Ciencia Ficción: Principales Sub-Géneros. Space Opera
UN BREVE RESUMEN DE LA GUERRA IDIR-CULTURA
ESTADISTICAS
Duración de la guerra: 48 años y un mes. Numero total de bajas, medjels, no cambatientes y maquinas incluidas (evaluadas según una escala de conciencia logarítmica): 851,4 billones (mas menos 0’3 %). Perdidas de naves (de todas las clases situadas por encima de la categoría interplanetaria): 91.215.660 (mas menos 200); Orbitales: 14.334; planetas y lunas mayores: 53; Anillos: 1; Esferas: 3; estrellas (solo se incluyen las que sufrieron una alteración en la posición de su secuencia o una perdida de masa significativa inducida): 6.
PERSPECTIVA HISTÓRICA
Fue una guerra breve y de poca importancia que raramente se extendió a mas del 0’02 % de la galaxia por volumen y al 0’01 % por población. Sigue habiendo rumores de conflictos mucho mas impresionantes que se desarrollaron a través de extensiones espaciotemporales mucho más vastas. Aun así, las crónicas de las civilizaciones mas antiguas de la galaxia consideran que la guerra entre Idir y la Cultura fue el conflicto más significativo de los últimos 50.000 años, y uno de esos Acontecimientos singularmente interesantes que tan pocas ocasiones de presenciar tienen en estos tiempos.
Iain Banks Pensad en Flebas (1987).
Si existe un sub-género que sea genuinamente ciencia ficción es éste. La Space Opera es a nuestro género lo que Burger King a los E.E.U.U. y el queso Gruyere a Suiza: algo tan propio que es imposible de copiar.
El mainstream puede tratar (y lo hace) de una forma u otra cualquiera de las demás temáticas de las que hemos hablado o hablaremos pero dudo mucho que a un Gabriel García Márquez o a una Almudena Grandes les de por escribir sobre imperios galácticos y guerras interestelares. Es cierto que una de las bases de la Space Opera, la aventura pura y dura, es tan vieja como la propia literatura pero es esa mezcla tan personal y absurda entre la aventura, el sentido de la maravilla y lo superlativos llevado hasta su último extremo lo que convierte a la Space Opera en algo único.
Y, curiosamente, este tipo de relatos son bastante antiguos. En 1898 se publicó un texto mediocre de Garret P. Serviss titulado “Edison´s conquests of Mars” protagonizado por el inventor estadounidense Tomas Alva Edison, una especie de figura mediática en aquellos tiempos. El éxito fue tal, que la novela se convirtió en la primera de una enorme mega-saga (una de las características de la Space Opera, una novela nunca es suficiente) que sentó las bases de este tema: protagonista mesiánico, viajes interestelares, conflictos con otras civilizaciones y aventura-folletín sin mesura. Los imitadores surgieron como setas y a este tipo de libros se les conoció como Edisonadas.
Obviamente, la fama de Edison decreció pero no ocurrió lo mismo con este tipo de novelas. Durante los primeros años de la época pulp (1900-1940) siguieron surgiendo en grandes cantidades y hallaron a su creador más famoso y el autentico definidor de este sub-género: E. E. Smith, también conocido como “Doc” Smith. Dos son las grandes sagas que escribió y arrebataron el corazón de los lectores estadounidenses de los años 20-30 del pasado siglo: “Skylark” (conocida en España como “La Alondra del espacio”) y “Lensmens (“Hombres lente” en las ediciones en castellano). Leerlas hoy en día es una curiosos ejercicio, ambas han envejecido pavorosamente y suenan a cartón piedra pero en su momento fueron algo único. Solo hay que leer los comentarios de Asimov en algunos de sus textos biográficos para captar lo que estos libros significaron para su generación. Smith no fue, desde luego, un estilista pero si supo darle a la Space Opera algo que le era esencial para sobrevivir: grandeza y horizontes infinitos. Las historias que nos narra abarcan generaciones, eones y galaxias, a veces incluso universos, sus protagonistas son buenos, heroicos e invencibles, los malos son malos a la Fu Man Chu y la chica... en fin, la chica siempre está ahí para lo que están las chicas en este tipo de cuentos: para ser rescatadas y para que el héroe disfrute de su merecido “descanso del guerrero”.
Pronto surgieron seguidores de esta lucrativa formula, algunos como Jack Williamson (“La Legión del Espacio”, “The Legión of Time”) fueron bastante poco originales respecto al modelo de Smith pero otros supieron darle su toque personal como A. E. Van Vogt que con los cuentos de “El viaje de la Beagle espacial” o la saga de los “No-A” supo imprimir a esta temática su sello personal y onírico.
