martes, octubre 30, 2007

Memoria Recuperada: "Las Crónicas de McAndrew" de Charles Sheffield


Estamos ante un fix-up de cinco relatos que sólo comparten los personajes principales y que son independientes entre sí. Los relatos son: “Vector de Muerte”, “Momento de Inercia”, “Todos los Colores del Vacío”, “La Cacería del Manna”, y “El planeta errante”. Además, existe una introducción y un apéndice científico del autor, así como el prólogo típico y la nota bibliográfica habitual de Barceló. La traducción, buena, es de Paola Tizzano.
CF hard al más puro estilo, se nota que Sheffield es físico y se nota que lo suyo es la teoría de la relatividad, sin embargo ¡Qué decepción! Realmente la CF hard es bastante mala, personajes de cartón piedra e historias áridas estructuradas como problemas matemáticos. Al protagonista le pasa algo y la única forma de solucionarlo es resolviendo un complejo problema de física, y todo con un repulsivo afán pedagógico. Sin embargo, y siendo Sheffield, uno espera algo mejor pero nada. Vale, los personajes son mejores de lo habitual en el género pero muy lejos de otros logros del autor, aunque he de reconocer un saludable progresismo y feminismo en la figura de Jeannie Rokes, a pesar de todo, las historias son patéticas.
La primera sobre aguje4ios negros en miniatura (Niven ¿te suena?), la segunda sobre naves sin inercia (la peor construida y la más trivial), la tercera sobre naves generacionales y especulaciones sociológicas (la más mala de todas ¿por qué un buen físico se mete donde no le llaman?), otra sobre el halo de cometas (Pohl se la debió de soplar) y otra sobre planetas errantes.
Vamos, que me revienta la falta de originalidad, series como estas se remontan a los años 20 y lo de los cerebros estirpados en botes de formol al siglo pasado. Lo más irritante es la falta de rigor en los tratamientos sociológicos (Sheffield será un buen físico pero en ciencias sociales está verde) y lo más cargante su desdén hacia los de “letras” y hacia los gobiernos en general. Los malos siempre son funcionarios del gobierno, y en una de las crónicas Rokes se queja de que le confisquen “su” carísima nave, invento de McAndrew…. financiado por el gobierno.

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Este fue el libro que me apartó hasta hoy de Sheffield. Pasé muy gratos momentos con sus anteriores novelas pero este fix-up me reventó toda la ilusión que tenía sobre este autor. Un CF hard de lo más cargante e infantiloide , que para aquel (como es mi caso) que posee una formación matemática limitada se convierte en aborrecible. Por supuesto, para rematar, las ideas más de derechas (al estilo estadounidense) que trufan el libro pasan la raya de lo que servidor puede aceptar. McAndrew es un personaje tan cargante como absurdo, un remedo de los protagonistas heinlenianos pero sin ninguna de las habilidades del Maestro.
Y, por cierto, creo que por esta reseña fue cuando descubrí que es más fácil la crítica negativa en plan destroyer que la positiva.

