, si eran un saldo o no, etc, etc.
Aquel año leí y compré mucha ciencia ficción y fantasía, era una época en que prácticamente no pasaba tiempo entre la compra y la lectura. Todavía no había acumulado una pila descomunal como me pasa hoy en día. Además, como ya he dicho, aquellos eran los tiempos de los grandes saldos, así que compré de forma compulsiva y, probablemente, excesiva. En mi descargo he de presentar dos atenuantes (aparte del vicio, claro): era el primer año que trabajaba seguido y tenía un sueldo de verdad, mío y de nadie más, y no tenía proyectos de dejar la casa de mis padres (acogedora madriguera) a corto plazo, así que el ahorro no era una opción y mis gastos eran bastante mínimos, el sueño dorado de todo friki.
En fin, en aquel año compré y leí 63 libros de ciencia ficción y fantasía. Leí y releí unos pocos libros que ya tenía de antiguo (cinco) y un par que me dejaron. Por supuesto, es muy probable que comprase muchos más libros y que ese año no leí (y puede que aún estén esperando su oportunidad).De esos 63 libros a los que he seguido la pista, uno fue comprado en el mercado de segunda mano, y ocho a su precio normal. Los otros 54 libros fueron adquiridos en saldos, en porcentaje, un 85 %.
Se dice pronto, pero en el 95 un 85 % de mis compras de literatura de género fueron saldos. Ahí es nada. ¿Hace falta que alguien se imagine cuantos libros a precio normal, y, por tanto, rentables para sus editores, no compré debido a los saldos? Evidentemente no 54, pero si tenemos en cuenta que los saldos por aquella solían suponer entre dos tercios y la mitad del precio del libro, es más o menos asumible que en aquel año dejé de comprar entre 15 y 25 novedades. Y, como yo, me imagino que harían algo parecido el resto de los aficionados.
Las editoriales que nutrieron ese océano de ofertas fueron, básicamente, Ediciones B, Martínez Roca, Edaf, Ultramar y Timun Mas. De las cinco sólo sobreviven B y Timun Mas, y esta última liquidó de aquella muchas de sus colecciones (algunas más atractivas que lo que publican ahora).
Un colofón más triste aún a esta historia es que en 1996 o 1997 podría haber comprado, también de saldo, todas las novedades que adquirí en el 95.
Moraleja (por que esta es una historia con moraleja): los saldos son veneno, para nuestros bolsillos y para las editoriales, una lección que, visto lo visto, parece que hoy por hoy muy pocos han aprendido.
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