domingo, octubre 30, 2005

Ciencia Ficción: Principales Sub-Géneros. Conclusión

¿Sirve para algo una división tan academicista, tan estricta y cuadriculada de la ciencia ficción? ¿Tiene algún sentido? A bote pronto la respuesta es no, todo este pequeño esfuerzo ha sido un tanto baldío. Por cada una de las novelas que he puesto por ejemplo de los distintos sub-géneros a cualquiera se le pueden ocurrir una docena que no consiguen encajar en ninguno de dichos apartados. Por ejemplo, “El mundo invertido” de Christopher Priest, aunque algo tiene de distorsión temporal sería un tanto forzado incluirla entre las obras de viajes en el tiempo.
A veces, nos encontramos con tal profusión de temas que es imposible incluir determinados libros en un solo sub-género. En “Tiempo para amar” de Heinlein hay exploración espacial, space opera, una familia de inmortales, viajes en el tiempo y un atisbo de utopía futura, demasiado para un solo libro pero desde luego difícil de encajar en ningún sitio.
En otros casos, algunas historias si que podrían situarse dentro de uno de estos casilleros artificiales pero con el problema de que la intención del autor no era exactamente esa. “En alas de la canción” de Thomas M. Disch muestra un futuro distópico y una nueva tecnología (la canción extracorpórea) pero uno no se deja de tener la sensación de que la intención del autor era otra más profunda, quizás la de realizar un relato en cierta forma autobiográfico y, probablemente, la de escribir sobre como el ser humano persigue determinados sueños para ser destruido por ellos. Y esta temática me temo que no es exclusiva de la ciencia ficción.
De hecho, esta colección de entradas la inicie criticando a un imaginario experto en literatura que quisiera dividir la ciencia ficción en sub-géneros mucho más convencionales. Después de reflexionar un poco, he llegado a la conclusión de que realmente si es posible dicha división. Hay una ciencia ficción bélica (“Tropas del espacio” de Heinlein), incluso pacifista (“La guerra interminable” de Haldeman), otra romántica (“Los amantes” de Farmer o “Muerte de la luz” de Martín), por supuesto la hay policíaca (“Bóvedas de acero” de Asimov), incluso tenemos novelas del oeste (“En las profundidades” de Clarke) o costumbristas (“334” de Disch). De espionaje (“El día que el tiempo se detendrá” de Farmer), políticas (“Estrella doble” de Heinlein), de aprendizaje (la citada “En alas de la canción” de Disch), etc, etc. ¡Pero si hasta cuando uno lee “Rimrunners” de Cherryh parece que está leyendo una novela sobre la armada inglesa en las guerras napoleónicas de las escritas por O’Brian o Forester....! Eso si, como dijo en su momento Aldiss, estos libros nos gustan no por que sean policíacos, romántico o western si no por que son ciencia ficción pero aún así las conexiones con la literatura general son innegables.
Y, como no, sería posible hacer otra sub-división de nuestro género con premisas distintas tanto de las de la literatura tradicional como de las mías. Y si no buceen en los archivos de Cyberdark y busquen una serie de estupendos artículos de Yarhel al respecto, se darán cuenta de que los caminos son múltiples y en absoluto excluyentes.
Incluso tenemos a un Philip K. Dick, uno de los puntales del género, cuya obra es prácticamente inclasificable de una manera u otra hasta el punto de crear el mismo un nuevo tipo de apartado: el de descomposición de la realidad, extremadamente complejo de realizar con algo de solvencia.
Total, que todo esto parece haber sido un trabajo absurdo y sin sentido. Pues no, para algo puede servir. En primer lugar tiene un sentido didáctico, si alguien se pregunta de que va la ciencia ficción aquí puede encontrar una respuesta relativamente rápida, si alguien supone que ya sabe lo que es la ciencia ficción (cosas de marcianitos...) aquí podrá descubrir que la realidad es un poquitín más complicada. En segundo lugar, creo que también tiene un modesto propósito de estudio. Si alguien tiene la intención de descubrir cuales son los principales temas de la ciencia ficción a lo largo del tiempo y como han evolucionado con el paso de los años, este tipo de divisiones le serán extremadamente útiles. Y por último, a mi me ha tenido bastante entretenido durante unos cuantos días y espero que a alguien más y eso, en los tiempos que corren, no es poco.

