sábado, abril 14, 2012

"La Carretera" de Cormac McCarthy

Afronté la lectura de “La carretera” con un cierto retraso respecto a su boom entre el público. No fue algo premeditado, me pasa con frecuencia. No me gusta seguir las modas de turno y sí ir un poco a mi bola. Cuando surge el nombre de un libro que parece importante, lo apunto, lo compró y lo leo según me da. Puede que no sea un buen método pero es el mío y estoy a gusto con él.
Llegar tarde a “La carretera” me ha permitido ser testigo de todo lo que se escribió sobre este libro, debates furibundos incluidos. La verdad, tanto encono me dejó un poco perplejo y aceleró su posición dentro de la pila de pendientes.
Dejando al margen los méritos que presenta el libro por si mismo, hay que reconocerle a “La carretera” algo innegable. Es el libro de ciencia ficción que más jaleo ha provocado en los últimos años y, posiblemente, haya sido uno de los más leídos. Lo más cercano a un best-seller global tipo gran bombazo que hasta hoy haya vivido el género.
Por lo que he seguido en la red las opiniones se han decantado en dos posturas. Postura A, estamos ante una obra maestra donde prima la sensibilidad del autor y su magnífico quehacer literario. Postura B, no es para tanto y, de hecho, es mala ciencia ficción, no explica que ha causado el fin del mundo, hay muchas otras novelas post-apocalípticas mejores, es una ñoñez y, repito, no es para tanto.
Creo que queda claro que es un tipo de libro de los que no dejan indiferente a nadie.
Mi opinión personal es que “La carretera” es una gran novela, un must como dicen los anglos, una de las mejores historias post-apocalípticas que se han escrito y un libro muy bien hecho y de una gran sensibilidad, pero, que, modestamente, no alcanza del todo la calificación de obra maestra de la que con tanta frecuencia se abusa.
Primero voy a centrarme en las críticas que se le han hecho desde la postura B. Sinceramente, a estas alturas, quejarse de no saber exactamente que ha destruido el mundo me parece de una gran puerilidad y una muestra de que, realmente, no se ha entendido el libro. Las historias post-apocalípticas nacen como un ejemplo de literatura denuncia. Un aviso de lo que podría ocurrir si somos especialmente estúpidos o negligentes. Un perfecto ejemplo de ese tipo de ciencia ficción que parte de la premisa “si esto continúa…”. Cada generación ha tenido su particular ogro, el holocausto nuclear, la explosión demográfica, la catástrofe ecológica, etc.
Sin embargo, muchas de las historias acababan resultando más interesantes, no tanto por la destrucción del mundo (que muy a menudo era obviada), como por la evolución de los escasos supervivientes, utilizándolos muy a menudo como parábola de la condición humana. Así, por ejemplo, la novela que, a mi modo de ver, es la auténtica obra maestra del género, “La tierra permanece” de Stewart, el genocidio de la humanidad está provocado por una epidemia. Y dado que en 1947 ese no era un temor especialmente fuerte, queda claro que el interés del autor era más describir el después del holocausto que avisar sobre un posible peligro.
En “La carretera”, la intención de McCarthy es similar. Su objetivo es retratar la relación paterno-filial en una situación extrema y, en ese sentido, determinar que ha destruido el mundo le es tan indiferente como a Stewart. Este fue esclavo de las convenciones de su época, McCarthy, 60 años después, es más libre y, sencillamente, obvia un elemento que no es necesario para su novela.
En cuanto a la crítica sobre su carácter ñoño, de nuevo nos encontramos con un planteamiento de quien no ha sabido leer el libro, o, posiblemente, de quienes no comparten la sensibilidad del autor. En líneas generales, cuando nos embarcamos en la lectura de una novela, establecemos un pacto con su autor. En esencia, la novela es falsa, una gran mentira pero todo lector asume durante su lectura que es verdad. Esta peculiar situación es lo que se ha venido a llamar también suspensión de la credulidad y que yo defino como el pacto escritor-lector: tú me engañas y yo me dejo, pero a cambio de que me convenzas.
