La Imposibilidad de Ser Profesional de la Ciencia Ficción en España (y V)
Hasta ahora, en esta serie de entradas, he seguido un esquema más o menos socioeconómico y más o menos cronológico. Bien, en esta última las cosas cambian y tenemos que dar un poco marcha atrás y volver al crucial momento en que la Edad Media dejaba paso a la Edad Moderna.
Como dije anteriormente, y entrando de nuevo en el terreno de la perogrullada, para que haya ciencia ficción tiene qiue haber ciencia. En la Edad Media mucha ciencia no hubo, hay que esperar al siglo XVI para que, de la mano de la astronomía (una rama del saber muy cienciaficcionera), gente como Copérnico, Galileo, Bruno o Kepler vayan poniendo las bases de la ciencia moderna. Es curioso como, por ejemplo, Kepler escribe en el siglo XVII una novela de ciencia ficción (o proto-ciencia ficción, por ponernos puristas) titulada “Somnium” en la que sus protagonistas viajan a la Luna (eso sí, de una forma poco científica, mediante el sueño). Puede que no se consigan grandes obras literarias pero la motivación didáctica como fuerza creativa de algunos autores no es nada desdeñable a la hora de hablar de la literatura de ciencia ficción (ahí está Verne o, más en nuestros días, Forward).
Sin embargo, esta Revolución Científica (y su modesta consecuencia: la ciencia ficción) tuvo lugar más en países nórdicos como Alemania e Inglaterra que en la sureña España ¿Por qué? “Con la iglesia hemos topado, Sancho”.
Como ya comenté en su momento, el siglo XVI fue la época de la Reforma Protestante, un momento bastante crucial en la historia de la lectura. Antes de Lutero, la religión mayoritaria en Europa era el catolicismo romano, una religión poco dada al cientifismo y a la lectura. ¿Razones? La iglesia era un organismo de poder y, como ya hemos comentado, poco dada a compartir sus conocimientos. De hecho, el libro “oficial” de esta religión, la “Biblia”, no estaba al alcance de los fieles. Escrita originalmente en arameo, hebreo y griego, la “Biblia” había sido traducida al más asequible latín por San Jeronimo al inicio de la Edad Media (la conocida “Vulgata”). Esta “Vulgata”, para el año 1500 era totalmene initeligible para el común de los mortales, sólo las clases dirigentes (que tenían el latín como lengua de estudio) podía acceder a ella.
La propia iglesia no fomentaba su lectura. No estaba bien vista su tradución a las lenguas vernáculas e incluso llegó a perseguirse. Famoso fue el caso de Fray Luis de León que sufrió un proceso inquisitorial por traducir parte del “Cantar de los Cantares”, que fuese catedrático en Salamanca y la traducción estuviese destinada al uso privado de una monja familia suya poco importó de cara a su juicio.
La iglesia desaba que la “Biblia” siguiese siendo un libro oscuro y poco accesible por que uno de los dogmas del catolicismo es que su interpretación es privilegio del clero. Un simple creyente no puede “entender” la “Biblia” le tiene que ser explicada por un religioso. Con esta teoría, no es extraño que el catolicismo no tuviese mucho interés en mejorar el nivel lector de sus feligreses, para entender la “Biblia” no hacía falta saber leer, ahí estaba el parroco de turno para explicársela a los fieles.
Y por eso Lutero fue revolucionario, por que una de las bases de su Reforma consistía en la libre interpretación de la “Biblia”. Cualquiera puede y debe leer este libro y acercarse más a Dios. Como primera consecuencia de sus ideas se produjo la traducción de la “Biblia” a las lenguas modernas (el propio Lutero al alemán pero esfuerzos similares se hicieron en Inglatera y Francia) no con fines académicos (como ocurría en Alcalá de Henares por estas fechas de la mano de Cisneros) si no con la idea de que llegase al gran público de una forma fácil y masiva. Claro, como segunda consecuencia, en las zonas protestantes se inició en fechas tan tempranas un esfuerzo educativo enorme por conseguir una mayor alfabetización de la población para que de esta forma accediese al mensaje religioso. Que luego la gente utilizase esta nueva habilidad para otros fines probablemente no estaba en la mente de Lutero. Que en estas zonas con una mayor nivel educativo fuese donde prendió con fuerza la Revolución Industrial no creo que sea tampoco casual.
