El Melocotón Mecánico
“¡A los ricos malacatones! ¡Qué se me acaban oiga, que se me acaban!”.
Juro por mis niños que estos eran los gritos que daba el vendedor de uno de los puestos de la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión de Madrid donde compré este librito hace un año o dos. El tío tenía gracia y el libro estaba insultantemente barato (1-2 euros) así que pique, como no podía ser de otra forma.
Y, leído lo leído, no me arrepiento por que de los cuatro volúmenes que forman la colección de premios El Melocotón Mecánico este es el mejor con diferencia (quizá el III se le acerque).
Desde un punto de vista estético el libro es chocante, más pequeño que uno de bolsillo al uso y con una portada poco afortunada (de colores más bien tristones) es, seamos sinceros, un poco feo. Mi pareja se permitió (una vez más) carcajearse un poco de mí y de las lo que leo. Por dentro la cosa tampoco queda del todo bien, muchas erratas (especialmente en el cuento “Wayc”) y un margen demasiado escaso que dificulta la lectura. Pero hay que ser comprensivo, para tratarse de una de las primeras ediciones de un sello prácticamente amateur, la calidad es bastante aceptable, y más si recordamos lo ajustado del precio (4’20 euros), algo impensable en cualquier otro sitio.
Evidentemente, el mérito de un libro vendrá por lo que hay en su interior y los cuentos de este “Melocotón Mecánico” son un plato bastante suculento.
Ese año se dio el premio ex-aequo a dos relatos brillantes y, personalmente, tampoco me atrevo a deshacer el empate. “Los conejos de la guerra” de José Antonio Cotrina y “La piel y el tiempo” de Antonio Martín Infante son dos historias bastante acertadas y, lo suficientemente diferentes entre sí, como para comprender la decisión del jurado.
El cuento de Cotrina es una experiencia a mitad de camino entre la crítica anti-militarista y el surrealismo más lisérgico. Aunque presenta algunos fallos menores de ambientación histórica, los suple a la perfección con una imaginación desbocada y delirante digna del buen narrador que es.
En cambio, el relato de Martín Infante es una historia bíblica con regusto de ciencia ficción tremendamente original. Buscar la ubicación del infierno (y encontrarlo) en el sitio donde Martín Infante lo hace permite crear un cuento pirotécnico y sorprendente que se lee con deleite.
Pero aún hay algunos relatos más que nos siguen dejando un buen sabor de boca. Caso de “El hacedor de lluvia” de Ignacio Sanz Vallas. Una fantasía a la que sólo se le puede reprochar lo mínimo de su anécdota pero que, en compensación, nos presenta unos personajes muy bien trazados, un universo complejo y novedoso que se dibuja a la perfección con un par de pinceladas y una imaginación para lo desagradable bastante a tener en cuenta. En resumen, un relato encomiable.
También me ha resultado agradable de leer “Se hace camino al andar” de José Carlos Canalda, un cuento sencillo de ciencia ficción, de factura clásica, pero que consigue recrear con acierto los sentimientos de su personaje que se ve empujado a saltar aleatoriamente de un universo paralelo a otro. Canalda acierta plenamente al situar este acontecimiento en un ambiente plenamente constumbrista y convertir lo que para otros sería en el inicio de una aventura tan rutinaria como agotadota, en algo creíble y, a la vez, desconcertante.
Viene luego un grupo de cuentos que, sin ser tan brillantes como los anteriores, mantiene un buen nivel medio a pesar de algunos fallos.
“Bebé a bordo” de Juan Antonio Fernández tiene como único objetivo hacer reír al lector, lo consigue en ocasiones aunque para ello debamos de mantener muy bajas las defensas frente a lo absurdo de muchas de las situaciones que se nos presentan. Probablemente, la mayor pega que se le pueda encontrar a la historia es que suena a ya leída, a cuento de los 50 que se nos ha presentado más de una y más de dos veces.
“Wayc” de Víctor Manuel Gallardo es el más frustrante de todos los relatos de esta colección. Una idea original y bien presentada a pesar de lo manido del tema (la invasión de la Tierra por alienígenas). Lo malo es que el origen y justificación de la invasión es demasiado enrevesado para un cuento tan corto, de tal manera que al terminar la lectura uno se quedas con una sensación rara. Un perfecto ejemplo de cómo algunos cuentos funcionarían mejor como novelas.
“El color de la sangre” de José Gallardo Alarcón es un policiaco ambientado en Madrid un punto delirante y melodramático. Pose un par de buenas ideas (vampiros neo-nazis que masacran inmigrantes) pero las echa a perder por un exceso de sensiblería a la hora de explicar el porqué de los personajes y sus actuaciones y por la forma tan burda en que cae en determinados tópicos.
“La partida” de Salvador Jíménez Gutiérrez será muy del gusto de los aficionados a los juegos de rol ya que, como su título indica, recrea una partida en vivo. Eso sí, una partida muy especial y terrorífica. Aunque la idea no está mal no me acaba de convencer el desarrollo de la trama, demasiado lineal y previsible.
Por último, “Dinony Blues” de Alejandro Domínguez Bazán es un ejercicio de estilo sobre una distopía futura en el cual parece más importante el como se cuenta que el que se cuenta.
En cualquier caso, y a pesar de los altibajos, repito una vez más que estamos ante una muy buena recopilación de cuentos fantásticos y ante el mejor de los tomos de “El Melocotón Mecánico”. Si alguien lo encuentra por ahí que no dude, será barato y merecerá la pena.