Desde luego, la suspensión de la credulidad no es total, en cierta manera sabemos que lo que leemos es mentira y el pacto tiene sus propias graduaciones y coherencias internas. Muy a menudo en las historias que leemos la muerte y la destrucción surgen por doquier (especialmente en la CF, el terror o la Fantasía), si la suspensión de credulidad fuese total y absoluta, no podríamos leer la mayoría de esos libros, sería demasiado terrible. Sin embargo, aquí se produce una de las graduaciones del pacto. Según el tipo de libro asumimos más rápidamente que lo horrible no es tan horrible por que es mentira. Y ahí el autor ayuda, dando a su libro la textura necesaria para que vivamos la historia de esa manera. Así, si estoy leyendo una space opera donde se describe la destrucción de un crucero espacial de combate en la que mueren sus 5.000 tripulantes, ni pestañeo, asumo que es mentira a toda velocidad y que no merece la pena llorar por ellos y por sus familias.
En “La carretera” el pacto que McCarthy firma con sus lectores es diferente y, viene a decir: lo que te estoy contando es verdad, totalmente verdad. Y, claro, entonces sufrimos, sufrimos indeciblemente por que lo que nos cuentan es horrible, estremecedor y sería mejor no mirar directamente a los ojos del monstruo. Esa es la sensibilidad de “La carretera” y esa es la grandeza de la novela, todo gira alrededor de ella: el estilo, la estructura, el paisaje, la trama, todo, absolutamente todo.
¿Qué ha ocurrido entonces? ¿Por qué algunos hablan de ñoñería? ¿Por qué sostienen que no es para tanto, qué han leído cosas igual de salvajes en el último de zombies? Sencillamente por qué no han firmado el pacto, no han conseguido suspender la incredulidad lo suficiente y, si no consigues eso, todo el tinglado se viene abajo. Eso, a menudo, es la diferencia entre los buenos escritores y los malos, algo especialmente delicado en el caso de los sentimientos, donde es tan sencillo pasarse y caer en lo sensiblero.
Creo que McCarthy acierta con la mayoría de los lectores (a las ventas me remito) aunque, visto lo visto por internet, falla con otros. Esto puede ser algo que tenga que ver con la forma en que le funciona el cerebro a cada uno, el umbral de sensibilidad ante el mal ajeno no tiene que ser igual para todos. O, más bien, puede que nos encontremos ante un signo de los tiempos, una época donde el mal se ha convertido en algo tan banal, tan parte del espectáculo que, algunos, directamente han perdido cualquier noción de empatía.
Pasemos ahora a las alabanzas de la postura A. En algunos casos han sido un tanto exageradas y acríticas. Exageradas por qué, básicamente, viene a decir que nadie ha escrito algo parecido desde la ciencia ficción. Y eso es una clara exageración. “La muerte la hierba” de John Christopher, “Fuga para una isla” de Christopher Priest o “El clamor del silencio” de Wilson Tucker son libros donde el horror se acerca (e incluso supera) al de “La carretera”. Son títulos que puede que McCarthy haya leído o puede que no, pero, desde el género, han conseguido un efecto bastante similar al de su obra (otra cosa es que estén igual de bien escritas pero eso es secundario de cara a lo que se buscaba lograr en el lector).
Y luego está la idea general que impregna todo el libro. La maldad humana como esencia de nuestro carácter, una constante en la obra de McCarthy y, si se me apura, en la de la literatura de los últimos 100 años. Esa es una idea que no me gusta (lo cual es una opción, no una certidumbre) pero, además, que creo que está profundamente equivocada. En “La carretera” padre e hijo llevan a cabo una estremecedora huída donde el resto de los seres humanos que aparecen tiene como único objetivo asesinarlos. Una visión desoladora y que la historia reciente parece corroborar: el genocidio armenio, el holocausto nazi, Bosnia, Ruanda,…
Aparentemente, el hombre es un lobo para el hombre.
Y, sin embargo, me resisto a creer que esa idea sea del todo cierta. Aún existen armenios, judíos, bosnios, batutsi,… Los genocidios nunca son completos, y no lo son por que, de una forma u otra, al final se les frena o aparece un rasgo de piedad entre alguno de los verdugos.
Como dice la sabiduría popular, ante un hecho extremo, el ser humano saca lo mejor y lo peor que lleva dentro. Por cada caso de salvajismo hay, al menos, otro de bondad. Existió Hitler, pero también Schlinder. No hay una postura de blanco o negro, el gris tiene infinitos matices.
Y, de hecho, creo que, a la larga, McCarthy fue consciente de este hecho. Y me estoy refiriendo al final, ese final que, según muchos, es lo que único que estropea la novela. No tuvo huevos para acabarla como debía, se dice. No puedo estar más en desacuerdo. A McCarthy le sobran huevos para ser todo lo cruel que le de la gana, cerrar el libro como lo cerró indica, simplemente, un atisbo de esperanza hacia el ser humano, la posibilidad, real, de que en medio del dolor y la barbarie siempre es posible encontrar un rasgo de humanidad, por escaso y único que sea. El “Titanic” se hunde, pero algunos pasajeros ceden sus puestos a otros en los botes salvavidas.