Si pensamos que en amplias zonas de Escandinavia, Holanda, Gran Bretaña, Alemania y Francia a lo largo del XVII se hizo una labor educativa que en España sólo se pudo realizar a partir de finales del XIX quizás nos sea más fácil comprender por que en unos sitios se lee más que en otros.
La iglesia católica reaccionó contra la Reforma protestante de forma virulenta, los siglos XVI y XVII son la época de la inquisición y las guerras de religión. En aquellos países católicos por excelencia las consecuencias fueron claras. Leer era peligroso, por que leyendo uno accedía a conocimientos prohibidos, cosa que no gustaba a la iglesia ni a los gobiernos que la sustentaban. Así pues, a determinados lectores se les persigue y esta asociación (lectura = peligro) va calando en el inconsciente colectivo Se produce un control mediante la inquisición de la publicación de libros (censura) y un sentimiento general de rechazo entre la población al peligroso y perjudicial hábito de la lectura.
España fue, probablemente, el país donde todo esto alcanzó cotas mayores. No en vano eramos la nación donde la inquisición tenía más fuerza (debido a su lucha contra judíos y moriscos) y donde sus gobernantes más se involucraron en la lucha contra el protestantismo (probablemente por que el muy católico Carlos I era emperador de Alemanía cuando Lutero inició su revuelta).
Si analizamos la mayoría de las guerras en las que los Austrias de Madrid se involucraron veremos que casi todas tenían una raíz religiosa: Flandes, Inglaterra, la Guerra de los 30 Años...
Eramos martillo de herejes, nos gobernaban reyes que, como Felipe II dijo, preferían reinar sobre muertos antes que sobre heréticos. En fin, que todo esto crea un carácter que, me atrevo a afirmar, ha perdurado durante siglos a pesar de que las cosas hayan cambiado un tanto desde el XVI. Un carácter basado en una religiosidad acrítica, un desprecio hacia la lectura, un cierto fanatismo e intolerancia a la hora de defender las ideas propias y combatir la ajenas, y una falta total y absoluta de un mínimo de cultura científica e, incluso respeto por la ciencia (una reciente encuesta situa a nuestro país como uno de los que más rechaza la ciencia en todo el mundo).
¿Ciencia y religión enfrentadas? Por supuesto, así ha sido siempre y así será por que la ciencia demuele de una forma total y sistemática todas las baes de las creencias religiosas. La Reforma trajo también una eficaz separacióin entre iglesia y estado y, por tanto, consiguió que cuando el poder religisoso se pusiese nervioso el político no tuviese que secundarlo. En los países católicos (con España de nuevo a la cabeza) poder político y religiosos eran los mismo, si alguien hacía algo contra la religión el estado se encargaba de castigarle.
Un pequeño vistazo a la situación de los científicos en esta época nos ayudarán a entender las cosas. Copérnico, en un momento de catolicismo casi hegemónico, decidió no publicar sus teorías heliocéntricas hasta después de muerto para evitarse problemas. Los italianos Galileo y Giordano Bruno fueron perseguidos por la inquisición por su ideas (Galileo fue condenado a arresto domiciliario pero Bruno fue quemado en la hoguera por defender la myh cienciaficcionera idea de la “pluralidad de los mundos”). Kepler, en cambio, en la muy preotestante Alemania pudo hacer su trabajo sin más problemas que los monetarios y Newton en Inglaterr alcanzó un status social envidiable.
