En la muerte de una editorial (o dos)
La muerte de una editorial o colección no deja de ser una desgracia con múltiples ramificaciones que afecta a mucha gente. Empleos perdidos, dinero invertido que se va al garete, librerías, distribuidores e imprentas con menos volumen de negocio, autores que se quedan huérfanos y deben buscar un nuevo nido, y lectores que pierden otra fuente más de suministros.
En este último apartado me encuentro yo mismo y, a veces, no dejo de sentir un poco de inquietud pensando que nivel de culpa tengo, porqué no compré algún libro más que, a lo mejor, hubiera sido la diferencia entre una cuenta de beneficios discretamente saneada o la bancarrota.
Tampoco me rompo mucho la cabeza, la oferta actual del mercado editorial es inabarcable, los presupuestos son los que son y el tiempo para leer es igualmente limitado. Con estas premisas, definir como darwinismo salvaje la lucha de autores y editores por hacerse un hueco es quedarse al nivel de Disney, el asunto, me temo, es mucho más gore que la evolución de las especies.
En los últimos tiempos ha habido un par de proyectos que se han ido al traste que han provocado en mí algo más que un alzar de cejas. Durante mi año de ausencia en la red falleció la colección Ómicron y, en los últimos días, el bonito proyecto de NGC Ficción está en proceso de pasar a mejor vida. Y digo que este asunto me produjo algo más que desazón por qué, en ambos casos, reseñé puntualmente varios títulos de ambas colecciones, aporté, por tanto, mi pequeño granito de arena a la muerte o supervivencia de ambos esfuerzos.
NGC sacó siete títulos de ciencia ficción, fantasía, terror y novela negra. Ómicron dieciséis novelas de ciencia ficción. Fueron dos colecciones totalmente diferentes. Una centrada en la ciencia ficción anglosajona y con un editorial potente detrás, la otra un producto artesanal de fandomitas echaos p’alante que dieron el salto a la profesionalización y centrados en autores españoles de todo tipo de géneros populares. Dos formas diferentes de buscar un nicho en el mercado, dos fracasos igual de rotundos.
Y, curiosamente, la crónica de dos muertes anunciadas. No me digan porqué pero desde el principio tuve la sensación de que ambas aventuras iba a acabar mal y, sospecho, esta idea rondaba por la cabeza de más de un aficionado.
Si analizamos cada caso por separado es posible que seamos capaces de comprender, al menos, alguna de las variables que posiblemente abocaron a la muerte comercial a estos editores. Descartemos la cuestión estética o profesional del producto. Los dos sacaron libros editados de una forma más que correcta. Ediciones sin erratas ni faltas de ortografía, traducciones decentes en el caso de Ómicron, buenos tipos de letra, márgenes aceptables, maquetación adecuada, cubiertas vistosas (más espectaculares la de NGC) y claramente de género… En fin, lo normal, se me dirá, pues no exactamente, por qué algunos de los supervivientes (de momento) dentro de la edición de ciencia ficción no cumplen precisamente con estos estándares mínimos. Prefiero no dar nombres que todos los conocemos pero al César lo que es del César, Ómicron y NGC cumplieron en ese apartado, lo que por parte de la primera era lo mínimo al estar dentro de una editorial mucho más potente pero que en el caso de NGC tiene especial mérito al ser un producto artesanal (algo de lo que ya hablé en su momento).
De Ómicron ya comenté en su día que la cosa iba mal y, vaya por Dios, acerté. Intentaron consolidar su proyecto mediante una, aparentemente, inteligente mezcla de autores conocidos y novedades editoriales. Sin olvidar algún título a los que, supuestamente, los aficionados iban a lanzarse de cabeza. Fallaron de forma estrepitosa y por varias razones.
Primer fallo, arrancar con dos libros de Haldeman y Willis. En principio esto no parece tan malo, ambos autores han vendido bien en nuestro país, lo que sí es un error es empezar con dos novelas cortas mediocres y cobrarlas a un precio por encima de la media. A mí me llamó la atención que los dos primeros libros fuesen tan finitos (llegué a pensar brevemente que quizá la línea editorial fuese la novela corta) y me pareció exagerado pagar tanto por tan poco. Si luego, además, las obras no eran lo mejor de los autores para que seguir.
