sábado, junio 10, 2006

Carbono Alterado de Richard Morgan


Digamos que este libro me lo leí un poco obligado. No era un título que me atrayese en exceso y hay tantas cosas apetecibles que leer y tan poco tiempo.... Sin embargo, y por razones más o menos profesionales, al final me decidí y, sinceramente, me alegro muchísimo el haber vencido mi prejuicio porque estamos ante uno de las más atractivas novelas de ciencia ficción escritas y publicadas desde el ghetto del año pasado. De hecho, si no fuera por el chorro de obras maestras publicadas en el 2005, “Carbono alterado” hubiera podido ser la sensación de la temporada y no dudo que en otro año de vacas flacas se hubiese llevado más de un premio.
Eso si, al Cesar lo que es del Cesar, Morgan no es un innovador ni un fino estilista, la historia que nos cuenta está más vista que el tebeo y la forma de narrarla es muy poco original, es pues un autor que podíamos calificar de artesanal, estrictamente de género y sin mayores pretensiones que no es poco.
“Carbono alterado” es una especie de cruce entre cyberpunk y novela negra escabrosa y poco delicada. Estamos ante un futuro relativamente poco lejano, la humanidad ha conseguido el viaje a las estrellas y, lo que es más importante, unos avances en genética e informática que permiten que nuestro “ser” sea almacenado en un soporte informático y descargado en cualquier cuerpo o “funda” (eso explica el título del libro).
Una idea, en sí, poco original y que creo que inauguró en todo su esplendor Varley en los 70 y que aquí en España ha desarrollado a la perfección Cotrina. En cualquier caso, Morgan, aunque sea un escritor primerizo, consigue crear todo un universo tangible y complejo alrededor de esta base: los criminales son “almacenados” mientras dura su pena, sus cuerpos pueden ser alquilados o comprados, y los más ricos se convierten en casi inmortales con cientos de fundas clónicas a usar a su antojo (de ahí su nombre de “Mats” por Matusalén).
En este universo un tanto distópico, Takeshi Kovacs, un convicto que antes había trabajado para una agencia de élite del gobierno, es sacado de su almacenaje y enfundado por un Mat extremadamente rico que le necesita como detective privado. El crimen a investigar es el del asesinato del propio Mat, que obviamente hace copias de seguridad de si mismo cada 24 horas así que matarlo de forma definitiva es un pelín difícil.
A partir de ahí nos embarcamos en una novela negra donde Kovacs debe descubrir quien es el asesino y que es una excusa para mostrarnos un futuro podrido que se parece bastante a nuestro presente. Morgan, aunque cae también en los tópicos de la novela policíaca más cruda, es muy efectivo a la hora de mostrarnos los más sórdidos ambientes futuristas y las bajas pasiones de los ricos (imaginaos las posibilidades de sexo guarro y sucio que hay con la tecnología disponible en este libro).
Como era de esperar, las cosas se complican y mucho y, al final, nada es lo que parece y Kovacs pasa por mil y un aventuras antes de salirse con la suya.
Como ya he dicho antes, el gran defecto del libro es su falta de originalidad, toda la historia nos suena a algo ya leído, tanto la parte de ciencia ficción como la policíaca pero, curiosamente, esto no es exactamente algo malo. A veces, apetece volver a leer la misma historia si esta es buena y está bien escrita y “Carbono alterado” cumple estos requisitos.
El libro está escrito a un ritmo casi cinematográfico que lo convierte en un pasapáginas absorbente, las sorpresas están bien dosificadas y los personajes, aunque típicos, muy bien descritos al igual que la muy creíble ambientación. Bueno, puede que Kovacas sea demasiado “perfecto” como tipo duro invencible y que a veces sus dotes estén más cerca de las de un superhéroe que de las de un humano normal pero al final se le perdona este defectillo, este es un libro en que todos queremos que el prota se acabe saliendo con la suya.
En cualquier caso, la novela ha sido un éxito en U.S.A. y parece ser que Morgan va a escribir más secuelas, incluso se habla de una película. Esperemos que todo eso llegue a España a su debido tiempo.
Por último, un par de cosas, Morgan vivió en Madrid y ha utilizado este dato de su vida en la novela, esta transcurre casi íntegramente en California pero el malo malísimo vive en Valle de los Caídos (que por supuesto Kovacs no tiene ni puta idea de que es) y cuando el prota decide irse de copas a lo bestia, elige Madrid, ya se sabe que la marchilla de la capital afecta mucho a los guiris.
La última cosa es que el aspecto exterior de este volumen me ha gustado poquito. La portada me parece bastante poco trabajada, de hecho podría ser uno de los bocetos para los carteles de Blade Runner (se ve que los ilustradores también pueden caer en lo tópico) y el paso de Minotauro de la tapa dura a la blanda solo puede calificarse como lamentable. Pero, en fin, lo que cuenta es el contenido.