En pleno siglo XIX se alcanzaron las mayores cotas de enfrentamiento enre religión y ciencia con la aparición de las teorias de Darwin y Lyell sobre la evolución y la geología de nuestro planeta. En Inglaterra, patria de ambos científicos, aunque el debate fue durísimo (destacando la confronación entre T. E. Huxley y el obispo Wilberforce) jamás se la pasó a nadie por la cabeza prohibir o perseguir a ninguno de sus autores (al contrario, fueron ensalzados). Unos pocos años después, H. G. Wells (que había estudiado con Huxley) fascinado por las nuevas teorías geológicas y biológicas escribió “La máquina del tiempo” (mucho más tarde, otro miembro de la familia Huxley, de nombre Aldous, publicaría “Un mundo feliz”).
La iglesia, por supuesto, condenó a Darwin y en España, como no podía ser de otra manera, su obra sufrió los rigores de la censura, así, en vez de un Wells o un Huxley, tuvimos al Anacronopete y a Nilo María Fabrá.
Por otro lado, el auge de la ciencia permitió la creación de una base tecnológica favorable a la Revolución Industrial, y es curioso como está se desarrolló sobre todo en aquellos países donde la Reforma incidió con fuerza. La fascinación por lo tecnológico dio lugar a otra rama de la incipiente ciencia ficción digamos más “dura” y encarnada en Jules Verne.
En un país como España, donde la Revolución industrial había fracasado, la ciencia estaba prohibida y la tecnología se importaba (“que inventen ellos”), la aparición de un autor con los conocimientos enciclopédicos de Verne y su habilidad divulgadora era un total utopía.
Como dije anteriormente, y entrando de nuevo en el terreno de la perogrullada, para que haya ciencia ficción tiene qiue haber ciencia. En la Edad Media mucha ciencia no hubo, hay que esperar al siglo XVI para que, de la mano de la astronomía (una rama del saber muy cienciaficcionera), gente como Copérnico, Galileo, Bruno o Kepler vayan poniendo las bases de la ciencia moderna. Es curioso como, por ejemplo, Kepler escribe en el siglo XVII una novela de ciencia ficción (o proto-ciencia ficción, por ponernos puristas) titulada “Somnium” en la que sus protagonistas viajan a la Luna (eso sí, de una forma poco científica, mediante el sueño). Puede que no se consigan grandes obras literarias pero la motivación didáctica como fuerza creativa de algunos autores no es nada desdeñable a la hora de hablar de la literatura de ciencia ficción (ahí está Verne o, más en nuestros días, Forward).
Sin embargo, esta Revolución Científica (y su modesta consecuencia: la ciencia ficción) tuvo lugar más en países nórdicos como Alemania e Inglaterra que en la sureña España ¿Por qué? “Con la iglesia hemos topado, Sancho”.
Como ya comenté en su momento, el siglo XVI fue la época de la Reforma Protestante, un momento bastante crucial en la historia de la lectura. Antes de Lutero, la religión mayoritaria en Europa era el catolicismo romano, una religión poco dada al cientifismo y a la lectura. ¿Razones? La iglesia era un organismo de poder y, como ya hemos comentado, poco dada a compartir sus conocimientos. De hecho, el libro “oficial” de esta religión, la “Biblia”, no estaba al alcance de los fieles. Escrita originalmente en arameo, hebreo y griego, la “Biblia” había sido traducida al más asequible latín por San Jeronimo al inicio de la Edad Media (la conocida “Vulgata”). Esta “Vulgata”, para el año 1500 era totalmene initeligible para el común de los mortales, sólo las clases dirigentes (que tenían el latín como lengua de estudio) podía acceder a ella.
La propia iglesia no fomentaba su lectura. No estaba bien vista su tradución a las lenguas vernáculas e incluso llegó a perseguirse. Famoso fue el caso de Fray Luis de León que sufrió un proceso inquisitorial por traducir parte del “Cantar de los Cantares”, que fuese catedrático en Salamanca y la traducción estuviese destinada al uso privado de una monja familia suya poco importó de cara a su juicio.
