miércoles, mayo 30, 2007

Monumento

Por razones personales que no vienen a cuento (aunque gratas, eso sí) he estado mucho tiempo sin poder pasarme por aquí. Cuando lo he he hecho hace un par de días me he quedado horrorizado al ver como ha degeneardo la entrada sobre el pastiche.
He pensado seriamente en borrarla, pero si hay algo peor que la censura es la autocensura así que he decidido dejarla. Dejarla como una especie de monumento al fandom, ese peculiar fenómeno propio de la literatura fantástica con sus pocas virtudes y sus muchos defectos. Un monumento al peculiar carácter de lectores, escritores y críticos no profesionales con sus insultos, sus bajezas, malentendiddos, anónimos de catadura moral discutible, amiguetes, esbirros y demás fauna. A mí, personalmente, la mayoría de las cosas que he leído en los mensajes (y lo poco que he fisgado por otras páginas) me ha producido más asco que otra cosa (aunque agradezco a los que desinteresadametne me han defendido, cosa que no se puede decir de otros que han decidido que ha río revuelto...). Pero, en fin, creo que será instructivo dejar todo eso ahí para aquellos que algún día se pregunten de que va eso del fandom. Hay algunos ejemplos que son mejores que mil explicaciones. Sólo dos o tres cosas más para acabar: hace tiempo que supe que se puede admirar la obra de un autor (y disfrutarla) aunque no al autor mismo.
A partir de ahora los anónimos en plan troll serán borrados sistemáticamente. Cuando alguien me quiera insultar por lo menos que de la cara. Dejo los de la última entrada como ejemplo para desprevenidos y piedra angular del monumento.
Y el hilo se corta aquí, los siguientes mensajes que se escriban en la entrada sobre el pastiche serán borrados sistemáticamente, sean del tipo que sean. Se acabó la diversión, a partir de ahora a volver a aburrirse con mis desvarios pedantes de siempre.