El carácter épico de este tipo de relatos permitió a otros escritores acercarse a terrenos que lindaban con el de la Fantasía al estilo de Howard o Tolkien. En efecto, otro de los precursores de la Space Opera fue Edgar Rice Burroughs, el padre de Tarzan, que ya en los años 10 del siglo XX (antes que Smith) inició sus dos series de ciencia ficción ambientadas en Marte y Venus. El estilo de Burroughs es radicalmente diferente del de Smith. John Carter en Marte lucha con espada mientras que los lensmen recurren a la último en tecnología pero ambas comparten el carácter épico, el tono aventurero, el maniqueismo más barato y el sentido de la maravilla propios de esta primitivas Space Opera. En cierta forma, Smith y Burroughs marcan las líneas de salida de dos variantes de la Space Opera, una más hard que hoy en día estaría ejemplificada en autores como Gregory Benford o Vernon Vinge y otra conocida en inglés como “Science Fantasy” que está muy alejada de lo científico y entronca directamente con el fantástico y cuyo máximo cultivador fue Jack Vance.
Con el reinado de Campbell en las revistas pulp estadounidenses en los años 40-50 autores como Burroughs, Smith o Williamson pasaron a un segundo plano solo apto para nostálgicos y dejaron sitio a una nueva generación con escritores como Isaac Asimov, Robert Heinlein o Poul Anderson. Esta generación introdujo una serie de importantes innovaciones que revolucionaron la Space Opera. En primer lugar, eran mejores desde el punto de vista literario, escribían mejor y creaban unos personajes más trabajados. En segundo lugar, eran más rigurosos con el apartado científico lo que no era óbice para que siguiesen perdurando improbables clichés cienciaficcioneros como la hipervelocidad lumínica. Además, Campbell impuso una regla no escrita según la cual los humanos siempre debían de ser más listos y mejores que los extraterrestres, puede que éstos fuesen aparentemente superiores pero, al final, los humanos siempre ganaban. Por último, y lo más importante, estas nuevas Space Opera eran más ambiciosas y coherentes que las anteriores, las sagas ahora podían ocupar decenas de cuentos y novelas y los universos creados narraban la futura evolución de la humanidad a lo largo de los eones dando lugar a un tipo de relatos conocidos como Historias del Futuro entre los que destacaron los de Heinlein recogidos en una antología del mismo nombre y la llamada “Saga de la Liga Polisotécnica” de Poul Anderson, mal publicada en español con títulos como “Mirkheim” o “El mundo de Satán”.
Probablemente, de todos estos libros los de mayor éxito fueron la saga de Isaac Asmiov conocida como “Fundación”, una serie de relatos y novelas cortas que han sido calificadas como la mejor serie de ciencia ficción de toda la historia (según los premios Hugo) y en la que, entre otras originalidades, Asimov presentaba un universo únicamente humano para saltarse a su manera la regla de Campbell sobre los extraterrestres tontos y los humanos listos que Isaac, como buen judío, no dejaba de ver como racista.
La New Wave de los 60-70 pareció enterrar a la Space Opera como antigua y fascista. Hubo intentos exitosos de lograr que los postulados nuevaoleros pudiesen integrarse en la temática spaceoperística. “Dune” de Frank Herbert con sus referencias a la mística, la ecología y las drogas o “Pórtico” de Fredrick Pohl y su aguda crítica social. Pero, el militarismo fascista de “Tropas del espacio” de Heinlein había hecho bastante daño en mucha pieles sensibles y, pronto, las sátiras más despiadadas (“Bill, héroe galáctico” de Harry Harrison o “¿Hay alguien ahí?” de Bob Shaw) o el mensaje más antimilitarista (“La Guerra Interminable” de Joe Haldeman) parecieron dar por sentenciada a la Space Opera. De hecho, en la antología “Última Etapa” de 1974, en la entrada correspondiente a este sub-género, Harrison, su encargado, incluía otro relato satírico y la daba por muerta.
Nada más lejos de la verdad, el muerto estaba muy vivo. Por esos mismo años, Larry Niven, ayudado a veces por Jerrry Pournelle, había iniciado una nueva historia futura, la de “El espacio reconocido” con unos cuantos relatos ganadores de varios premios. Niven fue más lejos y escribió un par de novelas: “Mundo anillo” y, en colaboración con Pournelle, “La paja en el ojo de Dios”. Ambas fueron dos bombazos y se convirtieron en gigantescos éxitos. Dio lo mismo que los críticos señalasen que ambas tenían casi todas las características y defectos de la Space Opera clásica (humanos infalibles y aliens torpes, militarismo trasnochado, aventura y acción), al público le encantaron, probablemente, harto del experimentalismo de la New Wave, y se vendieron como rosquillas.