domingo, octubre 28, 2007

La Eva Fantástica


¿Existe una forma de escribir femenina y otra masculina? ¿Hay una literatura para hombres y otra para mujeres? ¿Se refleja esto en la literatura fantástica de alguna forma?
Estas son preguntas difíciles de responder y que llevan vertebrando cierto tipo de debates desde hace decenios. En principio, no es raro encontrar a numerosos escritores y críticos que negarán estas diferencias y que sostendrán que un buen autor debe ser capaz de describir la psicología femenina o masculina completamente al margen de su propia identidad sexual.
A este respecto podríamos poner ejemplos célebres como los de Clarín, Flaubert o Tolstoi, creadores de algunos de los personajes femeninos más fascinantes de la historia (la Regenta, Madame Bovary o Ana Karenina), pero que fueron igualmente hábiles a la hora de crear caracteres masculinos (el sacerdote arribista de Clarín, los Bouvard y Pecuchet de Flaubert o cualquiera de los protagonistas varones de “Guerra y Paz” de Tolstoi).
De la misma forma, se podrían presentar ejemplos parecidos entre escritoras como Emily Bronte o Emilia Pardo Bazán, famosas por sus mujeres de ficción, pero igualmente capaces de crear roles masculinos impactantes (el Heatcliff de “Cumbres borrascosas”, el sacerdote cobarde de “Los Pazos de Ulloa”).
Y, sin embargo, una escritora como Doris Lessing ha sido premiada con el Nobel por su “escritura feminista” (en palabras de la Academia Sueca) y, dentro del mundo de la literatura fantástica, todo el mundo reconoce la existencia de una cf feminista con gente como Joanna Russ o Ursula K. Leguin a la cabeza.
Así pues, el debate está abierto y la lectura de libros como “La Eva Fantástica” puede ser una buena herramienta para clarificar conceptos.
En principio, asumir la tremenda calidad de casi todas estas mujeres literatas que Molina Foix recoge, y que evidencian que calidad y escritura no son privilegio de ningún sexo ni género. Debido a los gustos personales del recopilador, la mayoría de las autoras de este libro son decimonónicas, con apenas unas pocas que se adentran en el siglo XX. Igualmente, la principal temática es el terror y la fantasía más o menos oscura, desapareciendo casi totalmente la cf de la escena, lo que es una pena visto la cantidad y calidad de autoras que han cultivado este género (aunque no es menos cierto que lo han hecho en fechas posteriores a las que se manejan en este libro).
A lo largo de sus páginas alternan artistas famosas (Mary Shelley, Elizabeth Gaskell, George Sand, Vernon Lee, Emilia Pardo Bazán, Virginia Woolf, Leonore Carrington, Shirley Jackson, Muriel Spark, Isak Dinesen, Rosa Chacel, Patricia Highsmith) con ilustres desconocidas (Mrs. Crowe, Amelia Edwards, Mrs. Ridell, Edith Nesbit, Mrs. Molesworth, Sarah O. Jewett, Everil Worrell, Elizabeth Bowen). A este respecto, es de destacar como, a medida que avanzamos en la cronología, el número de desconocidas disminuye, paralelo a los avances del movimiento de liberación de la mujer.
De igual forma, es abrumador el número de autoras anglosajonas, por sólo una francesa y dos españolas (estas últimas, probablemente, incluidas por la nacionalidad del recopilador), lo que también tiene su lógica, si tenemos en cuenta que Inglaterra, y sus colonias, junto a E.E.U.U., fueron los países donde primero y con más fuerza lucharon las mujeres por sus derechos, sin olvidar que son, también, las naciones que poseen una mayor tradición de literatura fantástica en los dos últimos siglos.
Por todo ello, es posible rastrear la evolución de la identidad femenina en el mundo de las letras desde un doble punto de vista, el profesional y el temático. Y ambos casos dan más de una sorpresa.
Desde el primer punto de vista, en el siglo XIX se consolida la figura del escritor como profesional que vive de su obra, y aunque un puñado de grandes autores pueden dedicarse a la “alta literatura”, no es menos cierto que la gran mayoría sobreviven escribiendo obras de género. A este respecto, el terror es uno de los más demandados y junto a nombres como Sheridadn Le Fanu o M. R. James también aparecen los de Mrs. Riddell o Vernon Lee. Y, sin embargo, las cosas no son iguales para hombre y mujeres. De las once autoras decimonónicas que aparecen en el libro, sólo tres (Mary Shelley, George Sand y Emilia Pardo Bazán) consiguieron la consagración en vida, no sin muchos problemas, oposiciones y escándalos, las demás sobrevivieron de mala manera y, pocas veces, lograron el reconocimiento de sus colegas varones (con la posible excepción de Elizabeth Gaskell y Vernon Lee).
Es significativo que varias de ellas eligiesen seudónimos, masculinos la mayoría (George Sand, Vernon Lee), aunque con excepciones (Elizabeth Gaskell), y otras publicasen con el apellido de su marido (Mary Shelley, Mrs. Riddell, Mrs. Molesworth), lo que no deja de ser chocante si tenemos en cuenta que en el caso de Mary Shelley, esta sobrevivió 30 años a su esposo, y en que Mrs. Molesworth se separó de su pareja y vivió de forma independiente la mayor parte de su vida.
Pero no son las únicas injusticias ni las más llamativas. Algunas de estas autoras eran diletantes que nunca vivieron de su escritura sino de sus rentas o sus esposos (caso de la Gaskell), otras se vieron empujadas a escribir debido a la ruina económica de sus maridos (como la Riddell) y otras, especializadas en relatos, jamás vieron publicada su obra en forma de libro a pesar de su calidad (como le ocurrió a Amelia Edwards).
