martes, marzo 20, 2012

Nostalgia Friki

A veces el destino presenta una concatenación de coincidencias tan curiosas que uno no puedo menos que preguntarse si, como diría Isaac Asimov, no existe una mano muerta que guía los acontecimientos, un Hari Sheldon particular que mueve la vida de todo friki de pro.
Paso a explicarme después de este confuso inicio. Hace cosa de un mes, un día que estaba en casa de mis padres, mi madre me preguntó por un manojo enorme de papelotes escritos por mi mano, necesitaba espacio y había decidido cortar por lo sano y empezar a tirar cosas, entre otras algunas de cuando yo vivía allí. El asunto no deja de tener su guasa si tenemos en cuenta que mi madre posee un cierto síndrome de Diógenes con todo lo relacionado con sus hijos, por qué todavía es posible encontrar en su piso un par de armarios llenos de juguetes y ropa que pertenecieron a mi hermana y a mi, costumbre que, posteriormente, sus nietos han recibido con gran alborozo, ya que les ha permitido jugar con trastos tan increíbles para ellos, generación digital donde las haya, como los Juegos Reunidos Geyper, un bingo añoso-roñoso, y un Tente al que le deben de faltar un tercio de las piezas.
Y digo que todo esto tiene su miga por qué debe de hacer como 13 o 14 años que abandoné el hogar paterno y mi madre ha tardado todo ese tiempo en pedirme permiso para deshacerse de un puñado de papelotes viejos que ocupaban un cajón de un escritorio. Amor de madre me imagino.
Había de todo, como no podía ser de otra manera, por ejemplo, media docena de cartas ¡cartas! posiblemente escritas entre finales de los 80 y principios de los 90, auténticas curiosidades arqueológicas, apuntes de la carrera, incluidas fichas bibliográficas (otra antigualla), muchos apuntes de la oposición, pero muchos (salen hasta por debajo de las piedras, jodida oposición, nunca me acabará de dejar en paz), esquemas de las primera clases que preparé ,puede que de las prácticas o incluso del primer curso de que di hacia 1994 y, lo importante para este blog, el rincón friki, posiblemente el más abundante de todos los subconjuntos de este conjunto mayor de papelajos.
Teniendo en cuenta que el primer ordenador de verdad (del Spectrum de mi infancia ni hablo) que entró en casa hizo su aparición hacia 1991-92, y que internet no se aposento hasta un par de años después, y sabiendo que hasta que no me trasladé a mi propia casa con mi propio ordenador (por qué ese ordenador pionero era a compartir con mi padre y mi hermana), es muy posible que hasta 1998-1999 no sustituyese la sana costumbre del lápiz y el folio por el moderno archivo informático, puedo fechar sin mucho error esos legajos frikis en las décadas de los 80-90, con mayor producción hasta el 92-93 cuando empecé a estudiar la oposición y, por tanto, se me recortó mucho mi tiempo libre, no como cuando estudiaba en el instituto o en la universidad donde el tiempo libre era casi infinito.
¿Y qué había en ese viejo tesoro de antaño? Nada digno de interés, listados de premios Hugo y Nebula, que sacaba de la escasa información que encontraba en las contraportadas de los libros, principalmente de Martínez Roca y Nebulae, listados de la obra completa de un autor, relatos incluidos y que, inevitable paradoja, eran tremendamente incompletos ya que, nuevamente, se basaban en lo ya tenía y en lo que medio sabía que existía, más listados, esta vez de libros que todavía no tenía pero quería, basados a su vez en los catálogos de las editoriales que aparecían al final de algunos de sus títulos o que me agenciaba en la Feria del Libro. Y, quizá, lo más original y curioso, fichas bibliográficas, con una clasificación temática de todos los cuentos y novelas de ciencia ficción que en ese momento tenía. Recuerdo vagamente cuando la elaboré, especialmente por qué utilicé como base la división realizada en la antología “Última etapa”, de la vieja colección Nova de Bruguera, un libro que en su momento me fascinó. Sólo muchos años después descubrí que dicho libro se publicó en España de forma mutilada y que faltaban un par de relatos y, por tanto, un par de supuestos temas de CF, dejando por lo tanto totalmente obsoleta y absurda semejante empresa. Y digo que lo recuerdo por qué en más de una ocasión tuve muchas dificultades para poder encuadrar un cuento o novela dentro de uno de esos temas específicos, bien por qué compartiese varios de ellos, bien por , directamente, fuese inclasificable, para mí una primeriza muestra del encorsetamiento de acero de las taxonomías.
