lunes, marzo 26, 2012

"El Oficinista" de Guillermo Saccomanno

Existe un debate enconado sobre como definir la ciencia ficción, ese género bastardo donde los haya. Debe de tener casi un siglo de existencia y no parece remitir en lo más mínimo. Si no, vean el lío montado aquí, en nuestro país, con la propuesta de literatura prospectiva como sustituto de ciencia ficción.
Aparte de lo mal que algunos tienen la azotea, el debate en sí tiene algo de lógica. Todo buen aficionado a este género se ha encontrado alguna vez con alguna obra, supuestamente de ciencia ficción, que a él, personalmente, no le acababa de encajar. Para solucionar ese problemilla surge la idea de definir que narices es realmente la ciencia ficción, a partir de ahí el delirio.
Personalmente me siento incapaz de dar una definición de este tipo de literatura, por lo menos a día de hoy, pero si creo ser capaz de mostrar un ejemplo negativo. No tanto que es la ciencia ficción como que no es.
Y en este sentido “El oficinista” de Guillermo Saccomanno me viene al pelo. Un libro ganador del Premio Biblioteca Breve 2010, uno de los más prestigiosos de nuestro país, y que ha despertado una cierta ilusión entre los aficionados por ser, aparentemente, ciencia ficción. Lo siento pero, personalmente, no lo tengo tan claro.
Saccomanno utiliza algunos de los recursos habituales del género para crear su distopía pero, en mi opinión, no lo suficientemente bien. Aparentemente su obra está ambientada en un futuro cercano (no hay ninguna referencia temporal), transcurre en una megalópolis desproporcionada e inhumana, azotada por devastadores atentados terroristas y gobernada de una forma despiadada en aras de la seguridad (los helicópteros artillados patrullan por el cielo, feroces perros clonados deambulan por sus calles al caer la noche). Vale, suena mucho a cyberpunk pero, realmente, no lo es.
Vayamos por partes. La ciudad es la repera de grande, caótica, inhumana y desproporcionada pero no deja de ser un paisaje que ya existe. Hace unos años pasé unos pocos días en El Cairo y sé de lo que hablo. Por referencias me da la sensación de que otras ciudades de países en vías de desarrollo son por un estilo (por ejemplo, Buenos Aires, y no es un ejemplo inocente, Saccomanno es argentino).
Luego el tema de los atentados terroristas y la pérdida de libertad para luchar contra ellos. No es que sea fácil poner ejemplos actuales (el más obvio: E.E.U.U. tras el 11-S), es que este proceso data de hace lo menos 40 años (por ejemplo, la dictadura argentina, y, lógicamente, sigue sin ser un ejemplo inocente). Lo que significa que la ambientación de “El oficinista” no es especialmente muy de ciencia ficción si no más bien realista y, posiblemente, basada en la experiencia personal del autor (en la historia los opositores al régimen pueden “desaparecer” y es mejor no preguntar por ellos). En cuanto a los helicópteros artillados, si alguien estuvo en Madrid durante la reciente visita del Papa, sabrá que lo de los helicópteros sobrevolando una ciudad no es precisamente nuevo (no están artillados pero podrían estarlo…).
Nos quedan los perros clonados, pero, sinceramente, un par de palabras que aparecen media docena de veces en la novela no me parecen suficiente excusa como para incluirla dentro de la ciencia ficción.
