II Antología de Relatos El Melocotón Mecánico
Desde un punto de vista estético, este es, sin duda, el mejor volumen del Melocotón Mecánico. Una portada correcta y basada en uno de los cuentos (puede que el tono comiquero no guste a algunos pero es coherente con la línea editorial de la ciencia ficción), un tipo de letra del tamaño adecuado, erratas las justas y maquetación correcta. Eso si, una contraportada un poco descacharrante aunque también basada (de una forma muy libre) en otro de los cuentos (y por que el Grupo AJEC es pequeñito que si no le podría haber valido algún disgusto en los tribunales).
Otra cosa es el interior, y aunque no resulta tan interesante como los tomos 1 y 3, reconozco que, a bote pronto, consigue ser aceptable y muy ajustado al precio (5’40 euros, un regalo, ahora saldado más regalo aún y de compra ineludible).
Esta vez no voy a entrar en el juego de si el relato ganador se merece el premio o no, es cierto que otros dos o tres podrían haberlo ganado pero “La granja del viejo McDonald” de Mike Resnick posee las suficientes virtudes como para entender la decisión del jurado. Probablemente no sea el mejor cuento de Resnick (me parecen más memorables “He tocado el cielo” o “Las cuarenta dinastías de Antares”) pero si que es un buen ejemplo de algo que la buena ciencia ficción hacía a menudo y hoy parece haber olvidado: coger un problema actual (en este caso el hambre en el mundo), extrapolarlo hasta una de sus consecuencias y plantear un dilema ético incomodo y de respuesta nada fácil. En ese sentido, el cuento de Resnick es modélico y nos hace desear que semejante esquema se aplique a otras temáticas. La única pena es que el estadounidense parece escribir con el piloto automático, consigue una factura correcta pero nada deslumbrante. Algo, por otra parte, habitual en Resnick, uno de los autores más prolíficos e irregulares que recuerda el género.
Particularmente, el cuento que ha sido más de mi agrado es “El trono de jade” de José Antonio del Valle, una fascinante ucronía en la que la china imperial descubre América mucho antes que Colón en busca de la fuente de la eterna juventud. Del Valle consigue hacer creíble su idea y demuestra una cierta sofistificación a la hora de estructurar el cuento que es de lo más agradable en estos tiempos de desarrollos lineales y planos.
María Concepción Regueiro con “San Antonio” se apunta otro de los tantos de la antología. Un cuento de terror ambientado en la Galicia profunda sobre una cambiaformas que desconoce su poder. Aunque el tema y el desarrollo resultan un tanto manidos no es menos cierto que la autora consigue insuflar a esta idea nuevos aires que la convierten en algo atractivo e interesante.
Lorenzo Luengo con “La libélula de la obra maestra” enseña las cartas que le están convirtiendo en una de las referencias actuales del género fantástico. Un estilo muy cuidado y una forma de encarar los temas original y fresca. Aunque este relato no alcanza la perfección de sus obras actuales (como “La cotorra de Humboldt) se lee con interés y agrado.
Reconozco que, en general, José Carlos Canalda no es un autor que me seduzca, la ciencia ficción clásica que cultiva no es de mi gusto, pero en “El guardián de los libros olvidados” elige otro camino más cercano a la fantasía madura que (salvando las distancias) podría recordar a los cuentos amables y simpáticos que aparecían en revistas estadounidenses de los 40 como “Unknow” y que cultivó gente como Sprague de Camp. Y curiosamente, esta forma de hacer las cosas me convence mucho más que cuando intenta imitar al Asimov de 1950.
“Hybris” de Antonio Martín Infante es una recreación del mito del minotauro bastante conseguida pero que me recuerda en exceso a cierto cuento muy famoso de un igualmente famosos escritor iberoamericano. Pero vamos, que si no se tiene ese modelo en la cabeza se disfrutará de esta bien urdida narración.
Entre los cuentos que me han gustado menos está “El libro” de Joan Antoni Fernández que intenta ser una parodia humorística del famdom hispano. Me temo que el mundillo del aficionado friki español no da para tanto ni el camino elegido por Fernández es el más adecuado.
Fran Ontanaya con “¡Muérete!” hace un pastiche asimoviano de asesinatos y robots que, por desgracia, suena ha ya leído.
Jorge H. Aristizabal con “La visa” se mete de lleno en el thriller esotérico a los Dan Brown. Lo malo es que el formato cuento no es el más adecuado para este tipo de artefactos literarios, por lo que la trama secreta resulta demasiado esquemática y el final un tanto abrupto.
“Hazlo por mí” de Rodrigo Nicolás Berlochi es el relato de una mujer que agoniza por culpa del cáncer y su marido que no sabe afrontar la situación. Hasta ahí bien. El problema es que este argentino elige un estilo lento, pausado y reiterativo que acaba con la paciencia del más templado. Siento ponerme desagradable pero confieso que ha sido uno de los cuentos que más me ha costado terminar de los últimos años y que, en ocasiones, se convirtió en un suplicio. Espero que haya otro tipo de lectores que disfruten más con él.
Por último, “Desaina” de Rubén Bleda Martínez es la pifia habitual marca de la casa. Es el tipo de relato que no debería de haberse publicado ya que no alcanza los stándares mínimos de calidad literaria y con el que, desgraciadamente, el lector de estas antologías suele encontrarse. Una pena y un detalle que los editores deberían de corregir.