Y esto nos lleva al segundo fallo, mala elección de títulos, repito, títulos, no autores, por qué Ómicron volvió a publicar a Haldeman y también a Sawyer y Bujold, otros dos autores del gusto del fandom pero, nuevamente, en cada caso no eligieron precisamente lo mejor de sus obras. La sensación que flotaba en el ambiente era que Ómicron estaba quedándose con las sobras de los demás.
Luego, por supuesto, vino el tercer fallo, elegir algunos autores que manda narices, por ejemplo Hogan, un mediocre de todas todas, y con el que insistieron dos veces, o grandes desconocidos como Frank M. Robinson o McBride Allen (¿alguien sabe quiénes son?), o gente de la que había vagas referencias como Park o habían sacado alguna novela que no había funcionado especialmente bien como Kessel o Turtledove o creer que Rucker era realmente un autor de culto que iba a atraer a las masas.
Cuarto fallo, lo bueno llegó demasiado tarde, posiblemente el mejor libro de toda la colección fue “Spin” de Wilson y, no en vano, se trata del último título que sacaron, uno no puede menos que preguntarse por qué no empezaron con él u otro de calibre parecido.
Quinto fallo, un mercado saturado donde ya había colecciones que ocupaban un nicho privilegiado e iba a ser difícil sacarlas de ahí. Es verdad que Ómicron nació cuando la crisis todavía no nos había afectado pero no es menos cierto que el mercado de ciencia ficción da para lo que da y para que entre uno casi que es obligatorio que otro salga. Ómicron lo intentó, birlo algunas estrellas a otras editoriales (como Sawyer, Bujold, Willis), lo que llamó la atención del fandom, y sacó alguna novela realmente de una gran calidad como “China Montaña Zhang de McHughs pero eso no fue suficiente como para que los compradores se pasasen en bloque al nuevo proyecto. Podrían haber intentado un truco un tanto facilón pero que con nosotros siempre funciona, publicar algún premio gordo (tipo Hugo, Nebula o incluso un Locus) o finalista destacado pero cuando se decidieron a hacerlo (“Spin”) ya era tarde. Luego llegó la crisis, alguien echó números y decidió que el saldo era la única opción. Y fin de la historia.
El caso de NGC es más doloroso por qué, personalmente, creo que la base de su fracaso vino provocada por las propias motivaciones que empujaron a una serie de aficionados a montar esta aventura. Me explico, NGC decidió montar su editorial para publicar autores españoles de género (principalmente fantástico) y a ser posible poco conocidos. Una forma de dar una oportunidad a las nuevas voces. Una idea loable, hermosa y romántica pero, me temo, un suicidio económico se mire por donde se mire. Creo que es difícil encontrar un público más conservador y reacio al producto nacional (con las consabidas excepciones) que el de los lectores de género fantástico españoles.
Y, claro, si de siete libros resulta que sólo hay uno (“Fieramente humano” de Rodolfo Martínez”) de un autor relativamente conocido y, encima, como en el caso de Ómicron, es el último en editarse pues así es complejo hacerse un hueco. NGC confió además en un par de autores, digamos, de culto (todos estos términos resultan un tanto forzados tratándose de España pero me imagino que todos los que lean esto se harán una idea aproximada de a que me refiero). Gente como Fernández Madrigal (que inauguro la editorial) o Juan Díaz Olmedo (que va camino de convertirse en un autor maldito, las dos novelas que ha publicado han sido en sellos que se fueron a hacer gárgaras nada más sacar sus libros). Aviso, ambos autores me encantan pero, siendo sinceros, no son precisamente de arrastrar multitudes. Si a eso sumamos que el resto de los escritores eran ilustres desconocidos (algunos con su primer vuelo) como Sucasas, Francis P. Fernández, Cámara o Quevedo Puchal, pues como dijo el castizo, apaga y vámonos.