Se me dirá que, a fin de cuentas, la mayoría de los autores que escriben este tipo de literatura se basan en su presente (o su pasado más reciente) para extrapolarlo hacia el futuro y poder hablar de él con gran libertad. Y es cierto, pero Saccomanno no hace exactamente eso. En este sentido, la prueba del nueve viene cuando uno se hace la pregunta ¿realmente esta historia funcionaría con otra ambientación, digamos, más realista? Si la respuesta es sí es que no estamos ante ciencia ficción (por lo menos buena ciencia ficción).
Fijémonos, por ejemplo, en “Campo de concentración” de Disch, una dura crítica contra el entramado armamentístico político-económico que metió a E.E.U.U. en Vietnam y que se enfrentó duramente a la contracultura de finales de los 60. Si Disch hubiese transplantado directamente esos hechos a un futuro cercano sin más, añadiéndole un poco de atrezzo, se hubiese conseguido algo parecido a “El oficinista”, pero el autor norteamericano creo genuina ciencia ficción al introducir el experimento sobre la sífilis y sus posibilidades para incrementar la inteligencia. Ese punto (tan rico en referencias e interpretaciones) fue el que convirtió el libro en pura ciencia ficción de la buena.
En la novela de Saccomanno no ocurre nada de eso, podría transcurrir en la Argentina de los 70 con los Montoneros haciendo de las suyas y los militares jugando al fascismo, o en los E.E.U.U. con Al-Qaeda y la C.I.A. De hecho, los perros clonados de las narices funcionarían exactamente igual de bien como amenaza para no salir de casa de noche, si en vez del adjetivo clonado tuviesen el sustantivo rotwailler o doberman.
Así que “El oficinista” o no es ciencia ficción o es mala ciencia ficción que para el caso…
Ahora bien, hay vida más allá del género y, en este sentido, la novela de Saccomanno no es un mal libro. Breve (200 páginas de letra gordota y capítulos breves con numerosos encabezados y finales en blanco) pero de una concisión efectiva acorde con el quid de la historia. Despiadado y cruel, a veces rozando la caricatura, y con unos personajes antipáticos hasta extremos inimaginables. El libro no deja de tener una cierta coherencia interna que le permite funcionar sin que nos paremos a pensar los estereotipado o absurdo de muchas de las escenas, eso sí, constantemente bordea el peligro de que lo abandonemos por una falta total y absoluta de empatía para con los personajes, a cual más ruin y despreciable.
Quizá esa era la idea de su autor, mostrarnos lo realmente asquerosos que somos lo seres humanos pero, a mi personalmente, no me acaba de parecer creíble casi nada de la historia (amén de que me sobran determinados tópicos). La mujer del protagonista no es la típica esposa castrante, es una caricatura (igual que el jefe capullo). La femme fatal, pues lo mismo, su evolución de guapa angelical a más mala que la sarna no me acaba de convencer. De la misma forma que nunca me queda claro el por qué de que semejante pibón se líe con un tipo tan anodino como el protagonista del libro. Hasta las escenas de sexo guarro me han parecido un tanto forzadas y granguiñolescas (eso del fisting…).
En fin, un libro que se deja leer aunque tampoco sea para ganar un premio que, en tiempos, tuvo entre sus galardonados a Benet, Goytisolo, Hortelano, Caballero Bonald, Vargas Llosa, Marsé, Carlos Fuentes o Cabrera Infante. Eso sí, como novela de ciencia ficción mala o inexistente.

