Ciencia Ficción: Principales Sub-Géneros. Niños Extraños (Mutaciones y Poderes Psi)
Cuando Lincoln Powell entró en el vestíbulo del Instituto Esper se encontró con el gentío habitual. Centenares de esperanzados, de todas las edades, de todos los sexos, de todas las clases, y todos con el mismo sueño: el de poseer la mágica virtud de poseer todas las fantasías, sin tener en cuenta la pesada responsabilidad que esa virtud traía consigo. (…)
Desde el escritorio, la encargada de la recepción transmitía con cansancio en todas la bandas TP : Si pueden oírme, diríjanse por favor a la puerta de la izquierda donde se lee EMPLEADOS SOLAMENTE- Si pueden oírme diríjanse a la puerta de la izquierda donde se lee EMPLEADOS SOLAMENTE. (…)
Un joven negro se aparto repentinamente de la fila de solicitantes, miró inseguro a la mujer del escritorio, y se encaminó hacia la puerta de los empleados. La abrió y entró en la oficina. Powell estaba excitado. Los esperes latentes escaseaban, de veras. Había tenido suerte en llegar en este momento.
Alfred Bester El hombre Demolido (1953).
No fue hasta principios del siglo XX que la Teoría de la Evolución de Darwin acabó de imponerse como un elemento científico más del acervo cultural occidental. Y, por consiguiente, no fue hasta ese momento que los autores de ciencia ficción no se plantearon la posibilidad de trasladar semejante idea a sus creaciones literarias. Sin embargo, la evolución era aún tan controvertida en E.E.U.U. (lo sigue siendo en la actualidad) que en las revistas pulp de la época no aparecieron muchas historias sobre el siguiente paso evolutivo de la humanidad. Este tema en cambio si fue más explotado en Inglaterra (no en vano los principales evolucionistas como Darwin, Wallace, Huxley o Haldeman eran ingleses) y en especial por un autor tan importante como Olaf Stapledon que en libros como “Primera y última humanidad” llevó este tema hasta sus últimas consecuencias (también aparece aunque de forma más secundaria en “Hacedor de estrellas”). Sin embargo, estos libros eran y son demasiado densos y filosóficos para el público más habitual del género y el mismo Stapledon se encargó de realizar novelas más típicas sobre la futura evolución de la humanidad como “Juan Raro”, donde ya se plantea de una forma básica el esquema habitual de estas historias: el enfrentamiento entre el Homo Sapiens y su sucesor el Homo Superior.
El primer gran autor pulp norteamericano que tocó el tema de forma exitosa fue A. E Van Vogt con “Slan” en 1940 y aquí también marcó otra de las pautas características de estos relatos: la tentación de convertirlos en lo que Spinrad definió “el emperador de todas las cosas” o sea, fantasías masturbatorias para adolescentes donde un Niño Extraño perseguido por todos se acaba convirtiendo en el salvador del mundo gracias a sus peculiar condición (que era la razón por la que era odiado).
Y, finalmente, llegó 1945, Hiroshima, Nagasaki y el horror nuclear. Las mutaciones provocadas por dosis altas de radioactividad dejaron de ser un sueño y se convirtieron en una realidad. Y los autores estadounidenses saltaron hacia el nuevo tema con avidez. La mayoría (como ya veremos en una futura entrega) para contarnos como sería el fin del mundo pero otros para explicarnos que, quizás, la guerra nuclear fuese la forma de lograr una humanidad nueva y, en cierta forma, mejor gracias a los poderes de los nuevos mutantes. Una idea tan absurda como atrayente que probablemente fue inaugurada por Poul Anderson con su cuento “Los hijos del mañana” y que ha tenido más éxito en el mundo del comic (X-Men, Hulk) que en el de la literatura de ciencia ficción.