La iglesia desaba que la “Biblia” siguiese siendo un libro oscuro y poco accesible por que uno de los dogmas del catolicismo es que su interpretación es privilegio del clero. Un simple creyente no puede “entender” la “Biblia” le tiene que ser explicada por un religioso. Con esta teoría, no es extraño que el catolicismo no tuviese mucho interés en mejorar el nivel lector de sus feligreses, para entender la “Biblia” no hacía falta saber leer, ahí estaba el parroco de turno para explicársela a los fieles.
Y por eso Lutero fue revolucionario, por que una de las bases de su Reforma consistía en la libre interpretación de la “Biblia”. Cualquiera puede y debe leer este libro y acercarse más a Dios. Como primera consecuencia de sus ideas se produjo la traducción de la “Biblia” a las lenguas modernas (el propio Lutero al alemán pero esfuerzos similares se hicieron en Inglatera y Francia) no con fines académicos (como ocurría en Alcalá de Henares por estas fechas de la mano de Cisneros) si no con la idea de que llegase al gran público de una forma fácil y masiva. Claro, como segunda consecuencia, en las zonas protestantes se inició en fechas tan tempranas un esfuerzo educativo enorme por conseguir una mayor alfabetización de la población para que de esta forma accediese al mensaje religioso. Que luego la gente utilizase esta nueva habilidad para otros fines probablemente no estaba en la mente de Lutero. Que en estas zonas con una mayor nivel educativo fuese donde prendió con fuerza la Revolución Industrial no creo que sea tampoco casual.
Si pensamos que en amplias zonas de Escandinavia, Holanda, Gran Bretaña, Alemania y Francia a lo largo del XVII se hizo una labor educativa que en España sólo se pudo realizar a partir de finales del XIX quizás nos sea más fácil comprender por que en unos sitios se lee más que en otros.
La iglesia católica reaccionó contra la Reforma protestante de forma virulenta, los siglos XVI y XVII son la época de la inquisición y las guerras de religión. En aquellos países católicos por excelencia las consecuencias fueron claras. Leer era peligroso, por que leyendo uno accedía a conocimientos prohibidos, cosa que no gustaba a la iglesia ni a los gobiernos que la sustentaban. Así pues, a determinados lectores se les persigue y esta asociación (lectura = peligro) va calando en el inconsciente colectivo Se produce un control mediante la inquisición de la publicación de libros (censura) y un sentimiento general de rechazo entre la población al peligroso y perjudicial hábito de la lectura.
España fue, probablemente, el país donde todo esto alcanzó cotas mayores. No en vano eramos la nación donde la inquisición tenía más fuerza (debido a su lucha contra judíos y moriscos) y donde sus gobernantes más se involucraron en la lucha contra el protestantismo (probablemente por que el muy católico Carlos I era emperador de Alemanía cuando Lutero inició su revuelta).
Si analizamos la mayoría de las guerras en las que los Austrias de Madrid se involucraron veremos que casi todas tenían una raíz religiosa: Flandes, Inglaterra, la Guerra de los 30 Años...
Eramos martillo de herejes, nos gobernaban reyes que, como Felipe II dijo, preferían reinar sobre muertos antes que sobre heréticos. En fin, que todo esto crea un carácter que, me atrevo a afirmar, ha perdurado durante siglos a pesar de que las cosas hayan cambiado un tanto desde el XVI. Un carácter basado en una religiosidad acrítica, un desprecio hacia la lectura, un cierto fanatismo e intolerancia a la hora de defender las ideas propias y combatir la ajenas, y una falta total y absoluta de un mínimo de cultura científica e, incluso respeto por la ciencia (una reciente encuesta situa a nuestro país como uno de los que más rechaza la ciencia en todo el mundo).