Esa es una verdad mayor que la premisa Hobbesiana del lobo y el hombre y McCarthy, a diferencia de algunos de sus lectores, la conoce profundamente. Puede que esa ignorancia sea, nuevamente, un signo de nuestro tiempo.
Pero, a pesar de todo, “La carretera” no me parece una obra redonda del todo, hay algunos pequeños detalles que me molestan y que son los que hacen que me niegue a calificarla de obra maestra. El más significativo de todos es el del canibalismo.
A lo largo de todo el libro, padre e hijo parecen reafirmar su humanidad frente al salvajismo del resto de los personajes en su negativa al consumo de carne humana. Es una premisa clara, que, además, se explicita en el libro en varios párrafos. Nosotros somos mejores por qué no comemos carne humana.
Perdonen pero eso no es humanidad, es estupidez. La premisa del libro es clara, invierno nuclear, imposibilidad de que crezca la vegetación y, por tanto, extinción de los animales. Las posibilidades de supervivencia son claras: carroñeo de los restos de la civilización moribunda, o canibalismo. La segunda opción es mejor que la primera por que, más tarde o más temprano no quedará nada que saquear (algo que a lo largo del libro queda meridianamente claro). El empecinamiento de los protagonistas en no recurrir al canibalismo les condena a la extinción se pongan como se pongan, su postura es la errónea, y la de los salvajes la acertada, por mucho que esto nos parezca espantoso.
Tenemos múltiples ejemplos. Todos recordarán la historia de “¡Viven!”, los que eligieron el canibalismo siguen vivos, los que no murieron. Y esto no es sólo una opción personal si no que afecta a sociedades enteras. Algunas corrientes antropológicas (por ejemplo, las defendidas por Marvin Harris) sostienen que muchas de las sociedades caníbales lo son por que viven en ecosistemas donde la falta de proteínas animales es tan alarmante que la carne humana es casi la única opción posible. Si seguimos las premisas de McCarthy, muchos de los pueblos primitivos del Pacífico, o de las tribus amerindias previas a 1492, no serían realmente humanos, ya que estas fueron zonas donde el consumo de carne humana estuvo muy extendido, semejante premisa me parece difícil de asumir.
Y luego está el tema de la civilización y la barbarie. Otro eje del libro. Padre e hijo, aferrados al modo de vida previo a la catástrofe representan la civilización, aquellos que han sucumbido a la antropofagia son la barbarie. Me temo que, nuevamente, McCarthy está equivocado. Las categorías civilización y barbarie son tan cambiantes como la propia humanidad, los romanos se consideraban la civilización por excelencia, su defensa de la esclavitud, en cambio, les hace parecer bárbaros a nuestros ojos.
La postura del padre y el hijo como una isla en medio de la barbarie es tan errónea como su afán por no comer carne humana. Ellos dos, aislados y únicos, ya no son del todo humanos, si entendemos como humano a la vida en sociedad. Y no lo son por que no forma parte de ninguna sociedad, son únicos.
Sin embargo, en el libro sí que hay un atisbo de la auténtica sociedad, la nueva humanidad post-catástrofe. Ese grupo del que padre e hijo se esconde que va a la caza de alimentos, formado por una auténtica comunidad organizada, con sus guerreros, sus jefes, sus mujeres en retaguardia y protegidas y sus esclavos-ganado. Ese grupo ha creado, repito, una auténtica sociedad, terrible bajo nuestro punto de vista, pero más humana que la entidad formada por el padre y su hijo.
A la larga, “La carretera” no deja de ser la historia de un error, un enorme error, el afrontar el apocalipsis sólo. Y, de hecho, el final de la historia parece dar razón a esta premisa, por que el hijo acaba entrando a formar parte de un grupo mayor, de un conato de sociedad con más posibilidades de sobrevivir que la organización formada por sólo dos individuos.
Son estas incoherencias o errores, bajo mi punto de vista, los que evitan a “La carretera” el título de obra maestra, lo que no impide que siga siendo un grandísimo libro y uno de los mejores dentro del campo de la ciencia ficción que se han escrito en los últimos años.