Por otro lado, hasta los años 60 estuvo de moda en determinados círculos científicos el estudio de los llamados fenómenos paranormales (telepatía, telequinesia, etc). Actualmente, la mayor parte de los investigadores serios han colocado a estos supuestos fenómenos en el apartado de las seudo-ciencias pero eso nunca ha sido óbice para que un buen escritor de ciencia ficción cree con esos mimbres una buena historia. La idea de juntar las evolución futura de la humanidad (mutaciones o no mediante) con los poderes psi era solo cuestión de tiempo y a partir de los años 50 este sub-género se convirtió en uno de los más habituales.
El mutante, el Homo Superior, el poseedor de poderes psi se convirtió en una elemento más del paisaje de ciencia ficción con las premisas básicas que crearon Stapledon, Van Vogt y Anderson: enfrentamiento con los atrasados Homo Sapiens, oportunidad para mejorar la humanidad y fantasía masturbatoria para adolescentes.
Pero, por supuesto, la cosa fue más allá. Así, Henry Kuttner en “Mutante” convirtió este tema en una parábola sobre el racismo (algo que harían mucho después y con peores resultados Silverberg y su mujer Karen Haber en “Tiempo de mutantes”).
Arthur C. Clarke, en cambio, prefirió seguir la estela de Stapledon y buscar la vena trascendental y metafísica (“El fin de la infancia”, “2001”).
Pero fue Alfred Bester, el que, probablemente, supo sacar mejor partido al tema. En “El Hombre Demolido” creo un auténtico tour de fource al describir como se realizaría un asesinato en un mundo donde la policía está formada por telépatas. “¡Tigre, Tigre!”, en cambio, demostró que la teleportación podía ser un magnífico ingrediente para trufar una Space Opera espectacular.
Theodore Sturgeon fue otro de los autores fascinados por este tema y logró darle una aire nuevo y de gran humanidad y dramatismo en “Más que humano”.
Silverberg tampoco se quedó atrás y le dio, en los 60, un nuevo sesgo a una idea que iba camino de anquilosarse (como demostró Jhon Brunner con “El hombre completo”) al convertir los poderes psi más en una maldición que en una ayuda. Su espectacular “Muero por dentro” y su notable “El hombre en el laberinto” nos muestran a protagonistas atormentados por sus poderes y deseosos de perderlos.
Por supuesto, los escritores cuyo objetivo era crear simplemente una vigorosa y entretenida novela de aventuras no pudieron dejar de caer en la tentación de poblarla de los mutantes más peculiares que uno pudiese imaginar y si no echar un vistazo a “Tu el inmortal” de Zelazny donde la guerra nuclear ha creado mutantes que imitan a los protagonistas de la antigua mitología griega, absurdo pero no por ello menos fascinante.
Por otro lado, los poderes psi han sido utilizados asiduamente por los autores de terror para poblar sus novelas de personajes atormentados y/o atormentadores. En cierta forma, muchas de estas historias son una especie de híbrido, una ciencia ficción terrorífica o una terror científico, a elegir. Stephen King escribió muchas historias de esta tipo como, por poner un ejemplo, “Ojos de fuego”.
En los últimos años, la renovación también ha llegado a esta ya vieja idea. La nueva moda parece consistir en la auto-evolución. En la posibilidad de que el ser humanos sea capaz, mediante la ingeniería genética, de crear al Homo Superior con los poderes que crea más oportunos. Probablemente, el autor que popularizó esta idea fue Jhon Varley con sus relatos de los 9 mundos y su novela “Playa de acero” pero tampoco podemos olvidar a Delany que ya en “Babel 17” planteó esta posibilidad.
Así, frente a escritores que parecen seguir con los viejos planteamientos (Joan D. Vinge con la saga de “Psion”) hay toda una nueva pléyade de autores que están explorando nuevos caminos (Greg Bear con “Música en la sangre”, Charles Sheffield con sus novelas de “Proteo” o Bruce Sterling con su universo formador/mecanicista). Y nosotros que lo disfrutemos.
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