¿Leer en Peligro de Extinción?
Reflexionando sobre la entrada que dediqué a Negrete, el Minotauro y “Aula” junto con los comentarios que Xoota amablemente incluyó, he llegado a una conclusión conocida por todos: la lectura está en peligro de extinción.
Si, ya sé, suena a jeremiada, a abuelito contando batallitas y acabando con el tópico “cualquier tiempo pasado fue mejor” y, sin embargo, para mí es un hecho incuestionable. Y paso a relatar un dato, humilde y probablemente poco significativo, pero, me temo, sintomático.
Hará cuatro años, la Comunidad Autónoma donde trabajo decidió gastarse un millón de las antiguas pesetas en las bibliotecas de cada uno de los centros de enseñanza públicos de su ámbito de competencia. La verdad es que aquello gusto poquito en mi instituto y no era para menos, a todos se nos ocurrían mil sitios mejores donde gastarse el dinero que en la biblioteca, un sitio que los chavales no pisan si no es a punta de pistola. En fin, entre persianas y puertas rotas, goteras, paredes por pintar, fotocopias, material deportivo, etc, etc que nos hacía falta a todos nos parecía aquello una majadería. Claro, que todo tenía truco. Acababa de aprobarse lo del libro de texto gratuito para secundaria y el gremio de libreros estaba en pie de guerra. Por si alguien no lo sabe, con este bendito sistema que se inventaron los políticos para que los padres no se gastasen los dineros en los libros de texto de sus hijos, los grandes perjudicados fueron los libreros. Me explico, es cierto que los libros de texto se siguen comprando en las librerías como antes, lo que ocurre es que cada centro tiene que hacer durar los libros cuatro años (se ve que tanto dinero no había). Lo que, a grandes rasgos, significa que los libreros tenían una año de vacas gordas y tres de vacas flacas.
Para tranquilizarlos, se aprobó esa ayuda de 6.000 euros en libros por centro, por que, claro, había truco, se tenían que gastar obligatoriamente en las librerías de nuestra Comunidad Autónoma, imposible irse de compras a otros sitios.
Total, que como donde manda patrón no manda marinero, gruñimos un poco y nos pusimos a acatar las ordenes de arriba. Y aquí es cuando aparezco yo. Aunque intento pasar de incógnito, algunos de mis compañeros saben que soy “ese que lee cosas de marcianos, vampiros y magia”. Entre ellos estaba la encargada de la biblioteca que era la que debía de decidir en que gastarse la pasta. Y la buena mujer me vino a pedir ayuda. Básicamente, su reflexión era la siguiente: “Los chavales no leen nada, pero, quizás, si compramos cosas que les puedan atraer igual alguno se anima, y eso de lo fantástico parece que les gusta, como Iván es el que sabe de esas cosas que decida él una serie de títulos”. Bueno, con semejante oferta no podía decir que no e hice la lista. En unos meses los libros llegaron al instituto. Me acuerdo que ayude a sacarlos de sus cajas y aquello era un poco como el día de Reyes.
No recuerdo exactamente que libros elegí, por supuesto sé que, entre otros, estaban varios de Stepehen King (“It”, “El misterio de Salem´s Lot”, “El resplandor”), algunos de Asimov (“Las Fundaciones”, “Yo robot”), los más obvios de Fantasía (“El Hobbit”, “El Señor de los Anillos”, “Juego de Tronos”, los de Harry Potter) y otras cosas menos obvias (“La guerra interminable” de Haldeman, “Lagrimas de luz” de Rafa Marín).
Mi criterio fue un poco ecléctico, cosas sencillas que les pudiesen gustar, clásicos de ayer y de hoy, best-sellers seguros y algo de mi cosecha. Bueno, una vez colocados los libros en las estanterías me olvide del tema.
Eso fue hace cuatro años. Hace un par de meses, me pase por la biblioteca y me encontré con mis adquisiciones. Estaban nuevas e impecables. Parecía que el tiempo no había pasado por ellas. Aquello me mosqueó un poco, así que me fui a los archivos y empecé a curiosear. En cuatro años nadie había sacado uno solo de esos libros, ni profesor ni alumno. Absolutamente nadie. Investigué un poco más y descubrí más cosas. En esos cuatro años el 90 % de los libros habían sido prestados a profesores (dicho sea de paso, a mis compis les va el ensayo, los best-sellers y la literatura española contemporánea). Eso en cuanto a porcentajes, por que en cuanto a números la cifra tampoco era muy alentadora, puede que se hubieran prestado medio centenar de libros entre 240 personas.