Unamos a todo esto una crisis económica del carajo de la vela y tenemos una iniciativa empresarial que tenía sus días contados. Y es una pena, una auténtica pena, por qué los fallos de NGC eran, sencillamente, sus mayores virtudes. Publicar español, nuevo y con la que está cayendo era algo bello y valiente en sí mismo pero obviamente más digno de un kamikaze que de un empresario. Es posible que los negocios y el romanticismo no sean los mejores compañeros de cama pero, por una vez, se podría haber producido una excepción.
En fin, tuvimos la oportunidad de hacernos con los saldos de Ómicron por cuatro perras (y creo que todavía están disponibles en muchos casos) y NGC está haciendo lo mismo, vía su propia página, con los restos del naufragio. Por lo menos nos quedan esos treinta y tres títulos, algo es algo, aunque los rumores indican que otras editoriales van a seguir su camino en breve, algunas, de hecho, llevan mucho tiempo hibernando (Berenice, Vórtice) sin sacar nuevos títulos. Mala cosa. Como dijeron Golpes Bajos, malos tiempos para la lírica.
En este último apartado me encuentro yo mismo y, a veces, no dejo de sentir un poco de inquietud pensando que nivel de culpa tengo, porqué no compré algún libro más que, a lo mejor, hubiera sido la diferencia entre una cuenta de beneficios discretamente saneada o la bancarrota.
Tampoco me rompo mucho la cabeza, la oferta actual del mercado editorial es inabarcable, los presupuestos son los que son y el tiempo para leer es igualmente limitado. Con estas premisas, definir como darwinismo salvaje la lucha de autores y editores por hacerse un hueco es quedarse al nivel de Disney, el asunto, me temo, es mucho más gore que la evolución de las especies.
En los últimos tiempos ha habido un par de proyectos que se han ido al traste que han provocado en mí algo más que un alzar de cejas. Durante mi año de ausencia en la red falleció la colección Ómicron y, en los últimos días, el bonito proyecto de NGC Ficción está en proceso de pasar a mejor vida. Y digo que este asunto me produjo algo más que desazón por qué, en ambos casos, reseñé puntualmente varios títulos de ambas colecciones, aporté, por tanto, mi pequeño granito de arena a la muerte o supervivencia de ambos esfuerzos.
NGC sacó siete títulos de ciencia ficción, fantasía, terror y novela negra. Ómicron dieciséis novelas de ciencia ficción. Fueron dos colecciones totalmente diferentes. Una centrada en la ciencia ficción anglosajona y con un editorial potente detrás, la otra un producto artesanal de fandomitas echaos p’alante que dieron el salto a la profesionalización y centrados en autores españoles de todo tipo de géneros populares. Dos formas diferentes de buscar un nicho en el mercado, dos fracasos igual de rotundos.
Y, curiosamente, la crónica de dos muertes anunciadas. No me digan porqué pero desde el principio tuve la sensación de que ambas aventuras iba a acabar mal y, sospecho, esta idea rondaba por la cabeza de más de un aficionado.
Si analizamos cada caso por separado es posible que seamos capaces de comprender, al menos, alguna de las variables que posiblemente abocaron a la muerte comercial a estos editores. Descartemos la cuestión estética o profesional del producto. Los dos sacaron libros editados de una forma más que correcta. Ediciones sin erratas ni faltas de ortografía, traducciones decentes en el caso de Ómicron, buenos tipos de letra, márgenes aceptables, maquetación adecuada, cubiertas vistosas (más espectaculares la de NGC) y claramente de género… En fin, lo normal, se me dirá, pues no exactamente, por qué algunos de los supervivientes (de momento) dentro de la edición de ciencia ficción no cumplen precisamente con estos estándares mínimos. Prefiero no dar nombres que todos los conocemos pero al César lo que es del César, Ómicron y NGC cumplieron en ese apartado, lo que por parte de la primera era lo mínimo al estar dentro de una editorial mucho más potente pero que en el caso de NGC tiene especial mérito al ser un producto artesanal (algo de lo que ya hablé en su momento).