Una antología, por tanto, un poco anodina y con relatos que rara vez resultan memorables pero que, salvo un par de excepciones, consigue ofrecer una lectura agradable e, insisto, a un precio más que ajustado.
Otra cosa es el interior, y aunque no resulta tan interesante como los tomos 1 y 3, reconozco que, a bote pronto, consigue ser aceptable y muy ajustado al precio (5’40 euros, un regalo, ahora saldado más regalo aún y de compra ineludible).
Esta vez no voy a entrar en el juego de si el relato ganador se merece el premio o no, es cierto que otros dos o tres podrían haberlo ganado pero “La granja del viejo McDonald” de Mike Resnick posee las suficientes virtudes como para entender la decisión del jurado. Probablemente no sea el mejor cuento de Resnick (me parecen más memorables “He tocado el cielo” o “Las cuarenta dinastías de Antares”) pero si que es un buen ejemplo de algo que la buena ciencia ficción hacía a menudo y hoy parece haber olvidado: coger un problema actual (en este caso el hambre en el mundo), extrapolarlo hasta una de sus consecuencias y plantear un dilema ético incomodo y de respuesta nada fácil. En ese sentido, el cuento de Resnick es modélico y nos hace desear que semejante esquema se aplique a otras temáticas. La única pena es que el estadounidense parece escribir con el piloto automático, consigue una factura correcta pero nada deslumbrante. Algo, por otra parte, habitual en Resnick, uno de los autores más prolíficos e irregulares que recuerda el género.
Particularmente, el cuento que ha sido más de mi agrado es “El trono de jade” de José Antonio del Valle, una fascinante ucronía en la que la china imperial descubre América mucho antes que Colón en busca de la fuente de la eterna juventud. Del Valle consigue hacer creíble su idea y demuestra una cierta sofistificación a la hora de estructurar el cuento que es de lo más agradable en estos tiempos de desarrollos lineales y planos.
María Concepción Regueiro con “San Antonio” se apunta otro de los tantos de la antología. Un cuento de terror ambientado en la Galicia profunda sobre una cambiaformas que desconoce su poder. Aunque el tema y el desarrollo resultan un tanto manidos no es menos cierto que la autora consigue insuflar a esta idea nuevos aires que la convierten en algo atractivo e interesante.
Lorenzo Luengo con “La libélula de la obra maestra” enseña las cartas que le están convirtiendo en una de las referencias actuales del género fantástico. Un estilo muy cuidado y una forma de encarar los temas original y fresca. Aunque este relato no alcanza la perfección de sus obras actuales (como “La cotorra de Humboldt) se lee con interés y agrado.
Reconozco que, en general, José Carlos Canalda no es un autor que me seduzca, la ciencia ficción clásica que cultiva no es de mi gusto, pero en “El guardián de los libros olvidados” elige otro camino más cercano a la fantasía madura que (salvando las distancias) podría recordar a los cuentos amables y simpáticos que aparecían en revistas estadounidenses de los 40 como “Unknow” y que cultivó gente como Sprague de Camp. Y curiosamente, esta forma de hacer las cosas me convence mucho más que cuando intenta imitar al Asimov de 1950.
“Hybris” de Antonio Martín Infante es una recreación del mito del minotauro bastante conseguida pero que me recuerda en exceso a cierto cuento muy famoso de un igualmente famosos escritor iberoamericano. Pero vamos, que si no se tiene ese modelo en la cabeza se disfrutará de esta bien urdida narración.
Entre los cuentos que me han gustado menos está “El libro” de Joan Antoni Fernández que intenta ser una parodia humorística del famdom hispano. Me temo que el mundillo del aficionado friki español no da para tanto ni el camino elegido por Fernández es el más adecuado.
Fran Ontanaya con “¡Muérete!” hace un pastiche asimoviano de asesinatos y robots que, por desgracia, suena ha ya leído.
Jorge H. Aristizabal con “La visa” se mete de lleno en el thriller esotérico a los Dan Brown. Lo malo es que el formato cuento no es el más adecuado para este tipo de artefactos literarios, por lo que la trama secreta resulta demasiado esquemática y el final un tanto abrupto.
“Hazlo por mí” de Rodrigo Nicolás Berlochi es el relato de una mujer que agoniza por culpa del cáncer y su marido que no sabe afrontar la situación. Hasta ahí bien. El problema es que este argentino elige un estilo lento, pausado y reiterativo que acaba con la paciencia del más templado. Siento ponerme desagradable pero confieso que ha sido uno de los cuentos que más me ha costado terminar de los últimos años y que, en ocasiones, se convirtió en un suplicio. Espero que haya otro tipo de lectores que disfruten más con él.
Por último, “Desaina” de Rubén Bleda Martínez es la pifia habitual marca de la casa. Es el tipo de relato que no debería de haberse publicado ya que no alcanza los stándares mínimos de calidad literaria y con el que, desgraciadamente, el lector de estas antologías suele encontrarse. Una pena y un detalle que los editores deberían de corregir.
Una antología, por tanto, un poco anodina y con relatos que rara vez resultan memorables pero que, salvo un par de excepciones, consigue ofrecer una lectura agradable e, insisto, a un precio más que ajustado.
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