¿Ciencia y religión enfrentadas? Por supuesto, así ha sido siempre y así será por que la ciencia demuele de una forma total y sistemática todas las baes de las creencias religiosas. La Reforma trajo también una eficaz separacióin entre iglesia y estado y, por tanto, consiguió que cuando el poder religisoso se pusiese nervioso el político no tuviese que secundarlo. En los países católicos (con España de nuevo a la cabeza) poder político y religiosos eran los mismo, si alguien hacía algo contra la religión el estado se encargaba de castigarle.
Un pequeño vistazo a la situación de los científicos en esta época nos ayudarán a entender las cosas. Copérnico, en un momento de catolicismo casi hegemónico, decidió no publicar sus teorías heliocéntricas hasta después de muerto para evitarse problemas. Los italianos Galileo y Giordano Bruno fueron perseguidos por la inquisición por su ideas (Galileo fue condenado a arresto domiciliario pero Bruno fue quemado en la hoguera por defender la myh cienciaficcionera idea de la “pluralidad de los mundos”). Kepler, en cambio, en la muy preotestante Alemania pudo hacer su trabajo sin más problemas que los monetarios y Newton en Inglaterr alcanzó un status social envidiable.
En pleno siglo XIX se alcanzaron las mayores cotas de enfrentamiento enre religión y ciencia con la aparición de las teorias de Darwin y Lyell sobre la evolución y la geología de nuestro planeta. En Inglaterra, patria de ambos científicos, aunque el debate fue durísimo (destacando la confronación entre T. E. Huxley y el obispo Wilberforce) jamás se la pasó a nadie por la cabeza prohibir o perseguir a ninguno de sus autores (al contrario, fueron ensalzados). Unos pocos años después, H. G. Wells (que había estudiado con Huxley) fascinado por las nuevas teorías geológicas y biológicas escribió “La máquina del tiempo” (mucho más tarde, otro miembro de la familia Huxley, de nombre Aldous, publicaría “Un mundo feliz”).
La iglesia, por supuesto, condenó a Darwin y en España, como no podía ser de otra manera, su obra sufrió los rigores de la censura, así, en vez de un Wells o un Huxley, tuvimos al Anacronopete y a Nilo María Fabrá.
Por otro lado, el auge de la ciencia permitió la creación de una base tecnológica favorable a la Revolución Industrial, y es curioso como está se desarrolló sobre todo en aquellos países donde la Reforma incidió con fuerza. La fascinación por lo tecnológico dio lugar a otra rama de la incipiente ciencia ficción digamos más “dura” y encarnada en Jules Verne.
En un país como España, donde la Revolución industrial había fracasado, la ciencia estaba prohibida y la tecnología se importaba (“que inventen ellos”), la aparición de un autor con los conocimientos enciclopédicos de Verne y su habilidad divulgadora era un total utopía.
En fin, y por acabar con otra frase tópica, de aquellos polvos estos lodos.
En fin, que con esto acabo que ya me he puesto suficientemente pesado estos días. Prometo que en el futuro haré alguna entrada más light y las reseñas habituales.
3 Comments:
Interesantísimo análisis socio-histórico. De hecho, has explicado muy bien las causas de que se lea poco, de que la cultura no esté muy bien vista, que las ideas innovadoras no abunden y que, en parte por ello, la ciencia ficción no prenda.
Nuestro país es un consumidor devoto de tecnología. Baste ver la fiebre compradora de consolas, móviles, ordenadores, iPODs y demás mandangas. Sin embargo, ni los producimos, ni los diseñamos ni nos interesamos en general por la ciencia ni por la tecnología. Así nos luce.
Una muy interesante serie de artículos acerca de dónde venimos y por qué estamos como estamos.
Me he entretenido mucho y he aprendido otro tanto leyendo estas últimas cinco entradas.
Gracias a los dos, es bueno saber que alguien te lee (y disfruta con ello).
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