A partir de ese momento y durante los 80 y 90 se vivió un auténtico renacimiento de la Space Opera y con dos direcciones diferentes: una nostálgica y la otra innovadora.
La nostálgica bebe directamente de los postulados de Niven y, por tanto, de Campbell: hard y humanos listos en un universo alien hostil. Sus principales seguidores han sido Gregory Benford con sus serie de “El Centro Galáctico” y David Brin con la de la “Elevación de los Pupilos”.
La innovadora es, bajo mi punto de vista, mucho más interesante. Su idea es utilizar la Space Opera como una forma de crítica de algunos de los aspectos del mundo actual o como una manera de mostrarnos las posibilidades ante las que se enfrenta la humanidad. A veces sus intereses son más modestos, simplemente divertir con calidad y sin estereotipos pero siempre resulta refrescante. Iain Banks y su serie de la “Cultura” ha sido capaz de mostrarnos hasta que punto puede ser sucia la alta política por mucho que los objetivos a conseguir puedan ser nobles, C. J. Cherryh con sus saga de “Chanur” ha sido capaz de escribir una Space Opera feminista (las chicas son guerreras) y, como no, Lois McMaster Bujold nos ha enseñado con las aventuras de Miles Vorkosigan que la diversión y el entretenimiento aún anida en la moderna Space Opera.
Y, por supuesto, no podemos dejar de hablar de Dan Simmons y sus libros sobre “Hyperion” una ejemplo de cómo con los viejos temas de toda la vida se puede hacer algo nuevo y estimulante que deje boquiabiertos a todos los lectores.
Pero, aún nos esperan más sorpresas a medida que se vayan publicando más libros de autores aún poco conocidos como Michael Swanwick (“La estación de la marea”), Stephen Baxter (con otra historia futura aún inédita, la de la guerra “Xeela-Fotinos”), Paul J. Mc Auley (“Hijo del río”) o David Zindell (“Neverness”).
ESTADISTICAS
Duración de la guerra: 48 años y un mes. Numero total de bajas, medjels, no cambatientes y maquinas incluidas (evaluadas según una escala de conciencia logarítmica): 851,4 billones (mas menos 0’3 %). Perdidas de naves (de todas las clases situadas por encima de la categoría interplanetaria): 91.215.660 (mas menos 200); Orbitales: 14.334; planetas y lunas mayores: 53; Anillos: 1; Esferas: 3; estrellas (solo se incluyen las que sufrieron una alteración en la posición de su secuencia o una perdida de masa significativa inducida): 6.
PERSPECTIVA HISTÓRICA
Fue una guerra breve y de poca importancia que raramente se extendió a mas del 0’02 % de la galaxia por volumen y al 0’01 % por población. Sigue habiendo rumores de conflictos mucho mas impresionantes que se desarrollaron a través de extensiones espaciotemporales mucho más vastas. Aun así, las crónicas de las civilizaciones mas antiguas de la galaxia consideran que la guerra entre Idir y la Cultura fue el conflicto más significativo de los últimos 50.000 años, y uno de esos Acontecimientos singularmente interesantes que tan pocas ocasiones de presenciar tienen en estos tiempos.
Iain Banks Pensad en Flebas (1987).
Si existe un sub-género que sea genuinamente ciencia ficción es éste. La Space Opera es a nuestro género lo que Burger King a los E.E.U.U. y el queso Gruyere a Suiza: algo tan propio que es imposible de copiar.
El mainstream puede tratar (y lo hace) de una forma u otra cualquiera de las demás temáticas de las que hemos hablado o hablaremos pero dudo mucho que a un Gabriel García Márquez o a una Almudena Grandes les de por escribir sobre imperios galácticos y guerras interestelares. Es cierto que una de las bases de la Space Opera, la aventura pura y dura, es tan vieja como la propia literatura pero es esa mezcla tan personal y absurda entre la aventura, el sentido de la maravilla y lo superlativos llevado hasta su último extremo lo que convierte a la Space Opera en algo único.