Como decía, a medida que nos adentramos en el siglo XX, las cosan mejoran y las mujeres escritoras pueden codearse sin tantos problemas dentro de este mundo masculino, aunque vidas tan dramáticas como la de Virginia Woolf o el uso de seudónimos masculinos (Isak Dinesen, alias la baronesa Karen Blixen) indican que nos hallamos lejos de una situación ideal.
En cuanto a los cuentos propiamente dichos, uno podría preguntarse si, realmente, la condición de mujer de estas autoras ha hecho que escribiesen de una forma diferente a sus colegas masculinos, o si han utilizado su literatura como forma de reivindicar su condición femenina. Y aquí es donde las sorpresas abundan.
Muchas de estos relatos son absolutamente idénticos a los escritos por hombres. El género de sus autoras brilla por su ausencia y, en ocasiones, repiten los mismos estereotipos denigrantes sobre las mujeres que cualquier escritor varón. Esto resulta especialmente llamativo en el caso de Mary Shelley, hija de una de las pioneras del feminismo y que en su juventud vivió totalmente al margen de las reglas sociales de su época, pero también se repite en casos como el de Elizabeth Gaskell o Emilia Pardo Bazán.
En otros casos la cosa es aún peor, si cabe. Hay varios relatos del XIX de esta antología donde no hay prácticamente ningún personaje femenino, donde sólo los hombres pueblan las páginas y las mujeres parecen tan exóticas como un alien. Es el caso de las contribuciones de George Sand, Mrs. Crowe, Amelia Edwards, o Mrs. Riddell.
Hay varias explicaciones posibles para esta situación. Muchas de estas autoras vivían de sus escritos (mal pagados generalmente) y mantenían con su esfuerzo a sus familias (caso de Shelley y Riddell), por tanto intentar ir contra las leyes de mercado de su época habría sido suicida. Sin embargo, otras escritoras (como George Sand, Pardo Bazán o Gaskell) estaban lo suficientemente consagradas, o gozaban de la suficiente riqueza, como para no tener en cuenta estas consideraciones. Su conducta, por tanto, tendría más que ver, probablemente, con su deseo de competir con sus compañeros masculinos de profesión en pie de igualdad, siendo capaces de escribir sobre los mismos temas que ellos a pesar de su condición de mujeres. En este sentido, la polémica que vivió en España Pardo Bazán respecto a la importancia del Naturalismo como estilo literario me parece significativa.
Y, sin embargo, a pesar de todo, tímidamente, o bien de forma sutil, algunas escritoras van dejando su impronta y lanzando pequeñas cargas de profundidad contra los roles masculinos. Edith Nesbit presenta una mujer que, aunque con un papel secundario de víctima, ya es independiente desde el punto de vista laboral. Vernon Lee, en cambio, se especializa en un tipo de cuento sobre “mujeres fatales” en los que los hombres ocupan el papel de seres débiles y víctimas propiciatorias, cuentos que, en el fondo, pueden verse como una sibilina forma de venganza respecto a la opresión machista. Mrs. Molesworth, en cambio, presenta un cuento de fantasmas con misterio incluido en el que el único personaje con sentido común, y que a la larga acaba resolviendo el problema, es una mujer (joven, por añadidura). Finalmente, Sarah O. Jewett presenta el primer cuento en el que ya no aparece ningún hombre.
Cuando leemos, en cambio, a las autoras del siglo XX la situación cambia totalmente. En algunos casos se mantienen situaciones de antaño, como el de la “mujer fatal” como encarnación de la venganza femenina (caso de Everil Worrell). En otros un rabioso feminismo hace presencia, probablemente de forma más explicita en la crítica a costumbres sociales degradantes para las mujeres, trufada de humor negro, que escribe Leonora Carrington. Pero también en oscuros relatos donde el hombre aparece como un ser violento y amenazador, más terrible que cualquier fantasma, monstruo o demonio. Son cuentos que hablan directamente de un tema tan, por desgracia, de actualidad como la violencia de género y que, además, suelen presentar a mujeres fuertes e inteligentes, junto a hombres violentos pero, en el fondo, más débiles que ellas. Elizabeth Bowen escribe el cuento más tenebroso al respecto pero Muriel Spark, en cambio, consigue que, a pesar de su muerte, la protagonista de su historia acabe al final triunfando.
Tampoco podemos olvidar ese tipo de cuentos que, por su enfoque, pueden calificarse de femeninos, preñados de una sensibilidad y estilo muy difícil de encontrar entre los escritores varones. No son relatos para mujeres (personalmente los he disfrutado sin ningún complejo) si no entendidos desde una óptica femenina que los hace distintos y que, por lo tanto, compiten de una forma diferente pero muy efectiva con los autores masculinos que escriben desde un punto de vista, digamos, más viril. Virginia Woolf e Isak Dinesen son autoras que demuestran que esa otra mirada no sólo es posible sino necesaria.
Por último, hay un puñado de escritoras (Shirley Jackson, Rosa Chacel, Patricia Highsmith) para las cuales la lucha hombre-mujer parece cosa del pasado, algo totalmente superado. Sus cuentos no poseen ningún atisbo de reivindicación, feminismo ni enfoque femenino, son autoras que, en este sentido, escriben igual que sus colegas del XIX como Gaskell, Shelley o Riddell. Sin embargo, lo que para sus antecesoras era casi obligación para ellas se ha convertido, con toda seguridad, en opción personal, en un ejercicio de libertad impensable hace sólo un siglo (de hecho Jackson posee obras que encajarían perfectamente en los otros apartados anteriormente expuestos).
