martes, abril 28, 2009

Adios Nobel, Adios

Ante todo sinceridad. J. G. Ballard es, probablemente, uno de los mejores escritores que ha dado la ciencia ficción y, sin embargo, es un autor del que prácticamente no he leído nada. Ningún libro, desde luego, sólo algún relato suelto. Vale, lo sé, lo mío es de juzgado de guardia pero las cosas son como son.
Una cierta explicación hay. De joven, cuando el dinero apretaba, la mayoría de mis compras se centraban en editoriales baratas, tipo Martínez Roca, Nebulae 2ª Época, Ultramar o Bruguera. Ya se sabe, libros de bolsillo no especialmente bien editados pero asequibles. Ballard pertenecía a la antigua Minotauro y eso eran palabras mayores. Con lo que costaba un libro suyo me compraba tres de los otros. Una lamentable decisión pero, me temo, soy de los que se fijan más en la cantidad que en la calidad, carne de saldos, ya se sabe.
Cuando me hice independiente, económicamente hablando, la cosa no mejoró. Minotauro nunca saldaba, Minotauro siempre estaba allí, era tan eterna como el mundo. Así que me relaje y, a día de hoy, aún me arrepiento de semejante decisión, el cambió de dueños me ha pillado a contrapie y me he encontrado con serias carencias en mi biblioteca, para que te fíes.
Bien, esa es la lamentable historia de Ballard y yo. Tampoco es tan grave, tengo confianza en que más tarde o más temprano me decida a caer sobre él. Creo que da un poco lo mismo disfrutar de un buen autor con 20, 40 o 50 años. cuando toque tocará.
Sin embargo, soy consciente de que Ballard es uno de los grandes, pocos hay que se le puedan comparar. Y eso me lleva a la siguiente reflexión.
Cuando era un crío leía mucha ciencia ficción, pero mucha, estaba poseído, infectado. Asimov, Clarke, Simak, Dick, Heinlein, Aldiss, Farmer… corrían por mis neuronas desbocados. Y tenía un sueño, absurdo e infantil, como suelen ser los sueños que uno tiene con 10-12 años. Soñaba con el día en que uno de mis escritores favoritos ganase el Nobel de literatura. Como ya dije era absurdo y estúpido pero era mi sueño.
Luego uno crece, madura (o no) y se da cuenta de que un Nobel para Asimov es, digamos, improbable. Uno lee más cosas y entiende por que García Márquez sí y Clarke no, por que Vargas Llosa puede que algún día pero Farmer ni de broma.
Pero, más tarde, uno se da cuenta que la ciencia ficción también tiene sus opciones, pocas, es cierto, pero las tiene. Hay autores que por estilo, temática o lo que sea no tienen nada que envidiar a los grandes. Son un puñado selecto pero están ahí. Así que mi sueño de juventud evolucionó y se convirtió en otra cosa. No en un sueño, que uno ya es muy mayor para soñar, pero sí en una pequeña ilusión o esperanza.
Con el tiempo, y descartando a ilustres fallecidos como Tiptree o Dick, reduje la posibilidad del Nobel a cinco autores: Ursula K. LeGuin, Thomas M. Disch, Stanislaw Lem, Kurt Vonnegut Jr. y, como no, J. G. Ballard. Un auténtico repoker de ases.
El tiempo, el muy puñetero, va dejando las cosas en su sitio. Disch y LeGuin siempre me parecieron las opciones con menos posibilidades. Demasiado fandom, demasiado frikis (y en el caso de Disch con una obra, probablemente, demasiado dispersa y escasa). La muerte de Disch le dejó fuera de las quinielas, pero la parca hizo lo mismo con mi apuesta más fuerte y querida, Stanislaw Lem, y con el que era más conocido fuera del mundillo, y que había renegado públicamente de él, Kurt Vonnegut Jr.
Quedaba, por tanto, Ballard, no lo había leído pero sabía que era “uno de los nuestros” y no dudaba de su calidad leídos los comentarios positivos de gente tan capaz y de la que me fío tanto como Capanna, Pringle, Nacho, Juanma Santiago o Julián Díez. (o, para el caso, los comentarios negativos de Barceló que también ayudan lo suyo). Bien Ballard murió hace unos días como todo el mundo sabe. Mi sueño se aleja, sólo queda LeGuin pero, como ya dije, veo improbable y remota su candidatura, además, es ya muy mayor, por desgracia tampoco le debe de quedar mucho en esta fiesta.
Bien, uno de los muchos sueños de niñez, juventud que se desvanecen. Me imagino que eso es parte del proceso de maduración de las personas, asumir que los sueños, sueños son, como diría el amigo.
En fin, menos mal que, en algún universo alternativo, todos ellos habrán acudido a Estocolmo a recoger su premio y yo, emocionado, habré leído en el periódico tan grata noticia. Es lo que tiene ser aficionado a la ciencia ficción, que sabes que cualquier sueño, por absurdo e improbable que sea, se puede convertir en realidad.

