Ciencia Ficción: Principales Sub-Géneros. Viaje por el Tiempo
No puedo describir la sensación de abominable desolación que pesaba sobre el mundo. El cielo rojo al oriente, el norte entenebrecido, el salobre mar muerto, la playa cubierta de guijarros donde se arrastraban aquellos inmundos, lentos y excitados monstruos; el verde uniforme de aspecto venenoso de las plantas de liquen, aquel aire enrarecido que desgarraba los pulmones: todo contribuía a crear aquel aspecto aterrador. Hice que la maquina me llevara 100 años hacia delante; y había allí el mismo sol rojo – un poco más grande, un poco más empañado -, el mismo mar moribundo, el mismo aire helado y el mismo amontonamiento de los bastos crustáceos entre la verde hierba y las rocas rojas. Y en el cielo occidental vi una pálida línea curva como una enorme luna nueva.
H. G. Wells La Maquina del Tiempo (1895).
Probablemente, este sub-género sea una de las contribuciones más genuinas y auténticas de la ciencia ficción a nuestro acervo cultural. En efecto, si de otros sub-géneros siempre se puede rastrear algún indicio anterior a la ciencia ficción, este, en cambio, es consustancial con el género.
Hasta finales del siglo XIX, el tiempo tenía un carácter totalmente uniforme y estable, la posibilidad de “viajar” a través de él era algo totalmente inimaginable para el común de los mortales. La idea de que el tiempo podía funcionar como una autopista empezó a vislumbrarse a finales del XIX y más de la mano de filósofos como Bergson que de los físicos pre-einstenianos. Hay ya varios cuentos y novelas que plantean la posibilidad de viajar hacia atrás en el tiempo como es el caso de “El reloj que retrocedía” de Edward P. Mitchell (1881) o “Un yanki en la corte del rey Arturo” de Mark Twain (1889). Pero será la magnífica novela de H. G. Wells “La máquina del tiempo” la que se considera de forma casi unánime que inaugura el sub-género. ¿Por qué?. En primer lugar, por que Wells fue el primero en hacer el viaje hacia delante, al futuro (Mitchell viajó al siglo XVI y Twain a la Edad Media). En segundo lugar, por que su viaje se realiza de una forma más o menos científica, una máquina, mientras que Mitchell y Twain elegían sistemas más “mágicos” (un golpe, una ensoñación). Y finalmente, por qué la brillantez literaria de la obra de Wells y su calado superan ampliamente los intentos de Twain o Mitchell.
A partir de este momento, las posibilidades de las novelas de viajes en el tiempo se basan en si el viajero va hacia delante o hacia detrás. Si el viaje era al pasado a menudo se caía en una recreación más cercana a la novela histórica que a la ciencia ficción pero este dilema fue pronto solucionado por los autores de ciencia ficción de la era pulp. Si viajas al pasado pronto tendrás intenciones claras de cambiarlo. Surge así una variedad propia de la ciencia ficción que es la de las paradojas temporales, los intentos de variar el futuro con mayor o menor éxito. Una posibilidad es que el éxito sea nulo, el viajero por más que lo intenta fracasa, el tiempo es inamovible. Un ejemplo temprano es “Que no caigan las tinieblas” de L. Sprague de Camp con un científico que intenta evitar la caída del imperio romano y el advenimiento de la Edad Media.
Pero, la otra posibilidad, mucho más jugosa, es que el tiempo si pueda cambiarse y que viajar a través de él sea muy peligrosos, el ejemplo perfecto es el cuento de Ray Bradbury “Un ruido atronador” donde los termponautas deben de evitar incluso la muerte de una mariposa en el Jurásico so pena de provocar una catástrofe en el presente.
Por supuesto, si el tiempo puede cambiarse es obvio que se cambiará (menudos son los humanos o los escritores de ciencia ficción...) y entonces el sub-género de viajes en el tiempo se convierte en el de universos alternativos pero a veces las fronteras no quedan del todo claras. Un ejemplo perfecto son los relatos de Fritz Leiber basados en la guerra de las arañas y las serpientes, dos potencias que luchan usando la tecnología temporal y cuyo objetivo es variar el pasado para vencer en el presente, concepto también usado por Poul Anderson en su serie de “La patrulla del tiempo”.
Esta fértil idea fue llevada hasta sus extremos por Isaac Asimov en “El fin de la eternidad” donde se describe un imperio no en el espacio si no en el tiempo con una miríada de funcionarios que viajan a través de él intentando evitar que nada cambie y todo se mantenga eternamente inmóvil.
A un nivel más personal, Heinlein logró un tipo de relatos de paradoja temporal que solo pueden calificarse de perfectos. Su esquema típico se basaba en el viaje de un individuo al pasado o futuro para modificar su propia vida. Su mejor novela al respecto es “Puerta al verano” (una delicia) pero la semilla de todo surgió en su cuento “Por sus propios medios” aunque su obra maestra sigue siendo “Todos vosotros zombis” donde el personaje se convierte en madre y padre de si mismo en un complejo tour de force que deja al lector anonadado.
Por desgracia, las paradojas temporales como fin en si mismo se agotaron en los 50 cuando los autores abusaron de una forma desmesurada de ellas. A partir de ese momento se convirtieron en otro cliché de ciencia ficción utilizado como un elemento más de novelas de mayor complejidad (“Tiempo para amar” de Heinlein). Los intentos de resucitarlo como “El efecto Hemingway” de Haldeman son, cuando menos, discretos.
Con todo, los autores siguen viajando al pasado sin mayores problemas y logrando obras si no originales si bastante interesantes (“El libro del día del juicio final” de Connie Willis, autora que también echa mano de la paradoja temporal sin el menor problema).
Los viajes al futuro ya son harina de otro costal. La imaginación del autor no esta aquí constreñida por realidades históricas y su imaginación puede echar a volar. Los futuros imaginados se acaban convirtiendo de una forma u otra en descripciones de utopías/distopías o relatos de advertencia. De hecho, entre finales del XIX y principios del XX el número de novelas que imaginaba utópicos paraísos más o menos marxistas fue abrumador. Entre las más famosas y/o perdurables destaca “El año 2000” de Bellamy, “Noticias de ninguna parte” de Morris o “La era del cristal” de Hudson. La propia obra de Wells no deja de ser, entre otras cosas, el mejor ejemplo de este tipo de historias.
En años posteriores, el furor del marxismo descendió pero no la feroz crítica a los males que nos afligen. Así, el viaje al futuro ha servido para advertir sobre el racismo (“El año del Sol tranquilo” de Tucker), las catástrofes medioambientales (“Cronopaisaje” de Gregory Benford) o la tecnología como herramienta de la dictadura (“Naufragio en el tiempo real” de Vinge).
En cualquier caso, hacia delante o hacia atrás, esperemos seguir viajando en el tiempo por muchas otros libros.
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