sábado, octubre 29, 2005

Ciencia Ficción: Principales Sub-Géneros. Ciencia Ficción Sociológica (Utopías & Distopías)


Los conservacionistas eran victimas propiciatorias, esos fanáticos de mirada fiera que pretendían que la civilización moderna estaba en cierta medida expoliando nuestro planeta. Eran una gente absurda. La ciencia siempre va un paso por delante de la falta de recursos naturales. Después de todo, cuando la carne autentica comenzó a escasear nosotros ya teníamos las sojaburguesas preparadas. Cuando comenzó a faltar el petróleo, la técnica descubrió el Cadillac a pedales.

Yo había considerado una vez las ideas de los conservacionistas y todos los argumentos se reducían a una sola cosa: la forma correcta de vivir es la de la Naturaleza. Eso es una tontería. Si la naturaleza pretendiera que comiéramos vegetales frescos, no nos habría dado la niacina o el ácido ascórbico.

Frederick Pohl y C. M. Kornbluth Mercaderes del Espacio (1953).

Las utopías (y su reverso tenebroso, las distopías) son tan antiguas como la propia literatura. El interés por describir una sociedad ideal (la utopía) o por describir de forma exagerada los males de nuestra época y su posible evolución (la distopía) aparecen ya en textos mesopotámicos y egipcios de hace 4.000 años. Su encarnación más perfecta en la antigüedad clásica vino de la mano de Platón que en “La República” y “Las Leyes” sentó las bases de este género. Imitado hasta la saciedad por griegos y romanos su canto del cisne antes del oscurantismo medieval fue “La ciudad de Dios” de San Agustín, una obra que tiende un puente entre ambos mundos.
Con la aparición del Renacimiento, y como parte del afán imitativo de todo lo grecorromano, el género renace de sus cenizas y alcanza quizás su máximo esplendor de la mano de autores como Campanella (“La ciudad del Sol”) y especialmente Thomas More que le da nombre con su “Utopía”.
En los siglos XVII y XVIII se siguió con este tipo de libros que, poco a poco, fueron deslizándose hacia el campo de la ciencia ficción. En efecto, con el avance de las exploraciones geográficas cada vez era más difícil situar una utopía o distopía en algún lugar del globo terrestre. Jonathan Swift en sus “Viajes de Gulliver” aún se atrevió a mandar a su protagonista a alguna isla remota pero, poco a poco, los autores fueron buscando nichos más “imposibles” y, por lo tanto, mas fantacientíficos.
Ludvig Holberg en su “Viaje al mundo subterráneo” (1741) marcó el camino al situar a su viajero dentro de las entrañas de la tierra. El concepto de tierra hueca acababa de nacer y pronto fue utilizado por cientos de escritores, destacando Henry Rider Haggard con su saga de “Ella”.
Para finales del XIX y principios del XX la tierra hueca dejó de ser una posibilidad creíble y, a partir ahora, las opciones eran, básicamente, dos: o bien viajamos a otro planeta, o nos situamos en un futuro más o menos cercano o la utopía-distopía se empieza a fraguar en nuestros mismos días.
Ante estas perspectivas, y en cierta forma, casi todas las historias de ciencia ficción ambientadas en el futuro o que describen otra civilización que no sea la nuestra son utopías o distopías. Evidentemente, si siguiésemos esta pauta, el marco se agrandaría de una forma grotesca e incluiría a otros muchos sub-géneros como el de viajes en el tiempo, exploración espacial o space opera. Por ello, queda claro que estamos ante una utopía-distopía siempre y cuando el autor tenga la intención consciente de criticar abiertamente los valores de la sociedad en la que vive.
Esta intención y la larga historia de este sug-género hace que sea el más aceptado por el mainstream de todos los que forman la ciencia ficción. De hecho, tres de las más grandes novelas de ciencia ficción jamás escritas, y que se sitúan aquí, lo fueron por escritores que no creían estar escribiendo ciencia ficción y suelen aparecer en todos los manuales académicos de literatura sin señalar su carácter cienciaficcionístico. Me refiero a “Nosotros” de Yevgueni Zamiatin, “Un mundo feliz” de Aldous Huxley, y“1984” de George Orwell.
