De neutrinos y sueños
A estas alturas del partido todo el mundo sabrá ya lo del famoso experimento del CERN con los neutrinos más rápidos que la luz. Por una vez en la vida, una noticia de cierta relevancia científica se coló en la prensa nacional e, incluso, copó alguna portada. No voy a hablar del experimento en sí, ¡Dios me libre! Mis conocimientos de física se quedaron en la antigua E.G.B. así que imaginaos. Ni siquiera de la posibilidad (igual de fascinante) de que todo sea un error y haya que ver donde narices ha fallado el experimento. Simplemente querría quedarme con un par de conclusiones a nivel sociológico que saqué a raíz de leer la noticia en “El Mundo”.
Veréis, yo nací el año que el hombre llegó a la Luna, me crié, por tanto, en una época de crisis de la carrera espacial, crisis que ha culminado con el semiabandono actual. Sin embargo, en mi infancia y juventud, no fui consciente de semejante fiasco. En parte por qué muchos de los libros que se escribían por aquellos años todavía eran tremendamente optimistas, en parte por que el mantenimiento de ciertas misiones (Voyager, Viking, trasbordador espacial) daban la sensación de que la cosa seguía su rumbo inexorable hacia las estrellas, en parte por haberme quedado fascinado con “Cosmos” de Sagan, y en parte por leer mucha, mucha CF, la mayoría escrita en los 50-60, momento de máximo optimismo dentro de la empresa espacial.
Por eso, seguí con fascinación las misiones Viking, con las primeras fotos del paisaje marciano, y me emocioné con el despegue del Columbia. Y sí, durante mucho tiempo me creí esos calendarios utópicos que marcaban el año 90 como el de construcción de una base lunar permanente, o el del primer viaje tripulado a Marte (ahora hablan del 2020, pero ahora soy un escéptico incurable).
Era tan ingenuo como para protagonizar un incidente bochornoso en el Instituto. Fue en clase de Ética. No la Ética de ahora, que es una asignatura seria que se estudia con 16-17. Aquella Ética era una extraña cosa que se nos ofertaba a los alumnos que no queríamos dar religión. Debía andar yo por los 14 o 15 años. El pobre profesor, que no sabía muy bien que hacer con nosotros, planteaba debates que seguíamos con moderado interés y menguante entusiasmo. Una de las veces tocamos el tema de la explosión demográfica. Cuando llegamos al apartado de posibles soluciones todo el mundo se quedo atascado en el manido uso de anticonceptivos (por supuesto, no dábamos religión, teníamos las cosas claras). El profesor pidió más y ahí fue donde me embale y solté alegremente: colonización de nuevos planetas.
La reacción del profesor de turno fue soltar una carcajada, bueno, más que una carcajada, le dio la risa floja. Puede sonar cruel, pero no era un mal tipo y no le guardo rencor (corporativismo, me temo), tuve la suerte de que muchos de mis compañeros no le siguieron en el choteo y de que yo debí poner algo así como cara de dignidad ofendida. Él, buen profesional, rectificó a tiempo, comentó algo sobre dificultades tecnológicas y luego, rápidamente, planteó una idea interesante ¿hasta qué punto era lícito trasladar un problema a otro planeta si no éramos capaces de solucionarlo aquí, en el nuestro? Eso me hizo pensar, y eso es lo mejor que un profesor puede hacer por un alumno suyo, aunque sea en una asignatura absurda como aquella Ética de mediados de los 80.
En cualquier caso mi profesor tenía razón, yo podía haberme leído muchas historias de saltos al hiperespacio y de naves generacionales pero la carrera espacial estaba agonizando y sólo esperaba que alguien le diese la puntilla. Los accidentes de los transbordadores espaciales fueron esa puntilla. Eso sí, la muerte ha sido lenta y horrible, tanto que aún se siguen prolongando los estertores.
Pero bueno, cuarentón uno y curado de ilusiones juveniles, las cosas se ven con otra perspectiva, hasta que surge la noticia en el periódico y ¡zass! Vuelvo a los 15 años y vuelvo a soñar con la posibilidad de viajar a más velocidad que la luz y, de nuevo, el universo se abre ante mí y sueño con que algún nieto mío pueda sobrevolar Próxima Centauri o algo así. Luego abro el periódico, leo la parte seria de la noticia y llegó luego al obligado artículo de desbarré y, perplejo, me doy cuenta de que a nadie le importa una mierda viajar a otros mundos y el plumilla de turno se empalma pensando que se abren las puertas a los viajes en el tiempo.
No me malinterpretéis, me molan los viajes en el tiempo como al que más, mamé a Wells de muy joven. Pero me resulta significativo que entre abrirnos al universo y encerrarnos en nuestra propia historia, la elección del periódico (y, posiblemente, la de la mayoría de la gente) sea la segunda. Dice mucho de nosotros, dice mucho de nuestra época y dice mucho de la CF, de cómo ha pasado, lentamente, del optimismo al pesimismo, de la exploración espacial a la distopía. Dicen que cada época tiene lo que se merece, es posible, pero, desde luego, personalmente no me gusta lo que nos estamos mereciendo ahora.
Un último apunte, para ilustrar su artículo, el reportero dicharachero eligió media docena de películas como referencia. Ni un solo libro. La CF está triunfando pero, por lo que veo, no en todos los ámbitos.