Y, curiosamente, este tipo de relatos son bastante antiguos. En 1898 se publicó un texto mediocre de Garret P. Serviss titulado “Edison´s conquests of Mars” protagonizado por el inventor estadounidense Tomas Alva Edison, una especie de figura mediática en aquellos tiempos. El éxito fue tal, que la novela se convirtió en la primera de una enorme mega-saga (una de las características de la Space Opera, una novela nunca es suficiente) que sentó las bases de este tema: protagonista mesiánico, viajes interestelares, conflictos con otras civilizaciones y aventura-folletín sin mesura. Los imitadores surgieron como setas y a este tipo de libros se les conoció como Edisonadas.
Obviamente, la fama de Edison decreció pero no ocurrió lo mismo con este tipo de novelas. Durante los primeros años de la época pulp (1900-1940) siguieron surgiendo en grandes cantidades y hallaron a su creador más famoso y el autentico definidor de este sub-género: E. E. Smith, también conocido como “Doc” Smith. Dos son las grandes sagas que escribió y arrebataron el corazón de los lectores estadounidenses de los años 20-30 del pasado siglo: “Skylark” (conocida en España como “La Alondra del espacio”) y “Lensmens (“Hombres lente” en las ediciones en castellano). Leerlas hoy en día es una curiosos ejercicio, ambas han envejecido pavorosamente y suenan a cartón piedra pero en su momento fueron algo único. Solo hay que leer los comentarios de Asimov en algunos de sus textos biográficos para captar lo que estos libros significaron para su generación. Smith no fue, desde luego, un estilista pero si supo darle a la Space Opera algo que le era esencial para sobrevivir: grandeza y horizontes infinitos. Las historias que nos narra abarcan generaciones, eones y galaxias, a veces incluso universos, sus protagonistas son buenos, heroicos e invencibles, los malos son malos a la Fu Man Chu y la chica... en fin, la chica siempre está ahí para lo que están las chicas en este tipo de cuentos: para ser rescatadas y para que el héroe disfrute de su merecido “descanso del guerrero”.
Pronto surgieron seguidores de esta lucrativa formula, algunos como Jack Williamson (“La Legión del Espacio”, “The Legión of Time”) fueron bastante poco originales respecto al modelo de Smith pero otros supieron darle su toque personal como A. E. Van Vogt que con los cuentos de “El viaje de la Beagle espacial” o la saga de los “No-A” supo imprimir a esta temática su sello personal y onírico.
El carácter épico de este tipo de relatos permitió a otros escritores acercarse a terrenos que lindaban con el de la Fantasía al estilo de Howard o Tolkien. En efecto, otro de los precursores de la Space Opera fue Edgar Rice Burroughs, el padre de Tarzan, que ya en los años 10 del siglo XX (antes que Smith) inició sus dos series de ciencia ficción ambientadas en Marte y Venus. El estilo de Burroughs es radicalmente diferente del de Smith. John Carter en Marte lucha con espada mientras que los lensmen recurren a la último en tecnología pero ambas comparten el carácter épico, el tono aventurero, el maniqueismo más barato y el sentido de la maravilla propios de esta primitivas Space Opera. En cierta forma, Smith y Burroughs marcan las líneas de salida de dos variantes de la Space Opera, una más hard que hoy en día estaría ejemplificada en autores como Gregory Benford o Vernon Vinge y otra conocida en inglés como “Science Fantasy” que está muy alejada de lo científico y entronca directamente con el fantástico y cuyo máximo cultivador fue Jack Vance.
Con el reinado de Campbell en las revistas pulp estadounidenses en los años 40-50 autores como Burroughs, Smith o Williamson pasaron a un segundo plano solo apto para nostálgicos y dejaron sitio a una nueva generación con escritores como Isaac Asimov, Robert Heinlein o Poul Anderson. Esta generación introdujo una serie de importantes innovaciones que revolucionaron la Space Opera. En primer lugar, eran mejores desde el punto de vista literario, escribían mejor y creaban unos personajes más trabajados. En segundo lugar, eran más rigurosos con el apartado científico lo que no era óbice para que siguiesen perdurando improbables clichés cienciaficcioneros como la hipervelocidad lumínica. Además, Campbell impuso una regla no escrita según la cual los humanos siempre debían de ser más listos y mejores que los extraterrestres, puede que éstos fuesen aparentemente superiores pero, al final, los humanos siempre ganaban. Por último, y lo más importante, estas nuevas Space Opera eran más ambiciosas y coherentes que las anteriores, las sagas ahora podían ocupar decenas de cuentos y novelas y los universos creados narraban la futura evolución de la humanidad a lo largo de los eones dando lugar a un tipo de relatos conocidos como Historias del Futuro entre los que destacaron los de Heinlein recogidos en una antología del mismo nombre y la llamada “Saga de la Liga Polisotécnica” de Poul Anderson, mal publicada en español con títulos como “Mirkheim” o “El mundo de Satán”.