martes, marzo 20, 2012

Nostalgia Friki

A veces el destino presenta una concatenación de coincidencias tan curiosas que uno no puedo menos que preguntarse si, como diría Isaac Asimov, no existe una mano muerta que guía los acontecimientos, un Hari Sheldon particular que mueve la vida de todo friki de pro.
Paso a explicarme después de este confuso inicio. Hace cosa de un mes, un día que estaba en casa de mis padres, mi madre me preguntó por un manojo enorme de papelotes escritos por mi mano, necesitaba espacio y había decidido cortar por lo sano y empezar a tirar cosas, entre otras algunas de cuando yo vivía allí. El asunto no deja de tener su guasa si tenemos en cuenta que mi madre posee un cierto síndrome de Diógenes con todo lo relacionado con sus hijos, por qué todavía es posible encontrar en su piso un par de armarios llenos de juguetes y ropa que pertenecieron a mi hermana y a mi, costumbre que, posteriormente, sus nietos han recibido con gran alborozo, ya que les ha permitido jugar con trastos tan increíbles para ellos, generación digital donde las haya, como los Juegos Reunidos Geyper, un bingo añoso-roñoso, y un Tente al que le deben de faltar un tercio de las piezas.
Y digo que todo esto tiene su miga por qué debe de hacer como 13 o 14 años que abandoné el hogar paterno y mi madre ha tardado todo ese tiempo en pedirme permiso para deshacerse de un puñado de papelotes viejos que ocupaban un cajón de un escritorio. Amor de madre me imagino.
Había de todo, como no podía ser de otra manera, por ejemplo, media docena de cartas ¡cartas! posiblemente escritas entre finales de los 80 y principios de los 90, auténticas curiosidades arqueológicas, apuntes de la carrera, incluidas fichas bibliográficas (otra antigualla), muchos apuntes de la oposición, pero muchos (salen hasta por debajo de las piedras, jodida oposición, nunca me acabará de dejar en paz), esquemas de las primera clases que preparé ,puede que de las prácticas o incluso del primer curso de que di hacia 1994 y, lo importante para este blog, el rincón friki, posiblemente el más abundante de todos los subconjuntos de este conjunto mayor de papelajos.
Teniendo en cuenta que el primer ordenador de verdad (del Spectrum de mi infancia ni hablo) que entró en casa hizo su aparición hacia 1991-92, y que internet no se aposento hasta un par de años después, y sabiendo que hasta que no me trasladé a mi propia casa con mi propio ordenador (por qué ese ordenador pionero era a compartir con mi padre y mi hermana), es muy posible que hasta 1998-1999 no sustituyese la sana costumbre del lápiz y el folio por el moderno archivo informático, puedo fechar sin mucho error esos legajos frikis en las décadas de los 80-90, con mayor producción hasta el 92-93 cuando empecé a estudiar la oposición y, por tanto, se me recortó mucho mi tiempo libre, no como cuando estudiaba en el instituto o en la universidad donde el tiempo libre era casi infinito.
¿Y qué había en ese viejo tesoro de antaño? Nada digno de interés, listados de premios Hugo y Nebula, que sacaba de la escasa información que encontraba en las contraportadas de los libros, principalmente de Martínez Roca y Nebulae, listados de la obra completa de un autor, relatos incluidos y que, inevitable paradoja, eran tremendamente incompletos ya que, nuevamente, se basaban en lo ya tenía y en lo que medio sabía que existía, más listados, esta vez de libros que todavía no tenía pero quería, basados a su vez en los catálogos de las editoriales que aparecían al final de algunos de sus títulos o que me agenciaba en la Feria del Libro. Y, quizá, lo más original y curioso, fichas bibliográficas, con una clasificación temática de todos los cuentos y novelas de ciencia ficción que en ese momento tenía. Recuerdo vagamente cuando la elaboré, especialmente por qué utilicé como base la división realizada en la antología “Última etapa”, de la vieja colección Nova de Bruguera, un libro que en su momento me fascinó. Sólo muchos años después descubrí que dicho libro se publicó en España de forma mutilada y que faltaban un par de relatos y, por tanto, un par de supuestos temas de CF, dejando por lo tanto totalmente obsoleta y absurda semejante empresa. Y digo que lo recuerdo por qué en más de una ocasión tuve muchas dificultades para poder encuadrar un cuento o novela dentro de uno de esos temas específicos, bien por qué compartiese varios de ellos, bien por , directamente, fuese inclasificable, para mí una primeriza muestra del encorsetamiento de acero de las taxonomías.