viernes, junio 02, 2006

Una Reflexión

Para mí, una de las cosas más curiosas del 2005 en el campo de la ciencia ficción ha sido el gran número de escritores mainstream que se han atrevido con este género y que, además, lo han hecho igual o mejor que los profesionales habituales.
Igual de curioso me resulta el que algunos de estos escritores hayan reivindicado su obra como ciencia ficción y otros lo hayan negado con mayor vehemencia.
Veamos cuatro ejemplos de los que ya he hablado en este blog: Houellebecq y “La posibilidad de una isla”, Cunningham y “Días memorables”, Ishiguro y “Nunca me abandones” y Roth y “La conjura contra América”.
Los cuatro libros tocan temas clásicos de la ciencia ficción: Roth escribe una ucronía con el nazismo de fondo, Ishiguro habla de clonación, Houellebecq de post-humanos y Cunningham crea un refrito de casi todos las grandes ideas del género.
Houellebecq y Cunningham reivindicaron el carácter cienciaficcionístico de sus libros. El francés lo hizo con gran entusiasmo, cosa nada rara si tenemos en cuenta que uno de sus primeros libros fue un ensayo sobre H. P. Lovercraft. El norteamericano también defendió la importancia de la literatura especulativa en estos días inciertos, en concreto alabó la obra de Ursula K. LeGuin. Sinceramente, sus afirmaciones me sorprendieron gratamente ya que no me las esperaba de alguien tan “literario” como él, obsesionado por gente como Virginia Woolfe o Walt Whitman.
En cambio, Roth e Ishiguro eligieron otro camino bien diferente. Nadie se atrevió a preguntarle al cascarrabias del neoyorkino por la conexión de su obra con clásicos como “El hombre en el castillo” de Dick (o best sellers como “Patria” de Harris”). Pero es que encima el muy ególatra se tiró el rollo autoproclamándose creador de semejante sub-género de historia alternativa lo que en mi modesta opinión resulta sangrante por que como creo que ya he mencionado por aquí la cosa data del siglo I cuando Tito Livio se preguntó que hubiera ocurrido si Alejandro Magno hubiera atacado Roma e, incluso, existe una corriente historiográfica llamada Historia Contrafactual originaria de E.E.U.U. que defiende la ucronía como metodo de investigación histórico. Sinceramente, puedo asumir que Roth no sepa quien es Murray Leinster (el que introdujo esta temática en los pulp norteamericanos en los años 30) pero dudo que sea tan ignorante en la materia como pretende.
En cuanto a Ishiguro, el británico-japonés sencillamente negó que su libro fuese ciencia fición “por que no estaba ambientado en el futuro y no se preocupaba de las cuestiones tecnológicas”, comentarios que te hacen dudar de la valía intelectual de ciertos autores o de su capacidad para mentir sin pestañear. Puede que Ishiguro no se haya leído “La quinta cabeza de Cerbero” de Gene Wolfe o “Donde solían cantar los dulces pájaros” de Kate Wilhelm pero no me creo que sea tan ceporro como para no saber que es realmente la ciencia ficción cuando Cunningham o Houellebecq si lo saben.
Bien, con estos antecedentes, está claro con que simpatías cogí los cuatro libros de marras pero los resultados fueron sorprendentes. Como ya sabrán los que me hayan seguido, “La posibilidad de una isla” me ha parecido espantoso, “Días memorables” me ha gustado pero “Nunca me abanodnes” me ha encantado y “La conjura contra América” es casi una obra maestra.
Básicamente, mi nivel de disfrute de cada libro ha sido inversamente proporcional al aprecio previo que tenía a cada uno de sus autores.
Moraleja de la historia, si es que hay alguna, nunca te fies de lo que dice un escritor cuando está promocionando un libro, son egoistas, son egocéntricos y son profesionales de la mentira (es su oficio), así que lee sin prejuicios y sin importarte un comino las opiniones o la vida personal de cada uno que, a fin de cuentas, deberían de fascinarnos los libros no la forma de ser de sus padres.