miércoles, abril 15, 2009

Unas Reflexiones sobre Todorov y la Literatura Fantástica

Me imagino que, en ocasiones, cuando uno es un lector realmente apasionado y compulsivo le viene en algún momento la necesidad de ahondar en el campo de la literatura desde un punto de vista más teórico o intelectual. Supongo que eso es lo que lleva a mucha gente a estudiar filología, teoría de la literatura, literatura comparada y otras carreras similares.
En mi caso, esa comezón me ha llegado un tanto tarde y, por pereza y comodidad, he preferido seguir un camino más autodidacta, no es el mejor pero es el que hay.
Tzvetan Todorov es uno de esos nombres que aparecen de forma continua si quieres saber cosas sobre literatura fantástica. Por tanto, era inevitable que me acabase leyendo su “Introducción a la Literatura Fantástica”, un texto supuestamente fundamental.
Mi decepción ha sido tremenda. Todorov maneja un corpus literario, en mi opinión, demasiado escaso como para llegar a conclusiones pertinentes. Además, la mayor parte de las obras estudiadas son de autores franceses decimonónicos, un nuevo error, ya que, como ya he dicho más de una vez, creo que los escritores anglosajones y alemanes son mucho más importantes en este campo y época concreta.
Con estas lecturas, Todorov pasa a definir la literatura fantástica de una forma absolutamente tendenciosa y restrictiva. Para él, lo fantástico sólo aparece cuando ante la presencia de lo sobrenatural se impone la incertidumbre. En ese momento en que el protagonista de una narración duda sobre si lo que está viviendo tiene explicación o no, ahí es donde se encuentra la literatura fantástica.
Sí el autor se decanta por una explicación racional, entonces estamos ante lo extraño, si, en cambio, prefiere empecinarse en lo sobrenatural, llegamos a lo maravilloso.
Todorov reconoce que esta afirmación trae como consecuencia lógica la existencia real de muy pocas obras auténticamente fantásticas. De hecho, llega a afirmar que el fantástico murió en algún momento del siglo XIX y que no ha perdurado hasta nuestros días.
En fin, no puedo estar más en desacuerdo con semejante teoría. Si tengo que acudir a la terminología todoroviana, para mí lo maravilloso es lo fantástico y punto final. Lo extraño no es fantástico, por la sencilla razón de que la explicación lógica ahuyenta cualquier atisbo sobrenatural. De hecho, ese tipo de libros (Radcliffe sería un buen ejemplo) me resultan bastante antipáticos, ni chicha ni limoná, que diría un castizo. Habitantes de una extraña tierra de nadie que no creo que contente ni a un apasionado por lo fantástico ni a un defensor del realismo.
De hecho, según el mismo Todorov reconoce un poco a regañadientes, lo fantástico según su definición prácticamente no existe excepto en un puñado de obras muy concretas y determinadas (como algunos relatos poéticos y oníricos de Nerval). Muchos de los ejemplos que pone son de fragmentos de obras que luego acaban decantándose hacia lo extraño o lo maravilloso (Potocki, sin ir más lejos). Definir un género literario por trocitos determinados de obras mayores me parece, cuando menos, peculiar.
Todorov dejó los estudios literarios y ha preferido moverse en terrenos más cercanos a la historia, la antropología y la sociología. Es un intelectual de prestigio, ganador del Príncipe de Asturias, y figura de referencia.
Sólo esta posición actual explica el que semejante teoría literaria goce de reconocimiento hoy en día en los círculos académicos. Y si no es por eso, entonces nos encontramos ante el típico caso de cómo el mundo de los estudiosos está peligrosamente alejado del mundo real. Postular una teoría en base a una elucubración mental cuando menos caprichosa y mantenerla contra la opinión de lectores, editores y autores que escriben, editan y leen literatura fantástica (no veo a nadie que hable de literatura maravillosa), es, o un ejercicio de arrogancia, o de papanatismo.
Mal andamos si la universidad da la espalda a la realidad, por muy fantástica (o maravillosa) que sea.