Un Experimento Pedagógico (y 4): "El Reino del Dragón de Oro" de Isabel Allende. Conclusiones.
El tercer libro elegido por mi colega para motivar a los chavales en esto de la lectura fue, casualmente, no había nada premeditado, otra novela fantástica. La continuación de “La ciudad de las bestias”, “El reino del dragón de oro”, de la chilena Isabel Allende (tres libros y los tres de chilenos, una curiosa coincidencia). Me ha comentado que para el año que viene, si sigue dando clase a los mismos chavales, les mandará el tercer libro de la trilogía, cuyo título ahora no recuerdo, y que está ambientado entre los pigmeos africanos.
“El reino del dragón de oro” es mejor novela que su predecesora. Allende parece sentirse más a gusto en su papel de escritora juvenil y huye de muchos de las fallos de su primeriza novela. Por ejemplo, el fácil recurso a insertar largos párrafos explicativos como forma de desentrañar los nudos que jalonan la historia.
Con todo, tampoco hay que tirar cohetes, el libro sigue siendo demasiado simplón y bienintencionado (en el peor sentido de la palabra) como para hacerse un hueco entre productos mucho más maduros y complejos.
El hecho de que a lo largo de la novela aparezcan monjes budistas con poderes cercanos a los superhéroes de cómic, magia de diferentes tipos y unos Yetis de lo más peculiar no es lo más fantástico del libro. Por lo menos sí lo comparamos con unos padres que no les importa que sus hijos quinceañeros se vayan de viaje a un país del Himalaya tan desconocido como atrasado, que consiguen liquidar una conspiración digna de la C.I.A. y a los que todo, absolutamente todo, les sale bien.
Ese es el principal problema del libro, su inocencia. Frente a novelas juveniles más duras y desengañadas, las aventuras de Águila y Jaguar acaban resultando intrascendentes y poco serias. Son increíbles, y no tanto por los extraños fenómenos que viven sus protagonistas, sino por la suerte inverosímil que les acompaña. El triunfo es fácil, nadie duda de que va a haber final feliz, y, lo que es más importante, se consigue sin dolor.
Por lo demás, también se podría achacar a Allende problemas que ya repitió en su novela anterior: la visión entre idealista e ingenua de las culturas primitivas, unos malos de opereta y un par de trucos para desorientar al lector que repite sin rubor después de haberlos utilizado en el primer libro de la serie.
La reacción entre los lectores fue la habitual hasta ahora, a los ya acostumbrados a leer (una minoría) les gustó, y a los que no la cosa osciló entre los que se lo leyeron por obligación (y, lógicamente, les resulto cargante), los que pasaron del tema (y suspendieron, lo que seguro que tampoco habrá ayudado a fomentarles la afición por la lectura) y los que se lo leyeron deprisa y corriendo, a medias o de mala manera (con lo que ya queda retratado su interés por esto de los libros).
La conclusión final de toda esta pequeña aventura es, para mí, un poco triste. Sí el objetivo del programa era aficionar a los adolescentes a leer, el fracaso ha sido total. Los que ya leían lo siguen haciendo y los que no, pues eso, que no.
¿Dónde está el fallo en este tipo de experiencias? Bajo mi punto de vista una de las causas viene de atrás. Con 16-17 años si ya no se tiene el hábito de lectura este es muy difícil de inculcar. En mi modesta opinión, ese tema debería de estar en manos de los maestros, de nuestros compañeros de primaria. Intentar paliar ese problema a edades tan tardías es condenarnos al fracaso.
En segundo lugar, hay que recordar que estos intentos siempre se realizan en el marco de otras asignaturas que no tienen como fin específico el fomento de la lectura. En este sentido, queda un poco absurdo reducir todo el esfuerzo a tres libros en todo un curso. Libros que, generalmente, poco o nada tiene que ver con otras cosas que se están explicando en clase.
Finalmente, el último gran problema tiene que ver con el propio mecanismo del sistema educativo imperante. Leer estos libros ha sido para los chavales una obligación, no un placer. Era una parte de su trabajo en el instituto, con su nota y la posibilidad de suspender siempre presentes. Dudo mucho, por tanto, que de esta manera se consiga nada positivo. Lo que se ve como una obligación jamás se puede convertir en placer, más bien todo lo contrario. En vez de conseguir cariño estamos sembrando las semillas del odio.