jueves, junio 01, 2006

Las Edades de la Luz de Ian R. MacLeod


En una entrada anterior, meses ha, comente lo mucho que me había gustado la novela corta de Ian R. MacLeod “Musgo de vida” (aprovechen a comprársela ahora que Robel ha saldado y sale por cuatro perras) e hice la promesa pública de seguir a este inglés que parecía que iba a continuar siendo publicado en nuestro país.
Bueno, pues aquí tenemos al fin una novela suya y debo reconocer que “Las edades de la luz” me ha gustado mucho más que “Musgo de vida”.
Sinceramente, y por muy friki que sea, reconozco que es una pena que un libro como este haya sido publicado por una editorial de género como es La Factoría de Ideas. “Las edades de la luz” es un título cuyo estilo y temática serán más del gusto de los lectores maisntream que de los más endogámicos fandomitas. Publicado en la colección Solaris corre el riesgo de no llegar a su público, ya que tengo mis dudas de que un lector de cosas más “serias” se acerque a las estanterías de una librería marcadas por los terribles rótulos de Fantasía y Ciencia Ficción. Y temo también que los lectores habituados a dragonadas rutinarias y brillantes naves espaciales que se enfrentan unas a otras con rayos láser en el espacio profundo sean capaces de apreciar las virtudes de un libro tan exquisito como este.
En fin, que me veo obligado a la fea necesidad de hacer proselitismo y buscar conversos pero, de verdad, este libro lo merece.
Mucho se ha hablado en los últimos años sobre la renovación de la fantasía a raíz de la publicación de las sagas de Sapkowski y Martin. Seamos un poco serios aunque ambas series me encantan personalmente veo su supuesta renovación de bastante corto alcance. Estilísticamente son libros que comparten una forma de hacer las cosas más llamativamente innovadora que real, puede que usen un lenguaje más crudo o que utilicen el subjetivismo del punto de vista de cada personaje como herramientas narrativas pero, a la larga, seguimos ante historias contadas a un ritmo desenfrenado, donde la acción casi siempre cede su sitio a la reflexión.
Otra cuestión que también se ha alabado de estos libros es su realismo sucio, su veracidad a la hora de contar lo horrible que puede ser una guerra o lo poco escrupulosa que es la política. Igualmente se ha ensalzado la facilidad con que los protagonistas supuestamente intocables desaparecen de la escena sin concesiones para la sensibilidad del lector.
Y todo esto es cierto, que duda cabe, pero, repito, son más fuegos de artificio que algo real y auténtico. Por que, a la larga, lo que realmente define a la fantasía como género es su ambientación, el tipo de historias que cuenta y tanto en las aventuras de Geralt de Rivia como en los enfrentamientos entre Stark y Lannister nos seguimos encontrando con un paisaje que se ha convertido en un fósil casi inamovible: ambientación medieval, batallas decisivas, historias contadas desde el punto de vista de los poderosos, magos invencibles, poderes oscuros de enorme maldad... Ya no es que las cosas no hayan cambiado en exceso desde Tolkien a Sapkowski es que no hay grandes cambios desde Morris hasta Martin.
Por eso esta obra de McLeod resalta de una forma tan llamativa respecto a otros títulos, porque en ella si que hay una renovación auténtica y verdadera. Y, ojo, una renovación en la que se siguen utilizando muchos de los recursos habituales del género fantástico, aquí también hay dragones, magos poderosos, un mal que amenaza al mundo, razas fantásticas, mucha magia y un protagonista que emprende una búsqueda pero todo lo demás es radicalmente nuevo.
En primer lugar, el estilo del libro es profundamente diferente a todo lo demás que se está publicando dentro de este género. En “Musgo de vida” señalé que MacLeod parecía tener querencia por los tempos lentos. Bueno, esa querencia alcanza aquí su máxima expresión y, me temo, puede resultar agotadora para más de un lector que busque que las cosas vayan rapiditas. “Las edades de la luz” es un libro largo, 370 páginas no parecen muchas pero la Factoría, en una decisión deplorable, ha elegido un tipo de letra minúsculo que entorpece claramente la lectura pero que, seguramente, ha conseguido abaratar costes y evitar que el libro se fuese hasta las 600 o 700 páginas. Repito que el tipo de letra es una canallada que va a echar para atrás a mucha gente pero, siendo optimista, también es verdad que nos ha evitado que el libro aparezca editado en dos volúmenes.
En cualquier caso, si a uno le puede costar seguir la lentitud del ritmo en 70 páginas que no será en algo 10 veces más largo.