Por desgracia, el caso no es nuevo, “Los viajes de Gulliver” de Jonathan Swift o “Erewhon” de Samuel Butler son dos libros mucho más antiguos en los que se repite exactamente lo sucedido con las obras de Orwell, Zamiatin o Huxley.
En el fondo, todo resulta un tanto descorazonador por que otros libros tan valiosos o más que estos clásicos jamás llegarán al gran público ni a la academia literaria por estar publicados por editoriales de género o escritos por autores estrictos de ciencia ficción. “Limbo” de Bernard Wolfe o “Mercaderes del espacio” de Frederick Pohl y C. M. Kornbluth son dos perfectos ejemplos de esta situación.
Un aspecto apasionante de este sub-género es que nuca quedan claras sus fronteras, lo que para uno puede ser utópico para otro puede ser claramente distópico. Los libros que se escribieron entre finales del XIX y principios del XX soñando con el triunfo de los ideales marxistas (“Noticias de ninguna parte” de Morris o El año 2000” de Bellamy) son un magnífico ejemplo. Incluso en nuestros días “Los desposeídos” de Le Guin daría más de un escalofrío a bastantes lectores de tendencia conservadora. Y viceversa, “La rebelión de Atlas” de Ayn Rand es un buen ejemplo de una utopía capitalista que a más de uno le dará terror.
Obviamente, la política no es el único campo de los utópico-distópicos. Gillman con “Dellas” inauguró el sendero de las utopías feministas tan bien seguido por autores como Sturgeon (“Venus mas X”), Le Guin (“La mano izquierda de la oscuridad”), Elgin (“Lengua materna”) o Russ (“El hombre hembra”).
Verne se aplicó en contra del militarismo (“Los 500 millones de la Begún”) siendo imitado con éxito por autores como Harrison (“Bill, héroe galáctico”), Haldeman (“La guerra interminable”), Shaw (“¿Quién anda por ahí?”) y, en especial, Wolfe (“Limbo”).
Los males de la contaminación y la superpoblación ya fueron tratados por Morris en “Noticias de ninguna parte” y consiguieron un gran éxito de la mano de escritores como Brunner (“El rebaño ciego”), Benford (“Cronopaisaje”) o Harrison (“¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio!”).
Y la lista de múltiples males criticados por los escritores de ciencia ficción podría prolongarse así hasta el infinito. Ahora bien, el principal problema que plantea la utopía-distopía es su carácter ensayístico y panfletario. No hay nada peor que ser un escritor aburrido y muchos autores de este sub-género pueden conseguir dormir a una piedra cuando empiezan a hablar de las virtudes de su modelo social con una aridez tan pasmosa como irrefrenable. ¿Qué hace que el libro de Bellamy ”El año 2000” sea un tostón y el de London “Talón de hierro” se lea con fruición, tratando los dos de lo mismo, el advenimiento de una sociedad socialista?. Pues que uno es un ensayo pesadísimo sin ninguna gracia y el otro una novela de aventuras trepidante y absorbente.
Otro buen ejemplo es Robert Heinlein que sin haber escrito una sola novela de este sub-género si que inyecto fuertes dosis de ideología en sus escritos (y una ideología más que dudosa) pero de una forma tan deliciosa que todos los lectores nos tragamos la píldora sin rechistar y encantados (otra cosa fue la digestión de semejantes ideas). Bien lo saben sus epígonos como Niven y Pournelle (“Juramento de fidelidad”).
¿Se seguirá escribiendo utopías-distopías en el futuro? Bien, dado el pesimismo imperante de un tiempo a esta parte lo distópico manda pero, dudo mucho, que nadie se empeñe en volver a escribir un panfleto como los de principios del siglo pasado. Incluso los libros de Le Guin parecen difíciles de remedar en nuestros días. Pero, la crítica contra el sistema seguirá apareciendo, lo utópico y distópico se disfrazará de alguna forma para atraer nuevos lectores. Como ejemplo tenemos el cyberpunk, dudo que muchos de los lectores de estos libros los vean de esta manera pero gente como Gibson o Sterling han conseguido describir como nadie los males del capitalismo del siglo XXI y los desafueros de la tecnología informática y esto es distopía. Incluso, si se me apura, esas cofradías de hackers informáticos que surcan el ciberespacio como los antiguos piratas del Caribe no dejan de tener un cierto hálito utópico más que decimonónico...