jueves, mayo 10, 2007

Pastiche

Siempre he opinado que uno de los males de la literatura fantástica ha sido y es el pastiche. Como teoría personal no está mal pero, en primer lugar, habría que ver que entiendo por eso de pastiche.
Pues, a bote pronto, y sin recurrir al diccionario, para mí un pastiche es todo aquel libro o relato en que el autor, en vez de partir de su fecunda imaginación, tira por la calle de en medio y utiliza la imaginación de otro para hacer su trabajo.
Puede que no me haya explicado bien pero pondré un par de ejemplos que, probablemente, ilustren mejor mi idea. El señor Arthur Conan Doyle creó el personaje de Sherlock Holmes con un éxito arrollador. A su muerte una serie de autores han continuado utilizando este personaje hasta nuestros días, sin ir más lejos, en los últimos años autores españoles como Rafa Marín y Rodolfo Martínez (con desigual suerte) han utilizado este filón con provecho.
Otro ejemplo, los libros basados en películas, videojuegos o cosas por el estilo. Repito, libros basados en películas no películas basadas en libros (sobre este último tema supongo que mi opinión es sobradamente conocida). Es este un fenómeno que no acabo de comprender pero existir existe. Sin ir más lejos autores nada desdeñables como Orson Scout Card o Piers Anthony han sido responsables de un par de libros de estas características (el mormón la novelización de “Abyss” y Anthony la de “Desafío total”, lo que no deja de ser una paradoja por que se supone que este film estaba basado en un cuento de Dick ¿?).
Otra posibilidad viene de la mano de autores que murieron y dejaron su obra inacabada y ahí aparece una mano amiga a rematar la faena, valga el ejemplo de Robert Howard que dejó un buen número de cuentos a medias y que fueron rematados por sus “albaceas testamentarios” Lin Carter y L. Sprague de Camp. Luego los tíos se emocionaron y empezaron a escribir novelas suyas protagonizadas por el musculitos y sin rastro de Howard por ningún lado, hasta el día de hoy en que el de Aquilonia se ha convertido en una franquicia más tipo “Warhammer”.
En fin, esta es una práctica que no me gusta y que, si me apuran, hasta me repugna un tanto. Antes de que nadie se moleste, que me repugne no significa que no la acepte ni que crea que no tiene su cabida en el mundo, también me repugnan las judías verdes y no propongo que se prohíban por decreto ley, hasta puede entender que haya gente a la que le gusten.
De hecho, mi postura es bastante minoritaria y un gran número de lectores parece aplaudir y comprar este tipo de productos, por poner ejemplos recientes, las novelas de Rodolfo Martínez sobre el detective de Baker Street han recibido buenas críticas y premios, y se venden bastante bien para lo que es el mercado español. Así que la mía debe de ser una postura minoritaria pero, lo siento, me veo en la obligación de insistir: no me gusta nada, pero nada de nada.
Mis razones tengo, por supuesto. En el caso del uso de personajes sacados de otros autores la cosa no acaba de convencerme. Veamos el caso del bueno de Holmes. Personalmente es uno de los inventos literarios con los que más he disfrutado y considero que los intentos de autores posteriores por resucitarlo no tienen mucho sentido. En primer lugar por que dudo que ninguno de ellos llegue a los talones del gran Conan Doyle, si fuesen realmente grandes escritores buscarían sus propias ideas antes que saquear las de otros. Es cierto que en algunos casos buenos escritores si han recurrido a este expediente (o por lo menos escritores con un mundo propio), pero también opino que estos divertimentos son lo más flojo de su obra.
Ellos dicen que se lo pasan bien escribiendo este tipo de cosas y están en su derecho de hacerlo, yo también me divierto con este blog y no hago mal a nadie. Obviamente, el que sea divertido no significa que sea bueno, ni con Holmes no con este blog, ya puestos.
Y en segundo lugar por que, a la larga, se desvirtúa totalmente la esencia del personaje. Veamos de nuevo el caso de Holmes. Algunos autores han jugado a colocarlo en situaciones históricas reales, Holmes con Chaplin, con Freud, tras Jack “el Destripador”… A Doyle le debería de parecer absurdo, el nunca metió a su creación en estos berenjenales y tuvo oportunidades de sobra, así que si él no lo hizo ¿con qué derecho lo hacen aquellos que no son los padres de la criatura?. Por que, a la larga, la gracia de todo este juego es ver como interactúan dos personajes que todos conocemos, perdiéndose la esencia del cuento holmesiano que es la resolución de un enigma.
Luego están los que, como es especialmente el caso de Rodolfo Martínez, dan un aire fantástico al personaje (en este caso metiéndole en un embrollo lovercraftiano) y ahí ya me rebelo. La esencia de Sherlock, me atrevo a decir, es la lógica y la razón. Justo lo contrario de la fantasía. Todas las historias del detective de caracterizan por no tener ni un atisbo fantástico y por demostrar que todos los misterios se pueden desentrañar siguiendo un método deductivo y basado en el mundo real. De hecho su mejor aventura (“El perro de los Baskerville”) se caracteriza por ser un misterio sobrenatural que, al final, tiene una explicación perfectamente “realista”. Por tanto, si Doyle levantase la cabeza se extrañaría bastante de ver los vericuetos de su personaje y no lo reconocería. Por lo menos, yo como lector no lo reconozco y ahí se pierde toda la gracia. Doyle apreciaba y practicaba la literatura fantástica, ahí están sus cuentos de miedo, su personaje del profesor Challenger, sus aportaciones a la primitiva ciencia ficción. Si hubiese querido que Holmes y Watson se las hubiesen entendido con dinosaurios en América del Sur no se hubiera inventado al bueno de Challenger.