Le dije a mi madre, sin pensarlo dos veces, que tirase todo aquello a la basura.
Días después, cuando decidí iniciar la serie Citas Citables con la que llevo adornando el blog desde hace un tiempo, descubrí otra muestra más de mi vena fkiki. Si alguien ha seguido esa serie se habrá dado cuenta de que algunas citas provienen de libros un tanto añejos, muchas las recordaba vagamente, aunque sí con cierta precisión en cuanto a donde habían aparecido. De ahí que durante unos días he estado rebuscando en viejas ediciones de Bruguera, Ultramar, Martínez Roca, Nebulae y otros dinosaurios y allí me topase con los subrayados. Otros de mis vicios frikis ochenteros. Y digo ochenteros por qué en algún momento de los 90 deje de practicarlo, ya por aburrimiento y hartazgo, ya por la oposición de las narices que me daba muy mala vida, o ya por suponer que aquello no dejaba de ser un ejercicio un tanto pueril.
Cuando digo subrayados no me refiero a haber recalcado alguna frase o párrafo memorables que me hubiesen llamado la atención. No, hablo de mi particular canon del relato, o, más bien, de la ficción breve. Paso a explicarme, siempre me ha gustado mucho la narrativa corta, el cuento, el relato, la novela corta. No sé si más que las novelas propiamente dichas y las sagas innumerables pero al, y sin ninguna duda, al mismo nivel. Y no es para menos si tenemos en cuenta los cientos de revistas, antologías y recopilaciones que se han publicado en español dentro del campo de la CF. Libros con 5, 8, 12 relatos, del mismo autor, de varios autores, de un tema específico, al buen tun tun, de una revista, de una editorial, ¡qué sé yo!
Y para poner orden en este caos de miles de cuentos cortos, relatos y novelas cortas (por abundar en la clasificación de los Hugo) me dediqué a subrayar en el índice de cada volumen que devoraba los dos cuentos que más me habían gustado. Un sistema tan absurdo, inocente e injusto como cualquier otro a la hora de realizar un canon, pero al que me dediqué con fervor, al menos, diez años de mi vida si no más. Así que, cada vez que cojo alguna antología ahí está mi otro yo, el de 1986, o 1982 o incluso 1993, mirándome a los ojos y diciéndome: Hola ¿te acuerdas de mi? Y, sinceramente, a veces si me acuerdo de él pero otras muchas ni le reconozco.
Y ahora es cuando la oscura mano muerta de mi inexistente Hari Sheldon particular empezó a moverse sin que yo me percatase. Por qué, cuando estaba reflexionado sobre lo rarito que uno siempre ha sido y sigue siendo y sobre si es medio normal lo mío, mira tú que otro insigne friki, Juanma Santiago, se desmarca con una serie de post tan nostálgicos como este en su propio blog Pornografía Emocional y se saca de la manga un artículo para la agonizante Literatura Prospectiva, donde elabora su particular canon del relato español de CF de los 90 en base a unas listas tan frikis como esas que elaboraba yo por esa misma época o unos años antes. Y, claro, ya no me siento tan raro, ni siquiera tan friki, y recuerdo por qué internet no deja de ser un invento cojonudo que permite a los poseedores de vicios nefandos saber que no están solos, y, obviamente, me entra la envidia y me dejo caer en la tentación y pergeño este refrito siguiendo de lejos la estela de Juanma Santiago e inflando mi ego friki como la cola de un pavo real mutante.
¡Ea! a gusto me he quedado.