lunes, abril 09, 2012

"El Último Hombre" de Mary Shelley: Una Reflexión Sobre la Crítica

¿Para qué sirve la crítica? En ocasiones, leyendo algunos ejemplos sacados de internet, sección fandom, sencillamente para tirarnos los trastos a la cabeza e insultarnos un poquito, que eso desahoga. La crítica como excusa para la agresividad del macho dominante que intenta mantener a raya a los jóvenes turcos.
Otras veces para que el crítico demuestre lo listo que es, lo bien que escribe y la mala leche que puede llegar a gastar, eso sí, plena de ingenio y de gracia, para que la peña se eche unas risas y la cosa quede en plan guay, te estoy destrozando el libro pero como lo estoy haciendo tan bien y soy tan gracioso no te lo puedes tomar a mal, no nos agües la fiesta chaval. La crítica como sustitución del psiquiatra, si no puedo escribir un libro, por lo menos demostraré que nadie puede y que en 300 líneas soy más molón que un autor en 300 páginas.
Es posible que todos los que alguna vez hemos hecho pública la crítica de una obra hayamos jugado a esto, puede que no de forma consciente, pero seguramente lo hemos hecho. Claro, que, personalmente, prefiero suponer que cuando alguien critica un libro, humildemente, está intentando servir de guía, arrojar una luz sobre una camino oscuro y transitado. Hay tantos libros que leer y tan poco tiempo que es de agradecer que alguien te eche un cable, te diga este sí, este no, este según y como. De la misma manera el cable puede lanzarse también al sufrido autor, en forma de aliento, de colleja si viene al caso, pero, por lo menos, para que sea consciente que alguien le lee atentamente, aunque sea para ponerle a parir. En este caso la crítica como presunción, como orgullo desmedido de los que quieren demostrar lo mucho que saben y lo enmascaran bajo un falso altruismo.
Dios escribe recto con renglones torcidos, dice la sabiduría popular. Es posible que de todas las razones para ser crítico, está última sea la menos dañina.
Lo malo es que muy a menudo me pregunto si esto, realmente, vale para algo. Tiene sentido. Me explico. Simplificando mucho las cosas, en esencia, una crítica debe responder a la pregunta de si merece o no la pena leer un libro, y presentar las razones que justifican su respuesta, tanto si es afirmativa como si es negativa.
Si el crítico cree que el libro es bueno, en cierta forma, está asegurando que será una obra que perdurará, que es bueno ahora y que probablemente lo será dentro de veinte, cincuenta o cien años. Vale, es raro, no todas las obras perduran pero que levante la mano el primero que al leer un libro que le ha encantado no ha pensado: “es un clásico”, y se ha quedado admirado de su capacidad de presciencia.
Lo malo es que, a veces ni yo mismo me creo todo esto, y, muy a menudo, me planteo hasta que punto un crítico sabe realmente lo que está haciendo. ¿Cuántas de las supuestas obras maestras de hoy habrán pasado la prueba del tiempo, ese destructor de famas? Me temo que pocas, muy pocas. Y si no, tomemos por ejemplo un libro escrito hace casi doscientos años.
Se trata de una de las primeras novelas de ciencia ficción, “El último hombre” de Mary Shelley, publicado originalmente en 1826. A priori lo tiene todo para convertirse en un clásico, o, por lo menos, para gozar de la misma fama que “Frankenstein”. Una autora de prestigio, un estilo literario cuidado, personajes potentes, algunos avances tecnológicos interesantes, una hábil proyección política desde su época y un tema, la destrucción de la humanidad, que puede dar mucho juego. Repito, lo tiene todo para triunfar. Y de hecho lo hizo, no de forma abrumadora, es cierto, pero si fue un discreto éxito cuando salió a la luz.
Entonces ¿es bueno? ¿hay que leerlo? Seamos sinceros, me temo que la respuesta es un no bastante rotundo. A día de hoy, pocos lectores disfrutarán de esta lectura, ni siquiera los que gusten de “Frankenstein” o de los clásicos de la literatura gótica. El tiempo, en este caso concreto, ha sido inmisericorde.