Probablemente, de todos estos libros los de mayor éxito fueron la saga de Isaac Asmiov conocida como “Fundación”, una serie de relatos y novelas cortas que han sido calificadas como la mejor serie de ciencia ficción de toda la historia (según los premios Hugo) y en la que, entre otras originalidades, Asimov presentaba un universo únicamente humano para saltarse a su manera la regla de Campbell sobre los extraterrestres tontos y los humanos listos que Isaac, como buen judío, no dejaba de ver como racista.
La New Wave de los 60-70 pareció enterrar a la Space Opera como antigua y fascista. Hubo intentos exitosos de lograr que los postulados nuevaoleros pudiesen integrarse en la temática spaceoperística. “Dune” de Frank Herbert con sus referencias a la mística, la ecología y las drogas o “Pórtico” de Fredrick Pohl y su aguda crítica social. Pero, el militarismo fascista de “Tropas del espacio” de Heinlein había hecho bastante daño en mucha pieles sensibles y, pronto, las sátiras más despiadadas (“Bill, héroe galáctico” de Harry Harrison o “¿Hay alguien ahí?” de Bob Shaw) o el mensaje más antimilitarista (“La Guerra Interminable” de Joe Haldeman) parecieron dar por sentenciada a la Space Opera. De hecho, en la antología “Última Etapa” de 1974, en la entrada correspondiente a este sub-género, Harrison, su encargado, incluía otro relato satírico y la daba por muerta.
Nada más lejos de la verdad, el muerto estaba muy vivo. Por esos mismo años, Larry Niven, ayudado a veces por Jerrry Pournelle, había iniciado una nueva historia futura, la de “El espacio reconocido” con unos cuantos relatos ganadores de varios premios. Niven fue más lejos y escribió un par de novelas: “Mundo anillo” y, en colaboración con Pournelle, “La paja en el ojo de Dios”. Ambas fueron dos bombazos y se convirtieron en gigantescos éxitos. Dio lo mismo que los críticos señalasen que ambas tenían casi todas las características y defectos de la Space Opera clásica (humanos infalibles y aliens torpes, militarismo trasnochado, aventura y acción), al público le encantaron, probablemente, harto del experimentalismo de la New Wave, y se vendieron como rosquillas.
A partir de ese momento y durante los 80 y 90 se vivió un auténtico renacimiento de la Space Opera y con dos direcciones diferentes: una nostálgica y la otra innovadora.
La nostálgica bebe directamente de los postulados de Niven y, por tanto, de Campbell: hard y humanos listos en un universo alien hostil. Sus principales seguidores han sido Gregory Benford con sus serie de “El Centro Galáctico” y David Brin con la de la “Elevación de los Pupilos”.
La innovadora es, bajo mi punto de vista, mucho más interesante. Su idea es utilizar la Space Opera como una forma de crítica de algunos de los aspectos del mundo actual o como una manera de mostrarnos las posibilidades ante las que se enfrenta la humanidad. A veces sus intereses son más modestos, simplemente divertir con calidad y sin estereotipos pero siempre resulta refrescante. Iain Banks y su serie de la “Cultura” ha sido capaz de mostrarnos hasta que punto puede ser sucia la alta política por mucho que los objetivos a conseguir puedan ser nobles, C. J. Cherryh con sus saga de “Chanur” ha sido capaz de escribir una Space Opera feminista (las chicas son guerreras) y, como no, Lois McMaster Bujold nos ha enseñado con las aventuras de Miles Vorkosigan que la diversión y el entretenimiento aún anida en la moderna Space Opera.
Y, por supuesto, no podemos dejar de hablar de Dan Simmons y sus libros sobre “Hyperion” una ejemplo de cómo con los viejos temas de toda la vida se puede hacer algo nuevo y estimulante que deje boquiabiertos a todos los lectores.
Pero, aún nos esperan más sorpresas a medida que se vayan publicando más libros de autores aún poco conocidos como Michael Swanwick (“La estación de la marea”), Stephen Baxter (con otra historia futura aún inédita, la de la guerra “Xeela-Fotinos”), Paul J. Mc Auley (“Hijo del río”) o David Zindell (“Neverness”).
1 Comments:
Un artículo muy interesante. Se ve que sabes mucho de C-F :-)
Algunos títulos no lo conocía. Ya me los he apuntado en la lista de lecturas. Gracias por todos los detalles y menciones que haces !
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