El caso de las películas me es aún más extraño, no entiendo ese afán de pasarlas al papel (claro que tampoco entiendo el afán de pasar novelas al celuloide). Son medios totalmente diferentes y, sinceramente, antagónicos. Si alguien espera que los lectores se lean el libro y vayan corriendo a ver la película o los peliculeros hagan el viaje contrario lo llevan claro. Eso es no conocer ambos públicos. Y creo tener razón cuando no recuerdo ningún libro basado en película que haya gozado de los favores del público, son carne de saldo a las mínimas de cambio.
En cuanto acabar la obra incompleta de alguien, ese es un tema más bien peliagudo. Casos famosos ha habido (Dickens, Stevenson), pero, me temo, esto fue más un esfuerzo del editor por dar salida a un material aprovechando el rebufo de la popularidad que siempre acompaña a un autor cuando fallece que otra cosa.
Más raro me parece cuando esto ocurre años después y sin venir a cuento. En muchos casos supongo que la cosa es simplemente adoración por un autor, Clark Ashton Smith acabó el último episodio de “Vathek” de Beckford en un momento es que era alguien muy poco conocido. Lo mismo podría decirse de Carter y de Camp con Conán o Lalanda con Salomón Kane (Howard debe de atraer a este tipo de pasticheros, que gente tan diferente como Lalanda y de Camp hayan caído en el mismo pecado es sospechoso).
Pero, claro, también está el tema de la pasta, puede que si Lin Carter hubiese escrito sus propias obras de fantasía estas no hubiesen tenido público suficiente pero si se asociaban a una gallina de los huevos de oro como Conan la cosa cambia. Y lo mismo opino para el caso de Derleth y Lovercaft. Que vale que el primero veneraba al de Providence, pero su interés por vampirizarlo después de muerto tiene un cierto aire crematístico.
En resumidas cuentas, el pastiche es detestable por diferentes razones: falta de respeto a los autores (y lectores), falta de originalidad de los que lo practican, un interés desmedido por lo económico, etc, etc.
Pero, lo peor de lo peor es que, por lo general, los pastiches son malos, no aportan nada y, a la larga, no dejan de ser un poco ridículos.
Desgraciadamente son típicos de la literatura fantástica y eso únicamente parte del poco respeto que se tiene a este género literario. ¿Alguien se imagina a un autor diciendo: “voy a escribir la tercera parte del Quijote”? La rechifla entre crítica, editores y público sería desmedida. Y si al final saliese publicado (total, cosas más raras se han visto) dudo mucho que nadie se lo tomase mínimamente en serio (recuerdo hace unos años a un escandinavo que le dio por sacar “la segunda parte” de “La isla del tesoro”, el tortazo fue de impresión).
Ahora, si encima, ese supuesto autor dijese que, para más inri, el bueno de Alonso Quijano iba a luchar en la batalla de Lepanto, compartir aventuras con el Capitán Alatriste y acompañar a Gulliver a uno de sus viajes, más de uno empezaría a llamar a un psiquiatra.
Pero claro, eso pasa con la literatura fantásticas y a nadie le parece ni raro ni extraño, al contrario, nos corremos de gusto alabando la imaginación e inventiva del pastichero de turno y compramos sus libros como si fueran el no va más. Luego nos extrañamos de que nadie nos tome en serio pero, claro, el ser friki es lo que tiene, que hay que pagar ciertos peajes.
Todo esto viene a cuento por que, recientemente, se ha publicado “Los hijos de Hurin”, un libro de cerca de 40 euros que servidor considera una tomadura de pelo y un timo. De hecho, dan ganas de proponer una ley que impida a los hijos de los grandes autores convertirse en los dueños legales de la obra de sus padres (el del vástago de Frank Herbert sería otro ejemplo a denunciar).
A Christopher Tolkien hay que agradecerle muchas cosas. La primera y más importante haber permitido que “El Silmarillion” viese la luz. Y, por supuesto, haberse encargado de la edición de un buen número de escritos de su padre muy interesantes aunque, la mayoría de ellos, más para un estudioso académico que para el gran público.
Más discutible es que se presentasen muchos de estos volúmenes como lo que no eran, novelas o narraciones al estilo de “El Señor de los Anillos”, y no como lo que son, los bocetos y borradores de la obra de un autor meticuloso y obsesivo donde los haya.
Pero soltarnos de golpe y porrazo un pastiche de una de las historias más célebres del “Silmarillon” aumentado con lo que aún quedaba de los papeles de su padre y su poca imaginación clama al cielo.
Servidor es tolkieniano de pro pero hasta aquí podíamos llegar. Conmigo que no cuenten, ni, por supuesto, el resto de los pasticheros que pululan por estos mundos. Si acaso picaré cuando no quede más remedio (como es el caso de Howard del que aún no hay una edición en español de sus obras sin los aditamentos de Carter y de Camp), pero salvo esos casos, que los pasticheros sepan que en mi bolsillo no van a encontrar financiación para sus desvaríos. Aunque, por supuesto, son libres de seguir perpetrando lo que les de la gana, mientras sea rentable que no corten que como decía aquel: “es triste pedir pero peor es robar”.

