sábado, diciembre 05, 2009

La Realidad Imita al Arte

“Reflexiones sobre la guerra, el mal y el fin de la historia” de Bernard Henry-Levy no es un libro de literatura fantástica, es un cruce entre debate filosófico y reportaje de guerra, un peculiar híbrido muy del gusto de su autor. En concreto, y como indica el título, es una reflexión sobre el mal y las guerras olvidadas. Escrito justo antes del 11-S resulta fascinante y, en ocasiones, un tanto irritante, algo que me suele ocurrir muy a menudo con las cosas que escribe Henry-Levy.
Vale, y ¿qué pinta aquí? Pues resulta que uno de los capítulos del libro trata sobre Mashud, “el león del Panshir”, uno de los líderes militares más fascinantes de los últimos 30 años. Puede que a muchos no les suene pero Mashud fue uno de los jefes de las guerrillas afganas que derrotaron a los soviéticos primero y a sus aliados afganos después en los 80-90. Se vio envuelto en la posterior guerra civil que asoló su país y que llevó a los talibán al poder y, posteriormente, los combatió sin descanso. Antes del 11-S era la única espina clavada en el costado del mullah Omar y sus chicos y si Occidente le hubiese apoyado con más interés las cosas habrían ido de otra manera. Hasta tal punto Mashud era importante que fue asesinado por los talibán el 10-S y esto, desde luego, no fue casualidad.
Mashud fue un habilísimo jefe militar y, sobre todo, poseía un carisma increíble. Todos los que le conocieron cayeron fascinados por su encanto, sus tropas le adoraban y sólo esta devoción explica que su comarca, el Panshir, nunca fuese tomada ni por los rusos ni por los talibán, a pesar de las numerosas ofensivas que sufrió.
Mashud era musulmán, como todos los afganos, pero era partidario de un Islam más moderno, menos retrogrado. Su principal objetivo era la modernización de su país. Insisto, su muerte fue una tragedia que, de evitarse, nos habría ahorrado muchos de los actuales sinsabores asociados a este país. Karzai no le llega ni a la altura de los talones. E.E.U.U. no le tragaba, ni siquiera cuando luchaba contra los soviéticos, y el amigo americano prefirió dedicar sus energías, armas y dinero, en la guerrilla pasthun y en los voluntarios de todo el mundo islámico que acudían a la jihad contra los comunistas. De esa ayuda estadounidense saldrían los talibán (con la colaboración inefable de Pakistán y sus servicios secretos) y un tal Bin Laden.
Pero me estoy yendo del tema. Como decía, Henry-Levy dedica un capítulo a Masud en el que es palpable su fascinación por el personaje. Hay una escena en concreto, muy bien narrada, que describe a Mashud reunido con algunos de sus oficiales en una remota mezquita en medio de la nada. Muchos de sus hombres han dejado la lucha y recorrido días de marcha sólo por verle, Mashud los arenga, les anima, les hace reír, les insufla fe en una fácil y rápida victoria. En fin, hace lo que todos los generales carismáticos han hecho desde que Héctor se empeñó en que Troya no iba a caer en manos de esos jodidos aqueos que habían acampado al pie de sus murallas.
Lo que más me llamó la atención de este párrafo es que, a medida que lo iba leyendo, la cosa me sonaba, me sonabas mucho y no sabía de qué. Al final algo hizo clic en mi cabezota y lo vi claro.
¿Recuerda alguien esa parte de “Dune” en que Paul Atreudes se reúne con los Fremen en uno de sus refugios del desierto y los electriza con sus visiones de triunfo y venganza sobre los Harkonenn? Sí, efectivamente, ambas escenas son clavadas, la real y la ficticia. Desconozco si Henry-Levy ha leído a Herbert, es posible pero poco probable, dudo que Mashud lo hiera aunque ¿quién sabe? Sin embargo, creo más bien que, en ocasiones, la realidad imita al arte, si quiera de forma inconsciente.
Muchas veces he criticado “Dune”, es un libro que tiene más fama de la que se merece y cuyo mensaje subyacente me desagrada. Pero hay que reconocer que tiene sus virtudes, y la habilidad de Herbert para describir a un líder mesiánico (o carismático) es, en mi opinión, la más destacable. Que Mashud fuera musulmán y que Herbert se inspirase en el Islam a la hora de escribir sus libro no son sólo coincidencias si no un ejemplo de la perspicacia del norteamericano. En nuestro tiempo, sólo el Islam tiene la suficiente pujanza y credibilidad como para crear personajes como Mashud (o Bin Laden, ya puestos). Dudo que otra religión fuese capaz de mezclar de una forma tan perfecta mesianismo y guerra. Herbert lo vio claro y, sin darse cuenta, la CF cultivó esa idea hasta nuestros días. No deja de ser paradójico que, en el fondo, Ender (“hijo” de un autor mormón) sea descendiente de Paul Atreides pero, a la vez, primo lejano de Mashud y Bin Laden. Curiosos caminos los que hoy en día estamos recorriendo.