Empecemos por este curioso 2070 que se ha imaginado Mary Shelley: los barcos se siguen moviendo a vapor, existen globos que permiten hacer el viaje entre Londres y Escocia en tan solo un día o dos (depende del viento). Inglaterra es una república, pero sigue existiendo una división social cercana al Antiguo Régimen, en el continente sigue primando el absolutismo, y griegos y turcos continúan luchando encarnizadamente desde los tiempos de Byron. Por cierto, la caballería y la infantería de línea siguen siendo las armas dominantes.
Sé de sobra que adivinar el futuro no es una labor de la CF, por supuesto, pero no vamos a negar que cuando se proyecta hacia adelante y luego el futuro se convierte en presente, e incluso en pasado, el lector se puede sentir totalmente descolocado cuando se da cuenta de que el autor está hablando realmente de su época, no de los años por venir. De 1826, no de 2070. Y ese choque entre el futuro soñado (y Shelley lo soñó de una forma muy poco ambiciosa) y nuestro presente real puede ser catastrófico.
Muchos de nosotros, cuando empezamos a leer CF, no nos dimos cuenta de este problema por que, a fin de cuentas, éramos contemporáneos de lo que se estaba escribiendo, el futuro que se escribía en 1970-80 (incluso en 1950-60) era nuestro presente, y todos tan contentos. Claro, ahora cuando releo esas historias y veo un 2020 donde soviéticos y estadounidenses andan a la gresca a menudo se me cae el libro de las manos. Para que hablar si eso ocurre con 1826.
Pero bueno, si su capacidad prospectiva ha caducado, por lo menos nos quedarán otros valores, digamos, más literarios, ya se sabe, si la novela está bien escrita se le pueden perdonar esos defectillos. Bueno, el libro son más de 500 páginas, la enfermedad que arrasa el mundo no aparece hasta la página 250, y la matanza como Dios manda, hasta la 350. El tempo narrativo ha variado algo en doscientos años. Y entre tanto, ¿de qué habla el libro? Pues entre tanto tenemos una novela sentimental, que cuenta los azares amorosos de cuatro personajes (dos hombre y dos mujeres) sospechosamente similares a Lord Byron y a alguna de sus amantes, y a Percy y Mary Shelley. Sí, Villa Diodati de nuevo. Y, además, unas cuantas intrigas absurdas para saber si la monarquía vuelve o no a Inglaterra, o si los griegos arrebatan de una vez a los turcos Constantinopla.
¿Y el estilo? Me temo que no hay nada que envejezca más que el estilo, esa alambicada, farragosa y declamatoria prosa romántica no es, precisamente, muy del gusto de nuestro acelerado y sincopado siglo XXI.
¿No se salva nada? Bueno, el final, las 150 últimas páginas tienen momentos interesantes, con una humanidad que poco a poco va desapareciendo del planeta hasta que, como indica el título, sólo que el último hombre. Salvando las distancias, tiene apuntes de la muy alabada “La carretera” de McCarthy, pero sólo son bocetos, las distancias entre McCarthy y Shelley, 1826 y 2006 son insalvables.
Así pues un libro que parecía tenerlo todo para triunfar y perdurar y ni una cosa ni la otra. Una víctima más del mortífero paso del tiempo. Algunos sobreviven a su siega, Shelley de hecho lo consiguió con “Frankenstein”, pero muy pocos lo consiguen, muy, muy pocos.
Por tanto, vuelvo a la pregunta del principio. ¿Para qué sirve la crítica? Y, me temo, no tengo una respuesta fácil ni sencilla. Para lucirse, para insultar, para demostrar lo estupendos que somos, para guiar e iluminar. De acuerdo, para todo eso, pero, también, por que al crítico le gusta escribir críticas, valga la perogrullada, polemizar, aconsejar, mostrare superior. Y allá cada uno con sus gustos y aficiones pero, un poco de humildad, y seamos conscientes que, quizá, acertar, lo que se dice acertar, tampoco tiene que ser un cometido de la crítica.