Solo un 10 % de los prestamos correspondían a alumnos y de ellos absolutamente nadie había cogido un libro por gusto o placer. Todos los prestamos correspondían a libros de texto (ya se sabe, trabajos de recuperación y eso) o a lecturas obligatorias (si de repente 5 chicos de la misma clase sacaban la misma semana “La Celestina” o les había entrado una pasión por el teatro renacentista así de golpe o el de lengua les había mandado leerse a Fernando de Rojas).
Conclusión: por donde yo trabajo nadie, absolutamente nadie lee. Eso me explicó algunas cosas, por ejemplo, las caras de asombro cuando algún chaval me veía con un libro entre las manos y les explicaba que lo leía por gusto. O el que en todos los pueblos de la comarca no haya una sola librería, solo papelerías, quioscos y estancos que, a veces, venden algún libro (generalmente de texto), o las caras de poker cuando en alguna clase les recomendaba algún libro donde podrían encontrar más información sobre el rollo que les estaba soltando, o por que mis alumnos de 2º de Bachillerato (18 añitos) me hacen unos trabajos tan rematadamente malos cuando les mando alguna lectura.
En fin, cuando yo estaba en el colegio, en mi biblioteca solo había cuatro libros de ciencia ficción, cuatro. Me los sabía de memoria. Si hubiese aterrizado en una biblioteca como la de mi centro hubiese pensado que estaba en el paraíso. Hoy, el paraíso está vacío. O mejor dicho, se ha trasladado, se ha trasladado a los teléfonos móviles, al e-mule, a internet, los culebrones y Gran Hermano.
En fin, no me quería poner muy apocalíptico, como ya dije en otra entrada quizás sea cosa del sitio donde trabajo, muy rural y con muy poca tradición cultural, puede que en otros centros más “elitistas” o urbanos la cosas no sean así. Quizás. Tampoco me voy a poner tremendo, la vida continúa y todo eso. A mis chavales se les ve sanos y más o menos felices. No disfrutan leyendo pero, bueno, yo tampoco disfruto como ellos con el SMS. Será que me he vuelto obsoleto, que los nuevos tiempos son así. Ni idea. Ya digo, esta entrada era, simplemente, para dar un dato, un ejemplo de una cuestión que me parece obvia: las nuevas generaciones no leen. Y creo que es un proceso irreversible
A partir de ahí que cada uno saque sus propias conclusiones.
Si, ya sé, suena a jeremiada, a abuelito contando batallitas y acabando con el tópico “cualquier tiempo pasado fue mejor” y, sin embargo, para mí es un hecho incuestionable. Y paso a relatar un dato, humilde y probablemente poco significativo, pero, me temo, sintomático.
Hará cuatro años, la Comunidad Autónoma donde trabajo decidió gastarse un millón de las antiguas pesetas en las bibliotecas de cada uno de los centros de enseñanza públicos de su ámbito de competencia. La verdad es que aquello gusto poquito en mi instituto y no era para menos, a todos se nos ocurrían mil sitios mejores donde gastarse el dinero que en la biblioteca, un sitio que los chavales no pisan si no es a punta de pistola. En fin, entre persianas y puertas rotas, goteras, paredes por pintar, fotocopias, material deportivo, etc, etc que nos hacía falta a todos nos parecía aquello una majadería. Claro, que todo tenía truco. Acababa de aprobarse lo del libro de texto gratuito para secundaria y el gremio de libreros estaba en pie de guerra. Por si alguien no lo sabe, con este bendito sistema que se inventaron los políticos para que los padres no se gastasen los dineros en los libros de texto de sus hijos, los grandes perjudicados fueron los libreros. Me explico, es cierto que los libros de texto se siguen comprando en las librerías como antes, lo que ocurre es que cada centro tiene que hacer durar los libros cuatro años (se ve que tanto dinero no había). Lo que, a grandes rasgos, significa que los libreros tenían una año de vacas gordas y tres de vacas flacas.