La imagen de esta entrada ha sido proporcionada amablemente por La Tercera Fundación.

martes, octubre 25, 2005

Ciencia Ficción: Principales Sub-Géneros. Viaje por el Tiempo


No puedo describir la sensación de abominable desolación que pesaba sobre el mundo. El cielo rojo al oriente, el norte entenebrecido, el salobre mar muerto, la playa cubierta de guijarros donde se arrastraban aquellos inmundos, lentos y excitados monstruos; el verde uniforme de aspecto venenoso de las plantas de liquen, aquel aire enrarecido que desgarraba los pulmones: todo contribuía a crear aquel aspecto aterrador. Hice que la maquina me llevara 100 años hacia delante; y había allí el mismo sol rojo – un poco más grande, un poco más empañado -, el mismo mar moribundo, el mismo aire helado y el mismo amontonamiento de los bastos crustáceos entre la verde hierba y las rocas rojas. Y en el cielo occidental vi una pálida línea curva como una enorme luna nueva.

H. G. Wells La Maquina del Tiempo (1895).

Probablemente, este sub-género sea una de las contribuciones más genuinas y auténticas de la ciencia ficción a nuestro acervo cultural. En efecto, si de otros sub-géneros siempre se puede rastrear algún indicio anterior a la ciencia ficción, este, en cambio, es consustancial con el género.
Hasta finales del siglo XIX, el tiempo tenía un carácter totalmente uniforme y estable, la posibilidad de “viajar” a través de él era algo totalmente inimaginable para el común de los mortales. La idea de que el tiempo podía funcionar como una autopista empezó a vislumbrarse a finales del XIX y más de la mano de filósofos como Bergson que de los físicos pre-einstenianos. Hay ya varios cuentos y novelas que plantean la posibilidad de viajar hacia atrás en el tiempo como es el caso de “El reloj que retrocedía” de Edward P. Mitchell (1881) o “Un yanki en la corte del rey Arturo” de Mark Twain (1889). Pero será la magnífica novela de H. G. Wells “La máquina del tiempo” la que se considera de forma casi unánime que inaugura el sub-género. ¿Por qué?. En primer lugar, por que Wells fue el primero en hacer el viaje hacia delante, al futuro (Mitchell viajó al siglo XVI y Twain a la Edad Media). En segundo lugar, por que su viaje se realiza de una forma más o menos científica, una máquina, mientras que Mitchell y Twain elegían sistemas más “mágicos” (un golpe, una ensoñación). Y finalmente, por qué la brillantez literaria de la obra de Wells y su calado superan ampliamente los intentos de Twain o Mitchell.
A partir de este momento, las posibilidades de las novelas de viajes en el tiempo se basan en si el viajero va hacia delante o hacia detrás. Si el viaje era al pasado a menudo se caía en una recreación más cercana a la novela histórica que a la ciencia ficción pero este dilema fue pronto solucionado por los autores de ciencia ficción de la era pulp. Si viajas al pasado pronto tendrás intenciones claras de cambiarlo. Surge así una variedad propia de la ciencia ficción que es la de las paradojas temporales, los intentos de variar el futuro con mayor o menor éxito. Una posibilidad es que el éxito sea nulo, el viajero por más que lo intenta fracasa, el tiempo es inamovible. Un ejemplo temprano es “Que no caigan las tinieblas” de L. Sprague de Camp con un científico que intenta evitar la caída del imperio romano y el advenimiento de la Edad Media.
