¿Vuelve el Cuento?
El último número de Babelia está dedicado al cuento como género literario y a su resurgir en los últimos años. Leyéndolo me he llevado alguna sorpresa. Por ejemplo, no sabía que el cuento estuviese en crisis editorial. Sabía que eso ocurría en el mercado de ciencia ficción, donde que un editor publique relatos es casi milagroso. Pero no tenía ni idea que semejante fenómeno también lo sufriese el mainstream. Realmente no lo acabo de entender, con la cantidad de autores importantes que han cimentado su fama en este campo, la lista es inabarcable: Kleist, Poe, Maupassant, Chejov, Borges, Cortazar, Cheever, Carver,…
Dicho esto, parece que el cuento renace de la mano de editoriales pequeñas y jóvenes como Páginas de Espuma, 451 y otras similares, menos timoratas que las “grandes” a la hora de probar con un género que, supuestamente, es veneno para las ventas.
También es curioso que se de la misma justificación sobre por que no gusta el cuento en el mainstream que en la ciencia ficción: la dificultad de entrar en un universo nuevo cada pocas páginas, esfuerzo que en la novela se hace una vez, no diez o veinte, como en una buena antología de relatos. Siempre me ha parecido una sandez de argumento, pero ahí está, perpetuándose más allá del fandom.
En cualquier caso, lo que más me ha gustado de este Babelia es que la defensa del género corto se ha convertido, sutilmente, en una defensa de la literatura fantástica. Esto se ha debido a varias razones, por un lado a que algunos de los que escriben en este suplemento, como Fernádez-Cubas, Savater o Merino son viejos defensores (y practicantes) del fantástico. También ha ayudado el reciente bicentenario de Poe, cuentista magistral (de hecho, el padre del relato moderno) y maestro del terror. Pero, sobre todo, ha sido fundamental el que muchos de los mejores cuentistas de la historia hayan sido también autores fundamentalmente fantásticos. Esta Poe, por supuesto, pero también Hoffmann, Conan Doyle, Le Fanu, M. R. James, Henry James, London, Maupassant, Villiers de L’Isle-Adam, Bierce, Dunsanny, Borges, Cortazar, Calvino, Lovercraft, y no sigo por que no habría espacio.
En fin, que, al final, de defender el cuento ha defender el cuento fantástico por el mismo precio.
Mi único lamento tiene como protagonista a la ciencia ficción. Un género donde el cuento ha sido fundamental, hasta el punto que varios críticos consideren superiores los resultados conseguidos en este campo en comparación con los de la novela.
Y es que hay una pléyade inmensa de geniales cuentistas de ciencia ficción, nombrarlos sería nombrar a casi todos los grandes pero si merece la pena recordar los nombres de unos pocos cuyos relatos fueron siempre mejores que sus novelas, o, sencillamente, nunca escribieron “largo”. Gente como Fredric Brown, Ray Bradbury, Richard Matheson, Robert Sheckley, J. G. Ballard, James Tiptree J.R., Robert Sheckley o Ted Chiang.
Es una pena que, a día de hoy, muy pocos editores de ciencia ficción se hayan dado cuenta de estos cambios en el mercado editorial. Que nadie haya tomado la iniciativa en este terreno que están haciendo otras editoriales igual de pequeñas que las “nuestras”. Manda narices los pocos cuentos que han publicado dos puntales del género como Nova o La Factoría. Igual tirón de orejas se merece Bibliopolis, a priori más valiente (aunque nos ha dado a Chiang, todo hay que decirlo).
En cambio, hay que aplaudir a Gigamesh por la integral de Brown, y la promesa de hacer lo mismo con Matheson y puede que con Sheckley y Ballard.
Tampoco es desdeñable el esfuerzo de Runas, que publica poco pero que se ha atrevido con Visón (un novel) y Resnick. Y, como siempre, la valentía de AJEC que ahí se está lanzando con recopilaciones (enmascaradas, pero recopilaciones a fin de cuentas) de autores patrios como J. E. Álamo, Santi Eximeno o Marc Soto. Ojalá que pronto surgen imitadores de estas intrépidas iniciativas.
Dicho esto, parece que el cuento renace de la mano de editoriales pequeñas y jóvenes como Páginas de Espuma, 451 y otras similares, menos timoratas que las “grandes” a la hora de probar con un género que, supuestamente, es veneno para las ventas.
También es curioso que se de la misma justificación sobre por que no gusta el cuento en el mainstream que en la ciencia ficción: la dificultad de entrar en un universo nuevo cada pocas páginas, esfuerzo que en la novela se hace una vez, no diez o veinte, como en una buena antología de relatos. Siempre me ha parecido una sandez de argumento, pero ahí está, perpetuándose más allá del fandom.
En cualquier caso, lo que más me ha gustado de este Babelia es que la defensa del género corto se ha convertido, sutilmente, en una defensa de la literatura fantástica. Esto se ha debido a varias razones, por un lado a que algunos de los que escriben en este suplemento, como Fernádez-Cubas, Savater o Merino son viejos defensores (y practicantes) del fantástico. También ha ayudado el reciente bicentenario de Poe, cuentista magistral (de hecho, el padre del relato moderno) y maestro del terror. Pero, sobre todo, ha sido fundamental el que muchos de los mejores cuentistas de la historia hayan sido también autores fundamentalmente fantásticos. Esta Poe, por supuesto, pero también Hoffmann, Conan Doyle, Le Fanu, M. R. James, Henry James, London, Maupassant, Villiers de L’Isle-Adam, Bierce, Dunsanny, Borges, Cortazar, Calvino, Lovercraft, y no sigo por que no habría espacio.
En fin, que, al final, de defender el cuento ha defender el cuento fantástico por el mismo precio.
Mi único lamento tiene como protagonista a la ciencia ficción. Un género donde el cuento ha sido fundamental, hasta el punto que varios críticos consideren superiores los resultados conseguidos en este campo en comparación con los de la novela.
Y es que hay una pléyade inmensa de geniales cuentistas de ciencia ficción, nombrarlos sería nombrar a casi todos los grandes pero si merece la pena recordar los nombres de unos pocos cuyos relatos fueron siempre mejores que sus novelas, o, sencillamente, nunca escribieron “largo”. Gente como Fredric Brown, Ray Bradbury, Richard Matheson, Robert Sheckley, J. G. Ballard, James Tiptree J.R., Robert Sheckley o Ted Chiang.
Es una pena que, a día de hoy, muy pocos editores de ciencia ficción se hayan dado cuenta de estos cambios en el mercado editorial. Que nadie haya tomado la iniciativa en este terreno que están haciendo otras editoriales igual de pequeñas que las “nuestras”. Manda narices los pocos cuentos que han publicado dos puntales del género como Nova o La Factoría. Igual tirón de orejas se merece Bibliopolis, a priori más valiente (aunque nos ha dado a Chiang, todo hay que decirlo).
En cambio, hay que aplaudir a Gigamesh por la integral de Brown, y la promesa de hacer lo mismo con Matheson y puede que con Sheckley y Ballard.
Tampoco es desdeñable el esfuerzo de Runas, que publica poco pero que se ha atrevido con Visón (un novel) y Resnick. Y, como siempre, la valentía de AJEC que ahí se está lanzando con recopilaciones (enmascaradas, pero recopilaciones a fin de cuentas) de autores patrios como J. E. Álamo, Santi Eximeno o Marc Soto. Ojalá que pronto surgen imitadores de estas intrépidas iniciativas.
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