Para tranquilizarlos, se aprobó esa ayuda de 6.000 euros en libros por centro, por que, claro, había truco, se tenían que gastar obligatoriamente en las librerías de nuestra Comunidad Autónoma, imposible irse de compras a otros sitios.
Total, que como donde manda patrón no manda marinero, gruñimos un poco y nos pusimos a acatar las ordenes de arriba. Y aquí es cuando aparezco yo. Aunque intento pasar de incógnito, algunos de mis compañeros saben que soy “ese que lee cosas de marcianos, vampiros y magia”. Entre ellos estaba la encargada de la biblioteca que era la que debía de decidir en que gastarse la pasta. Y la buena mujer me vino a pedir ayuda. Básicamente, su reflexión era la siguiente: “Los chavales no leen nada, pero, quizás, si compramos cosas que les puedan atraer igual alguno se anima, y eso de lo fantástico parece que les gusta, como Iván es el que sabe de esas cosas que decida él una serie de títulos”. Bueno, con semejante oferta no podía decir que no e hice la lista. En unos meses los libros llegaron al instituto. Me acuerdo que ayude a sacarlos de sus cajas y aquello era un poco como el día de Reyes.
No recuerdo exactamente que libros elegí, por supuesto sé que, entre otros, estaban varios de Stepehen King (“It”, “El misterio de Salem´s Lot”, “El resplandor”), algunos de Asimov (“Las Fundaciones”, “Yo robot”), los más obvios de Fantasía (“El Hobbit”, “El Señor de los Anillos”, “Juego de Tronos”, los de Harry Potter) y otras cosas menos obvias (“La guerra interminable” de Haldeman, “Lagrimas de luz” de Rafa Marín).
Mi criterio fue un poco ecléctico, cosas sencillas que les pudiesen gustar, clásicos de ayer y de hoy, best-sellers seguros y algo de mi cosecha. Bueno, una vez colocados los libros en las estanterías me olvide del tema.
Eso fue hace cuatro años. Hace un par de meses, me pase por la biblioteca y me encontré con mis adquisiciones. Estaban nuevas e impecables. Parecía que el tiempo no había pasado por ellas. Aquello me mosqueó un poco, así que me fui a los archivos y empecé a curiosear. En cuatro años nadie había sacado uno solo de esos libros, ni profesor ni alumno. Absolutamente nadie. Investigué un poco más y descubrí más cosas. En esos cuatro años el 90 % de los libros habían sido prestados a profesores (dicho sea de paso, a mis compis les va el ensayo, los best-sellers y la literatura española contemporánea). Eso en cuanto a porcentajes, por que en cuanto a números la cifra tampoco era muy alentadora, puede que se hubieran prestado medio centenar de libros entre 240 personas.
Solo un 10 % de los prestamos correspondían a alumnos y de ellos absolutamente nadie había cogido un libro por gusto o placer. Todos los prestamos correspondían a libros de texto (ya se sabe, trabajos de recuperación y eso) o a lecturas obligatorias (si de repente 5 chicos de la misma clase sacaban la misma semana “La Celestina” o les había entrado una pasión por el teatro renacentista así de golpe o el de lengua les había mandado leerse a Fernando de Rojas).
Conclusión: por donde yo trabajo nadie, absolutamente nadie lee. Eso me explicó algunas cosas, por ejemplo, las caras de asombro cuando algún chaval me veía con un libro entre las manos y les explicaba que lo leía por gusto. O el que en todos los pueblos de la comarca no haya una sola librería, solo papelerías, quioscos y estancos que, a veces, venden algún libro (generalmente de texto), o las caras de poker cuando en alguna clase les recomendaba algún libro donde podrían encontrar más información sobre el rollo que les estaba soltando, o por que mis alumnos de 2º de Bachillerato (18 añitos) me hacen unos trabajos tan rematadamente malos cuando les mando alguna lectura.
En fin, cuando yo estaba en el colegio, en mi biblioteca solo había cuatro libros de ciencia ficción, cuatro. Me los sabía de memoria. Si hubiese aterrizado en una biblioteca como la de mi centro hubiese pensado que estaba en el paraíso. Hoy, el paraíso está vacío. O mejor dicho, se ha trasladado, se ha trasladado a los teléfonos móviles, al e-mule, a internet, los culebrones y Gran Hermano.