miércoles, mayo 09, 2007

Por los Mares Encantados

En algún sitio dije que Abraxas es, en cierta forma, la hermana pobre de Valdemar. Sus intentos de emular a su competidor directo casi siempre se han saldado con el fracaso, no siempre de forma justa, y este libro es una buena muestra de ello.
“Por los mares encantados” se publicó en 2004, el mismo año que Valdemar sacaba “Mares tenebrosos”. Ambos libros son enormemente parecidos, dos antologías de cuentos de ambientación marina con la única y ligera diferencia de que Valdemar les dio un aire más de terror y Abraxas se centró en la fantasía.
Bien, el libro de Valdemar tiro dos ediciones en apenas dos meses (todo un éxito para el fantástico nacional) y el de Abraxas pasó sin pena ni gloria y acabó saldándose de mala manera ¿Hubo justicia en esto? Si y no.
Me explico, “Mares tenebrosos” era, sin lugar a dudas, un libro mejor hecho que “Por los mares encantados” (empezando por el título y la portada, tan parecidos y tan diferentes). La diferencia de precio entre uno y otro no era excesiva y, sin embargo, el de Valdemar recogía 19 cuentos y varios poemas frente a los 8 relatos del de Abraxas. Además uno estaba presentado en lujosa tapa dura y el otro en la más cutre tapa blanda (que por cierto, en apenas dos años está perdiendo la capa de fino plástico traslucido que la cubre).
Sin embargo, no me queda tan claro que un libro sea realmente mejor que otro, o, por lo menos, tan distintos en calidad que se justifique el fracaso y éxito respectivos.
Ambos cuentan con una selección de relatos notable y una muy buena traducción (excepto algún americanismo en el caso de “Por los mares encantados”). Valdemar prefirió seleccionar menos conocido, sin duda con el objetivo de llamar la atención de un público “entendido” y que no deseaba leer las mismas historias de siempre.
Abraxas, en cambio, seleccionó cuentos y autores clásicos lo que hace que el resultado final sea más redondo pero se corre el riesgo de que mucha gente huya del libro al ver cuentos que uno ya tiene en otras antologías (de hecho, esto sólo ocurría en 6 de los 19 relatos de “Mares tenebrosos” frente a 5 de 8 de “Por los mares encantados”).
Con todo, creo que la auténtica razón del fracaso de “Por los mares encantados” no tiene tanto que ver con la calidad del volumen como con los problemas de distribución que siempre ha sufrido Abraxas (y que no tiene Valdemar), y que han hecho que su proyecto editorial haya naufragado una vez y no quede muy claro su futuro a pesar de su reciente resurrección.
Hablando ya del libro en si, “Por los mares encantados” se abre con un clásico indiscutible como es “Manuscrito encontrado en una botella” de Edgar Allan Poe, ultraconocido y fácil de conseguir en la edición de sus cuentos de Alianza. Es un relato casi perfecto y uno de los mejores de Poe que ya ha sido comentado mucho mejor por otros críticos más cualificados que yo, así que me abstengo de decir nada excepto que dentro de la obra del norteamericano es uno de mis preferidos.
Continúa una novela corta anónima de 1780 de origen francés “El paso del polo ártico al polo antártico por el centro de la tierra” inédita en castellano. Se deja leer pero no es nada del otro mundo, sigue la estela de los “viajes maravillosos” tan en boga en esta época, en este caso basándose en una teoría de aquellos años (cuando aún no se había llegado al Polo Norte ni se había descubierto la Antártida) según la cual la tierra estaría hueca y se comunicaría por dos enorme simas situadas en lo polos.
Un ballenero hace accidentalmente el viaje y llega a un Polo Sur fantástico habitado por extraños animales, misteriosas ruinas y peculiares fenómenos geológicos. El autor posee una buena imaginación visual pero, por desgracia, no hay ninguna trama en toda la novela ni ningún personaje, sólo la descripción pura y dura de las diferentes maravillas encontradas, más o menos excéntricas y curiosas. A la larga cansa y causa tedio, máxime si hay que hacer un poco de esfuerzo para meterse en la alambicada prosa dieciochesca.