De Ómicron ya comenté en su día que la cosa iba mal y, vaya por Dios, acerté. Intentaron consolidar su proyecto mediante una, aparentemente, inteligente mezcla de autores conocidos y novedades editoriales. Sin olvidar algún título a los que, supuestamente, los aficionados iban a lanzarse de cabeza. Fallaron de forma estrepitosa y por varias razones.
Primer fallo, arrancar con dos libros de Haldeman y Willis. En principio esto no parece tan malo, ambos autores han vendido bien en nuestro país, lo que sí es un error es empezar con dos novelas cortas mediocres y cobrarlas a un precio por encima de la media. A mí me llamó la atención que los dos primeros libros fuesen tan finitos (llegué a pensar brevemente que quizá la línea editorial fuese la novela corta) y me pareció exagerado pagar tanto por tan poco. Si luego, además, las obras no eran lo mejor de los autores para que seguir.
Y esto nos lleva al segundo fallo, mala elección de títulos, repito, títulos, no autores, por qué Ómicron volvió a publicar a Haldeman y también a Sawyer y Bujold, otros dos autores del gusto del fandom pero, nuevamente, en cada caso no eligieron precisamente lo mejor de sus obras. La sensación que flotaba en el ambiente era que Ómicron estaba quedándose con las sobras de los demás.
Luego, por supuesto, vino el tercer fallo, elegir algunos autores que manda narices, por ejemplo Hogan, un mediocre de todas todas, y con el que insistieron dos veces, o grandes desconocidos como Frank M. Robinson o McBride Allen (¿alguien sabe quiénes son?), o gente de la que había vagas referencias como Park o habían sacado alguna novela que no había funcionado especialmente bien como Kessel o Turtledove o creer que Rucker era realmente un autor de culto que iba a atraer a las masas.
Cuarto fallo, lo bueno llegó demasiado tarde, posiblemente el mejor libro de toda la colección fue “Spin” de Wilson y, no en vano, se trata del último título que sacaron, uno no puede menos que preguntarse por qué no empezaron con él u otro de calibre parecido.
Quinto fallo, un mercado saturado donde ya había colecciones que ocupaban un nicho privilegiado e iba a ser difícil sacarlas de ahí. Es verdad que Ómicron nació cuando la crisis todavía no nos había afectado pero no es menos cierto que el mercado de ciencia ficción da para lo que da y para que entre uno casi que es obligatorio que otro salga. Ómicron lo intentó, birlo algunas estrellas a otras editoriales (como Sawyer, Bujold, Willis), lo que llamó la atención del fandom, y sacó alguna novela realmente de una gran calidad como “China Montaña Zhang de McHughs pero eso no fue suficiente como para que los compradores se pasasen en bloque al nuevo proyecto. Podrían haber intentado un truco un tanto facilón pero que con nosotros siempre funciona, publicar algún premio gordo (tipo Hugo, Nebula o incluso un Locus) o finalista destacado pero cuando se decidieron a hacerlo (“Spin”) ya era tarde. Luego llegó la crisis, alguien echó números y decidió que el saldo era la única opción. Y fin de la historia.
El caso de NGC es más doloroso por qué, personalmente, creo que la base de su fracaso vino provocada por las propias motivaciones que empujaron a una serie de aficionados a montar esta aventura. Me explico, NGC decidió montar su editorial para publicar autores españoles de género (principalmente fantástico) y a ser posible poco conocidos. Una forma de dar una oportunidad a las nuevas voces. Una idea loable, hermosa y romántica pero, me temo, un suicidio económico se mire por donde se mire. Creo que es difícil encontrar un público más conservador y reacio al producto nacional (con las consabidas excepciones) que el de los lectores de género fantástico españoles.
Y, claro, si de siete libros resulta que sólo hay uno (“Fieramente humano” de Rodolfo Martínez”) de un autor relativamente conocido y, encima, como en el caso de Ómicron, es el último en editarse pues así es complejo hacerse un hueco. NGC confió además en un par de autores, digamos, de culto (todos estos términos resultan un tanto forzados tratándose de España pero me imagino que todos los que lean esto se harán una idea aproximada de a que me refiero). Gente como Fernández Madrigal (que inauguro la editorial) o Juan Díaz Olmedo (que va camino de convertirse en un autor maldito, las dos novelas que ha publicado han sido en sellos que se fueron a hacer gárgaras nada más sacar sus libros). Aviso, ambos autores me encantan pero, siendo sinceros, no son precisamente de arrastrar multitudes. Si a eso sumamos que el resto de los escritores eran ilustres desconocidos (algunos con su primer vuelo) como Sucasas, Francis P. Fernández, Cámara o Quevedo Puchal, pues como dijo el castizo, apaga y vámonos.
