jueves, septiembre 01, 2005

Ciencia Ficción: Principales Sub-Géneros. Robots y Androides


LAS TRES LEYES DE LA ROBOTICA

1. Un robot no debe dañar a un ser humano o, por su inacción, dejar que un ser humano sufra daño.

2. Un robot debe obedecer las ordenes que le son dadas por un ser humano, excepto cuando estas ordenes estén en oposición a la primera Ley.

3. Un robot debe proteger su propia existencia, hasta donde esta protección no este en conflicto con la primera o segunda Leyes.

Isaac Asimov Yo, robot (1950).

La idea de crear un autómata que libere a la humanidad del trabajo es, posiblemente, tan vieja como el propio hombre. Solo hay que recordar mitos tan arcaicos como el griego del Talos o el judío del Golem. Cuando en los siglos XVII y XVIII se empezaron a construir todo tipo de “juguetes” mecánicos que pretendían ser auténticos robots, los primerizos autores del XIX los incluyeron sin mayores esfuerzos: E.T.A. Hofffman en “El hombre de arena”, Herman Melville en “El campanario” o Ambrose Bierce en ”El maestro de Moxon”.
Para principios del siglo XX, Karel Çapec incluso dio un nuevo nombre a la criatura: robot (una palabra checa referida al trabajo de los siervos en la Edad Media) en su obra de teatro “R.U.R.” (si bien más que robots mecánicos describía androides biológicos).
El término tuvo éxito y la era pulp se llenó de robots pero con un curioso sesgo tecnofóbico: se convirtieron en criaturas inestables, peligrosas y amenazantes. O bien, lo que es peor, en el elemento cómico del relato aunque es cierto que Henry Kuttner sabía hacerlo lo suficientemente bien (“El robot vanidoso”) como para perdonárselo. El primero en romper con esta tendencia fue Lester del Rey con su cuento “Helen O’Loy”, seguido de Eric Frank Rusell con “Jay Score” pero la auténtica revolución la produjo Isaac Asimov con su serie de cuentos robóticos recopilados en antologías como “Yo, robot” o “Los robots” y continuada en sus novelas policíacas como “Bóvedas de acero” o “El sol desnudo”.
La idea de Asimov era de una sencillez pasmosa, si los robots van a ser fabricados en serie y convertidos en una herramienta más deberían de ser, ante todo, inofensivos y de eso se encargarían lo ingenieros creando un protocolo de seguridad: sus famosas tres leyes de la robótica.
Claro que, el buen doctor, en cierta forma hizo trampa ya que muchos de sus cuentos trataban precisamente de robots que trascendían dichas tres leyes. A pesar de todo, su éxito fue abrumador y colocó a su autor a la cabeza del género (por supuesto con la ayuda de su otra gran serie, “Las fundaciones”).
Lo malo del triunfo asimoviano es que quemó el tema robótico y lo metió en un callejón sin salida. A nadie parecía ocurrírsele nada más sobre el asunto y la mayoría de los imitadores de las tres leyes solo pueden calificarse, piadosamente, como discretos.
Cierto es que un escritor nuevaolero como John Sladek logró insuflar un nuevo aire al sub-género con libros como “Tik Tok” pero la base de su obra era la parodia de los postulados asimovianos y ya se sabe que las parodias suelen tener las patas cortas.
El gran Robert Silverberg también lo intentó con su notable “La torre de cristal” pero nadie más quiso tomar el relevo de sus androides esclavos que utilizan el misticismo como una forma de liberación.
Y, sin embargo, este viejo tema supo resurgir de sus cenizas gracias a una nueva idea muy en boga en nuestros días: la informática y la inteligencia artificial (IA). En cierta forma, un robot clásico no deja de ser un ordenador con IA móvil. El propio Asimov mostró el camino con su serie de cuentos sobre MULTIVAC, un superordenador que hoy definiríamos como una IA.
Y de esta forma los autores de los 80 y 90 retomaron el tema, las IA llenaron novelas y novelas de ciencia ficción, siendo especialmente queridas por los cyberpunks (“Neuroamante” y familia de William Gibson) pero alcanzando cotas tan geniales como las de la serie de la “Cultura” de Iain Banks. El camino esta prácticamente virgen, así que es de esperar que en el futuro los autores exploren nuevas ramificaciones aún insospechadas. Los viejos robots de Hoffman tienen cuerda para rato.