Reconozco que éste es un problema peliagudo. Experiencias de otros compañeros en las cuales se daba a los estudiantes la posibilidad de elegir ellos el libro que deseaban leer, llevó o a que eligiesen libros que ya se habían leído otros años (obligatoriamente, desde luego), o a que buscasen los libros más breves que pudiesen encontrar (puede sonar a chiste, pero juro que alguna vez se me ha presentado en la biblioteca de mi centro algún adolescente de 14 años muy serio preguntándome cual era el libro más corto que teníamos). Por no olvidar el famoso truco de recurrir a la consabida película “basada en” como fuente alternativa de “lectura”.
Por supuesto, dejar la lectura como algo voluntario o “para subir nota” sirve también para muy poco. Sólo los que ya tienen la adicción a la letra impresa suelen picar con este cebo.
Lo ideal sería demostrar a los chavales que leer es algo hermoso y bello por sí mismo, no una obligación engorrosa. Pero, sinceramente, a mí no se me ocurre como. Y menos con unos horarios tan cargados como los que ya tenemos. No olvidemos que los chavales suelen contar con hasta 11-12 asignaturas (algunas de sólo una o dos horas semanales) y todas con unos contenidos un tanto ambiciosos. Sinceramente, no tengo ni idea de donde sacar ni esfuerzo ni tiempo para solucionar este entuerto dentro del sistema educativo. Pero, mientras seguimos debatiendo, hay una generación que, mayoritariamente, la estamos perdiendo como lectores. Y eso duele.
2 Comments:
Si te digo la verdad, por lo que tengo comprobado en los dos colegios concertados en que he trabajado, leen mucho más en primaria que en secundaria. De hecho es alucinante cómo (sobre todo) niños y (algunas) niñas que eran buenos lectores hasta los once o doce años, en su paso a secundaria mutaban de forma brutal y pasaba a no leer, casi, ni las novelas obligatorias.
Hay algo en ese paso de la infancia a la adolescencia, que cada vez se hace antes, que les trastoca. Están las distintas formas de ocio, que se han diversificado hasta un grado en el que la competencia es atroz, pero también, por ejemplo, el proceso de crearse una identidad.
En el caso de las niñas (no es sexismo; es el hecho de ir a un quiosco), es ya un rito de paso el absorber revistas como la "Super Pop", "Vale", "Bravo"... Esperpentos que afirman que para ser cool, triunfar entre los compis, ligarse al tío más bueno y perder la virginidad hay que ser de una determinada manera: llevar modelitos asá, ver determinadas películas con los actores más macizos del star system, conocer el argumento de unas series de televisión determinadas, enviar señales a su objeto de deseo, llevar un móvil de 300 euros... ¿Es la literatura una parte fundamental de sus contenidos? Por lo que hojeo para mantenerme al día, salvo excepciones que son fenómenos en sí mismos (Laura Gallego, Harry Potter y lo desnudo que apareció su protagonista en una obra de teatro), ni por asomo.
Cuando en el rol que les están creando desde fuera la literatura no existe, normal que acabe ocurriendo esto. Es lo consecuencia de crear un "baúl" unos estereotipos e inyectárselos en vena para que se acerquen a ellos. Y quien dice una revista se puede hablar de una serie de televisión, en la que los guionistas no tienen ni puta idea de cómo es un joven de 15 o 16 años.
Hay muchos más motivos, algunos de los cuales discutimos en el aburreovejas (perdón por el SPAM)
http://aburreovejas.com/category/literatura/la-lectura-y-las-nuevas-generaciones/
pero al final yo vuelvo siempre a lo mismo. En el colegio jamás se van a formar lectores sin la colaboración desde casa. Mientras haya hogares sin una mísera biblioteca y los padres no se impliquen en el asunto los números serán similares.
Los que tienen que ser tal y como somos.
Lo suscribo todo al 100 %, lo de las revistas para chicas demencial (y ya existían en mis tiempos, madre mía) y sin la ayuda de las familias mal andamos. Lo malo es que cada vez es más frecuente lo de casas donde si se lee y chavales que pasan del vicio de sus padres.
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