Pero, la otra posibilidad, mucho más jugosa, es que el tiempo si pueda cambiarse y que viajar a través de él sea muy peligrosos, el ejemplo perfecto es el cuento de Ray Bradbury “Un ruido atronador” donde los termponautas deben de evitar incluso la muerte de una mariposa en el Jurásico so pena de provocar una catástrofe en el presente.
Por supuesto, si el tiempo puede cambiarse es obvio que se cambiará (menudos son los humanos o los escritores de ciencia ficción...) y entonces el sub-género de viajes en el tiempo se convierte en el de universos alternativos pero a veces las fronteras no quedan del todo claras. Un ejemplo perfecto son los relatos de Fritz Leiber basados en la guerra de las arañas y las serpientes, dos potencias que luchan usando la tecnología temporal y cuyo objetivo es variar el pasado para vencer en el presente, concepto también usado por Poul Anderson en su serie de “La patrulla del tiempo”.
Esta fértil idea fue llevada hasta sus extremos por Isaac Asimov en “El fin de la eternidad” donde se describe un imperio no en el espacio si no en el tiempo con una miríada de funcionarios que viajan a través de él intentando evitar que nada cambie y todo se mantenga eternamente inmóvil.
A un nivel más personal, Heinlein logró un tipo de relatos de paradoja temporal que solo pueden calificarse de perfectos. Su esquema típico se basaba en el viaje de un individuo al pasado o futuro para modificar su propia vida. Su mejor novela al respecto es “Puerta al verano” (una delicia) pero la semilla de todo surgió en su cuento “Por sus propios medios” aunque su obra maestra sigue siendo “Todos vosotros zombis” donde el personaje se convierte en madre y padre de si mismo en un complejo tour de force que deja al lector anonadado.
Por desgracia, las paradojas temporales como fin en si mismo se agotaron en los 50 cuando los autores abusaron de una forma desmesurada de ellas. A partir de ese momento se convirtieron en otro cliché de ciencia ficción utilizado como un elemento más de novelas de mayor complejidad (“Tiempo para amar” de Heinlein). Los intentos de resucitarlo como “El efecto Hemingway” de Haldeman son, cuando menos, discretos.
Con todo, los autores siguen viajando al pasado sin mayores problemas y logrando obras si no originales si bastante interesantes (“El libro del día del juicio final” de Connie Willis, autora que también echa mano de la paradoja temporal sin el menor problema).
Los viajes al futuro ya son harina de otro costal. La imaginación del autor no esta aquí constreñida por realidades históricas y su imaginación puede echar a volar. Los futuros imaginados se acaban convirtiendo de una forma u otra en descripciones de utopías/distopías o relatos de advertencia. De hecho, entre finales del XIX y principios del XX el número de novelas que imaginaba utópicos paraísos más o menos marxistas fue abrumador. Entre las más famosas y/o perdurables destaca “El año 2000” de Bellamy, “Noticias de ninguna parte” de Morris o “La era del cristal” de Hudson. La propia obra de Wells no deja de ser, entre otras cosas, el mejor ejemplo de este tipo de historias.
En años posteriores, el furor del marxismo descendió pero no la feroz crítica a los males que nos afligen. Así, el viaje al futuro ha servido para advertir sobre el racismo (“El año del Sol tranquilo” de Tucker), las catástrofes medioambientales (“Cronopaisaje” de Gregory Benford) o la tecnología como herramienta de la dictadura (“Naufragio en el tiempo real” de Vinge).
En cualquier caso, hacia delante o hacia atrás, esperemos seguir viajando en el tiempo por muchas otros libros.