Le dije a mi madre, sin pensarlo dos veces, que tirase todo aquello a la basura.
Días después, cuando decidí iniciar la serie Citas Citables con la que llevo adornando el blog desde hace un tiempo, descubrí otra muestra más de mi vena fkiki. Si alguien ha seguido esa serie se habrá dado cuenta de que algunas citas provienen de libros un tanto añejos, muchas las recordaba vagamente, aunque sí con cierta precisión en cuanto a donde habían aparecido. De ahí que durante unos días he estado rebuscando en viejas ediciones de Bruguera, Ultramar, Martínez Roca, Nebulae y otros dinosaurios y allí me topase con los subrayados. Otros de mis vicios frikis ochenteros. Y digo ochenteros por qué en algún momento de los 90 deje de practicarlo, ya por aburrimiento y hartazgo, ya por la oposición de las narices que me daba muy mala vida, o ya por suponer que aquello no dejaba de ser un ejercicio un tanto pueril.
Cuando digo subrayados no me refiero a haber recalcado alguna frase o párrafo memorables que me hubiesen llamado la atención. No, hablo de mi particular canon del relato, o, más bien, de la ficción breve. Paso a explicarme, siempre me ha gustado mucho la narrativa corta, el cuento, el relato, la novela corta. No sé si más que las novelas propiamente dichas y las sagas innumerables pero al, y sin ninguna duda, al mismo nivel. Y no es para menos si tenemos en cuenta los cientos de revistas, antologías y recopilaciones que se han publicado en español dentro del campo de la CF. Libros con 5, 8, 12 relatos, del mismo autor, de varios autores, de un tema específico, al buen tun tun, de una revista, de una editorial, ¡qué sé yo!
Y para poner orden en este caos de miles de cuentos cortos, relatos y novelas cortas (por abundar en la clasificación de los Hugo) me dediqué a subrayar en el índice de cada volumen que devoraba los dos cuentos que más me habían gustado. Un sistema tan absurdo, inocente e injusto como cualquier otro a la hora de realizar un canon, pero al que me dediqué con fervor, al menos, diez años de mi vida si no más. Así que, cada vez que cojo alguna antología ahí está mi otro yo, el de 1986, o 1982 o incluso 1993, mirándome a los ojos y diciéndome: Hola ¿te acuerdas de mi? Y, sinceramente, a veces si me acuerdo de él pero otras muchas ni le reconozco.
Y ahora es cuando la oscura mano muerta de mi inexistente Hari Sheldon particular empezó a moverse sin que yo me percatase. Por qué, cuando estaba reflexionado sobre lo rarito que uno siempre ha sido y sigue siendo y sobre si es medio normal lo mío, mira tú que otro insigne friki, Juanma Santiago, se desmarca con una serie de post tan nostálgicos como este en su propio blog Pornografía Emocional y se saca de la manga un artículo para la agonizante Literatura Prospectiva, donde elabora su particular canon del relato español de CF de los 90 en base a unas listas tan frikis como esas que elaboraba yo por esa misma época o unos años antes. Y, claro, ya no me siento tan raro, ni siquiera tan friki, y recuerdo por qué internet no deja de ser un invento cojonudo que permite a los poseedores de vicios nefandos saber que no están solos, y, obviamente, me entra la envidia y me dejo caer en la tentación y pergeño este refrito siguiendo de lejos la estela de Juanma Santiago e inflando mi ego friki como la cola de un pavo real mutante.
¡Ea! a gusto me he quedado.

2 Comments:

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