En la Muerte de Literatura Prospectiva

Puede que para cuando alguien lea este texto Literatura Prospectiva ya haya desaparecido, o puede que no, en cualquier caso da un poco lo mismo, a la página le quedan tres telediarios, si no es esta semana será la próxima o la siguiente. Finaliza así otro de tantos proyectos internautas con la CF como eje vertebrador y muere como casi todos ellos de eso tan difuso que se llama “la vida”. Cúmulo de circunstancias tan nebulosas como contundentes donde se mezclan todo tipo de cuestiones aparentemente no decisivas pero, generalmente, inapelables. Y bien lo sé yo que tuve más de un año este blog en dique seco. Un mal endémico en la especie humana y no sólo en la era internet, de ahí la sensación de admiración que despiertan aquellos proyectos exitosos que se prolongan en el tiempo.
Prospectiva nació de la mano, entre otros, de Julián Díez, Fernando Ángel Moreno e Ignacio Illarregui. Nacho fue el que me recluto para la causa y, después de tanto años de amistad, ni supe ni quise decirle que no, así que me uní al nutrido grupo de colaboradores de la página. Inicialmente supuse que Prospectiva iba a ser otra web más sobre CF pero pronto me di cuenta de que no, de que había un programa ideológico detrás. En efecto, tanto JD como FAM concibieron la página como una forma de propagar el concepto de Prospectiva , una definición que agrupaba a una parte de la vieja CF que para estos teóricos era la realmente importante del género.
Inicialmente no le di mucha importancia al tema pero luego me percate que esta idea se convertía en el motor de una gran polémica que salpicó desde el principio el devenir de la página.
Así pues, Literatura Prospectiva fue un sitio polémica e, incluso, duramente criticado desde ciertos ámbitos, algo a lo que la combatividad de JD Y FAM, que son muchas cosas pero no precisamente inofensivos (a nivel dialéctico, obviamente), contribuyó, posiblemente, de forma decisiva.
Esto, a mi modo de ver, creo que fue un error, siempre me dio la sensación de que Prospectiva era una página que contaba con un grupo de seguidores acérrimos, pero, al mismo tiempo, con otro grupo de detractores igual de acérrimos. Vamos, que había gente que entraba todos los días y otra que no se acercaba ni con una ristra de ajos. Puedo estar confundido pero a mí por lo menos me dio esa sensación.
Y digo que fue un error por qué, personalmente, opino que, en un campo tan restringido como el de la CF, embarcarnos en la enésima guerra fandomita provoca más resultados negativos que positivos, soy más de buscar lo que une que no lo que separa, aunque en un fandom tan cainita como el nuestro esa teoría no parece estar muy de moda.
En cualquier caso Prospectiva fue una página viva, con una actualización diaria, algo casi suicida pero que era uno de los rasgos definitorios del proyecto, y con unos foros donde se atizaba candela con alegría y empeño y se llegaba a la gresca con relativa facilidad, algo que determinados espíritus sensibles no acaban de encontrar de su gusto.
Yo mismo me sentí un tanto incomodo con la página, incomodo por qué por un lado no comulgaba con la mayoría de las teorías sobre el término Prospectiva defendidas por JD y FAM (algún día hablaré de forma más extensa sobre el tema) y por otro no quería defraudar a Nacho que sabe de sobra que casi siempre puede contar conmigo. Al final decidí tirar por la calle de en medio y asumir que Prospectiva era un sinónimo pijo de CF y a cascarla.
Así que las críticas y artículos que me publicaron en Literatura Prospectiva los escribí con la vieja CF en la cabeza y sólo colando alguna vez el término de moda para cumplir con mi pejiguera conciencia. Visto mucho de lo que se publicó en la página tengo la sensación que esa fue una decisión que conscientemente o no tomaron la mayoría de los colaboradores.
Así pues, aunque no fuese la madriguera ideal, Literatura Prospectiva no era un mal sitio donde pasar el rato, lo echaré de menos, como a esas viejas prendas de ropa que aunque al principio no te acababan de convencer por algo al final les acabas cogiendo cariño y te duele desprenderte de ellas.
En cualquier caso no estoy preocupado, conozco lo suficientemente bien a Nacho como para saber que bien pronto se meterá en otro sarao, lo lleva en la sangre.
Por último voy a dejar aquí mi particular homenaje a Literatura Prospectiva, es una de las críticas que publiqué en ella. Mejor dicho, la versión inicial de la crítica. Inconscientemente acabé hablando de temas más personales, ideas a las que hace tiempo les llevó dando vueltas en la cabeza. Cuando vi en lo que se había convertido la reseña preferí mandar a Prospectiva una versión más aséptica. Que vea ahora la luz la original.

jueves, abril 05, 2012

Citas Citables VI

TERCERA LEY DE CLARKE:

Toda tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.

Arthur C. Clarke “Perfiles del Futuro” (1962)