En fin, no me quería poner muy apocalíptico, como ya dije en otra entrada quizás sea cosa del sitio donde trabajo, muy rural y con muy poca tradición cultural, puede que en otros centros más “elitistas” o urbanos la cosas no sean así. Quizás. Tampoco me voy a poner tremendo, la vida continúa y todo eso. A mis chavales se les ve sanos y más o menos felices. No disfrutan leyendo pero, bueno, yo tampoco disfruto como ellos con el SMS. Será que me he vuelto obsoleto, que los nuevos tiempos son así. Ni idea. Ya digo, esta entrada era, simplemente, para dar un dato, un ejemplo de una cuestión que me parece obvia: las nuevas generaciones no leen. Y creo que es un proceso irreversible
A partir de ahí que cada uno saque sus propias conclusiones.
7 Comments:
¡Joder!, todo esto que has contado me ha puesto los pelos de punta. El que cada vez se lee menos creo que es un dato que ya más o menos dábamos todos por hecho, pero se está llegando a unos extremos catastróficos. ¿Un callejón sin salida?
Precisamente ayer tuve una pequeña visión, un atisbo de que todavía no todo está perdido. Estuve en un pueblo pequeño donde la asociación sociocultural en la que está Carolina impartió un taller, en la casa de la cultura. Cómo no, aproveché para visitar la minúscula biblioteca, encastrada en un ambiente absolutamente rural (vamos, que "les vaques" llegan hasta la misma puerta, sin exagerar)y estaba vacía, la verdad. No me esperaba otra cosa. Pero de pronto, vi llegar corriendo a un chavalín de once o doce años, con una bolsa de plástico en la mano donde portaba... tres álbumes de Astérix. Sufrí una sensación de retorno al pasado inmediata. Tres tebeos de Astérix exactamente iguales a los que sacaba yo de la biblioteca a su misma edad. Es decir, aquel niño ERA yo... en el siglo XXI.
Comprobar que veinte años después AÚN hay niños que leen Astérix, que corren ansiosos a la biblioteca para cambiar sus tebeos, como si el tiempo se hubiera detenido,me hace mantener una esperanza. Según el desarrollo normal de los acontecimientos, un día de estos ese niño debería estar en condiciones de coger un libro. Pero también es cierto que tiene que haber alguien ahí para guiarlo.
O quizás tan solo fue una visión que los dioses me enviaron, para confundirme.
¡Aughh!
Bueno bueno. Algunos adolescentes sí que leen. Como es tradición en los dos centros donde trabajo, me he encontrado a tres o cuatro llevándose el sexto de HP hasta los recreos para seguir leyendo. Y más cosas. ¿Qué porcentaje? Pequeño, pero no muy distinto al que había en mis tiempos.
Y es algo curioso, porque los libros que les mandan como lecturas obligatorias, cuando los coges uno a uno en el recreo y charlas un poco con ellos, les gustan. NO hablo de "La celestina", "Campos de castilla" o "Platero y Yo". Sino los de colecciones juveniles del plan lector de editoriales como Alfaguara, Edebé, SM,...
Lamentablemente la competencia con los otros medios de entretenimiento es muy fuerte, estos exigen un esfuerzo mucho menor (al loro que el siguiente en caer será el cine; el otro día a los de diversificación curricular les pusieron "El show de Truman" y a los diez minutos se aburrían porque no la entendían),... y, además, leer no está de moda. De hecho está tan mal visto que los que leen jamás reconocen en público (salvo que sean "raritos", como nosotros) que lo hacen.
¿La solución? Difícilmente va a tener el problema solución cuando la tasa de lectura del país es tan baja. Este tipo de aficiones se cogen mayoritariamente en casa, no en el colegio (cuándo les entrará esto en la cabeza a las "mentes" pensantes que nos "lideran"). Y mientras tengamos millones de familias sin un puto libro o no lleven a sus hijos a una biblioteca cuando son pequeños, el germen no prenderá.
Por cierto, interesante lo que comenta Mallorquí en su blog
http://fraternidadbabel.blogspot.com/2006/04/lanzarote.html
Si yo reconozco que el sitio donde trabajo no es especialmente representativo, sin animo de ofender es que es una zona que, en general, es bastante refractaria a eso de la palabra escrita.