Veréis, yo nací el año que el hombre llegó a la Luna, me crié, por tanto, en una época de crisis de la carrera espacial, crisis que ha culminado con el semiabandono actual. Sin embargo, en mi infancia y juventud, no fui consciente de semejante fiasco. En parte por qué muchos de los libros que se escribían por aquellos años todavía eran tremendamente optimistas, en parte por que el mantenimiento de ciertas misiones (Voyager, Viking, trasbordador espacial) daban la sensación de que la cosa seguía su rumbo inexorable hacia las estrellas, en parte por haberme quedado fascinado con “Cosmos” de Sagan, y en parte por leer mucha, mucha CF, la mayoría escrita en los 50-60, momento de máximo optimismo dentro de la empresa espacial.
Por eso, seguí con fascinación las misiones Viking, con las primeras fotos del paisaje marciano, y me emocioné con el despegue del Columbia. Y sí, durante mucho tiempo me creí esos calendarios utópicos que marcaban el año 90 como el de construcción de una base lunar permanente, o el del primer viaje tripulado a Marte (ahora hablan del 2020, pero ahora soy un escéptico incurable).
Era tan ingenuo como para protagonizar un incidente bochornoso en el Instituto. Fue en clase de Ética. No la Ética de ahora, que es una asignatura seria que se estudia con 16-17. Aquella Ética era una extraña cosa que se nos ofertaba a los alumnos que no queríamos dar religión. Debía andar yo por los 14 o 15 años. El pobre profesor, que no sabía muy bien que hacer con nosotros, planteaba debates que seguíamos con moderado interés y menguante entusiasmo. Una de las veces tocamos el tema de la explosión demográfica. Cuando llegamos al apartado de posibles soluciones todo el mundo se quedo atascado en el manido uso de anticonceptivos (por supuesto, no dábamos religión, teníamos las cosas claras). El profesor pidió más y ahí fue donde me embale y solté alegremente: colonización de nuevos planetas.
La reacción del profesor de turno fue soltar una carcajada, bueno, más que una carcajada, le dio la risa floja. Puede sonar cruel, pero no era un mal tipo y no le guardo rencor (corporativismo, me temo), tuve la suerte de que muchos de mis compañeros no le siguieron en el choteo y de que yo debí poner algo así como cara de dignidad ofendida. Él, buen profesional, rectificó a tiempo, comentó algo sobre dificultades tecnológicas y luego, rápidamente, planteó una idea interesante ¿hasta qué punto era lícito trasladar un problema a otro planeta si no éramos capaces de solucionarlo aquí, en el nuestro? Eso me hizo pensar, y eso es lo mejor que un profesor puede hacer por un alumno suyo, aunque sea en una asignatura absurda como aquella Ética de mediados de los 80.
En cualquier caso mi profesor tenía razón, yo podía haberme leído muchas historias de saltos al hiperespacio y de naves generacionales pero la carrera espacial estaba agonizando y sólo esperaba que alguien le diese la puntilla. Los accidentes de los transbordadores espaciales fueron esa puntilla. Eso sí, la muerte ha sido lenta y horrible, tanto que aún se siguen prolongando los estertores.
Pero bueno, cuarentón uno y curado de ilusiones juveniles, las cosas se ven con otra perspectiva, hasta que surge la noticia en el periódico y ¡zass! Vuelvo a los 15 años y vuelvo a soñar con la posibilidad de viajar a más velocidad que la luz y, de nuevo, el universo se abre ante mí y sueño con que algún nieto mío pueda sobrevolar Próxima Centauri o algo así. Luego abro el periódico, leo la parte seria de la noticia y llegó luego al obligado artículo de desbarré y, perplejo, me doy cuenta de que a nadie le importa una mierda viajar a otros mundos y el plumilla de turno se empalma pensando que se abren las puertas a los viajes en el tiempo.
No me malinterpretéis, me molan los viajes en el tiempo como al que más, mamé a Wells de muy joven. Pero me resulta significativo que entre abrirnos al universo y encerrarnos en nuestra propia historia, la elección del periódico (y, posiblemente, la de la mayoría de la gente) sea la segunda. Dice mucho de nosotros, dice mucho de nuestra época y dice mucho de la CF, de cómo ha pasado, lentamente, del optimismo al pesimismo, de la exploración espacial a la distopía. Dicen que cada época tiene lo que se merece, es posible, pero, desde luego, personalmente no me gusta lo que nos estamos mereciendo ahora.
Un último apunte, para ilustrar su artículo, el reportero dicharachero eligió media docena de películas como referencia. Ni un solo libro. La CF está triunfando pero, por lo que veo, no en todos los ámbitos.
2 Comments:
El paso de la ciencia ficción en la cultura popular de lo que es un futuro optimista a un futuro donde nos comen los zombis es algo que a todos nos viene rondando por la cabeza. Absence lo analizaba con las expos, que es un ejemplo bastante claro de esa visión del futuro:
http://absencito.blogspot.com/2008/09/del-retrofuturismo-al-apocalipsis.html
P.D. Qué gusto que vuelvas a actualizar
Curioso e interesante enlace, nunca lo había enfocado desde ese punto de vista.
Yo, personalmente, no acabo de entender nada. Desde luego, la tendencia autoindulgente no tiene que ver precisamente con el contexto histórico, Corea y Vietnam fueron dos guerras que dejan chiquito a Irak o Afganistán, las crisis de los 50 y la del petróleo poco tiene que envidiar a la actual, y la amenaza del holocausto nuclear deja un tanto en ridículo a Bin Laden y sus muchachos.
Sinceramente, a veces da la sensación de que nos hemos convertido en unos chiquillos malcriados únicamente pendientes de su propio ombligo.
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