Unamos a todo esto una crisis económica del carajo de la vela y tenemos una iniciativa empresarial que tenía sus días contados. Y es una pena, una auténtica pena, por qué los fallos de NGC eran, sencillamente, sus mayores virtudes. Publicar español, nuevo y con la que está cayendo era algo bello y valiente en sí mismo pero obviamente más digno de un kamikaze que de un empresario. Es posible que los negocios y el romanticismo no sean los mejores compañeros de cama pero, por una vez, se podría haber producido una excepción.
En fin, tuvimos la oportunidad de hacernos con los saldos de Ómicron por cuatro perras (y creo que todavía están disponibles en muchos casos) y NGC está haciendo lo mismo, vía su propia página, con los restos del naufragio. Por lo menos nos quedan esos treinta y tres títulos, algo es algo, aunque los rumores indican que otras editoriales van a seguir su camino en breve, algunas, de hecho, llevan mucho tiempo hibernando (Berenice, Vórtice) sin sacar nuevos títulos. Mala cosa. Como dijeron Golpes Bajos, malos tiempos para la lírica.
3 Comments:
Algunos hemos tomado buena cuenta de tus comentarios respecto a los saldos. Por cierto, varias de las de Omicron, aun siendo de autores semidesconocidos, muy refrescantes.
Saludos
A mí la línea de Omicrón, retrospectivamente, me encanta. De hecho creo que soy de los que más he disfrutado con la editorial, pero es que el fallo gordo, coincidimos todos, fue la selección de títulos. Todas las editoriales tienen títulos mierder, todas se empeñan a editar a un autor aunque no venda demasiado, pero es que Omicrón lo hizo todo en sus 16 primeros números. Frank M Robinson tuvo una aparición en el best-seller (luego la novela de Omicron era una rareza de naves generacionales muy muy tremenda), Roger McBride Allen apenas se le conocía por colaborador con Asimov, y luego editaron un par de libros de fantasía absolutamente huérfanos. Ahora: Starplex me parece el mejor libro de Sawyer, o al menos el más consistentemente divertido, China Montaña Zhang es una barbaridad de bonito, y el librillo de la Willis es de un ingenio arrebatador. Dicho esto, era una colección que daba bandazos.
NGC tiene el fallo de base de pensar que el fandom se compra a sí mismo, y que todos los escritores novatos se dedican a promocionar a sus compañeros porque eso les viene bien a ellos finalmente. No me acuerdo quién de Prospectiva contaba que cuando cerraron, muchas de las lamentaciones fueron de autores que se apenaban por no poder haber editado ahí. Y esa es una, pero lo juntas con el triple nicho en un mercado de cf saturadísimo, y ya lo tienes. Que no es que estemos sólo saturados de títulos, es que encima estamos saturados de títulos de calidad (y a esto le puedo echar la culpa a Poujade, tanto por su buen tino seleccionando novedades como por su agotadora y perniciosa política de saldos). Y eso, son matizaciones. En el fondo todos estamos de acuerdo.
Wraitlito --> La de China Montaña Zhang es muy buena y he escuchado maravillas de Spin, las de Haldeman son muy flojitas y las de Hogan un coñazo (aunque Viaje desde el ayer tiene un poco de interés por aquello del anarquismo a lo Ayn Rand), del resto, ni idea, algún día me lanzaré pero tampoco las veo especialmente brillantes.
Risingson --> Quizá lo más sencillo sea pensar que no hay suficiente mercado, demasiadas editoriales, demasiados títulos para tan pocos compradores. Curiosos país el nuestro donde hay casi el mismo número de lectores que de escritores :)
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