martes, marzo 13, 2012

El Fondo del Cielo" de Rodrigo Fresán

Rodrigo Fresán es un autor con unas credenciales irreprochables. Uno de esos escritores que publica en las grandes editoriales, cuyas obras son reseñadas puntualmente en los suplementos culturales de los grandes periódicos (generalmente con buenas críticas), alguien que escribe una literatura seria y presentable.
Sin embargo Fresán (nacido en 1963) pertenece a una generación que ha perdido una serie de complejos literarios bastante agudizados entre sus predecesores y que declara un profundo amor y conocimiento por la literatura de género. Es un tipo de escritor, cada vez más habitual, que igual que prologa o anota a Carson McCullers o a John Cheever, puede dirigir una colección de literatura policiaca o, como en este libro, demostrar unos conocimientos enciclopédicos, dignos del friki más friki, sobre la ciencia ficción. En fin, ya era hora que este tipo de escritores empezase a dar la cara.
Aún así, Fresán todavía presenta una cierta timidez, según él “El fondo del cielo” no es una novela de ciencia ficción si no con ciencia ficción. Personalmente, estas disquisiciones semánticas tan profundas me suelen resultar bastante indescifrables, meros sofismas sin mayor interés. “El fondo del cielo” es una novela de ciencia ficción y, en cualquier caso, sobre la ciencia ficción.
Es una novela de ciencia ficción por qué el eje del libro es, nada menos, que una fracasada invasión extraterrestre versión sutil. Y, además, sigue un viejo mecanismo narrativo que consiste en presentar la historia de una manera totalmente convencional y realista, dejando algunos detalles raros y difíciles, para, en el último capítulo, hacer saltar la sorpresa final y mostrarnos todo el entramado fantástico que hay detrás de la historia. Así que en ese sentido, nada nuevo bajo el sol.
Sin embargo, “El fondo del cielo” es también una novela sobre la ciencia ficción, sus protagonistas son adolescentes norteamericanos de los años 30, fans activos del género al estilo de los Futurianos neoyorkinos (Pohl, Kornbluth, Asimov) que se acaban convirtiendo en escritores de ciencia ficción. Y es en esta parte concreta donde Fresán escribe su auténtica declaración de amor por el género. El recorrido que hace en la primera parte del libro no deja de ser una muy lúcida historia de la ciencia ficción, con todos sus logros y fracasos. Una visión que, curiosamente, incide en muchos de los debates frikis que la han sacudido en los últimos años. Especialmente el dedicado al fracaso final de este género a la hora de ganar en madurez literaria. Por estas páginas desfilan, disfrazados o presentados explícitamente, los autores más famosos y conocidos del género, retratados de una forma inmisericorde con toda su gloria y sus miserias (de la misma forma que la descripción de los jóvenes frikis de los años 30 es también irreprochable, a la vez que un tanto cruel y perfectamente asimilable a la experiencia española de los 80-90).
Sin embargo, la pasión de Fresán por la ciencia ficción se nota en más puntos, no solo en esa primera parte de historia del género, o en que el libro sea realmente una auténtica novela de ciencia ficción. Se nota también en el enfoque del capítulo central del libro que, en cierta forma, puede verse también como un homenaje a la New Wave, con especial énfasis en sus idas de olla estilísticas y temáticas.
Con todo, Fresán es un tipo listo por qué “El fondo del cielo” da el pego y puede ser leída perfectamente por un lector que huya de la ciencia ficción, ya que, para cuando se quiera dar cuenta de en donde se ha metido, es tarde. Este logro no sólo se consigue publicando en una editorial mainstream como Mondadori. Se consigue presentando una historia de amor extraña y peculiar pero muy atrayente, de las que enganchan a cualquiera nada más empezar. Un triángulo amoroso (o más bien cuadrado) de lo más impactante. Pero se consigue también con un estilo único, original, curioso, de esos que hay que cogerles el truco pero que merece la pena y que, indudablemente, hacen las delicias de los lectores más exquisitos.
Lo malo es que con estas armas Fresán corre el riesgo de ahuyentar a muchos de los lectores de ciencia ficción habituales. Al respecto, sólo puedo decir una cosa: allá ellos.
Y es que “El fondo del cielo” es una novela magnífica, uno de los grandes títulos de ciencia ficción de los últimos tiempos, tan atrayente por su historia de amor y su estilo inimitable, como por ser una historia de ciencia ficción y de la ciencia ficción.
Únicamente me atrevo a ponerle un pero, su brevedad. 262 páginas que me han sabido a poco. Especialmente si tenemos en cuenta que en el epilogo final Fresán reconoce que el borrador original era infinitamente más enorme, con una descripción detallada hasta la exhaustividad de todos los grupúsculos de fans de la ciencia ficción de los E.E.U.U. de los años 30 y un capítulo central (recuerden, el más New Wave) mucho más extenso.
Bueno, Fresán está en su derecho de escribir el libro que le de la gana pero, personalmente, me hubiese encantado leer ese otro libro que no pudo ser.

lunes, marzo 05, 2012

Citas Citables V

¿De dónde sacas esas ideas locas?
Todas las noches dejo un cuenco de leche y unas galletas en la escalinata del fondo; por la mañana la leche y las galletas han desaparecido, pero junto al cuenco vacío hay una pila de ideas locas.

Roger Zelazny, citado por Joe Haldeman en “Sueños infinitos” (1978)