Parecido y distinto es el próximo cuento tampoco habitual entre los lectores hispanos: “La naves encantadas” de Allan Cunningham. De hecho, y bajo un tenue esquema narrativo, se esconde la transcripción de varias leyendas populares escocesas de tema marino. Nada hay reprochable en acudir a semejantes fuentes, en Irlanda se hizo lo mismo con resultados excelentes. Lo que ya es más dudoso es el no enmascarar apenas el origen de la narración y el mezclar sin ton ni son varias leyendas en un mismo cuento. La torpeza de Cunningham es mayúscula si tenemos en cuenta que el pretexto para empezar a contar estas leyendas siniestras es el ahogamiento de un joven en frente de los protagonistas ¿se desesperan ante esta desgracia, se sienten tristes, intentan ayudarle? No, se ponen a contarse unos otros leyendas que justifiquen la mala suerte del ahogado, cuando menos peculiar.
“¡Hombre al agua!” de Francis Marion Crawford es mucho más satisfactorio. De hecho es una pequeña obra maestra del cuento anglosajón de terror a la altura de James o Le Fanu. Crawford es menos conocido que estos autores pero se merece un mayor reconocimiento por parte de los aficionados. La ambientación marinera es impecable, el uso del habla cotidiana perfecto (el cuento esta narrado por uno de sus protagonistas), el suspense y el ritmo se mantienen hasta el final y el clímax conseguido es insuperable. En fin, que podría presentarse perfectamente como el ejemplo ideal de cómo narrar un cuento de fantasmas en el siglo XIX. Eso si, se puede conseguir en la antología de cuentos de este autor publicada por la propia Abraxas “Por qué la sangre es vida”.
Si hablamos de terror en el mar hay que hablar de William Hope Hodgson y, como no, aparece aquí representado por “El Shamraken regresa a casa”, puede que no sea una de sus mejores obras pero es de una crueldad insuperable, a pesar de lo poético de su prosa, claro que el mar no es precisamente un lugar amable. De nuevo es posible encontrarlo en varias antologías de Hodgson como “Aguas profundas” (El Cid) o “Desde el mar sin mareas” (Valdemar), aunque ambas estén más que agotadas.
“La flauta” de Marcel Schwob es un lírico y bello cuento sobre el sentido de la vida muy en la línea del decadentismo francés de fin de siglo. Una vez más podemos encontrarlo sin mayores problemas en la antología del mismo autor (y también en Abraxas, lo que ya empieza a resultar algo mosqueante) “El rey de la mascara de oro”.
“Historia de tierras y de mares” de Lord Dunsanny es la pieza maestra del libro y que justifica su compra (si no fuera por que es posible encontrarlo en “En los confines del mundo” (Siruela), eso si, descatalogado). Una trepidante aventura de piratas con la salvedad que los barcos “navegan” por el desierto del Sahara. Un absurdo que Dunsanny recrea con tal gracia que pronto olvidamos su condición y nos dejamos llevar por su ágil prosa y fértil imaginación.
Por último, un cuento de ciencia ficción “La nave que surcaba el mar del espacio” de Barrington J. Bayley, un autor poco conocido por estas tierras y que cuaja aquí una narración plena de “sentido de la maravilla” y de la que es mejor no contar nada a fuerza de estropear su magnífico efecto. Y no, no es una gracia del editor el publicarlo aquí, posee una tremenda lógica dentro de una antología de cuentos fantásticos marinos. El hecho de que hasta ahora sólo estuviera disponible en dos o tres antologías argentinas bastante difíciles de encontrar ("Fenix 2" de Adiax es probablemente la más conocida) es la otra gran excusa para comprar el libro.
Por acabar, un buen libro que mereció más suerte de la que tuvo y cuyo único defecto es, como he dejado bien claro, lo fácil que es conseguir muchos de sus cuentos en otros sitios. Por lo demás un perfecto complemento a “Mares tenebrosos” (cuya crítica saldrá un día de estos en “Hélice”).