Por tanto, volvamos a la pregunta del principio ¿Existe una forma de escribir masculina y otra femenina? Pues, como es habitual en mí, que odio las respuestas categóricas, depende. Se puede escribir de una forma femenina como Woolf, o con intención feminista como Carrington pero también se puede escribir como la haría un hombre, como Shelley o Highsmith. Y es que, a la larga, y ya dentro de este siglo XXI, quizá lo importante no sea tanto el mensaje del autor/autora como la calidad de lo que está escribiendo. Y ahí, me temo, ningún género tiene el monopolio.
En cuanto a los cuentos propiamente dichos, hay que reconocer que estamos ante una antología de gran calidad, con un buen puñado de cuentos de los que dejan huella y, muchos de ellos, poco conocidos.
De Mary Shelley aparece una de sus obras más conocidas “El mortal inmortal”, un cuento magnífico sobre la inmortalidad donde las brumas góticas van dejando paso a la ciencia ficción.
“El relato del oficial holandés” de Mrs. Crow es un perfecto cuento de fantasmas en la más rancia tradición británica.
“El cuento de la vieja niñera” de Elizabeth Gaskell va en la misma dirección pero consigue crear una atmósfera de horror digna del mejor Le Fanu.
“El coche fantasma” de Amelia Edwards recuerda a Dickens a la hora de crear un cuento sobre aparecidos técnicamente perfecto.
“El órgano del Titán” de George Sand es un poco más peculiar que los anteriores. Cercano a la fantasía más que al terror y con una explicación lógica pausible gana enteros cuando la autora se centra en la descripción evocadora y fantasiosa del paisaje.
“Sandy el calderero” de Mrs. Riddell es un ejemplo de cómo una buena artesana es capaz de crear, con las herramientas de la escritura más popular, un pieza tan bella como perturbadora.
“De mármol, tamaño natural” de Edith Nesbit es una de las cumbres del volumen, con un tenue aire lovercraftiano, la autora logra poner los pelos de punta a más de un lector con el bien dosificado suspense del final del relato.
“La voz maléfica” de Vernon Lee es, como ya he mencionado, el típico ejemplo de venganza sobre el género masculino. Aunque en este caso el hecho de que el vengador sea un hombre (igual de depredador con las mujeres) desvirtúa un poco las intenciones habituales de la autora, no es menos cierto que su ambientación en una Venecia decadente y la idea de que el pasado puede afectar gravemente al presente, son típicas en su producción.
“La sombra a la luz de la luna” de Mrs. Molesworth es otro de los grandes cuentos del libro, aparentemente, una historia sobre casas encantadas pero, también, un relato-trampa, con truco. A destacar la encantadora y perspicaz protagonista.
“La gemela de la reina” de Sarah O. Jevett es un relato mainstream bastante costumbrista y centrado en el paisaje y las gentes de Maine. Eficaz y bello en ocasiones reconozco que no me ha entusiasmado.
“Hijo del alma” de Emilia Pardo Bazán es una de sus creaciones más famosos y, quizás, uno de los mejores cuentos españoles de fantasmas.
El brevísimo “Una casa embrujada” de Virginia Wolf es más un poema en prosa que un cuento que me ha dejado un tanto frío.
“El canal” de Everil Worrell es una perturbadora y original historia de vampiros, un tanto fallida pero llena de sorpresas.
“La debutante” de Leonora Carrington es un breve cuento cruel lleno de humor negro que juega con el absurdo y el surrealismo para socavar una de las bases de la sociedad victoriana: los bailes de debutantes.
“El amante demonio” de Elizabeth Bowen es una historia fría, desagradable, que recrea un destino tan ominoso como inevitable. El marido maltratador aparece aquí retratado como un horror que supera al de cualquier figura clásica de la literatura de miedo.
“La lotería” de Shirley Jackson es otro de los relatos famosos de esta antología. Con todo, su presencia aquí es tan inevitable como obvia. Si hubiera que hacer un top ten de los mejores cuentos de la historia sin duda este estaría entre los elegidos. Sencillamente perfecto.
“Los caballos fantasmales” de Isak Dinesen es una historia un tanto confusa y de complejidad innecesaria pero, también, un eficaz retrato de la niñez, en ocasiones, la más terrorífica de las edades.
“Icada, Nevda, Diada” de Rosa Chacel es el típico relato filosófico y denso que no gustará a muchos lectores deseosos de piezas más ligeras y comprensibles (aclaro que me encuentro en ese grupo más que en el de sus defensores).
“Portobello Road” de Muriel Spark es, quizás, la mejor historia de todo el libro. Narrada en primera persona por una fantasma, su venganza contra su asesino (hombre) es tan justa como bien narrada, con un estupendo elenco de personajes muy bien trazados donde sobresalen esas mujeres independientes y alegres y esos hombres tan débiles como inmorales.
“En plena temporada de la trufa” de Patricia Highsmith es otro cuento no exactamente fantástico. Pertenece a su serie de animales asesinos y posee ese humor seco y negrísimo con el que la Highsmith retrata los crímenes de sus obras. Aunque este feo decirlo reconozco que me ha parecido divertido, muy divertido.
En fin, al margen de debates sobre la literatura y el género, una de las mejores antologías de relatos de terror (y algo más) que he leído.