Pero, hay que reconocer, que ese estilo característico de MacLeod es uno de sus principales atractivos ya que nos permite sumergirnos en bellas descripciones paisajísticas, hábiles presentaciones de personajes y fascinantes exploraciones de la psicología de los habitantes de este libro.
En cuanto a la historia que nos cuenta, esta está totalmente alejada de la ambientación habitual del género, aquí no hay Edad Media de rutilantes caballeros, estamos en pleno siglo XIX de Revolución Industrial, lucha de clases, burguesía aplastante y revolución del proletariado. Un libro que es un cruce entre Marx, Dickens y “El Señor de los Anillos”.
La base del razonamiento de MacLeod es tan impecable como original. Muy bien, hay magia, pero la magia por si misma no evita el avance de la tecnología sino que puede ser utilizada por esta como una peculiar fuente de energía que permita el funcionamiento de todo tipo de artilugios. De esa manera, la Revolución Industrial es posible, solo que una Revolución Industrial “mágica” donde el carbón es sustituido por el éter, la auténtica fuente de la magia.
Y a partir de ahí podemos tener minas de éter, fabricas metalúrgicas donde el éter mueve la maquinaria, trenes de éter y, de una forma más mundana, bestias míticas como unicornios y dragones creadas a partir del uso de dicho material sobre animales más terrenos como caballos y lagartijas.
Por supuesto, si las cosas fuesen de esta manera, nos encontraríamos con que los magos que consiguen controlar el dichoso éter se acaban convirtiendo en la clase social más poderosa muy parecida a la burguesía decimonónica sólo que agrupada en todopoderosos gremios cuyo principal objetivo es el mantenimiento del status quo.
Y, claro, donde hay burguesía hay proletariado, obreros y lumpen, que deben de trabajar de forma penosa para que el éter siga fluyendo y los ricos magos puedan seguir dominándolos.
Obviamente, esta idea presenta algunos agujeros pero MacLeod es lo suficientemente listo como para enmascararlos de tal forma que uno no es consciente de sus existencia hasta que el libro está más que terminado.
Y otro de los aciertos del inglés es presentarnos el reverso tenebroso del éter que puede convertir a sus usuarios en extraños mutantes, repulsivos a los ojos del mundo, perseguidos como los brujos medievales y encerrados en instituciones similares a los manicomios decimonónicos que pueblan las páginas de los libros de Wilkie Collins o Charles Dickens.
Dentro de este mundo tan peculiar como cercano, MacLeod nos cuenta en primera persona la historia de su protagonista, Robert Borrows. Hijo de un minero del éter, que huye a Londres en busca de una vida mejor y que se ve envuelto en un amor imposible y una extraña investigación que pondrá al descubierto un terrible secreto que amenaza las bases de su mundo. Todo ello, como no, le llevará a convertirse en el líder de una revolución socialista tan inevitable como, a la larga, decepcionante.
Gran parte del encanto del libro es la habilidad y el realismo con que son descritos los ambientes tanto obreros como burgueses de esta Inglaterra alternativa. El pueblo minero de Bracebridge, las barrriadas chabolistas de las afueras de Londres, los barrios y mansiones burguesas se nos muestran de una forma tan conseguida que uno es capaz de oler el moho y la suciedad o de sentir el roce de la seda y el sabor del champán.
Otra de sus virtudes es el desencanto con que toda la historia esta contada. La revolución proletaria no va a poner fin a los males del mundo, el éter, que también puede ser visto como una brillante metáfora del capital, a la larga triunfa siempre y hace que el adagio de Lampedusa se cumpla de forma inexorable: “Cambiémoslo todo para que no cambie nada”.
Por las páginas de “Las edades de la luz” desfila una gloriosa cohorte de personajes tan entrañables como prototípicos: el obrero orgulloso de su labor y de su puesto en la sociedad, el arribista social, el lumpen que degenera en terrorista anarquista, el timador, el burgués empobrecido que busca la supervivencia, el desclasado (el propio protagonista del libro, Robert Borrows), el rico ingenuo que lucha por los derechos de los obreros y queda en tierra de nadie y otros muchos que parecen sacados de la “Comedia Humana” de Balzac.
Y, por supuesto, esa impresionante descripción de la revuelta obrera basada en el cartismo inglés de 1848 y en la revolución rusa de febrero de 1917 que hacen que a uno de le encoja el corazón leyendo esos pasajes.
En suma, un libro apasionante, emotivo, raro en el panorama fantástico actual y realmente renovador que nadie debería de perderse, friki o no.