¡Hombre! Algo si se lee, pero, de verdad, en 6 años los casos que me he encontrado son tan escasos que, sencillamente, da miedo. Por ejemplo, tuvimos en la biblioteca la colección completa de Asterix y El Señor de los Anillos (antes de la compra masiva) y en un año los robaron. Así que alguien lee, por lo menos comics (lo de Tolkien me da que tuvo que ver con la película).
Otros casos, una alumna de 2º de Bachillerato que se había leído ESDLA antes de la peli y que coincidió conmigo en que aquella versión era patética. Algunos que lo intentaron pero fracasaron, otro especialmente cenutrio que, sorprendentemente, se empezó uno de Harry Potter por que no tenía paciencia para esperar a la siguiente peli. Y este año otro chaval que esta con los libros de guerra de Sven Hassel (lleva dos).
Y, sinceramente, no recuerdo mas, entre 600 alumnos es un porcentaje un poco magro.
Y sobre los libros que les mandan los de lengua (no los clásicos si no los de colecciones juveniles) yo no sé si los de Nacho son más buenos o más cínicos. Norma básica en mi centro, no te creas nada bueno que te digan los bichos. Aunque, la verdad, allí, son, ante todo sinceros, no les ha gustado nunca ni uno y, con ese desparpajo tan juvenil, te sueltan un "vaya mierda de libro" sin pestañear. La última vez que se me ocurrió preguntar fue sobre "La ciudad de las bestias" de Allende y salí deprimido.
En cualquier caso, sea el modelo Nacho o el mío el más habitual, los resultados son preocupantes pero estoy de acuerdo con Nacho, las nuevas tecnologías están dando la puntilla al habito de lectura, por lo menso en un país como el nuestro en que se lee tan poco.
Y si, en los centros de enseñanza poco se puede hacer, esas cosas se maman en casa.
Otro día si quereis hablamos de películas que ahí también tenemos la batalla perdida.
¡Ah! Odemlo, uno de los problemas de la zona donde estoy es que no hay bibliotecas municipales en todos los pueblos, vamos, yo calculo que solo la tienen la mitad y en uno de ellos hay lista negra, prohibida la entrada a los más salvajes (o sea, el 80 % de los adolescentes).
Una leyenda apócrifa al respecto cuenta que una vez un profe le hecho en cara al concejal de cultura ese problema y el tio contesto que la pasta se gastaba mejor en las fiestas del pueblo que era lo que daba votos.
Puede que sea apocrifa pero merece ser verdad por lo bien que describe a ciertas mentalidades.
Hombre, Iván. Que llevo ya siete años currando en esto y sé averiguar cuándo se están intentando quedar conmigo ;)
No, si no lo dudo pero no veas que bien mienten los angelitos cuando quieren.
Hola.
Acabo de entrar en tu blog... como coincido plenamente con tu crítica de Jennifer Gobierno me he apuntado alguna de las lecturas que sugieres como interesantes :) (un poco egócéntrica verdad? ;-)También me ha gustado mucho el título del blog)
En cambio, me ha sorprendido un poco la conclusión que sacas del hecho de que no se presten libros en la biblioteca. Igual tienes razón eh? pero al precio que estan los libros (los buenos sobretodo jeje) es posible que la gente los compre no crees? Yo no he pisado una biblioteca en mi vida, cuando me gusta un libro lo compro ... a lo mejor esta alternativa explica en parte el porqué no se piden libros en las bibliotecas no crees?
Nos vamos leyendo :)
Un saludo
Yolanda-Barcelona
Me temo, Yolanda, que no es el caso. La zona donde trabajo, como ya he indicado, apenas tiene puntos de venta de libros y mis criaturas no salen mucho a las grandes ciudades. Cuando lo hacen, desde luego, no es para comprar lectura. No es una cuestión económica o de hábitos, es una cuestión de que pasan de todo.
A raíz de este nuevo comentario he releído esta entrada ya algo añosa, y, tristemente, la cosa sigue igual o peor. Por ejemplo, este año, sólo he visto a una chica leyendo un libro en una hora libre en clase. Era de la saga de Crepúsculo. No es para tirar cohetes.
En la biblioteca vi a uno de los más canijos con un Timun Mas y haciendo algo de proselitismo, pero le miraban como un bicho raro.
En fin, que las cosas son como son.
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