miércoles, octubre 24, 2007

Memoria Recuperada. "La Telaraña entre los Mundos" de Charles Sheffield


La traducción, de un buen nivel, es de Diana Trujillo. Además, encontramos la introducción general y la nota biográfica de Miquel Barceló, así como un prólogo de Arthur C. Clarke (señalando que el libro no es un plagio de “Las Fuentes del Paraíso”), y un capítulo científico en el que Sheffield especula sobre la posibilidad real de construir un ascensor espacial.
La historia en su época fue novedosa, aunque Clarke sacase el mismo año una novela similar sobre el mismo tema. Estamos hablando sobre la construcción de un gigantesco “ascensor espacial” (el Tallo de Habichuela) desde la Tiera a una órbita geosincrónica que haría innecesarios los cohetes. El eje del relato son las dificultades de construcción de semejante engendro. Pero existe una segunda línea temática igual de importante referida a las relaciones de Merlin (el protagonista) con Regulo (el empresario que financia el proyecto) y la búsqueda de los asesinos del padre de Merlin (oscuramente relacionados con Regulo).
Quizá el toque mas cf del libro no sea tanto el Tallo de Habichuela si no la sociedad del futuro que se describe (estamos en el siglo XXII): riqueza para todos y la más colosal obra de ingeniería nunca hecha financiada por un empresario que controla todos los negocios extra-planetarios… ¡Vale, Sheffield! Espero que algún día nos expliques como desde nuestro oscuro siglo XX y en 100 años llegamos a un futuro tan rutilante. Si olvidamos ese pequeño “detalle”, por lo demás el libro es bueno (mejor que el de Clarke), con buenos personajes, una trama intensa y una buena especulación científica del futuro (al margen de los aspectos sociales). Por supuesto que hay algunos excesos de “efectos especiales” (léase si no cuando el Tallo colisiona controladamente con la Tierra) pero son perdonables. También hay paralelismos con otras obras de Sheffield, especialmente la figura de Regulo será luego copiada en el Wherry de “Entre los Latidos de la Noche”. Por suerte, y a pesar de excesos neoliberales, aquí se muestra lo peligroso de concentrar en un solo hombre el poder que posee Regulo.

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Con este libro nos topamos con uno de los pequeños escándalos que han salpicado el mundo de la cf. En 1979 dos escritores publicaron sendas novelas con el tema del ascensor espacial como fondo, uno era un maestro consagrado, Arthur C. Clarke, que sacó “Las Fuentes del Paraíso”, el otro un novel, Charles Sheffield que presentó este “La Telaraña entre los Mundos”. Inicialmente se especuló con que Sheffield había plagiado a Clarke, de ahí la nota exculpatoria de Clarke que acompaña al libro de Sheffield, hoy parece más bien que si hubo plagio fue al revés.
En cualquier caso, Clarke ganó el Hugo de ese año, en una de las decisiones más discutibles sobre este premio, ya que, siendo sinceros, y a pesar de algún acierto, el libro de Clarke es bastante flojito. Sheffield, en cambio, creo una novela bastante más decente, con fallos clamorosos (entre otros no mencionados el de intentar meter demasiadas ideas en muy pocas páginas, algo típico en un autor novato) pero mucho más divertida y entrañable que la del británico.
Con ambos autores prácticamente fuera del mercado editorial, la historia ha colocado a cada uno en su sitio, Clarke es uno de los grandes y Sheffield, como mucho, un secundario de lujo. Aún así, los secundarios pueden superar a los maestros cuando estos entran en decadencia y ese fue el caso con la publicación de estas dos novelas, tan parecidas y tan distintas.

martes, octubre 23, 2007

Gottfried Keller (1819-1890)