martes, mayo 08, 2007

Meme literario

Como el conejo de Alicia, siempre llego tarde, pero, suelo llegar. El caso es que a mí esto de los memes no me suele gustar, ya lo he dicho en otras ocasiones, pero este me ha hecho gracia. Me imagino que ya lo sabrá medio internet a estas alturas, el juego es copiar el segundo parrafo de la página 139 del libro que uno se este leyendo en ese momento. Y ahí va el rsultado:

Por encima de aquella extraña vegetación, y a cierta distancia de donde nos encontrábamos, emergió de repente una bandada de cosas volantes, como murciélagos. Volaban alrededor sin ningún destino ni motivo aparente, zigzagueando de un lado para otro, batiendo sus alas con calma, descendiendo, elevándose de nuevo, ahora en una bandada compacta, luego en desordenado planeo, sin rumbo fijo. Ni un graznido salía de aquellas aves. Volaban recortándose sobre la faz de la luna en silencio absoluto, un silencio tan sobrenatural como la forzada vigilia de la espesura que crecía delante de nosotros, y de cuyas profundidades habían emergido.

Este fragmento pertenece al cuento "La isla de los hongos" de Philip M. Fisher parte del magnífico volumen "Mares tenebrosos. Una antología de cuentos de terror en el mar" editado por la no suficientemente alabada editorial Valdemar.
Acabo de terminarlo y lo recomiendo a todo aquel aficionado al terror y al mar,una gozada.

jueves, mayo 03, 2007

Feria del Libro Antiguo y de Ocasión

Otro año más he cumplido con uno de los rituales ineludibles de cada temporada: la visita a la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión. Esta cita y la de la Feria del Libro propiamente dicha son mis dos costumbres más fijas en esto del mundo del libro. Creo qwue llevo más de 25 años acudiendo a las dos y no he fallado casi ningún año (desde luego, ningún año a ambas).
Es cierto que en Otoño hay otra Fería similar a esta (y a veces he ido) pero la de primavera es la de más solera en lo que a mí se refiere y, aunque este año ha tocado mojarse (otras veces, en cambio, recuerdo haber degustado el primer helado de la temporada) me lo he pasado pipa.
Como siempre, mis acompñantes han tenido que darme un toque por que se hacia tarde y ya llevabamos un buen rato allí, pero es que cuando estoy en esas benditas casetas rodeado de libracos pierdo la noción del tiempo.
También como siempre me he cabreado al ver la poca ciencia ficción que hay, lo desordenadas que están algunas puestos y los precios prohibitivos de determinados libros. Pero, también como siepre al final he picado y he acabado con un bolsa con seis o siets piezas. No ha sido mala caza para 25 euros. De género fantástico sólo cayó uno y no demasiado difícil: "El nacimeinto de la República Popular de la Antártida" de John Calvin Batchelor por 7 euros. En su momento se me pasó y al verlo a ese precio no me pude resistir.
Eso si, para mi se acabó la época de los grandes hallazgos. Ya tuve mis momentos de gloria pero, saldos aparte, lo que me queda en mi lista de incunables es tan rarito que dudo mucho que lo encuentre aquí. De hecho llevó ya varios años sin pescar ningún pez gordo y la mayoría de mis éxitos los cosecho en internet o en alguna librería especializada.
Y sin embargo, ese ambientillo de la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión es tan único e irrepetible que ninguna nueva tecnología podrá igualarlo jamás. Y aunque sea un sitio cada vez menos rico en hallazgos, no es menos cierto que se está empezando a convertir en un refugio para la nostalgia y la melancolía. Cosas de la edad, la crisis de los 40 que se acerca o el Alzheimer que acecha.
En fin, no me quiero poner ñoño ni pesado, sólo eso, animar a los madrileños que fecuentan este blog a darse una visita por la susodicha feria y esperar que se lo pasen tan bien como servidor.