Juro por mis niños que estos eran los gritos que daba el vendedor de uno de los puestos de la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión de Madrid donde compré este librito hace un año o dos. El tío tenía gracia y el libro estaba insultantemente barato (1-2 euros) así que pique, como no podía ser de otra forma.
Y, leído lo leído, no me arrepiento por que de los cuatro volúmenes que forman la colección de premios El Melocotón Mecánico este es el mejor con diferencia (quizá el III se le acerque).
Desde un punto de vista estético el libro es chocante, más pequeño que uno de bolsillo al uso y con una portada poco afortunada (de colores más bien tristones) es, seamos sinceros, un poco feo. Mi pareja se permitió (una vez más) carcajearse un poco de mí y de las lo que leo. Por dentro la cosa tampoco queda del todo bien, muchas erratas (especialmente en el cuento “Wayc”) y un margen demasiado escaso que dificulta la lectura. Pero hay que ser comprensivo, para tratarse de una de las primeras ediciones de un sello prácticamente amateur, la calidad es bastante aceptable, y más si recordamos lo ajustado del precio (4’20 euros), algo impensable en cualquier otro sitio.
Evidentemente, el mérito de un libro vendrá por lo que hay en su interior y los cuentos de este “Melocotón Mecánico” son un plato bastante suculento.
Ese año se dio el premio ex-aequo a dos relatos brillantes y, personalmente, tampoco me atrevo a deshacer el empate. “Los conejos de la guerra” de José Antonio Cotrina y “La piel y el tiempo” de Antonio Martín Infante son dos historias bastante acertadas y, lo suficientemente diferentes entre sí, como para comprender la decisión del jurado.
El cuento de Cotrina es una experiencia a mitad de camino entre la crítica anti-militarista y el surrealismo más lisérgico. Aunque presenta algunos fallos menores de ambientación histórica, los suple a la perfección con una imaginación desbocada y delirante digna del buen narrador que es.
En cambio, el relato de Martín Infante es una historia bíblica con regusto de ciencia ficción tremendamente original. Buscar la ubicación del infierno (y encontrarlo) en el sitio donde Martín Infante lo hace permite crear un cuento pirotécnico y sorprendente que se lee con deleite.
Pero aún hay algunos relatos más que nos siguen dejando un buen sabor de boca. Caso de “El hacedor de lluvia” de Ignacio Sanz Vallas. Una fantasía a la que sólo se le puede reprochar lo mínimo de su anécdota pero que, en compensación, nos presenta unos personajes muy bien trazados, un universo complejo y novedoso que se dibuja a la perfección con un par de pinceladas y una imaginación para lo desagradable bastante a tener en cuenta. En resumen, un relato encomiable.
También me ha resultado agradable de leer “Se hace camino al andar” de José Carlos Canalda, un cuento sencillo de ciencia ficción, de factura clásica, pero que consigue recrear con acierto los sentimientos de su personaje que se ve empujado a saltar aleatoriamente de un universo paralelo a otro. Canalda acierta plenamente al situar este acontecimiento en un ambiente plenamente constumbrista y convertir lo que para otros sería en el inicio de una aventura tan rutinaria como agotadota, en algo creíble y, a la vez, desconcertante.
Viene luego un grupo de cuentos que, sin ser tan brillantes como los anteriores, mantiene un buen nivel medio a pesar de algunos fallos.
“Bebé a bordo” de Juan Antonio Fernández tiene como único objetivo hacer reír al lector, lo consigue en ocasiones aunque para ello debamos de mantener muy bajas las defensas frente a lo absurdo de muchas de las situaciones que se nos presentan. Probablemente, la mayor pega que se le pueda encontrar a la historia es que suena a ya leída, a cuento de los 50 que se nos ha presentado más de una y más de dos veces.
“Wayc” de Víctor Manuel Gallardo es el más frustrante de todos los relatos de esta colección. Una idea original y bien presentada a pesar de lo manido del tema (la invasión de la Tierra por alienígenas). Lo malo es que el origen y justificación de la invasión es demasiado enrevesado para un cuento tan corto, de tal manera que al terminar la lectura uno se quedas con una sensación rara. Un perfecto ejemplo de cómo algunos cuentos funcionarían mejor como novelas.
“El color de la sangre” de José Gallardo Alarcón es un policiaco ambientado en Madrid un punto delirante y melodramático. Pose un par de buenas ideas (vampiros neo-nazis que masacran inmigrantes) pero las echa a perder por un exceso de sensiblería a la hora de explicar el porqué de los personajes y sus actuaciones y por la forma tan burda en que cae en determinados tópicos.
“La partida” de Salvador Jíménez Gutiérrez será muy del gusto de los aficionados a los juegos de rol ya que, como su título indica, recrea una partida en vivo. Eso sí, una partida muy especial y terrorífica. Aunque la idea no está mal no me acaba de convencer el desarrollo de la trama, demasiado lineal y previsible.
Por último, “Dinony Blues” de Alejandro Domínguez Bazán es un ejercicio de estilo sobre una distopía futura en el cual parece más importante el como se cuenta que el que se cuenta.
En cualquier caso, y a pesar de los altibajos, repito una vez más que estamos ante una muy buena recopilación de cuentos fantásticos y ante el mejor de los tomos de “El Melocotón Mecánico”. Si alguien lo encuentra por ahí que no dude, será barato y merecerá la pena.
1 Comments:
Bueno, esto no me lo esperaba yo después de tantos años. Muchas gracias por el amable comentario. Cosas así son las que le hacen a uno decidirse a volver a escribir algo en cuanto tenga tiempo (desgraciadamente el p... trabajo actualmente no me deja mucho de eso). Muchas gracias de nuevo. Un abrazo.
Fdo: Antonio Martín
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