Es curioso observar como muchas de las grandes luminarias del realismo decimonónico, de vez en cuando, cometieron pecadillos fantásticos que la mayor parte de la crítica parece querer obviar, algo relativamente fácil si recordamos que muchos de ellos se realizaron en forma de cuento. Autores como Galdós, Clarín, Turgueniev, Dickens, Elliot, Balzac o Flaubert cayeron en este “vicio”. Pero todo tiene su explicación. A veces se nos olvida que la formación juvenil de casi todos ellos fue en los años 30-40 del XIX (si no antes) y que en aquellos años el romanticismo y la novela Gótica eran los reyes. Esta generación de escritores fueron los responsables de acabar con esta tendencia artística pero, no es menos cierto, que muchos de ellos, de una forma u otra, le rindieron una forma de homenaje en alguna obra menor (en teoría) claramente fantástica.
En este sentido la figura del suizo Gottfried Keller es paradigmática aunque no exenta de una cierta complejidad. Keller creció y se formó como escritor en los años de apogeo del romanticismo, y siempre tuvo muy presente las figuras de Goethe y Hoffmann. Sus primeras obras las escribió en los años 50 pero no vieron la luz hasta los 70 cuando el realismo vivía su máximo apogeo. Esto explica, en parte, el fracaso de Keller como autor profesional, que no fue reconocido por el público hasta casi su ancianidad, aunque hoy en día se le considera el mejor autor suizo del XIX.
Sus obras más famosas tienen una innegable raigambre romántica, si bien vista desde un filtro realista. Su novela “Enrique el verde”, aunque sin elementos fantásticos, está considerada como la descripción definitiva del artista romántico con todos sus excesos, virtudes y defectos (es significativo que, además, sea una obra semiautobiográfica).
En cambio, el libro que supuso su primer gran éxito de público, “Siete leyendas” es un caso muy especial de obra fantástica. Poco tienen que ver estos cuentos con las leyendas de Bécquer o de otras autores afines del mundo germánico. Nos encontramos ante leyendas cristianas, vidas de santos y mártires plenas de milagros y de la presencia del diablo. No es, como sería de suponer, un libro desdeñable. Al contrario, las historias están llenas de ironía, sentido del humor y aventura pura y dura. Son bastante paganas en esencia y recrean a todo el santoral católico con una visión muy similar a la que actualmente tenemos respecto de la mitología griega. Por poner un ejemplo del espíritu de este libro, en una de las historias una monja abandona su convento para correr aventuras, lo consigue, sin fin ni resuello (y algunas de ellas poca adecuadas para su condición), pero, al final, decide volver a la vida conventual para descubrir que la propia Virgen María ha ocupado su lugar para evitarle problemas con la abadesa. Puede que, en el fondo, sea una historia muy cristiana pero, me temo, bastante alejada de la ortodoxia
Pero, sin duda, la obra maestra de Keller es “Gente de Seldwyla”, un conjunto de diez novelas cortas publicada en dos series. La segunda serie es plenamente realista, pero la primera posee un sano y vital espíritu romántico que, en mi opinión, la convierte en superior y uno de los hitos de la literatura en lengua alemana del XIX. Es una lastima que la única edición disponible para el aficionado (la de Cátedra) sea muy difícil de conseguir y, además, este incompleta (sólo seis de las diez historias, tres de cada serie). Hay una edición completa de 1923 que, paradojicamente, es más fácil de encontrar en el mercado se segunda mano. Yo he leído la de Cátedra y puedo asegurar que los tres relatos de la primera serie son realmente fascinantes. Los dos primeros poseen atisbos de ese romanticismo fantástico que tan buenos autores dio a la literatura alemana en la primera mitad del XIX.
“Romeo y Julieta en la aldea” presenta un destino ominoso y un personaje faústico y amenazador muy conseguido, mientras que “Los tres honrados peineros” es tan divertido y grotesco que escapa totalmente de cualquier intención realista. Pero la joya del libro es “El gatito Espejo” (que también ha aparecido en ocasiones en edición individual), con el permiso de Hoffmann, la mejor narración fantástica en alemán de todo el XIX. Un cuento donde se une lo mejor del realismo (la coherencia, la descripción ajustada a la realidad, el retrato crítico de la sociedad) y del romanticismo (la fantasía desatada, la recreación histórica, el gusto por lo extravagante y sobrenatural). Un relato que todo buen aficionado al fantástico debería de conocer, aunque, me temo, no es algo del todo habitual.
De la segunda serie aún hay alguna historia humorística cercana al espíritu de los primeros relatos (como aquella en que un vulgar sastre es confundido con un noble polaco en el exilio), pero el resto es bastante más soso, más costumbrista, con críticas acerbas a la poítica y religiosidad de la Suiza de la segunda mitad del XIX.
Keller aún escribiría más libros (de los cuales sólo hay otro traducido al español “Historias de Zürich”) pero, a juzgar por lo que cuentan sus estudiosos, ya plenamente realistas. Una pena que este suizo no hubiera vivido en otra época por que podría haber sido tan grande como Hoffmann e, incluso, Poe. Aún así alegrémonos de que, al menos, las aventuras de Espejo estén disponibles para nuestro disfrute y deleite.

domingo, octubre 21, 2007

Memoria Recuperada. "Entre los Latidos de la Noche" de Charles Sheffield


Edición correcta y típica de Nova por aquella época, buena traducción de Rafael Marín Trechera, habitual prólogo y nota biográfica de Barceló y portada con el usual E.T. amenazante nada del otro mundo.
La historia es realmente original e inusual. Para el 2010 la Tierra sufre un brusco cambio climático que la empuja a la catástrofe, finalmente las potencias se embarcan en una guerra nuclear a gran escala que acaba con la vida en nuestro planeta. Los únicos supervivientes son los habitantes de numerosas colonias en órbita todas ellas en manos de un supergenio de las finanzas (el ya tópico arrebato neoliberal yanki, una cosa tan costosa como la colonización espacial llevada a cabo por un solo hombre en vez de un gobierno, aparte de estúpido seudo-fascista). Todo esto sucede en la primera parte y en ella los protagonistas son los miembros del Instituto del Sueño recién trasladados a las estaciones espaciales.
En la segunda y tercera parte vivimos las aventuras de los habitantes de Pentecostés, un planeta colonizado 25.000 años después por naves generacionales, un brusco cambio de personajes y contexto que a algunos parece no gustar (¿?). Aparecen ahora los inmortales, seres que han conocido la antigua Tierra y son el misterio a resolver por los pentecosteses. Después de las consiguientes peripecias se resuelve la incógnita: el Instituto del Sueño ha conseguido ralentizar la vida humana (en el espacio-L) de forma que esta transcurra muy despacio para los inmortales desde un punto de vista exterior, ya que para ellos transcurre a la velocidad normal.
Todo muy ingenioso y original, una buena idea bien contada y con buenos personajes y descripciones. Además, la existencia del espacio-L (y el más lento aún espacio-T) permite a uno de los protagonistas visitar el momento final del universo cuando este se colapse sobre sí mismo.

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Bueno, si sobre “Las Furias” opinaba que no lo hacía del todo mal en el 95, con esta reseña debo de decir que, por lo visto, a veces podía ser realmente terrible. Una reseña o crítica que puede quedar como ejemplo de cómo no hay que hacer las cosas: descripción del argumento y poco análisis. Una lección que fui aprendiendo poco a poco pero que, a veces, todavía se me olvida.
En cuanto a Sheffield, puede que hoy no fuese tan benévolo con él. Anteriormente me había leído “La caza del Nimrod” y también me gustó, poco después cayeron “La telaraña entre los mundos” (que me siguió gustando) y “Las crónicas de McAndrew” (que me produjo tal urticaria que ahí finalizó mi relación con este escritor, aunque puede que algún día le de una oportunidad a “Proteo”).
Hoy puedo verlo como un autor que basaba todo en el sentido de la maravilla y se olvidaba de cuestiones como el estilo y la construcción de personajes (mucho más planos de lo que hace doce años suponía), aparte de glorificar en exceso alguno de los aspectos socioeconómicos estadounidenses que más desprecio.
Sin embargo, sus ideas eran realmente buenas y, en ese sentido, resultaba un autor de cf perfectamente disfrutable, si uno asume ciertas limitaciones. El sentido del ritmo y la aventura de “La caza del Nimrod” eran impresionantes y la originalidad de la idea sobre la que recae toda la historia de este “Entre los latidos de la noche” (probablemente su mejor libro), muy destacable. Cf anticuada y algo pasada de moda pero muy buena como mero divertimento.

sábado, octubre 20, 2007

Doris Lessing


Doris Lessing ha ganado el Premio Nobel de literatura, y sí alguien se pregunta por que viene a colación en un blog como este, simplemente le recuerdo que la británica ha sido autora de un buen puñado de novelas de ciencia ficción y fantásticas, clamorosamente ignoradas por el fandom y la crítica académica (para una vez que están de acuerdo no se han debido ni de enterar).
En efecto, el jurado del Nobel ha recordado las obras más feministas y comprometidas de Lessing como “El cuaderno dorado” y la mayoría de los críticos que escriben en la prensa se han sumado a dicho carro mencionando otros títulos suyos como “Canta la hierba”, “El quinto hijo” o “La buena terrorista”. En cuanto al fandom, creo (y recalco esta palabra que ando un poco despistado últimamente sobre lo que se cuece en el mundillo) ha dado la callada por respuesta.
Y es curioso por que esto va a ser lo más cercano a un autor de ciencia ficción que va a ganar semejante premio. Muerto Lem, el único candidato posible que se me ocurre sería J. G. Ballard pero me temo que a pesar de su nombre no está en ninguna de las quinielas de la Academia Sueca. Premiar a autores importantes del género que escriben de maravilla y han creado una auténtica revolución con su obra (a bote pronto se me ocurre Silverberg o Aldiss) entra dentro de lo utópico.
Lo curioso es que, quizá, por una vez academia y fandom tengan razón y, realmente, la obra especulativa de Lessing sea lo más flojito de su carrera. Tiempo ha leí y critiqué para Cyberdark los tres primeros libros de su saga “Canopus en Argos”: “Shikasta”, “Los matrimonios entre la zonas tres, cuatro y cinco” y “Los experimentos sirianos” (siguen aún inéditos los dos últimos tomos pero Minotauro, la editorial que ha publicado esta serie, tradujo provisionalmente sus títulos como: “La formación del representante para el planeta ocho” y “Los agentes sentimentales en el Imperio de Voylen”). Me temo que los libros no me gustaron y que fui excesivamente crítico y hasta cruel en mis observaciones, me molestó su incoherencia, su acientifismo y su infantil izquierdismo sesentayochista. Eso ha provocado que no me haya acercado a otras obras suyas de género como “Memorias de una superviviente”, “Mara y Dann” o “Historia del general Dann, Mara y el perro de las nieves”.
Bueno, yo soy fandom y opino eso así que por ahí Lessing poco tiene que rascar. Si acudimos a la crítica oficial puedo citar a Germán Gullón, que ha dicho:
A estas obras les falta coherencia, obedecen a una voluntad creativa carente de soporte intelectual. Lessing dice que quiso empezar de cero, sin red cultural que sustentase el texto, y se nota. Es como si su mejor veta narrativa, basada en la introspección, en la crítica del entorno social, en la observación y en la experiencia, se hubiera secado. (“El Cultural”, 18-24 de Octubre de 2007), En el mismo artículo acusa a la inglesa de comercialismo por escribir estas obras.
Como en el término medio está la virtud, no me parece mala idea recurrir a alguien como Pringle, a medio camino entre ambos mundos (academia y fandom) y famoso por su peculiar punto de vista y su descarado chovinismo hacia todo lo que huela a británico. Y es significativo observar como en su “Ciencia Ficción. Las 100 mejores novelas” no aparece ni uno de sus libros. Aunque si encuentra un hueco en el volumen hermano dedicado a la fantasía las “Instrucciones para un descenso al infierno”.
Con todo, los libros de Lessing se venden bien, Minotauro nunca los ha saldado y les ha dedicado varias ediciones a pesar de dejar la saga sin terminar (da un poco lo mismo, las historias son autoconclusivas). Incluso de “Los matrimonios entre las zonas tres, cuatro y cinco” se ha escrito una opera (obra de Philip Glass). He de suponer que si el fandom no los ha comprado eso quiere decir que han caído en manos del público general, y no deja de ser curioso que unos libros tan atípicos sean lo único que mucha gente leerá sobre ciencia ficción en toda su vida.
Lessing, por supuesto, se siente orgullosa de su obra y persevera en ella. Su última novela “The cleft”, que me imagino que se publicará en España en breve a bombo y platillo a rebufo del Nobel, es también de ciencia ficción, narra la historia de un pueblo de mujeres que no conoce a los hombres hasta que estos empiezan a nacer dejándolas totalmente desconcertadas.
El libro va acompañado de un cierto escándalo. Una traductora dejó el trabajo a medias por que decía que le repugnaba, las feministas se han puesto de los nervios y se ha creado todo un debate sobre como titular el libro en español. La traducción más obvia es “La raja” (y sí, se refiere a eso que están pensando) pero como asuena un poco brutal (aunque esa era la intención de Lessing) se especuló con “La hendidura” o “La grieta” y, parece, finalmente se va a optar por “El abismo”. Manda gónadas que diría aquel.
A pesar de todo, no puedo dejar de sentir una cierta simpatía por Lessing, Harold Bloom y otros patriarcas la están poniendo a caer de un burro, que si es un premio políticamente correcto, que si se lo merecía más Philip Roth o Amos Oz, que si hubo un empate y Lessing fue la solución a semejante lío. En fin, las malas lenguas en literatura ya se sabe como son. Yo dejó aquí un párrafo sacado de la introducción de “Shikasta” escrito en 1978 y que explica por que, a pesar de todo, le tengo simpatía a esta señora:
Estaba yo en los Estados Unidos dando una charla cuando la catedrática que presidía la sesión (cuyo único defecto bien podía ser el haberse atiborrado de cánones académicos) me interrumpió: “Si estuviera usted en mi clase nunca aprobaría con lo que acaba de decir”. Lo que yo acababa de decir era que la ficción del espacio constituye, junto a la ciencia ficción, la rama más original de la literatura contemporánea; que es imaginativa e ingeniosa; que ha revitalizado ya todos los campos de la palabra escrita; y que los académicos y pontífices de las letras hacen mal en desdeñarla o ignorarla, aunque, claro está, siendo como son, no quepa esperar de ellos otra cosa. Este punto de vista parece estar convirtiéndose en la materia misma de la ortodoxia.
Pienso sinceramente que colocar en un estante una novela “seria” y en otro distinto “Los primeros y los últimos hombres”, por ejemplo, implica una actitud muy equivocada.
Qué acontecimiento, la eclosión de esos géneros nacidos no se sabe de dónde y de repente, por supuesto, como cada vez que el entendimiento humano se ve obligado a ampliar sus fronteras: hoy hacia las estrellas y las galaxias, mañana quien sabe a dónde. Esos visionarios nos han trazado el mapa del mundo, de los mundos, han narrado como nadie lo que ahora está aconteciendo, y han descrito hace tiempo nuestro horrible presente, cuando todavía era el futuro y los portavoces oficiales de la ciencia proclamaban la imposibilidad de todas las cosas que hoy ocurren. Han tenido que desempeñar el indispensable (y por lo menos al comienzo) ingrato papel de hijo bastardo y menospreciado, capaz de decir verdades que los otros, los legítimos y respetables, no se atreven a revelar, o, más probablemente, que su misma respetabilidad no les permite ver. Han explorado las literaturas sagradas del mundo con la misma audacia con la que han llevado hasta sus lógicas conclusiones las hipótesis científicas y sociales, para que podamos examinarlas ¡Qué gran deuda tenemos con ellos!